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dió una lanzada por un lado y volvió con la lanza á querelle dar, y el moro la tuvo con la mano: Martin Alonso tiró récio y se la sacó, y lo hirió otra vez. En esto el moro sacó su espada y dióle á Martin Alonso una cuchillada en el brazo izquierdo y otra en la lanza, y otra en la cara de su yegua, que en todas partes cortó. Á este tiempo llegó el Guzman que dije que iba con Diego Ponce, y fué á dar una lanzada al moro que ya estaba en el suelo, que lo habia derribado Martin Alonso de una lanzada. El moro era valentísimo, y como llegó á dalle con la lanza el Guzman, el moro se la tomó y le dió con un alfange en el brazo derecho, y si no se le volviere de llano se lo derribara, y con esto le sacó la lanza de la mano. Martin Alonso, como vió que el moro habia tomado la lanza, arremetió á él ántes que la volviese de hierro y encontrólo é hízosela perder; el moro se halló cerca del Guzman, y como así lo vió, cerró con él y abrazólo por el adarga, de manera que lo tenia como á niño, sin dejallo menear. Martin Alonso pensó que si le daba con la lanza mataria al moro y al cristiano; y por esto puso mano á su espada, y dióle una cuchillada, y el moro volvió á mirar á Martin Alonso por el hombro izquierdo,

y entonces le dió otra cuchillada por la cara, con tanta fuerza, que le cortó todas las quijadas y la lengua, y le abrió la cara, y no paró allí el espada, porque cortó en el adarga de Guzman más de un palmo, y el moro cayó entónces. Entretanto que esto pasaba, Diego Ponce se estubo sacando la lanza que tenia atravesada, y no podia porque los clavos que tenia en el hierro de la lanza lo estorbaban, y aunque con gran dolor, y sacándole unas briznas de carne, salió la lanza toda llena de sangre; los demas moros fueron á salir por la vereda, y allá se mató otro moro. Llegó D. Martin y alegróse mucho con la victoria, sino que se templó por estar Diego Ponce herido. La de Martin Alonso, en el brazo, fué tan poca, que no la sintió hasta la noche, y así llegamos á Orán con 10 cabezas de moros, que por ser tan señalada cosa, se pintaron en la puerta de Tremecen; y el moro que Martin Alonso mató, entre ellos con su cuchillada, que por ser tan grande, se pintó, como parece allí hoy. La herida de Diego Ponce sanó presto, porque, como le dió en carne muerta, no fué peligrosa. Túvose esta jornada por gran cosa, y más por ser el mismo dia que mataron á los dos hombres.

Guzman. Ese Guzman que decís, ¿tan

mal lo hizo que no mató el otro moro? Por ser Guzman me pesa.

Navarrete. No os pese, que no se pudo hacer más, y yo os prometo, que era muy hombre y que le oí decir muchas veces á Martin Alonso, que en unos amores que él traia, no llevaba á otro que lo aguardase sino al Guzman, y era en parte que ellos pensaban reñir cada hora; y habiendo tantos en su compañía á quien él tuviera mucho favor en llamar á alguno, elegir á él era de tenerlo en mucho, y con razon.

Guzman. Ya me parece ha caido el sol, salgamos de aquí y vereis el estanque, que es para esta tierra bueno, que despues podeis volver á vuestro cuento.

Navarrete. En gran merced os lo tengo, que ya estaba cansado, y el Sr. Mendoza lo debe de estar de oirme.

Mendoza. Por cierto, eso no pasa así, ántes me holgaría estarme quedo; mas pues nos habemos de estar aquí mañana, acabaremos de oir estas cosas tan buenas, que son á mi gusto tales, que no he oido otras que tanto lo sean.

Navarrete. Por cierto, Sr. Guzman, que es el estanque tan lindo, que no creo lo haya tal en toda la ribera ni áun en gran parte, y teneis razon en tenello en mucho, que es gran recreacion, si no que está mal

cenadero esté aquí debajo de estos árboles tan grandes y hermosos! y os prometo que haceis la cosa más mal hecha que se puede imaginar en no estar aquí todo el verano habiendo tantas cosas buenas.

tar,

Guzman. Vos teneis razon; pero falta de conversacion me hace ir á la ciudad, que si yo tuviese con quien hablar y trano iria jamás al lugar, porque aunque con los libros me entretengo, todavía es gran cansancio estar el hombre siempre tratando cosas de veras y concertadas, aunque algunos ratos los paso muy bien con las cosas que estos que aquí trabajan dicen, y á ratos dicen coplas de repente que á mi gusto son mejores que las muy pensadas, en los disparates que se tratan, y otras veces las farças, compuestas por ellos, así rústicas, no hay cosa que les llegue; pues las pruebas y saltos que hacen y luchas no se pueden decir lo que son gustosas las caidas que se dan, las burlas que se hacen, sin comparacion, son más para ver que las de los maestros luchadores; así lo paso algunas veces, y otras entre estos árboles oyendo los cantos de los pajarilllos con cuánta melodía cantan harto mejor que los enjaulados dorados los chapiteles; pero la falta de conversa

cion, como dije, me hace dejar esto, todo por buscarla.

Mendoza. Está bien, que no hay quien os contradiga. Pero decidme, ¿tan presto cenais, que me parece veo el manjar en la mesa?

Guzman. Hácese así acá porque nos acostamos temprano por gozar de la frescura de la mañana y de las flores del jardin, que despues de entrado el sol, parece que no está tan lindo esto.

Navarrete. Bien me parece que se haga así, y yo quiero sentarme primero á beber, que segun he hablado tengo necesidad.

Guzman. Yo holgaria estuviese frio, que ya hace mucho calor.

Navarrete. Ello está tal como bueno, y así, quiero tenello cerca de mí, y que bebais por mi mano todos.

Mendoza. No me pesará á mí de eso que me cabrá más parte: ¡Oh, qué bueno está esto! No sé que cocinero teneis que sabe dar tan buen gusto á las cosas, y paréceme que no he comido en mi vida otra tal, y áun tiene su especia para el vino frio.

Navarrete. No era menester para mí; pero el Sr. Guzman lo debe haber así proveido para que nos acostemos borrachos.

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