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por el Conde, hizo parar la gente de caballo para dar órden no hiciesen algun daño en la retaguardia, aunque todo iba bien proveido; y visto que se acercaban escaramuzando, sale D. Mendo de Benavides y D. Alonso de Villarroel y D. Juan, su hermano, y el alcaide Luis de Rueda, y García de Navarrete, alcaide de Mazalquivir, y escaramuzando por lo bajo y ladera del monte donde los moros estaban, los trujeron hasta lo bajo; y así, cebándolos, los descendieron del monte. Visto esto por el muy ilustre señor Conde, vuelve la cara á los suyos, como animoso Capitan, y dice: «¡Sanctiago y á ellos!» Da por una parte del lado del monte, y los demas por el otro lado dan en ellos y de tal manera, que en ménos de media hora les mataron 80 moros y más, así de caballo como de pié. ¡Oh venturoso caballero, que así como nuestro Redentor Jesucristo tal dia como éste convidó á todas aquellas compañías á cinco panes, así hoy os convidó á sangre de moros, la cual, por vuestro brazo y de los vuestros, fué derramada mostrando vuestras fuerzas en los enemigos! No tengo que decir destos caballeros sino, que cada uno por sí, en ésta y en todas se mostraron leones; pero tal veian hacer los hijos al padre y todos á su Capi

tan. Señalóse en ésta Francisco de Carcamo, el Señor de Aguilarejo, natural de Córdoua, el cual, enristrada su lanza mató á uno y prendió á otro. D. Mendo de Benavides se metió tanto en los moros, que mató muchos, y á él le mataron el caballo, y salió á pié. El alcaide Luis de Rueda, y el jurado Gonzalo Hernandez, y García de Navarrete, alcaide de Mazalquivir, hicieron muchas cosas en los moros. Fué la matanza tal que allí se hizo, que á poco rato no vimos más moros.

Lúnes á la pasada del rio del Ziz, se mostraron sobre un cerro hasta 100 lanzas de alárabes, muy galanes y con semblante de pelear, juntos encima del cerro. Su Señoría mandó soltar dos piezas de artillería, y si mi vista no fué engañada, ellos dieran los caballos por no se haber hallado allí. Fué tal el espanto, que aquel dia no vimos más moros.

Vinimos aquella noche á alojarnos á unos llanos lantiscales, donde tuvimos leña, y nos dieron alarma dos veces, y pienso que procedió de tener tan cerca la casa del Morabito. Y otro dia, mártes, de mañana, se mostraron hasta 150 lanzas de alárabes de Meliona, y todavía pensamos que querian pelear, y así se mostraron escaramuzando. Estos son los alárabes de la

sierra de Arba. Mas su Señoría les mandó hacer la salva con cuatro piezas de artillería, y fuéles tan bien, que se pasaron de la otra parte de la laguna grande, que ya dijimos, y así nos dejaron el camino bien ancho; y si la verdad quisieran decir, ménos fueron que vinieron; y D. Francisco de Córdoua y D. Mendo de Benavides Ilamaron con las adaragas para escaramuzar, prometiéndoles que no tirarian tiro ni arcabuz ni escopeta, sino que viniesen con seguro desto, mas no quisieron esperar, aunque todavía dejaron prenda, que D. Francisco de Córdoua y D. Mendo de Benavides burlaron á un caballero moro que allí mataron; y los demas pasaron la laguna de la otra parte, y el campo vino marchando su camino hasta un espinar que está entre las dos palmas, donde nos alojamos aquella noche, en la cual descansamos, porque ya no tuvimos quien nos diese alarma.

CAPÍTULO XL.

De cómo el Conde envió los enfermos con su bagaje á Orán, y la compañía que les dió para su camino; y de cómo vino aquella noche D. Martin de Córdoua, hijo del Conde, á ver á su padre.

Luégo, miércoles, de mañana, á las ocho del dia, su Señoría mandó que los enfermos y heridos fuesen llevados á Orán, ellos y su bagaje, que fué buen acopio, que serian hasta 200 personas; y mandó á D. Francisco de Córdoua, su hijo, y al alcaide Luis de Rueda, fuesen en su guarda con toda la gente del campo de Orán, que serian hasta 250 tiradores, porque desde este espinar donde nos alojamos aquella noche hasta la cibdad de Orán hay tres leguas y media. Fué el campo aquella noche á alojarse una legua de Orán, en un palmar, donde tuvimos mucho refresco de vituallas de muchas personas que nos visitaron aquella noche de la cibdad, entre los cuales vino D. Martin de Córdoua, cuarto hijo del Conde, porque este señor quedó en la cibdad de Orán por Gobernador y Capitan, en nombre

de su Señoría del Conde, entretanto que esta sancta jornada su Señoría hizo á Tremecen. Con el cual todos nos regocijamos con su vista. ¿Qué haria su padre viniendo tan victorioso? Yo lo ví que estuvieron padre é hijo gran rato abrazados el uno con el otro, sin se hablar. ¡Oh, venturoso señor, que en todo fuistes dichoso y bien afortunado! No sólo en vencer á los enemigos de la fe, en lo cual tuvo vuestra señoría tan gran ventura, cual nunca caballero en nuestros tiempos ni ántes tuvo; mas aún hizo Dios venturoso y bien afortunado á vuestra señoría en darle cinco hijos, y tales cuales convenia para tan honrado padre y para tan generosa madre; los nombres de los cuales son: D. Alonso de Córdoua, primogénito, y el segundo D. Diego, y el tercero D. Francisco, y el cuarto D. Martin. Siendo éste el cuarto y de tan tierna edad, hizo una cabalgada, en la cual prendió 11 moros y trujo mucho ganado á la cibdad en aquel breve espacio que estuvimos en Tremecen. Hay otro menor que estos, que se llama D. Cárlos.

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