lleve á cabo esta tan útil como necesaria reforma, y que nos convenzamos, una vez por todas, de que el sistema federativo, conve niente y beneficioso mientras se limite á la libre administración de lo que constituye la vida íntima de las entidades coufederadas, es perfectamente nocivo si se pretende llevar la soberanía interior á medidas que afecten lo que es conveniente ó provechoso para la unidad nacional. III Señores, me ha tocado en suerte tener la satisfacción de haber formado el primer cuadro estadístico completo de las rentas pú blicas de toda la nación, y apoyado todo él en documentos oficia les; los datos correspondientes á los años de 89 y 90, se han expurgado ya de algunos de los errores con que aparecieron en el ensayo estadístico que hice en 1891; podría suceder que todavía contuviesen algunos otros, si bien incapaces de alterar sustancialmente los cálculos y los resultados. En cuanto á los datos que se refieren á los años de 91, 92 y 93, se ha cuidado que sean la expresión de la verdad, eliminando todo ingreso virtual y hasta las existencias que de un año para otro presentan los cortes de caja de las oficinas respectivas; creo, pues, que se puede ya tener una confianza en ellos. De cualquiera manera, y aun con ligeras inexactitudes, este trabajo está llamado á servir de término de comparación para los estudios posteriores que los estadistas hagan, respecto á los ingresos generales del país, y está llamado sobre todo á recordar á los mexicanos un período notabilísimo, el más peligroso, sin duda, que nuestra patria ha pasado, y también el más meritorio. No olvidemos que durante estos cinco años hemos visto: nuestra moneda reducida á la mitad de su valor; nuestros campos esterilizados por la sequía y por los hielos prematuros; necesitados de comprar en el extranjero el alimento esencial para nuestro pueblo pobre; nuestra dignidad nacional afectada por he chos que, contra nuestros deseos, parecían estrecharnos á lamentable guerra extranjera; pero á la vez hemos visto que contamos con un Gobierno ilustrado, laborioso y patriota que, con tino especial y laudable prudencia, ha sabido coujurar tantos males; y hemos visto también, ¡cosa rara en nuestros anales! al pueblo me xicano unido como un solo hombre á su Gobierno; deponer sus rencores y pasiones de partido para robustecer la acción oficial que debía salvar la vida y honra de la Nación. México sale de la crisis más fuerte, con su crédito más sólido y atrayéndose más y más las simpatías del mundo entero: el señor general Díaz debe estar muy satisfecho, porque acaso este período sea el más glorioso de toda su brillante carrera. Yo me permito felicitarlo. ANGEL M. DOMÍNGUEZ. DIVISION DECIMAL DE LA CIRCUNFERENCIA SEÑOR PRESIDENTE DE LA SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA: LEVADO por la observación de los progresos que constante mente se hacen en la mayor parte de las ciencias, al conocimiento de que en algunas de ellas se conserva indefinidamente la arbitrariedad de las bases que sirvieron á su primitiva fundación, sin que la filosofía haya puesto aún en claro la conveniencia de modificarlas, haciéndolas entrar en sus racionales dominios, me atrevo á llamar la atención de esta respetable Sociedad sobre los defectuosos medios de que aún nos servimos para el estudio de la Geografía matemática, comunmente llamada Geodesia, que determina la forma, el tamaño y los movimientos del planeta Tierra, demostrándonos su importancia elemental cosmogónica para el conocimiento de los tamaños, distancias y movimientos de muchos de los demás astros. Es indudable que los primeros astrónomos desde 800 años antes de Jesucristo, tuvieron idea de la redondez de la Tierra, y que, por los conocimientos de ellos, Pitágoras y su discípulo Phílolo á los 600 años de la misma éra, aseguraban ya que la Tierra era esféri ca y andaba al derredor del sol. Esos primeros astrónomos se dice que tenían ya determinada la duración del año en 365 días, 5 horas, 31 minutos y 15 segundos, faltando sólo á su cómputo, según las posteriores observaciones, 17′34′′07”. Está también fuera de duda que Eratóstenes, 200 años antes de Jesucristo, con idénticas ideas, inventó el sistema armilar, por medio del cual determinó la oblicuidad de la eclíptica, corroborada luego por el Grande Hiparco; y que efectuó la medida del círculo máximo de la Tierra encontrando 250,000 estadíos de 155092 que son 39.273,000m, faltándole sólo 730*428m conforme á las últimas mensuras. Pero no se sabe, á punto fijo, quién ni por qué hizo la división de ese círculo máximo en grados y minutos, y de los días en horas, minutos, etc., siendo inconsecuente la idea de que Huyghens la efectuara en 1647 de nuestra éra, supuesta su demostrada antigüedad. Mas no es ésta la cuestión que pueda preocuparnos, puesto que para el esclarecimiento de una ciencia y su mayor utilidad, nada importa que sus datos sean muy anteriores ó muy recientes, ni que el uso los deseche ó los consagre por secundarios intereses ó simplemente por incuria. Desde el momento en que el geómetra, es decir, el que mide la tierra, trata de hacer patentes sus procedimientos á los demás, señala un plano á nivel en círculo al derredor de sí, que llama el horizonte: un plano igualmente circular trazado por la aparente carrera del sol, que resulta vertical ó más ó menos inclinado entre la zona llamada intertropical: y otro plano también circular, perpendicular á los dos anteriores, que se llama meridiano. Si su demostración se refiere al plano trazado por la carrera del sol, dividiendo un día la Tierra en partes iguales, á este plano se le llama ecuador, y ese día será equinoccial; es decir, de noches y días iguales en todas partes, y muy á propósito para hacer sus divisiones exactas, pero no ya siguiendo la esencia de las grandes muestras naturales, sino comenzando á ejercer la más lata arbitrariedad. Cierto es que, tomando como puntos cardinales en el horizonte aquel por donde aparece el sol, que se llama el oriente, el contrario por donde desaparece que se llama el poniente, y los otros por donde termina el plano perpendicular del meridiano que se llaman polos norte y sur, queda naturalmente dividida la circunferencia horizontal en cuadrantes, que luego divididos en dos partes iguales cada uno, dan los rumbos intermedios noreste, sureste, nor oeste y suroeste: después divididas en dos cada una de las ocho porciones, dan otros rumbos llamados nornoreste, este noreste, nornoroeste, oeste noroeste, sursureste, este sureste, sursuroeste y oeste suroeste; pero de ahí no puede pasarse sin una dificultosísima complicación, así para expresarse como para entenderse. De lo que resulta necesariamente el arbitrar otras divisiones más inteligibles á la vez que más útiles para cuantos procedimientos científicos estas mismas divisiones tienen que ser los principales elementos. En esta inteligencia y en la de que todos los planos descritos son circunferentes, el trazo de cualquiera de ellos lo da el círculo; y la llamada flor del ocio en él inscrita, da también su división en seis partes iguales que fácilmente se convierten en doce y veinticuatro: bastando esta división para aplicarla al plano circular que marca la carrera aparente del sol, consintiéndose, sin otro motivo, en que esas divisiones sean horas, de las cuales corresponden doce al día y doce á la noche. Para la división de la hora en sesenta minutos, la del minuto en sesenta segundos, y la del segundo en sesenta terceros, no puede presumirse más razón, que la de haber vuelto la mira al exágono 6 y multiplicarlo por 10 para tener partes más pequeñas. Y para la división de los limbos, el cuadrado de 6 igual á 36, multiplicado también por 10 haciendo 360 que se llamaron grados: siguiéndose después para tener partes más pequeñas, la división de cada uno de estos por 6 × 10-60 que se llamaron minutos; y otra división igual de estos y los resultantes considerada ya bastante para hacer todas las medidas posibles: pues computándose minutos terceros, se llega á la alta cifra de 77.760,000, midiendo cada uno en el ecuador 0514,422, si á éste se le dan 40.003,428 metros. No fué, sin embargo, así como se mantuvo siempre la división del día; pues aunque así la usaron los primeros astrónomos indios, y quizá también los astrónomos griegos, estos en lo general sólo contaban diez horas diarias, cuyos nombres eran: |