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mataron en esta batalla á Pedro de Rueda, hermano del alcaide de Orán, Luis de Rueda, y no murió otra persona de cuenta. Fué esta batalla tan cruel y tan herida de ambas partes, que pelearon más de cuatro horas sin verse mejoría de una parte á otra; y, en fin, dió Nuestro Señor victoria á los cristianos, y en tanta manera los pusieron en aprieto á los moros los nuestros, que decian los moros: «Estos cristianos no son hombres, sino diablos.»> En este paso dijo el xeque Humida-Lauda al xeque Almanzor-ben-Bogani, Capitan general del rey Mahamet: «¿Qué os parece, cuando estos cristianos, yéndose retirando, así pelean, qué hicieran si fueran siguiendo la victoria? Mas puédese por cierto creer y tener que en ésta tan espantable batalla y tan herida por todas partes, donde habia para cada cristiano más de 50 moros, no pelearon los cristianos, sino Dios, Nuestro Señor, por ellos, que maravillosamente quiso dar victoria al buen Conde y á los nuestros, que no eran parte los cristianos, siendo los moros 25.000 de caballo y 120.000 de pié, como despues lo dijeron los propios moros.

CAPÍTULO X.

De lo que los moros de paz, de la compañía de Guirref, hicieron, y de lo que el Conde proveyó, y de otra carga que los moros dieron en la retaguardia.

Estando peleando con los moros contrarios los moros que iban con nuestro campo, de la compañía del xeque Guirref, estaban en la playa, junto á la marina, en el llano, cerca del cerro donde estaba el artillería, á la parte del Poniente, y como estos vieron la multitud de los moros que estaban peleando, y nuestro campo no con demasiada órden, porque se habian desmandado, tuvieron por cierto que nuestro ejército era perdido. Llaman con las mangas de las camisas, que los caballeros moros las traen largas, á la parte donde estaban los moros contrarios, porque así se cree que lo harian, porque, en fin, son sin ley, aunque ellos se excusaron diciendo que llamaban á la lengua. Viendo esto algunos de los soldados que en el escuadron venian, dieron voces diciendo: «¡Que se llevan la municion, que

se llevan la municion!» A estas voces que los soldados daban, vuelve el buen Conde las riendas á su caballo, y va á la parte donde los soldados daban las voces, solo, y encontró con su hijo D. Martin de Córdoua, y allí donde se juntó con él le abrazó y besó en el rostro, y el Conde paso adelante, y llegó donde los moros de paz estaban, solo, y con su guion tras él, y allí recogió el bagax y se volvió y anduvo por el campo mirando los muertos y heridos, y mandó enterrar los muertos y curar los heridos, en especial á su sobrino, D. Mendo de Benavides, que bien lo merecia.

Esto hecho, ordena de nuevo sus escuadrones, como buen Capitan animoso, para marchar, y caminando el ejército hasta un lentiscar, vuelven los caballeros moros á la retaguardia, y dan en ella una gran carga, de manera que se juntaban mucho al escuadron; y como en el escuadron de la retaguardia vieron los soldados lo mucho que cargaban, dieron voces diciendo: «¡Caballeros, á la retaguardia! ¡Caballeros, á la retaguardia!>> Oyendo esto el Conde, mandó á Don Mendo de Benavides, y á su hijo D. Martin, y al acaide Luis de Rueda, fuesen á socorrer la retaguardia con alguna gente

de caballo, y la gente suelta de arcabuceros y ballesteros que estaban en la avanguardia. Como vieron los que en la retaguardia iban llegarse tanto los moros al escuadron, ántes que los de caballo llegasen, arremeten como leones, no teniéndolos ya en nada, diciendo: «¡Sanctiago y á ellos!» y dan en los moros como unos bravos leones. A esto llega D. Mendo y D. Martin, cuarto hijo del Conde, con la gente de caballo, y entran en la batalla como buenos caballeros; aunque de harto tierna edad, hacia D. Martin maravillas. Los moros, viendo el extrago que en ellos hacian y el daño que recibian, determinaron de se retirar. Retirados los moros, llega el Conde dando voces, riñendo con su hijo D. Alonso de Córdoua, que á la sazon iba en la retaguardia, diciendo: <<¡Cómo, venimos muertos, cansados de pelear, y no os ireis en vuestro escuadron paso á paso!» Y allí mandó que no saliesen más á escaramuzar con ellos, sino que los dejasen llegar todo lo más que pudiesen, y así se volvió el Conde á la avanguardia. Allí dieron los soldados voces al Conde, diciendo que en su compañía llevaban á sus enemigos, y que estos eran los moros de la compañía de Guirref, que habian hecho señal á los contrarios en lo

más récio de la batalla. Sabido esto por el Conde, mandó luégo á D. Alonso de Córdoua, y á D. Martin de Córdoua, sus hijos, que quitasen á los moros de Guirref los caballos, y así se hizo luégo, y los repartieron á los soldados arcabuceros; y así, caminó el campo aquel dia hasta la vera del rio de Chiquiznaque arriba, do se alojó el campo aquella noche.

Se quejaron los soldados al Conde, diciendo que no tenian qué comer, y que los moros de paz les vendian el ganado caro, que les daban las ovejas á dos doblas cada una, y no más. Vista la desórden, el buen Conde mandó que les tomasen á los moros todo el ganado y lo repartiesen entre los soldados, y así fué luégo hecho; y así, tuvieron aquella noche buena con harta carne, aunque muchos, ó todos, tenian tanta gana de descansar como de comer y desollar las ovejas; y digo esto, porque hubo hombre en el ejército, que estando desollando una oveja se cayó allí dormido, y no despertó hasta el otro dia. Llegaron tan cansados de la muy cruda batalla, que para traer las tres piezas del artillería que venian en la retaguardia, fué forzado al Conde ir por el campo dando voces, diciendo: «¡Qué se llevan los moros el artillería!»>

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