Imágenes de página
PDF
ePub

co, y no pudo ni supo hacer nada; antes dicen que fué mejor mercader que juez.

De cómo salió Cortés de Méjico contra Cristóbal de Olid. No descansaba Cortés ni cesaba de mostrar con palabras el enojo que dentro el pecho tenia de Cristóbal de Olid, por haberse alzado siendo su hechura y amigo, ni se confiaba de la diligencia de Francisco de las Casas, porque Olid tenia muchos amigos; así que determinó ir allá. Apercibe sus amigos, adereza su partida y publica su determinacion. Los oficiales del Rey le rogaron que dejase aquel viaje, pues importaba mas la seguridad de Méjico que la de Higueras, y no diese ocasion que con su ausencia se rebelasen los indios, y matasen los pocos españoles que quedaban; ca, segun entendian, no estaban muy fuera dello, porque siempre andaban llorando la muerte de sus padres, la prision de sus señores y su captiverio; y que perdiéndose Méjico, se perdia toda la tierra; y que mas le temian y acataban á él solo que á todos juntos; y que á Cristóbal de Olid, ó el tiempo ó Francisco de las Casas ó el Emperador lo castigaria. Allende desto, le dijeron que era un camino muy largo, trabajoso y sin provecho, y que ir era mover guerra civil entre españoles. Cortés respondia que dejar sin castigo aquel era dar á otros ruines causa de hacer otro tanto; lo cual él temia mucho, por haber muchos capitanes por la Nueva-España derramados, que por ventura se le desacatarian, tomando ejemplo de Cristóbal de Olid, y que harian excesos en Ja tierra, por do se rebelase todo, y no bastase después él ni ellos ni nadie á cobralla. Ellos entonces le requirieron de parte del Emperador que no fuese, y el prometió que no iria sino á Coazacoalco y otras provincias por allí rebeladas; y con tanto, se eximió de los ruegos y requerimientos, y aprestó su partida, aunque con mucho seso; porque, como dél colgaban todos los negocios y el bien ó mal de la tierra, tuvo bien qué pensar y qué proveer. Ordenó muchas cosas tocantes á su gobernacion; mandó que la conversion de los indios se continuase con todo el calor posible y necesario; escribió á los concejos y encomenderos que derribasen todos los ídolos; dió repartimientos á los oficiales del Rey y á otros muchos, por no dejar á nadie descontento; dejó por sus tenientes de gobernadores á Alonso de Estrada, tesorero, y al contador Rodrigo de Albornoz, que le parescieron hombres para ello; y al licenciado Alonso Zuazo para en las cosas de justicia ; y porque Gonzalo de Salazar y Peralmindez Chirino no se sintiesen de aquello, llevólos consigo. Dejó á Francisco de Solís por capitan de la artillería y alcaide de las atarazanas, y muy bien proveidos los bergantines, y muchas armas y municion, por si algo aconteciese. Acordó llevar con él todos los señores y principales de Méjico y Culúa que podian alterar la tierra y causar algun bullicio en su ausencia, y entre ellos fueron el rey Cuahutimoc, Couanacochcin, señor que fué de Tezcuco; Tetepanque Zatl, señor de Tlacopan; Oquici, señor de Azcapuzalco, Xihuacoa, Tlacatlec, Mexicalcinco, hombres muy poderosos para cualquiera revolucion, estando presentes. Ordenado pues todo esto, se partió Cortés de Méjico por octubre de 1524 años, pensando que todo se haria

bien; pero todo se hizo mal, sino fué la conversion de indios, que fué grandísima y bien hecha, segun después largamente dirémos.

á

De cómo se alzaron contra Cortés en Méjico sus tenientes. Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz comenzaron luego en saliendo Cortés de la ciudad á tener puntillos y resabios sobre la precedencia y mando; y un dia, estando en ayuntamiento, llegaron á echar mano á las espadas sobre poner un alguacil, y poco a poco vinieron á no hacer como debian su oficio. El cabildo lo escribió á Cortés por dós ó tres veces; y como las cartas le tomaban por el camino, no proveia de remedio, mas de escrebirles reprehendiéndoles su yerro y desatino, y apercibiéndolos que si no se enmendaban y conformaban, que les quitaria el cargo y los castigaria. Ellos ni aun por eso no perdian sus pasiones, antes crecian las rencillas y el odio; ca Estrada, que presumia de hijo de rey, despreciaba al Albornoz, y Albornoz, como era, presumia de tan honrado, no se dejaba hollar. Perseverando pues ellos en su discordia, y avisando á Cortés la ciudad muy apriesa para que tornase á poner remedio en aquello y á apaciguar á los vecinos, así indios como españoles, que con el alboroto de aquellos dos estaban desasosegados, acordó, por no dejar su camino y empresa, de dar al fator Gonzalo de Salazar y al veedor Peralmindez Chirino de Ubeda igual poder que los otros tenian, para que, no afrentando á ninguno, gobernasen todos cuatro. Dióles asimismo otro poder secreto para que ellos dos solos, juntamente con el licenciado Zuazo, fuesen gobernadores, revocando y suspendiendo al Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz, si les parescia que convenia, y los castigasen si tenian culpa. Deste poder secreto que Cortés les dió á buena fin, resultó gran odio y revueltas entre los oficiales del Rey, y nació una guerra civil, en que murieron hartos españoles, y estuvo Méjico para perderse. Salazar y Chirino tomaron los poderes y ciertas instrucciones; despidiéronse de Cortés en la villa del Espiritu Santo, aunque no en la gracia, y volviéronse á Méjico. No curaron de gobernar juntamente con los otros, sino solos; hicieron su pesquisa é informacion contra ellos, y prendiéronlos. Enviaron preso al licenciado Alonso Zuazo, encima de una acémila y con grillos y cadena á la Veracruz, para que allí le metiesen en una nao y le llevasen á Cuba á dar cuenta de cierta residencia; y tras esto, hicieron otras cosas peores que Estrada y Albornoz; y como si no hubiera rey ni Dios, ansí se habian con todos los que no andaban á su sabor; y pensando que Cortés no volviera jamás á Méjico, y por demasiada codicia, aunque publicaban ellos ser para servicio del Emperador, prendieron á Rodrigo de Paz, primo y mayordomo mayor de Cortés, y alguacil mayor de Méjico. Diéronle tormento cruelísimamente para que dijese del tesoro, y como no confesaba, ca no sabia dél ni lo habia, ahorcáronle, y tomáronse las casas de Cortés, con la artillería, armas, ropa, y todas las otras cosas que dentro estaban : cosa que paresció muy mal á toda la ciudad. Por lo cual fueron después condenados á muerte, aunque no ejecutados, de los oidores y licenciados Juan de Salmeron, Quiroga, Ceinos y Maldona

[ocr errors][ocr errors]

estaban en Medellin, porque no tuviesen en qué enviará España relaciones, como él decia, falsas, mentirosas y perjudiciales; pero el fator Salazar, que era mañoso, lo prendió, juntamente con Gil Gonzalez; procedió contra ellos por la muerte de Cristóbal de Olid, por la inobediencia y desacato que le tuvo por lo de las naos, y porque era gran contraste para sus pensamientos. Condenólos á muerte, y si no fuera por buenos rogadores, los degollara, aunque habian apelado para el Emperador. Todavía los envió presos á España, con el proceso y sentencia, en una nao de Juan Bono de Quexo. Envió asimesmo doce mil castellanos en barras y joyas de oro con Juan de la Peña, criado suyo; pero quiso la fortuna que se hundiese aquella carabela en la isla del Fayal, que es de los Azores una; y así se perdieron las cartas, procesos y escrituras, y se salvaron los hombres y el oro.

do, estando por presidente Sebastian Ramirez de Fuenleal, obispo de Santo Domingo, y por el consejo de Indias en España; y mucho después los condenó la mesma audiencia de Méjico, siendo virey don Antonio de Mendoza, á pagar la artillería y todo lo al que tomaron de casa de Cortés. Quedaron los buenos gobernadores con esto tan disolutos como asolutos; y estando las cosas así, se rebelaron los de Huaxacac y Zoatlan, y mataron cincuenta españoles y ocho ó diez mil indios esclavos que cavaban en las minas. Fué allá Peralmindez con docientos españoles y ciento á caballo; y por la guerra que les dió, se acogieron en cinco ó seis peñoles, y al cabo se recogieron á uno muy fuerte y grande, con toda su ropa y oro. Chirino los cercó, y estuvo sobrellos cuarenta dias; porque los del peñol tenian una gran sierpe de oro, muchas rodelas, collares, moscadores, piedras y otras ricas joyas; mas ellos una noche, sin que él los sintiese, se fueron con todo su tesoro. Gonzalo de Salazar se hizo pregonar en Méjico públicamente y con trompetas por gobernador y capitan general de aquellas tierras de la Nueva-España. Andando la cosa tal, avisaron á Cortés para que viniese con el capitan Francisco de Medina, al cual mataron los de Xicalanco cruelisimamente; ca le hincaron muchas rajuelas de teda por el cuerpo, y lo quemaron poco a poco, haciéndole andar al rededor de un hoyo, que es cerimonía de hombre sacrificado; y mataron con él otros españoles é indios que le guiaban y servian. Fué tras Medina Diego de Ordás con gran priesa, por Cortés, y como supo la muerte que le dieron, volvióse; y porque no le tuviesen por cobarde, ó pensando que fuese muerto tambien á manos de indios, dijo que Cortés era muerto; que causó gran parte del mal. Con lo cual, y por malas nuevas que venian de los muchos trabajos y peligros en que Cortés y los de su compañía andaban, lo creia casi toda la ciudad; y así, muchas mujeres hicieron obsequias á sus maridos, y al mesmo Cortés le hicieron tambien ciertos parientes, amigos y criados suyos, las honras como á muerto. Juana de Mansilla, mujer de Juan Valiente, dijo que Cortés era vivo: vino á oidos de Gonzalo de Salazar, y mandóla azotar por las calles públicas y acostumbradas de la ciudad; dislate que no lo hiciera un modorro; mas Cortés cuando vino restituyó á esta mujer en su honra, llevándola á las ancas por Méjico y llamándola doña Juana; y en unas coplas que después hicieron, á imitacion de las del Provincial, dijeron por allá que le habian sacado el don de las espaldas, como narices del brazo. Estaban á la sazon seis ó siete naos de mercaderes en Medellin, que, á fama de las riquezas de Méjico, eran idas á vender sus mercaderías. Gonzalo de Salazar y todos los otros oficiales del Rey querian enviar en ellas dineros al Emperador, que era el toque de su negocio, y escrebir al consejo y á Cobos en derecho de su dedo; pero no faltó quien se lo contradijese, diciendo que no era bien aquello sin voluntad y cartas del gobernador Fernando Cortés. Llegó en esto Francisco de las Casas con Gil Gonzalez de Avila; y como era caballero, hombre altivo, animoso, y cuñado de Cortés, opúsose muy recio contra ellos, y aun atropellólos un dia, maltratando á Rodrigo de Albornoz, y envió luego á quitar las áncoras y velas ú las naos que

La prision del fator y veedor.

Estando pues Gonzalo de Salazar trunfando desta manera en Méjico, y Peralmindez Chirino sobre el peñol que dije de Zoatlan, llegó á la ciudad Martin Dorantes, mozo de espuelas de Cortés, con muchas cartas y con poderes del Gobernador, para que gobernasen Francisco de las Casas y Pedro de Albarado, y removiesen del cargo y castigasen al fator y veedor. Entróse en Sant Francisco, sin ser de nadie visto; y como supo de los frailes que Francisco de las Casas era llevado preso á España, llamó secretamente à Rodrigo de Albornoz y Alonso de Estrada, y dióles las cartas de Cortés. Ellos, en leyéndolas, llamaron todos los de la parcialidad de Cortés, los cuales eligieron luego al Alonso de Estrada por lugarteniente de Cortés, en nombre del Emperador, por no estar allí tampoco Pedro de Albarado ni Francisco de las Casas, à quien los poderes venian. Divulgóse luego por toda la ciudad que Cortés era vivo, y hubo grande alegría; y todos salian de sus casas por ver y hablar al Dorantes. Con el regocijo de tan buenas nuevas parecia Méjico otro del que hasta allí. Gonzalo de Salazar temió valientemente el furor del pueblo. Habló á muchos, segun la necesidad que tenia, para que no le desamparasen. Asestó la artillería á la puerta de las casas de Cortés, donde residia, después que ahorcó á Rodrigo de Paz, y hízose fuerte con hasta docientos españoles. Alonso de Estrada con todo su bando fué á combatirle la casa. Como aquellos docientos españoles les vieron venir á toda la ciudad sobre sí, y que era mejor acostarse á la parte de Cortés, pues era vivo, que no tener con el fator, y por no morir, comenzaron á dejarle y descolgarse por las ventanas á unos corredores de la casa; y de los primeros que se descolgaron fué don Luis de Guzman; y no le quedaron sino doce ó quince, que debian ser sus criados. El fator no por eso perdió el ánimo; antes, de que vido que todos se le iban, esforzó á los que le quedaban, y púsose á resistir, y él mesmo pegó fuego con un tizon á un tiro; pero no hizo mal, porque los contrarios se abrieron al pasar de la pelota. Arremetió tras esto Estrada y su gente, y entraron y prendieron al fator en una cámara, donde se retiró. Echáronle una cadena, lleváronlo por la plaza y otras calles, no sin vituperio é injuria, para que todos lo vie

él hubiese muerto á Cortés, como lo trataba por el camino, segun después se dirá.

sen; metiéronlo en una red, y pusiéronle muy buena guarda, y después se pasaron á la mesma casa el Estrada y Albornoz. Estrada derechamente le fué contrario, mas Albornoz anduvo doblado, porque afirman que se salió de Sant Francisco, y habló al fator, prometiéndole que ni seria contra él ni con él, sino en poner paz. Y á la vuelta topó al Estrada, que venia á combatir la casa, y hizo que le apeasen de la mula y le diesen caballo y armas para sí y para sus criados, porque paresciese fuerza si el fator vencia. Peralmindez Chirino dejó la guerra que hacia, de que supo cómo Cortés era vivo, y revocado su poder de gobernador; y caminó para Méjico cuanto mas pudo por ayudar con su gente á su amigo Gonzalo de Salazar; mas antes que llegase supo cómo ya estaba preso y enjaulado, y fuése á Tlaxcallan, y metióse en Sant Francisco, monesterio de frailes, pensando guarecer allí y escapar de las manos de Alonso de Estrada y bando de Cortés; empero luego que se supo en Méjico enviaron por él, y le trajeron y metieron en otra jaula cabe su compañero, sin que le valiese la iglesia. Con la prision destos dos cesó todo el escándalo, y gobernaban Estrada y Albornoz en nombre del Rey y del pueblo muy en paz, aunque aconteció que ciertos amigos y criados de Gonzalo de Salazar y Peralmindez se hermanaron y concertaron de matar un dia señalado al Rodrigo de Albornoz y Alonso de Estrada, y que las guardas soltasen entre tanto los presos. Mas como tenian las llaves los mesmos gobernadores, no se podia efectuar su concierto sin hacer otras; porque romper las jaulas, que eran de vigas muy gruesas, era imposible sin ser sentidos y presos. Así que dan parte del secreto, prometiéndole grandes cosas, á un Guzman, hijo de un cerrajero de Sevilla que hacia vergas de ballesta. El Guzman, que era buen hombre y allegado de Cortés, se informó muy bien quiénes y cuántos eran los conjurados, para denunciarlos y ser creido. Prometióles llaves, limas y ganzúas para cuando las pedian, y rogóles que cada dia le viesen y avisasen de lo que pasaba, porque se queria hallar en librar los presos; no los matasen. Aquellos se lo creyeron, de necios y poco recatados, é iban y venian á su tienda muchas veces. El Guzman descubrió el negocio á los gobernadores, declarando por nombre á los concertados, los cuales luego pusieron espías, y hallaron ser verdad. Dieron mandamiento para prender los del monipodio. Presos confesaron ser verdad que querian soltar á sus amos y matar á ellos; y así, fueron sentenciados. Ahorcaron á un Escobar y á otros, que era la cabeza. A unos cortaron las manos, á otros los piés, á otros azotaron, á muchos desterraron, y en fin, todos fueron bien castigados; y con tanto, no hubo de allí adelante quien revolviese la ciudad ni perturbase la gobernacion de Alonso de Estrada. Así como digo pasó esta guerra civil de Méjico entre españoles, estando ausente Fernando Cortés; y levantáronla oficiales del Rey, que son mas de culpar. Y nunca Cortés salió fuera que soldado suyo saliese de su mandado y comision, ni hubiese la menor alteracion de las pasadas. Fué maravilla no alzarse los indios entonces, que tenian aparejo para ello, y aun armas, bien que dieron muestra de hacerlo; mas esperaban que Cualiutimoc se lo enviase á decir cuando

La gente que Cortés llevó á las Higueras. Luego que Cortés despachó á Gonzalo de Salazar y á Peralmindez desde la villa del Espíritu Santo con poderes para gobernar en Méjico, hizo saber á los señores de Tabasco y Xicalanco cómo estaba allí y queria ir cierto camino; que le enviasen algunos hombres pláticos de la costa y de la tierra. Luego aquellos señores le enviaron diez personas de las mas honradas de sus pueblos, y mercaderes, con el crédito que de costumbre tienen; los cuales, después de haber muy bien entendido el intento de Cortés, le dieron un debujo de algodon tejido, en que pintaron todo el camino que hay de Xicalanco hasta Naco y Nito, donde estaban españoles, y aun hasta Nicaragua, que es á la mar del Sur, y hasta donde residia Pedrarias, gobernador de Tierra-Firme; cosa bien de mirar, porque tenia todos los rios y sierras que se pasan y todos los grandes lugares y las ventas á do hacen jornada cuando van á las ferias; y le dijeron cómo, por haber quemado muchos pueblos los españoles que andaban por aquella tierra, se habian huido los naturales á los montes; y así, no se hacian las ferias como solian en aquellas ciudades. Cortés se lo agradeció, y les dió algunas cosillas por el trabajo y por las nuevas de lo que buscaba, y se maravilló de la noticia que tenian de tierra tan lejos. Teniendo pues guia y lengua, hizo alarde, y halló ciento y cincuenta caballos y otros tantos españoles á pié muy en órden de guerra, para servicio de los cuales iban tres mil indios y mujeres. Llevó una piara de puercos, animales para mucho camino y trabajo, y que multiplican en gran manera. Metió en tres carabelas cuatro piezas de artillería que sacó de Méjico, mucho maíz, frísoles, pescados y otros mantenimientos, muchas armas y pertrechos y todo el vino, aceite, vinagre y cecinas que tenia traidas de la Veracruz y de Medellin. Envió los navíos que fuesen costa á costa hasta el rio de Tabasco, y él tomó el camino por tierra, con pensamiento de no desviarse mucho de la mar. A nueve leguas de la villa del Espíritu Santo pasó un gran rio en barcas, y entró en Tunalan; y otras tantas leguas mas adelante pasó otro rio, que llaman Aquiauilco, y los caballos á nado. Topó después otro tan aucho, que porque no se le ahogasen los caballos hizo una puente de madera, no media legua de la mar, que tuvo novecientos y treinta y cuatro pasos. Fué obra que maravilló los indios, y aun que los cansó. Llegó á Copilco, cabeza de la provincia; y en treinta y cinco leguas que anduvo atravesó cincuenta rios y desaguaderos de ciénagas y otras casi tantas puentes que hizo; ca no pudiera pasar de otra manera la gente. Es aquella tierra muy poblada, aunque muy baja y de muchas ciénagas y lagunajos, á causa de ser muy alta la costa y ribera ; y así, tienen muchas canoas. Es rica de cacao, abundante de pan, fruta y pesca. Sirvió muy bien este camino, y quedó amiga y depositada á los españoles, vecinos de la villa del Espíritu Santo. De Anaxaxuca, que es el postrer lugar de Copilco para ir á Ciuatlan, atravesó unas muy cerradas montañas y un rio, dicho Quezatlapan, bien grande, el cual entra

en el de Tabasco, que llaman Grijalva; y por él se proveyó de comida de los carabelones con veinte barquillas de Tabasco, que trajeron docientos hombres de aquella ciudad; con las cuales pasó el rio. Ahogósele un negro, y perdióse hasta cuatro arrobas de herraje, que hicieron harta falta. Creo que aquí se casó Juan Jaramillo con Marina, estando borracho. Culparon á Cortés, que lo consintió teniendo hijos en ella. Huyeron; y en veinte dias que estuvo allí Cortés ni vinieron ni halló quien le mostrase camino, sino fueron dos hombres y unas mujeres que le dijeron cómo el señor y todos estaban por los montes y esteros, y que ellos no sabian andar sino en barcas. Preguntados si sabian á Chilapan, que estaba en el debujo, señalaron con el dedo una sierra hasta diez leguas de allí. Cortés hizo una puente de trecientos pasos, en que entraron muchas vigas de treinta y de cuarenta piés, y pasó una gran ciénaga; que sin pasar agua no se podia salir de aquel pueblo. Durmió en el campo alto y enjuto, y otro dia entró en Chilapan, gran lugar y bien asentado; mas estaba quemado y destruido. No halló en él mas de dos hombres, que lo guiaron á Tamaztepec, que por otro nombre llaman Tecpetlican. Antes de llegar allá pasó un rio, dicho por nombre Chilapan, como el lugar atrás. Ahogóse allí otro esclavo, y perdióse mucho fardaje. Tardó dos dias en andar seis leguas, y casi siempre fueron los caballos por agua y cieno hasta las rodillas, y aun hasta la barriga por muchas partes. El trabajo y peligro que pasaron los hombres fué excesivo, y aína se ahogaran tres españoles. Tamaztepec estaba sin gente y desolado. Todavía reposaron en él los nuestros seis dias. Hallaron fruta, maíz verde en lo labrado, y maíz en grano en silos, que fué harto remedio y refrigerio, segun iban hombres y caballos; y aun cómo pudieron llegar los puercos fué maravilla. De allí fué á Iztapan en dos jornadas por ciénagas y tremedales espantosos, donde se hundian los caballos hasta la cincha. Los de aquel pueblo, como vieron hombres á caballo, huyeron, y tambien porque les habia dicho el señor de Ciuatlan que los españoles mataban cuantos topaban; y aun pusieron fuego á muchas casas. Llevaron su ropilla y mujeres de la otra parte del rio que pasa por el pueblo, y muchos dellos por pasar apriesa se ahogaron. Prendiéronse algunos, que dijeron cómo por el miedo que les habia metido el señor de Ciuatlan habian hecho aquello. Cortés entonces llamó los que traia de Ciuatlan, Chilapan y Tamaztepec, para que le dijesen el buen tratamiento que se les hacia ; y dióles Juego en presencia de aquel preso algunas cosillas, y licencia. que se tornasen á sus casas, y cartas para que mostrasen á los cristianos que por sus pueblos viniesen, porque con ellas estarian seguros. Con esto se alegraron y aseguraron los de Iztapan, y llamaron al señor, el cual vino con cuarenta hombres, y dióse por vasallo del Emperador; y dió largamente de comer á nuestro ejército aquellos ocho dias que allí estuvo. Pidió veinte mujeres, que fueron presas en el rio, y luego se las dieron. Acaesció estando allí que un mejicano se comió una pierna de otro indio de aquel pueblo, que fué muerto á cuchilladas. Súpolo Cortés, y mandólo luego quemar en presencia del señor; el cual quiso entender la

causa, y fuéle dicha, y aun le hizo Cortés un largo razonamiento y serinon, por intérprete, dándole á entender cómo era venido en aquellas partes en nombre del mas bueno y poderoso príncipe del mundo, á quien toda la tierra reconoscia como á monarca, y que así debia hacer él; y que tambien venia á castigar los malos que comian carne de otros hombres, como hacia aquel de Méjico, y á enseñar la ley de Cristo, que mandaba creer y adorar un solo Dios, y no tantos ídolos; y notificar á los hombres el engaño que les hacia el diablo para llevarlos al infierno, donde los atormentase con terrible y perdurable fuego. Declaróle asimesmo muchos misterios de nuestra santa fe católica. Cebóle con el paraíso, y dejóle muy contento y maravillado de las cosas que le dijo. Este señor dió á Cortés tres canoas para enviar á Tabasco por el rio abajo con tres españoles y la instruccion de lo que habian de hacer los carabelones, y de cómo tenian de ir á esperarle á la bahía de la Ascension, y para lievar con ellas y con otras carne y pan de los navíos á Acalan por un estero. Dióle asimesmo otras tres canoas y hombres, que fueron con unos españoles el rio arriba á apaciguar y allanar la tierra y camino, que no fué poca amistad. De aquí comenzaron á ir ruines nuevas á Méjico, y que nunca mas volveria Cortés, por lo cual mostraron luego sus dañadas intenciones Gonzalo de Salazar y Peralmindez.

De los sacerdotes de Tatahuitlapan.

De Iztapan fué Cortés á Tatahuitlapan, donde no halló gente ninguna, salvo veinte hombres, que debian ser sacerdotes, en un templo de la otra parte del rio, muy grande y bien adornado; los cuales dijeron haberse quedado allí para morir con sus dioses, que les decian que los mataban aquellos barbudos, y era que Cortés quebraba siempre los ídolos ó ponia cruces; y como vieron á los indios de Méjico con unos aderezos de los ídolos, dijeron llorando que ya no querian vivir, pues sus dioses eran muertos. Cortés entonces y los dos frailes franciscos les hablaron con las lenguas que llevaban, otro tanto como al señor de Iztapan, y que dejasen aquella su loca y mala creencia. Ellos respondieron que querian morir en la ley que sus padres y abuelos. Uno de aquellos veinte, que era el principal, mostró dó estaba Huatipan, que venia figurado en el paño, diciendo que no sabia andar por tierra. Simpleza harto grande; pero con ella vivian contentos y descansados. Poco después de salido el ejército de allí, pasó una ciénaga de media legua, y luego un estero hondo, donde fué necesario hacer puente, y mas adelante otra ciénaga de una legua; pero como era algo tiesta debajo, pasaron los caballos con menos fatiga, aunque les daba á las cinchas, y donde menos, encima de la rodilla. Entraron en una montaña tan espesa, que no veian sino el cielo y lo que pisaban, y los árboles tan altos, que no se podian subir en ellos, para atalayar la tierra. Anduvieron dos dias por ella desatinados; repararon orilla de una balsa que tenia yerba, porque paciesen los caballos; durmieron y comieron aquella noche poco, y algunos pensaban que antes de acertar á poblado habian de morir. Cortés tomó una aguja y carta de marear que llevaba para semejantes necesidades, y acordándose del paraje

que le habian señalado en Tahuitlapan, miró, y halló que corriendo al nordeste iban á salir á Guatecpan ó muy cerca. Abrieron pues el camino á brazos, siguiendo aquel rumbo, y quiso Dios que fueron derechos á dar en el mesmo lugar, después de muy trabajados; mas refrescáronse luego en él con frutas y otra mucha comida, y ni mas ni menos los caballos con maíz verde y con yerba de la ribera, que es muy hermosa. Estaba el lugar despoblado, y no podia Cortés saber rastro de las tres barcas y españoles que habia enviado el rio arriba, y andando por el pueblo, vio una saeta de ballesta hincada en el suelo, por la cual conoció que eran pasados adelante, si ya no los habian muerto los de allí. Pasaron el rio algunos españoles en unas barquillas; anduvieron buscando gente por las huertas y labranzas, y al cabo vieron una gran laguna, donde todos los de aquel pueblo estaban metidos en barcas é isletas; muchos de los cuales salieron luego á ellos con mucha risa y alegría, y vinieron al lugar hasta cuarenta, que dijeron á Cortés cómo por el señor de Ciuatlan habian dejado el pueblo, y cómo eran pasados ciertos barbudos el rio adelante con hombres de Iztapan, que les dieron certinidad del buen tratamiento que los extranjeros hacian á los naturales, y cómo se habia ido con ellos un hermano de su señor en cuatro canoas de gente armada, para que no les hiciesen mal en el otro pueblo mas arriba. Cortés envió por los españoles, y vinieron luego al otro dia con muchas canoas cargadas de miel, maíz, cacao y un poco de oro, que alegró el ojo á todos. Tambien vinieron de otros cuatro ó cinco lugares á traer á los españoles bastimento, y á verlos, por lo mucho que dellos se decía, y en señal de amistad les dieron un poquito de oro, y todos quisieran que fuera mas. Cortés les hizo mucha cortesía, y rogó que fuesen amigos de cristianos. Todos ellos se lo prometieron. Tornáronse á sus casas, quemaron muchos de sus ídolos por lo que les fué predicado, y el señor dió del oro que tenia.

De la puente que hizo Cortés.

De Huatecpan tomó Cortés el camino para la provincia de Acalan, por una senda que llevan mercaderes; que otras personas poco andan de un pueblo á otro, segun ellos decian. Pasó el rio con barcas; ahogóse un caballo, y perdiéronse algunos fardeles. Anduvo tres dias por unas montañas muy ásperas con gran fatiga del ejército, y luego dió sobre un estero de quinientos pasos ancho, el cual puso en gran estrecho los nuestros, por no tener barcas ni hallar fondo. De manera que con lágrimas pedian á Dios misericordia, ca si no era volando, parescia imposible pasarlo, y tornar atrás, como todos los mas querian, era perescer; porque, como habia llovido mucho, se habian llevado las crecientes todas las puentes que hicieron. Cortés se metió en una barquilla con dos españoles hombres de mar, los cuales sondaron todo el ancon y estero, y por do quiera hallaban cuatro brazas de agua. Tentaron con picas, atadas una á otra, el suelo, y estaba otras dos brazadas de lama y cieno; de suerte que eran seis brazas de hondura, y quitaban la esperanza de fabricar puente. Todavía quiso él probar de hacerla. Rogó á los señores mejicanos que consigo llevaba hiciesen con los indios,

que cortasen árboles, labrasen y trajesen vigas grandes, para hacer allí una puente por do escapasen de aquel peligro. Ellos lo hicieron, y los españoles iban hincando aquellas maderas por el cieno, puestos sobre balsas, y con tres canoas, que mas no tenian; pero érales tanto trabajo y mohina, que renegaban de la puente y aun del capitan, y murmuraban terriblemente dél por los haber metido locamente adonde no los podria sacar, con toda su agudeza y saber, y decian que la puente no se acabaria, y cuando se acabase serian ellos acabados; por tanto, que diesen vuelta antes de acabar las vituallas que tenian, pues así como así se habia de volver sin llegar á Higueras. Nunca Cortés se vió tan confuso; mas por no enojarlos, no les quiso contradecir, y rogóles que se holgasen y espera sen cinco dias solamente, y si en ellos no tuviese hecha la puente, que les prometia de volverse. Ellos á esto respondieron que esperarian aquel tiempo aunque comiesen cantos. Cortés entonces habló á los indios que mirasen en cuánta necesidad estaban todos, pues forzado habian de pasar ó perecer. Animólos al trabajo, diciendo que luego en pasando aquel estero estaba Acalan, tierra abundantísima y de amigos, y donde estaban los navíos con muchos bastimentos y refresco. Prometióles grandes cosas para en volviendo á Méjico si hacian aquella puente. Todos ellos, y los señores principalmente, respondieron que les placia, y luego se repartieron por cuadrillas. Unos para coger raíces, yerbas y frutas de monte que comer, otros para cortar árboles, otros para labrallos, otros para traellos, y otros para hincallos en el estero. Cortés era el maestro mayor de la obra, el cual puso tanta diligencia y ellos tanto trabajo, que dentro de seis dias fué hecha la puente, y al séptimo pasaron por encima della todo el ejército y caballos; cosa que paresció no sin ayuda de Dios obrada, y los españoles se maravillaron muy mucho y aun trabajaron su parte, que aunque hablan mal, obran bien. La hechura era comun, mas la maña que los indios tuvieron fué extraña. Entraron en ella mil vigas de ocho brazas en largo y cinco y seis palmos de gordor y otras muchas maderas menores y menudas para cubierta. La atadura fué de bejucos, que clavazon no hubo, sino de clavos de ferrar y clavijas de palo por algunos barrenos. No duró la alegría que todos llevaban por haber pasado á salvo aquel estero, ca luego toparon una ciénaga muy espantosa, aunque no muy ancha, donde los caballos, quitadas las sillas, se sumian hasta las orejas, y cuanto mas forcejaban, mas se hundian, de manera que allí se perdió del todo la esperanza de escapar caballo ninguno. Todavía les metian debajo los pechos y barrigas haces de rama y de yerba en que se sostuviesen, lo cual aunque aprovechaba algo, no bastaba. Estando así, abrióse por medio un callejon por do acanaló la agua, y por allí salieron á nado los caballos, pero tan fatigados, que no se podian tener en piés. Dieron gracias á nuestro Señor por tan grandes mercedes como les habia hecho; que sin caballos quedaban perdidos. Estando en esto llegaron cuatro españoles que habian ido delante, con ochenta indios de aquella provincia de Acalan, cargados de aves, fruta y pan, con que Dios sabe cuánto se holgaron todos, mayormente cuando dijeron que Apoxpalon, señor de

« AnteriorContinuar »