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D. Alonso de Córdoua.

D. Francisco de Córdoua y D. Martin de Córdoua, hijos del Conde.

D. Martin de Córdoua, Señor del Albayda. D. Hierónimo de Córdoua, su hijo. D. Juan Pacheco y D. Mendo de Benavides, hijos del conde de Santistéban. Diego Ponce de Leon, Alonso Hernandez de Montemayor y Juan Ponce, sus hijos. El Comendador Mota.

D. Alonso de Villaroel.

D. Juan de la Cueva.

D. Juan de Villaroel.

D. Antonio del Aguila, cuñado de Juan Vazquez, el Secretario.

Francisco de Carcamo, hijo de Alonso de Carcamo.

El Señor de Aguilarejo.

D. Juan Zapata.

Tello de Aguilar.

Tres hijos del Comendador Juan de Hi

nestrosa.

Dos caballeros Eslavas.

Dos hijos de Rodrigo de Aguilar.
Juan de la Torre.

Francisco Carrillo.

No podemos aquí decir otra cosa sino que a Domino factum est istud, porque, sin ayuda de persona alguna, ha sido fa

vorecido este señor en esta sancta jornada, sólo con el favor y ayuda de Nuestro Señor, y áun ya pluguiera á Dios se contentaran sólo con no ayudarle, mas estorbar ésta sancta jornada, casi teniéndola por imposible; pero el Conde, conformándose con el profeta David, que dice en el psalmo: <<conservadme, Señor, porque toda mi esperanza tengo puesta en Vuestra Majestad. Yo digo que sois vos solo mi Dios y mi Señor, y que de nada que sea mio teneis necesidad, y por eso, Señor, oid mi oracion, y mi clamor se presente delante de Vuestra Majestad.» Aquí su Señoría hizo embarcar muchos aderezos de caballos para tirar el artillería, como adelante se dirá.

CAPÍTULO XI.

De cómo partió el Conde del puerto de Cartagena con su armada, y de los trabajos en que el armada se vió.

Pues ya embarcada la gente, caballos y municion, viérnes, á 7 de Enero, despues de oida misa y recibido el Sanctísimo Sacramento en el monasterio de Sant Francisco; el muy ilustre señor Conde se em

barcó con toda su casa en una nao genovęsa, suntuosa, el patron de la cual se llamaba Micer Francisco de Aosta, y esta escogió su Señoría por tal, y allí embarcado dió grande ánimo á los Capitanes y gente de guerra que en tierra estaban, para que luego se embarcasen; y aquí fué tanta la priesa del embarcar, que era maravilla, porque, como testigo de vista digo, que en tres partes de la mar no se podian valer, que se ahogaban unos á otros, que era en el muelle y en la pescadería y en los almacenes; y así, todos embarcados, lúnes, en la noche, que se contaron 10 de Enero del dicho año de 43, su Señoría manda hacer señal de partida, y al cuarto del alba se levantó del puerto con una luna que parecia dia muy claro, con su farol encendido, y así le siguieron todas las otras naos, que eran en número de veintiuna velas, y así salen del puerto con mar bonanza y medianamente viento de tierra.

Mas como el enemigo, maligno perseguidor de los honradores de Dios y de su sancta fe, no duerma poniendo todas sus astucias contra ellos, ó, por mejor decir, que fué la voluntad de Dios para que este señor más mereciese; la noche siguiente vino un Poniente lleno, de manera

que le fué forzado á la armada retraerse, y visto esto por su Señoría, manda tirar un tiro á su nao Capitana para que las otras tuviesen conocimiento que iba á surgir al puerto del Jub, que es adelante del Cabo de Palos, á la entrada del cual creció el viento demasiadamente, y era ya de noche, y aquella hora vino una borrasca, y fué tal que pensamos todos perecer. Siguieron á la Capitana otras cinco naos, y D. Francisco de Córdoua iba en su nao vizcaina como Patrona, la cual Ilevaba su farol encendido; y como se quedaron más á la mar, no pudieron por la gran mar tomar el puerto. Anduvieron con gran peligro porque la borrasca les tomó más en lleno, de manera que otro dia de mañana no se hallaron en el puerto más de cinco navíos, y la Capitana, que fueron seis. Siguieron la Patrona todas las demas, y así lo mejor que pudieron, pensando ser anegados, lo uno por la gran mar, lo otro porque no llevaban velas, esperando á la Capitana, padeciendo mucha fatiga llegaron al puerto de Mazalquivir, una legua de Orán, y á la entrada fué muy peor que allí; pensaron del todo ser anegados.

CAPÍTULO XII.

Del ánimo y esfuerzo que el Conde tenia, vista la perdicion de su armada.

El muy ilustre señor conde de Alcaudete, Capitan general de África, estando surgido en el puerto del Jub, que es tres leguas de Alicante y dos de Guardamar, siendo de dia, y no viendo su armada, ya se puede sentir qué llegó á su corazon, teniendo entre las ondas del mar su honra, vida, hijos y hacienda, y aún no estar soldadas las llagas del desbarato de Argél. Cada uno de los lectores sienta qué sentiria; mas el Conde, con aquel ánimo generoso con que siempre venció las tribulaciones y trabajos, mostrando aquel rostro sereno, él mismo esforzaba y consolaba á los otros, y digo yo que diria aquello de David, que dice en el psalmo: «De la profundidad llamé á ti, Señor; Señor, oid mi oracion; Señor, ábranse vuestras orejas á mis voces y á mis ruegos»; y así, por cierto, como testigo de vista digo que su Señoría estaba puesto aquella noche de pechos, y las rodillas en el suelo, á los piés de su cama, delante un crucifijo que á la cabe

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