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plo á aquellos hombres tímidos y espantadizos, que deslumbrados por una supersticiosa ignorancia, condenan el estudio de la naturaleza, como si el Criador no la hubiese expuesto á la contemplacion del hombre para que viese en ella su poder y su gloria, que predican á todas horas los cielos y la tierra. Entonces sí que podréis confundir mas bien à aquellos espíritus altaneros é impíos, baldon de la sabiduría y de su misma especie, que solo escudriñan la naturaleza para atribuirla al acaso ó abandonarla al gobierno de un ciego y necesario mecanismo, usando solo, ó nas bien abusando, del privilegio de su razon para degradarla bajo del nivel del instinto animal. Entonces sí que subiendo contínuamente de la contemplacion de la naturaleza á la de vuestro ser, y de esta á la del Ser supremo, y adorando en espíritu á este Ser de los seres, Ser infinito, que existe por sí mismo y que es principio y término de toda existencia, perfeccionaréis el conocimiento de los grandes objetos en que está cifrada toda la humana sabiduria: Díos, el hombre y la naturaleza.

TRONUNCIADO EN LA ACADEMIA DE SAN FERNANDO

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EXCELENTÍSIMO SEÑOR: EStoy persuadido á que en este instante la mayor parte de los ilustres concurrentes que están á nuestra vista tendrá ocupada su atencion, aun mas que en la novedad del objeto que nos ha congregado, en la desproporcion del orador escogido para hablar en su presencia. Despues de haber oido otras veces en este mismo sitio à tantos individuos de nuestro cuerpo ensalzar con floridos y brillantes discursos el mérito y la excelencia de las bellas artes, ¿quién es este, dirán, que desde el foro viene á consagrar su estéril y desaliñada elocuencia á un objeto tan nuevo para él y peregrino?

Y a la verdad, señores, ¿qué hay de comun entre los sérios y profundos estudios de un magistrado

y el sublime y delicado conocimiento de las bellas artes? Mi

espíritu se turba y se confunde al contemplar que Ciceron, el mas elocuente jurisconsulto que admiró la antigüedad, se hallaba en un país desconocido cuando, para acusar a Verres de sus robos en la pretura de Sicilia, tuvo que hablar de los artistas y las artes, y que el mismo Verres, que se preciaba de tener un fino y delicado gusto para discernir sus bellezas, se burlaba de la impericia de su acusador y de sus jueces, y los baldonaba con el título de ignorantes é idiotas (1).

Pero si este ejemplo me debe llenar de confusion, ¡cuánto mas deberá turbarme la alteza y dignidad del objeto que nos ha congregado! Cuando le examino de propósito, ¡qué cúmulo de singulares circunstancias no hallo reunidas en él! Este es aquel dia que el celo de nuestros mayores consagró al desempeño de la mas importante y provechosa obligacion de nuestro instituto; el dia en que sentada la justicia entre nosotros, corona con una mano á los tiernos atletas que han lidiado mas diestramente en el certamen de aplicacion y de ingenio que les hemos propuesto, y con otra les señala la senda por donde deben caminar hasta la perfeccion; este es, en fin, el dia en que España, y aun las naciones amigas, representadas en los ilustres individuos que honran este circo, vienen á medir el espacio que han corrido las artes hacia la misma perfeccion, y á calcular por él la actividad de nuestra aplicacion y nuestro celo.

¡Qué elocuencia pues será capaz de llenar debidamente un objeto tan grande y tan sublime! Y cuando, ansioso de responder á la confianza con que vuecelencia me distingue, quisiera emplear mi débil voz en alguna materia digna del dia, digna de los oyentes y digna de nuestro mismo instituto, ¿dónde hallaré un asunto en cuya dignidad y riqueza puedan esconderse el desaliño y la pobreza de mis palabras; un asunto, cuya general aceptacion é importancia no deje aparecer la pequeñez del orador?

Acaso el gusto que reina en nuestros dias, el motivo de la presente celebridad y la aceptacion de mis oyentes deberian inclinar mi atencion hácia la parte sublime y filosófica de las artes; estudio que ha ocupado en este siglo, no solo á los sábios artistas, sino tambien à los profundos filósofos. Pero despues que la mas penetrante metafísica ha logrado descubrir los recónditos y sublimes principios del gusto y la belleza, ¿qué podria añadir mi pobre ingenio á lo que han escrito tantos dignos literatos de nuestro tiempo? No, señores; contento con meditar sus observaciones y aplaudir sus descubrimientos, yo no seré tan vano, que aspire á colocar mi nombre y mi reputacion al lado de la suya.

Mi discurso seguirá una senda menos quebrada y peligrosa. El destino de las bellas artes en España, desde su origen hasta el presente estado, será mi único asunto; asunto al parecer trivial y conocido, pero que es todavía capaz de mucha ilustracion. Mas no le trataré como artista ni como filósofo, pues solo hablaré de las artes como aficionado. Atraido de sus encantos, las buscaré atentamente por el campo de la historia, y despues de haberlas encontrado en los tiempos mas lejanos, seguiré cui.

dadosamente sus huellas, sin perderlas de vista hasta llegar á nuestros dias.

Las bellas artes, cultivadas en varios antiguos pueblos desde los siglos mas remotos, promovidas en Grecia desde el tiempo de Pisistrato, y elevadas á su mayor perfeccion en el largo gobierno de Péricles, el protector y el amigo de Fidias, se conservaron en todo su esplendor hasta la muerte de Alejandro, amigo tambien de Apéles, protector de Lisipo y digno apreciador de los artistas y las artes.

Las sangrientas turbaciones que agitaron la Grecia despues de la muerte de Alejandro; las feroces guerras de Pirro y de

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Perseo y Mithridates, y la total sujecion de una y otra Grecia al duro yugo de los romanos, acabaron casi del todo con las artes griegas.

Los bellos monumentos de escultura y pintura, de que habia tanta copia en las célebres ciudades del Peloponeso, de Achaya y del Epiro, ó perecieron en los estragos de la guerra, ó fueron trasladados à la triunfante Roma. Desde entonces los artistas griegos pasaron tambien á servir á sus vencedores los romanos, que ya contaban entre sus pasiones el lujo y la aficion de las artes. Pero Roma, ni supo conocerlas ni honrarlas debidamente, ni menos acertó con los medios de fijarlas en su imperio (2).

Primero alteraron los romanos la sencillez de las artes griegas; luego empezaron á gustar de los adornos magníficos, y al cabo perdieron todas las ideas de gusto y proporcion. Sabemos por Plinio (3) que el honor de la pintura no pasó del tiempo de Tiberio, y que en el de Trajano ya la habian desterrado de Roma los mármoles y el oro (4).

La traslacion de la silla imperial á Bizancio en tiempo de Constantino, la ruina de los sepulcros, templos, ídolos, vasos y todos los instrumentos del culto gentilico en el de sus sucesores; la ignorancia, las guerras intestinas, y sobre todo, las irrupciones de los bárbaros del Norte, y su establecimiento en el imperio, acabaron con las artes en todo el mundo culto (5).

Cuando Roma empezó á manifestar alguna pasion por ellas, era ya España una de sus provincias; y á ella, acaso mas que á otra del imperio, extendieron los romanos el influjo de su magnificencia. Por este tiempo se erigieron en España aquellos célebres monumentos, templos, anfiteatros, circos, naumachias, puentes, acueductos y vias militares, cuyas ruinas han sobrevivido al estrago de tantas guerras y al curso de tantos siglos. Pero las irrupciones de los septentrionales hicieron de nuevo á España un teatro de desolación y de ruinas. Mérida, Tarragona, Itálica, Sagunto, Numancia y Clunia ofrecen todavía á los curiosos una idea de la magnificencia romana y del espíritu destructor que animaba á los feroces visigodos.

Aquí seria preciso, señor excelentísimo, interrumpir el curso de nuestra oracion, y pasar de un salto el vacio que nos presenta la historia de los conocimientos humanos. En este vacío se hunden á un mismo tiempo la literatura, las ciencias, las artes, el buen gusto, y hasta el genio criador que las podia reproducir. Parece que cansado el espíritu humano de las violentas concusiones con que le habian afiigido el desenfreno y la barbarie, dormia profundamente, negado á toda accion y ejercicio, abandonando el gobierno del mundo al capricho y la ignorancia.

En el espacio de muchos siglos casi no encontramos las artes sobre la tierra, y si de cuando en cuando divisamos alguno de sus monumentos, es tal, que apenas nos libra de la duda de su existencia; así como aquel rio que despues de haber conducido penosamente sus aguas por sitios pedregosos y quebrados, desaparece repentinamente de nuestra vista, sumido en los abismos de la tierra, y vuelve á brotar despues de trecho en trecho, no ya rico y majestuoso como antes era, sino pobre, desfigurado y con mas apariencias de lago que de rio.

En medio de las tinieblas que cubrian la Europa en esta época triste y memorable, divisamos á España haciendo grandes esfuerzos por sacudir el yugo de la ignorancia, y buscar su ilustracion. En el siglo XII vemos en ella abiertos estudios públicos para la enseñanza de las ciencias y artes liberales; en el xi aparece la lengua castellana despojada de su antigua rudeza, y cubierta ya de esplendor y majestad. Los poetas, los historiadores y los filósofos la cultivan y acreditan; y finalmente, un sábio legislador, á quien deben eternas alabanzas otras ciencias, pro

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