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tros, arrojando lanzas; mas el Conde les dió una mano tal, que bien ternán que contar, porque mataron de aquella arremetida 12 moros de caballo. Señaláronse muchos en esta batalla, y cada uno presumia de ser delantero y primero en herir á los enemigos. Entre estos que se señalaron fué D. Francisco Fernandez de Córdoua, tercero hijo del Conde, el cual hizo cosas monstruosas y dignas de grande memoria, de las cuales dará buen testimonio su lanza, porque aquel dia quedó bien tinta en sangre. Señalóse D. Mendo de Benavides, sobrino del Conde, el cual, como viese tres caballeros moros que habian muerto á un Sargento del capitan Francisco de Acosta, dentro en el olivar, estaban los tres caballeros haciendo gazua en el muerto, arremetió D. Mendo de Benavides y el capitan Juan de Benavides á los tres caballeros, y á todos tres dieron la muerte, sin ninguno dellos escapar. Aquí en este olivar se señaló bien Padilla, el que ya contamos en los capítulos pasados, el cual iba en un caballo rucio quemado que le habia dado el Conde, vestido á la morisca. Tomada licencia del Conde, salió á un caballero moro principal, y el moro, como le vió en el campo, sale á él bien adaragado, y arrójale la lanza al Pa

dilla, y cogióle la ropa con la lanza; y vuelve el Padilla sobre el moro y enristrada su lanza, le encontró por medio el cuerpo, y le echó una braza de lanza de la otra parte, el cual luego cayó en tierra, y despues de caido bajó el cuerpo el Padilla desde encima de su caballo, y le tomó el adaraga, y así con ella vino al Conde, el cual vió todo lo que habia pasado; y en llegando le abrazó y le mandó dar una cota con su falda, muy rica, de la propia persona del Conde, la cual yo le ví vestida por todo el camino hasta Orán. Mostráronse fuera del olivar hasta 3.000 moros á pié; y visto por el Conde, arremete con la gente de caballo, como bravo leon y Capitan muy esforzado, diciendo: <<¡Sanctiago y á ellos!» Mataron tantos dellos cuantos cada uno de á caballo quiso matar. Mostróse en este encuentro el esfuerzo y ánimo grande del Conde, porque iba delante de todos y mató muchos moros. Iba junto con él D. Alonso de Córdoua, su hijo, el cual hizo aquel dia con su lanza sacrificio de muchos dellos. Aquí se señaló Hernan Perez de Pulgar, Señor del Salar, el cual se metió tanto en los moros, que le hirieron de dos lanzadas el caballo. Fué tanta la mortandaz que en los moros se hizo, que pasaron de 450 los

muertos y más de 1.000 los heridos; y esto porque fué gran defensa suya el olivar, que si fuera en lo raso, sin duda, pienso que no hubiera quién llevara la nueva.

Y con la nueva de ser tomado el paso de la puente por D. Martin de Córdoua, dió otro Sanctiago á los moros de nuevo á la retaguardia, y tal, que desde que los moros de la avanguardia que iban al paso de la puente le vieron, volvieron las espaldas y dejaron la demanda de la dicha puente. Eran los moros que pelearon este dia con el Conde los del linaje de Ulet-Harrax, y venia por Capitan dellos Hamet-Çaguer, Capitan del rey de Fez: estos moros venian bien armados de muchas coracinas y armaduras de cabeza. Cuando el Conde llegó á la puenté, regocijóse mucho con D. Martin, al cual halló en ella, y dióle muchos abrazos; y así mandó caminar el ejército hasta un cuarto de legua de la puente, donde se alojó el campo aquella noche, en la cual nos dieron muchas veces alarma. Escribió el rey Abaudila al Conde el pláceme de la victoria; y el judío que trajo la nueva dijo que decian los moros que dieron la batalla: «Estos no son cristianos, sino diablos, porque eran tantas las pelotas que entre nosotros caian, que parescian granizo del cielo.» Otro dia,

viérnes, de mañana, envió Hamet-Çaguer, Capitan desta gente, una carta al Conde, su tenor de la cual es este que se sigue:

CARTA.

Al más esforzado y más venturoso caballero de los cristianos, el conde de Alcaudete, aquel que ha hecho lo que moros ni cristianos no pensaron que pudiera hacer. Sabe que yo he peleado con los portugueses muchas veces, y pelean como hombres; pero vosotros peleais más que hombres. Bueno es vuestro saber, mas mejor es vuestro esfuerzo y pelear, el cual no se puede vencer. Y aunque tenia en mucho lo que habeis hecho, agora que os he probado en el pelear, veo que hareis lo que que quisiéredes, á pesar de todos los moros; y yo os he sido buen enemigo. Sabed que de aquí adelante os seré muy buen amigo, y desto podeis estar cierto, porque deseo vuestra amistad, y compañía de tan esforzada gente.

CAPÍTULO XXXIX.

De la segunda batalla que el Conde hubo á la salida de Tremecen con los moros, y otros reencuentros, así á la pasada del rio del Ziz y Casa del Morabito, como de la Laguna.

Otro dia, viérnes, de mañana, poco más de medio dia, vimos venir por el camino hácia nosotros hasta 60 lanzas, con una bandera colorada cogida. Sabido quién eran, era un caballero moro con sus amigos, el cual supo la nueva de la batalla del Olivar, y dijo que con aquellas 60 lanzas que pudo de presto juntar, venia á servir á su Señoría. El Conde se lo agradesció mucho, y le rogó que fuese á Orán, y que allí él haria todo lo que le cumpliese, como verdadero amigo. Y así, fuimos con mucho placer aquel dia y el sábado sin ver moro ninguno. Domingo, que se contaron 4 de Marzo, y cuarto Domingo de Cuaresma, cuando se cantaba el Evangelio de los cinco panes, á las ocho horas de la mañana, salieron unos moros á un cerro á darnos los gritos acostumbrados, y serian hasta 1.000 dellos. Visto esto

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