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Navarrete. No teneis razon de creer eso de mí, yo os juro que es verdad.

Mendoza. Vos habeis escogido buen asiento para vos, y huelgo dello porque digais lo que dejásteis ayer de decir, que no querria tratar otra cosa.

Guzman. ¡Oh, qué bien habeis dicho! Yo os certifico que queria yo decíroslo para que lo dijésedes al Sr. Navarrete.

Navarrete. Pláceme de volver á la prática que trataba: ya os acordais el desbarate de los alárabes, la herida de Diego Ponce, con lo demas que os dije: pues á cabo de un año volvió el Conde á Orán y trujo no sé que gente, y con ella, en llegando, salió á castigar unos aduares que decian de la Zafina, porque habian quebrado las condiciones de paz, y habian corrido la tierra y acogido á los otros que corrian, y en estas correrías habian muerto ciertos cristianos; y desto estaba el Conde muy enfadado; y ansí, en desembarcando, salió una noche y amaneció sobre ellos; y los moros eran muchos, porque eran siete aduares, que cada uno traia más de 50 tiendas, y ármanlas en redondo, y dejan en medio una plaza adonde recoger su ganado de cada aduar. Pues como llegamos, Martin Alonso, que iba con todos los mejores ca

balleros en vanguardia, dió el Sanctiago y arremetió; pero como eran tantos aduares, no se supo dónde se habia de cargar, sino anduvo á todas partes; y por esta causa se mataron más moros aquella noche que otra alguna.

Mendoza. ¿Pues cómo iba Martin Alonso delante, siendo taǹ mozo como decís?

Navarrete. Era ya Capitan de caballo, y el Conde queríalo mucho; y como á mozo, quísolo poner en la delantera para las primeras arremetidas; y su hermano, Juan Ponce, iba con otra banda de caballos, y así Martin Alonso dió el primer Sanctiago; y como los moros sintieron el ruido y gente, salieron huyendo por el campo, y por esto se tendió la caballería, y Martin Alonso, cebado con los moros, se fué tanto entre ellos, que faltó poco para perderse por hallarse tan adelante, y cuando quiso volver halló el camino tan lleno de gente, que se hubiera perdido aunque él hacia lo que podia; estuvo á peligro, é yo lo hallé que habia atravesado á un moro, y le salió al otro cabo la veleta, y el moro se le entró por la lanza y le dió una cuchillada, y otra á la yegua en que iba, que casi le cortó el brazo, y él, probó á sacar la lanza, y co

mo se arrolló la veleta al hierro no pudo salir, y entonces, trocó la lanza á la mano izquierda, y le dió una cuchillada que le cortó el brazo, y el moro cayó; y él quiso ir adelante, porque le iban á dar por las espaldas; y como el moro estaba caido, quebró su lanza, quedando con el tronco no más; y desto quedó tan enojado, que sin parar con nosotros arremetió á unos que salian del aduar, y dió á uno tan terrible cuchillada, que con ser el espada bien ancha, le sacó en una mella que arriba tenia los sesos, y el moro cayó como si le diera una pieza de artillería. En este tiempo comenzó á amanecer, y parámonos á ver la cuchillada, y decian todos que con una hacha en un tajo no podia ser mayor cuchillada. Tomáronse muchos moros y algun ganado, y al toque de las trompetas nos volvimos á reti

rar, sin haber perdido ni herido un hombre de los nuestros; y á la mañana nos alcanzaron como 400 caballos, y escaramuzaron con nosotros, aunque el escaramuza fué de valde; y así se volvieron ellos á sus tiendas, y nosotros fuimos nuestro viaje camino de Orán, sin topar un moro llegamos adonde se partió la cabalgada, que lo habíamos bien menester, porque habia dias que no tocábamos

dinero y asi pasábamos; y un dia, entre otros, los moros vinieron á correr la tierra por hacer algun daño, como tienen de costumbre, vinieron una buena cantidad de caballeros, y entráronse en una celada que se llama la Rambla de los Arabes. Aquel dia habia salido á comer el ganado al sitio de las Piletas, encima de la fuente de donde es el rio que por allí pasa, y con él salió una bandera de las ordinarias, que parecia bastaba para guardia.

Mendoza. ¿Pues la gente de guerra sale á guardar el ganado?

Navarrete. Todos los dias salen á guardarlo porque no les hagan daño los alárabes, gente que no pierde ocasion; así vinieron aquel dia, y de los que estaban emboscados salió una banda dellos, cantidad de 50, quedando los otros encubiertos para ver lo que sucediese; y como salieron corriendo al campo, una torre que se llama de los Santos, que está fuera de la ciudad, repicó una campana, que es señal de lo que en el campo hay, y luego responden otras campanas del Alcazaba (que es la fortaleza) y de otra que llaman Razaelcázar, y al repicar de las campanas se sale al rebato y allí se sabe adonde han parecido los moros. El Conde salió con toda su gente á socorrer la que estaba

fuera (como digo guardando el ganado); llegado allí, como le dijeron que eran pocos los moros, no hizo caso dellos y queria volverse porque hacia un viento de Poniente muy récio. Estando en esto, los moros que estaban encubiertos salieron de la celada, y serian como 200 ó 300 caballeros en órden, algunos dellos comenzaron á irse hácia la ciudad, y estos serian 10 ó 12. Como los vió ir Diego Ponce de Leon, dijo al Conde: « Señor, aquellos caballeros deben de ir á hacer algun daño á los que salieron tarde, y será bien socorrellos.» El Conde dijo que saliese él con algunos caballos á hacello; así comenzó á salir y con él su hijo Martin Alonso, que habia salido al rebato en calzas y en jubon con un capellar por guardarse del aire, y como vido aquello, tomó el adarga á un escudero de los de su compañía, que se llamaba Pero Hernandez de Guzman, músico. En saliendo de los estandartes, como un tiro de piedra, los moros revolvieron hácia los cristianos, y uno dellos, á quien todos conoscíamos, muy famoso, que se llamaba Daho, se adelantó en un caballo bayo muy ligero; y él, vestido con una ropa de grana, usanza, y una adarga, y una lanza con una veleta amarilla muy grande, con unas

á su

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