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estaba con el Conde y su estandarte en el cerro del artillería, se estaba quedo, porque habia mandado el Conde que ninguno pasase adelante del estandarte; y el Conde mandó luégo tirar su artillería, digo las tres piezas que estaban en el cerro, á las galeras, á las cuales espantaron de tal manera, que luego se retiraron la vuelta de Mostagan, y no parecieron más.

Ya á esto andaban en la retaguardia peleando con los moros D. Mendo de Benavides y el Maestre de campo D. Alonso de Villaroel, porque sonaban los tiros del artillería y arcabucería. Cargaron á la retaguardia moros á pié y á caballo, que no se podian numerar. Hiciéronlo tan bien los nuestros y con tanto ánimo, que mataron muchos moros y los despegaron, que se habian juntado tanto, hasta echar lanzas en los escuadrones. Pues, como dijimos, dieron los moros y turcos que estaban en la fuente en el escuadron de la mano derecha, de tal manera, que hacian mucho daño. Sale D. Mendo de Benavides con hasta 200 arcabuceros y ballesteros de la gente suelta, y arremete con ellos, diciendo á grandes voces: «¡Sanctiago y á ellos! ¡Ea, leones de España, que hoy es vuestro dia, hermanos!>> Por cierto que me parece que este dia se

habian de hallar presentes todos los hijos de los Señores de España, para que tomaran dechado y ejemplo en lo que este caballero hizo, pues peleando D. Mendo de Benavides con estos turcos y moros, salen de hácia la parte de la marina, de una celada, hasta 2.000 lanzas, y van, á más correr de sus caballos, adonde Don Mendo de Benavides estaba, á pelear con él y con la gente suelta. A esto, cargan todos los moros de caballo y de pié que estaban á la marina, que serian hasta 10.000 lanzas de caballo, y los de pié más de 20.000 al cerro donde estaba el artillería. Con tanto ánimo fueron dando los gritos y alaridos que rompian el cielo, que nos pusieron grande espanto. Esta fué la más cruda y espantable batalla que en estos nuestros tiempos se ha visto ni leido.

Visto esto por el Conde, que con su estandarte estaba, puso las piernas á su caballo, y arremete como un bravo leon muy furibundo, y vuelto á sus caballeros, les dijo á grandes voces: «¡Sanctiago y á ellos, caballeros!» Siguióle luégo su estandarte y toda la gente de caballo, y pelea con ellos, tan bravamente, que era maravilla. Andaba el buen Conde Don Martin, el Africano, entre aquellos moros como un leon, hiriendo y matando moros

en tal manera, que los moros no lo podian sufrir. ¡Oh caballeros de España, tomad ejemplo y dechado en años tan bien empleados, pues podemos, con verdad, decir que el buen Conde más es viejo que mozo. Aprovechábase aquí el buen Conde Africano de aquel dicho de David en el psalmo, que dice: Deus in adjutorium meum intende; Domine ad adiuvandum me festina. Que dice: Dios mio y Señor mio, suplico á Vuestra Majestad vengais en mi ayuda; Señor, abrid vuestras orejas á mis clamores; Señor, no os tardeis en socorrer á vuestros hijos; Señor, vuestra ayuda sea con presteza, porque si ésta yo tengo, non timebo quid faciat nihil homo. No temo el poderío de los hombres.

Peleó el Conde más de una grande hora, y la gente de caballo con los moros tan bravamente, que era maravilla. ¿Quién tuviese lengua para decir las hazañas y maravillas que D. Alonso de Córdoua, primogénito hijo del Conde, hizo aquí en esta carga del cerro del artillería? Seguia á su padre hiriendo en los moros á una parte y á otra, de manera que bien se acordarán dél. D. Juan de Villaroel se metió tanto en los moros, que le mataron el caballo y peleó á pié muy valientemente; D. Juan de la Cueva lo hizo tan bien, que

aquel dia mostró bien las fuerzas de su brazo peleando con los moros; y todos los que allí se hallaron pelearon de tal manera, que entre los moros quedará perpetua memoria: á esta sazon andaba D. Mendo de Benavides tan envuelto con los moros, que le arrojaron muchas lanzas, y al pasar, que pasó á ayudar á unos soldados que estaban peleando con unos moros, le arrojó un moro una lanza, con la cual le hirió en la cabeza encima del oido, mas no fué peligrosa, porque rasgó el cuero y no más, y pasó y le hizo una cuchillada de casi un geme; mas luégo, en presencia del mesmo D. Mendo, un soldado que vió como el moro le hirió con la lanza, con su arcabuz mató el moro: saliendo de allí D. Mendo á curarse, estándole el çurujano viendo la herida para curallo, oyó las voces como el Conde, su tio, estaba peleando con los moros que cargaban por todas partes; y los soldados, viendo al Conde pelear tan bravemente, se salian del escuadron desmandados á socorrer al buen Conde, viendo las hazañas que el buen Conde hacia; y á estas voces, como tengo dicho, estándole el çurujano mirando la herida, se levantó y tomó un trapo, y revuélveselo á la cabeza y torna á cabalgar en su caballo, y vuelve sin cu

rarse donde el Conde estaba, y volvió de nuevo á la batalla como si nada aquel dia hubiera hecho; traia la lanza, adarga y brazo tinto en sangre de los moros que aquel dia en ésta muy furiosa batalla habia muerto.

Pelearon despues desto más de una hora; el artillería desde el cerro donde estaba no paraba, que luégo que las galeras se retiraron, comenzó á jugar en la gente de caballo que estaba en la marina, y de tal manera, que mató muchos dellos: visto por los moros que á la marina estaban el gran daño que recibian, se retiraron todos al cerro donde estaban los Xeques con su gente y banderas, de manera que quedó el buen conde de Alcaudete, D. Martin, el Africano, en el campo con su ejército como vencedor muy victorioso; y enterraron los cristianos que en esta batalla habian muerto, que serian hasta 20, y hasta 60 los heridos; y de los moros hubo muertos aquel dia en esta batalla más de 4.000 moros, de manera que no podian andar paso sin que fuesen por cima de moros muertos: fueron heridos de los moros, allende de los muertos, sin cuento, porque luego que llegaron al cerro donde estaban los Xeques, hicieron grandes fuegos para curar los heridos:

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