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VIAJE A LA MECA.

(Informe rendido por M. Gervais Courtellemont á la Sociedad de Geografía de París.)

Traducción del Socio CARLOS ROUMAGNAC

E

N la sesión celebrada por la Sociedad de Geografía de París, el día 7 de Diciembre del año próximo pasado, M. Gervais Courtellemont hizo un resumen del viaje que efectuó á la Meca, y del cual insertamos á continuación el extracto, traduciendo la parte conducente del acta publicada en el Boletín de la Corporación antes citada.

Para dar idea de la importancia de ese viaje, basta decir que M. Courtellemont ha sido el segundo francés que ha logrado realizar una excursión tan llena de peligros y visitar una ciudad de la que se vuelve difícilmente, y, por consecuencia, de la cual se tienen apenas los conocimientos vagos y no bien detallados que se han podido reunir á costa de grandes esfuerzos.

Hé aquí el resumen á que hicimos referencia:

M. Gervais Courtellemont comienza por manifestar que no conoce mayor honra para un francés que la de saberse encargado de una misión en el extranjero, por modesta que ella sea; pues parece que se lleva consigo algo de Francia, y esto basta para infundir aliento.

«He procurado-dice el viajero-cumplir celosamente la misión que para el Gran Jerife de la Meca me confió el señor Gobernador general de Argelia.

«El testimonio de su satisfacción y la acogida que aquí me dais, compensan ampliamente mis penas....

«Si conseguí un feliz éxito en mi difícil empresa, lo debo sobre todo á mi compañero de viaje Hadj Akli.

«Hadj Akli es un argelino que desde su juventud sirvió á Francia lealmente. Fué primero alumno de la escuela de grumetes indígenas, fundada por el Mariscal Bugeaud, y después sirvió durante diez años en la marina francesa.

«Desde entonces no ha dejado de viajar y acaba de hacer conmigo su vigésimaprimera peregrinación á la Meca. El fué quien venció mis últimas vacilaciones jurándome que no volvería sin mí, y ya veis que cumplió su palabra.

«¿Cuáles son, se me preguntará, los motivos que me decidieron á emprender ese viaje?

«Acaso no ignoreis que desde hace cuatro años vengo publicando una serie de obras ilustradas sobre los países musulmanes. He recorrido sucesivamente Argelia, Túnez, Marruecos y la Andalucía árabe; mi programa se extendió después al Egipto, á la Siria y la Palestina, y espero completar mi obra con la descripción de todo el Oriente contemporáneo.

<< En mi opinión, la Meca, centro intelectual y religioso del Islam, tenía una importancia capital en ese trabajo de conjunto, y como no se me ocultaban las dificultades que había que vencer, resolví intentar ese grande esfuerzo á la edad en que el hombre está en plena posesión de su energía.

«Nos embarcamos Hadj Akli y yo, en Suez. Llevo el vestido de un musulmán pobre y pasajero del puente, mézclome con mis nuevos hermanos, negociantes de Medina ó de Alep, camelleros del Nedj, oficiales subalternos turcos y aun esclavos. Todos vivimos en comunidad durante los tres días que tarda la travesía y llegamos á Djedda.

«Una costa baja, defendida por bancos de corales paralelos á la ribera; una ciudad plana edificada en un desierto árido, y en el horizonte las montañas de Hadda: así apareció Djedda á nuestra vista. Es, en el mar Rojo, el puerto adonde van á desembarcar todos los años los innumerables peregrinos que llegan por la vía marítima. La ciudad tiene 30,000 habitantes próximamente; calles sin empedrar y mal cuidadas, y casas bastante bien construidas; pero lo que

llama sobre todo mi atención, son los hermosos moucharabiehs que adornan así las casas más pobres como las más ricas y todos los edificios públicos.

« Grande es la actividad comercial que reina en el Djedda. Su clima es de los más penosos á causa de la excesiva humedad; el agua es de sabor desagradable y hay que sufrir día y noche la voracidad de innumerables legiones de moscos: en resumen, es el sitio más insoportable que pueda imaginarse.

<< No bien acabo de llegar, cuando me detiene la policía turca que se aprovecha de la ausencia de ni compañero y me agobia á preguntas, de las que me libro con bastante facilidad, gracias á mi pasaporte que me presenta como protegido francés. Estas son las primeras dificultades y en lo adelante van á espiarme noche y día. Nadie nos invita ni á almorzar ni á comer: malísima señal en país árabe donde, como ya sabeis, debe temerse todo mientras no se ha comido el pan y la sal. Trátannos como enemigos; sin embargo, me hago convidar á cenar por un honrado habitante del lugar, Si Ali, con el pretexto de probar pescado de Djedda, que es, á fe mía, exquisito.

«Según parece, estoy muy torpe en el comer. Necesito tomar con los dedos, arroz frito en mantequilla, y decididamente, dejo caer demasiado sobre mis vestidos y sobre las alfombras. El pescado está aderezado con salsas extraordinarias, y á pesar de todo mi valor, no puedo tragar sin beber de cuando en cuando; pero como la costumbre exige que no se beba sino hasta el final de la comida, molesté á todos pidiendo agua, frecuentemente, al esclavo encargado del servicio. En una palabra, allí me conduje como un hombre muy mal educado....

«Vuelyo, pues, muy apesadumbrado viendo cada vez más de cerca las dificultades de mi situación. Hadj Akli, que padece grave enfermedad del hígado y gasta poca indulgencia, me riñe con dureza. -«No eres muy inteligente-me dice;-ni aun siquiera sabes estar en una mesa.»

En fin, que me acuesto lleno de tristeza, y á eso de las once me despierta nuestro anfitrión Si Ali que llama á la puerta. Se le abre, entra, y sin preámbulo, me dice:-« Hermano: inútilmente procuro conciliar el sueño; persígueme una idea y es preciso que te hable. Contra toda mi costumbre, he salido esta noche después de la pues

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