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Tu rostro refulgente,

Tu ardor, tu luz divina

Del hombre serán siempre
Consuelo y alegría..

TRADUCCION DE UN IDILIO
DE MONTESQUIEU

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A poner otra; pero,
Del arco desprendida,
Cayó en su pié, y turbóse,
Porque era la maldita
Flecha la mas pesada
Que en el carcaj habia.
Por fin volvió á cogerla,
Tiróla, y la maligna
Me hirió otra vez el pecho.
<<¿Qué haces, dije, Cefisa?
¿Pretendes, inhumana,
Por fin á mi vida?»
Ella se fué entretanto
Adó el Amor yacia,
En sueño sepultado.
«Está, dijo Cefisa,

De tan frecuentes tiros
Rendido á la fatiga.
Vamos á atar con flores
Sus piés y manecillas.-
No, dije yo, no lo hagas;
Que á su deidad mil dichas
Debemos y favores.—
Pues voy, dijo la ninfa,
A dispararle un dardo
De los que el malo tira,
Con cuanta fuerza pueda.—
Pero ¿no ves, Cefisa,
Que puedes despertarle?-
Y bien, si nos divisa,
¿Podrá hacer otra cosa
Que darnos mas heridas?-
No, no, dije; dejemos
Que duerma sin fatiga,
Y estémonos sentados
Cabe él en compañía,
Para que á nuestras almas
Inflame mas su vista.>>
Entonces recogiendo,
De mirtós que allí habia
Y rosas, muchas hojas,
«Voy, prosiguió Cefisa,
Voy á tapar del niño
El cuerpo y la carita,
Para que cuando vengan
Los juegos y las risas
En busca dél, no le hallen.»>
Echóselas encima,
Y luego la taimada
Se holgaba y se reia
De ver que al Diosecillo

Del todo le cubrian.
«Pero ¿qué es esto que hago?
No, no, dijo Cefisa,
Cortémosle las alas,

Que así no habrá en la vida
Mas hombres inconstantes,
Porque este se ejercita
En inspirar á todos
Mudanzas y perfidias.>>
Dicho esto, saca luego
Sus tijeras la ninfa;
Sentóse, y con gran tiento
Asió las puntecillas
De las doradas alas
Del Dios, que aun dormia.
Yo entre tanto, sintiendo
Mi alma conmovida,
De susto y temor lleno,
«Tente,» dije á Cefisa;
Mas ella, sin oirme,
De las alas divinas
Las puntas corta; suelta
Las tijeras deprisa,
Y huyendo del castigo,
Salvarse solicita.
Cuando á volar, despierto,
El Dios se disponia,
Sintió un peso que nunca
En sí sentido habia.
Luego sobre las flores
Notó que relucian
Las puntas de las alas,
Y echó á llorar. Su cuita
Vió del Olimpo Jove,
Y envió una nubecilla
Que al Dios llevase á Gnido,
Hasta posarlo encima
Del seno de su madre.
Al verla, «¡Ay, madre mia!
La dijo, antes de ahora
Mis alas se movian;
Pero me las cortaron;
¿Qué haré con tal desdicha?-
No llores, hijo mio,
La alma Vénus decía;
Estáte aquí en mi seno,
No te muevas y aflijas;
Que ellas irán creciendo
Con el calor. ¿No miras
Cómo ya son mas grandes?
Abrázame, alma mia;

Que luego serán tales
Como antes las tenias.
¿Vés cómo ya las puntas
Doradas se divisan?
¡Eh! Ya han crecido; vuela,
Vuela, hijo de mi vida.—
Sí, dijo el Dios; probemos
Si puedo cual solia.»>
Voló en efecto un poco,
Y se posó deprisa
Cabe su linda madre;
De allí revoló encima
Del pecho de la Diosa,
Que le hizo mil caricias;
Luego con nuevo brio
Movió las alecillas,
Y se posó mas léjos,
Volviendo todavía
Al seno de su madre.
Allí abrazó á la Diva,
Y ella de su contento
Gozosa se sonria.
Repitió sus abrazos,

Sus juegos y caricias,
Hasta que al fin volando
Subió sobre la limpia
Region del aire, donde
Reina con fuerza altiva
Sobre cuanto en el orbe
Naturaleza cria.

Amor despues, queriendo
Vengarse de Cefisa,
La hizo la mas voltaria
De todas las bonitas.
Con una nueva llama
La enciende cada dia:
Primero á mí me quiso,
A poco tiempo ardia
Por Dáfnis, y al presente
Ya por Cleon suspira.
¿No ves, amor tirano,
Que soy yo á quien castigas?
Pronto á sufrir la pena
Estoy de tu osadía;
Mas no con los desprecios,
Oh Dios, cruel me aflijas.

A UN SUPERSTICIOSO

¿Por qué consultas, dime,
Con las estrellas, Fabio,
Y vas en sus mansiones
Tu horóscopo buscando?
¿Son ellas por ventura
A quienes fué encargado
Dar principio á tus dias
O término á tus años?
Las vidas de los hombres
No penden de los astros;
Que en el Olimpo tienen
Moderador mas alto.
Aquel gran Ser, que supo
Con poderosa mano -
Los orbes cristalinos
Sacar del hondo cáos;
Que enciende el sol, y guia
Su luminoso carro;

Que mueve entre las nubes,
De estruendo y furia armado,
Su coche, y forma el trueno;
Que vibra el fuerte rayo,
Refrena el viento indócil
Y aplaca el mar turbado;

Aquel es de tu vida
El dueño soberano,
Y él solo en sí contiene
la suma de tus años.
Implórale, y no fies
Tu dicha á los arcanos
Del tiempo, ni al incierto
Compás del astrolabio.
Implórale, y no alces
Tus ojos al zodiaco;
Que á sus constelaciones
Del hombre no ligaron
Las dichas ni el contento
Con ciega ley los hados.
Implórale, y ahora
Escrito esté el amargo
Momento de tu muerte
Sobre el fogoso Tauro;
Ora, por las pleyadas
No visto, de Acuario
Guardado esté en la urna,
Respeta de su brazo
La fuerza omnipotente,
Y adórala postrado;

Que no de los planetas
Ni los volubles astros

Pendiente está tu vida,
Mas solo de su brazo.

Á UN AMIGO

Pregúntame un amigo

Cómo se habrá de hoy mas con las mujeres;
Y yo á secas le digo

Que, bien que en esto hay varios pareceres,
Ninguno que llegare á conocellas,

Podrá vivir con ellas ni sin ellas.

Á UNA DE LAS QUE EN MADRID LLAMAN COJAS

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Son, Dorotea, bravos picarones.
Si acaso conocieron

Que á tus ojos la luz del bien no llega,
¿No era mejor que te llamasen ciega?

Á UN MAL ABOGADO

Se quejan mis clientes

De que pierden sus pleitos; pero en vano. A mí ¿qué se me da si siempre gano?

Á OTRO QUE GRITABA MUCHO
Ni me fundo en las leyes

Que los sábios de Roma publicaron,
Ni en las que nuestros reyes

Para esplendor de su nacion dejaron;
Mas tengo en los pulmones

Todo el vigor que falta á mis razones.
Á UN MAL PREDICADOR

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