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se tomó á Mostagan. Pero, venidas, se comenzó á tratar de volver y se concertó con aquel moro que tomó Martin Alonso, que era muy principal, para que tratase con un su hermano que estaba en Mostagan, que lo entregase y él seria suelto. Tardó este trato dos meses, y todo este tiempo que estuvieron las galeras en Orán, el Conde les daba á su costa de comer. Estando ya embarcada el artillería y el campo fuera para volver, llegó Don Juan de Mendoza, hijo de D. Bernardino, y le dijo que él se iba con las galeras, que lo perdonase, que no se podia hacer otra cosa. ¡Mirad lo que el Conde sentiria en esto viéndose gastado lo que tenia aderezado para tomar á Mostagan y que se le despintase! No le respondió más de que fuese en buen hora, que no tenia dél necesidad, que Dios le favoreciera. Y así, fué al campo con hasta 1.600 soldados, y los caballos, que no llegaban á 100, y con esto fué á Arzeo, siete leguas de Orán, cerca de Mostagan; allí se hizo un lugar con murallas y bastiones y todo aparato para desde allí tener más cerca los tratos, y tambien como el rey de Tremecen que nos habia de pagar con el trigo de Benarax, que es una provincia de aquel reino; hacíase esto muy despacio, pues llegamos

allí dia de Todos Santos, y en un mes no se habian traido 3.000 fanegas de trigo. Visto esto por el Conde, tres ó cuatro dias antes de los Reyes acercámonos á los moros que traian el trigo y tomamos como 400 en prendas de lo que nos ha bian de dar, y esto era ponerles espuelas para ser pagados, porque nos destruíamos en estar allí, y comíamos más que traian; con esto nos fuimos á Orán, y en llegando, salimos hácia la Laguna y tomamos un aduar con poca gente y ganado, y viniéndonos salieron unos moros á darnos grita y á picarnos en la retaguardia; súpose que eran unos moros comarcanos que tenian seguro del Conde y habian quebrado las condiciones del seguro, y así, salió otra noche, y en dos dias amaneció sobre ellos y se tomó la más hermosa cabalgada que yo ví allá, porque se tomaron sobre 450 ánimas y más de 10.000 cabezas de ganado, hermosísima cosa de ver; volvióse á Orán con esto y partióse como hay la órden. El Conde hizo merced á los Capitanes que se despedian, de esclavos y de joyas, y así se acabó aquella guerra tan trabajosa de aquel año, viniéndose el Conde con la gente á España, quedando D. Martin en Orán por General, y con él Diego Ponce de Leon, por Te

niente, volviendo á ser la guerra ordinaria. Luego, al verano, víspera de Corpus Christi, en siendo de dia, corrieron los alárabes hasta las Caleras y mataron allí dos hombres. Salióse al rebato, y por más diligencia que se puso no se pudo pelear con ellos, que con lo hecho nos daban grita y se iban. Volvióse Don Martin y Diego Ponce al lugar, y acabando de comer, comenzó un atalaya de la sierra á dar arma que los moros estaban en Mazalquivir; la gente comenzó á salir corriendo, y Juan Ponce con ellos, y ordenóle D. Martin que con 50 caballos corriese por la sierra para ver si podia tomar la delantera á los moros, y Diego Ponce tras él con otros, y él con los estandartes é infantería seguillos. Llegó Juan Ponce, por la sierra, á un lugar que llaman Bucifar, por donde los moros habian de ir, y allí halló que los moros habian llegado y andaban por la huerta comiendo albaricoques; y como Ponce conoció la dispusicion de la tierra, que era á propósito, aunque no habian llegado con él 30 caballos, hizo tocar una trompeta, y dijo: «¡Santiago, y á ellos!» Serian los moros 400 lanzas. Los moros, que se vieron asaltear de repente, creyeron que era toda la gente de Orán, y que les tenian

adelante tomado un paso de un lugarejo que se llama Laonzar; comenzaron á huir por un camino estrecho, y como eran muchos y huian sin órden y los nuestros los apretaban, iban cayendo dellos, y los nuestros cargándolos con gran órden por que no acabasen de desengañarse. Juan Ponce mató allí un mozo que estaba cercado de tres ó cuatro escuderos, y de todos se defendia que no osaban entrar en él y les habia quitado las lanzas, de una lanzada que le dió por la islilla, que le salió la lanza entre las piernas, y el moro le dió á él otra, que si le acertara tambien lo matara, porque le tiró la lanza y le dió en el adarga y le pasó por debajo del brazo toda la lanza y cuento, y todo, cosa que parece imposible, y fué cierto, y así se lo oí yo afirmar á Juan Ponce y los que con él iban.

á

Mendoza. La mayor cosa es esa que yo he oido jamás, ni creo haya otra cosa acontecido.

Navarrete. No sois vos solo el que eso dice, que todos cuantos lo vieron aún no lo creian, y cuando se lo dijeron al Conde se espantó tanto, que dijo que ninguna de sus cosas y fuerza que habia hecho allegaba á ésta, porque, cierto, con una ballesta fuera mucho hacello y de los mo

ros que habia cuando Juan Ponce arremetió á ellos; los prácticos volvieron hácia atras ocho, y vinieron á salir por donde Juan Ponce habia abajado, y entonces llegaba allí Martin Alonso, que alcanzó á su padre, y su escudero le dijo que allí venian ciertos moros; y como se lo dijo, Martin Alonso llegó á reconocer aquella parte y dió en los ocho de á caballo, que eran los que el escudero habia visto; y como los moros vieron á los cristianos y á Diego Ponce, arremetieron hácia él; Diego Ponce, como vió que los moros eran ocho, y que con Martin Alonso no habia más de un escudero, que se llamaba Alguacil, y el mozo, temió que no lo matasen, él solo arremetió á embestir con los moros y un criado de D. Martin, que se llamaba Guzman; y cómo Diego Ponce llegó tan recio, dió una lanzada á un moro y á él le dió otro otra lanzada, que fué milagro no matallo, porque le dió por un lado y le pasó una nalga, y pasaron los moros por él echando una lanza á Martin Alonso que le pasaron muchos dobleces del capellar que llevaba revuelto al brazo; y como los moros pasaron, preguntó Martin Alonso á su padre si estaba herido y él dijo con la cabeza que sí; y como lo oyó, arremetió á uno de los moros y le

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