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des ballenatos; cuanto mas quien vió por sus ojos acabar á los de
las islas, como este padre lo vió. Y pues hacemos memoria de los
que la merecieron por haber trabajado fiel y apostólicamente en la
obra de la conversion de los indios, razon será que se haga de quien
entre los otros religiosos, más que otro alguno trabajó y más hizo
por su conservacion y cristiandad. Este fué el obispo de Chiapa
D. Fr. Bartolomé de las Casas, de esta órden del bienaventurado
Santo Domingo, que aun antes de tomar aquel hábito, siendo clérigo
en la isla Española, con cristianísimo y piadoso celo comenzó á
llorar ante la clemencia divina y clamar ante los reyes católicos, poco
antes de su muerte, y de D. Cárlos su nieto, felicísimo Emperador,
gran destruicion y asolamiento que nuestros españoles hacian en
los indios naturales de estas regiones, y despues siendo fraile y
obispo renunció el obispado por hacerse procurador de ellos, asis-
tiendo en corte de sus Majestades por espacio de veinte y dos años,
donde pasando mucha penuria, trabajos y contradicciones, siendo
avisado por algunos de sus frailes, y más por los franciscos habitan-
tes en esta Nueva España, de las vejaciones y daños que se hacian
á los indios recien convertidos, con su buena diligencia fué parte
para que muchos se remediasen, y sobre todo, que se libertasen los
que eran tenidos por esclavos, y que no los hubiese de allí adelante
entre los indios. Y sobre estas materias de su libertad y del buen
tratamiento que se les debia hacer, y lo que nuestros reyes de Cas-
tilla están obligados en su defension y amparo, compuso muchos
tratados en latin y en romance, muy fundados en toda razon y de-
recho divino y humano, como hombre muy leido y docto en todas
buenas letras. Tengo para mí, sin alguna dubda, que es muy parti-
cular la gloria de que goza en el cielo, y honrosísima la corona de
que está coronado por la hambre y sed que tuvo de la justicia y
santísimo celo que con perseverancia prosiguió hasta la muerte, de
padecer por amor de Dios, volviendo por los pobres y miserables
destituidos de todo favor y ayuda. Émulos ha tenido hartos por
haber dicho con desenfado las verdades. Plega á Dios que ellos
hayan alcanzado ante Su Majestad alguna partecilla de lo mucho
que
él alcanzó y mereció, segun la fe que tenemos. Por haberse ex-
tendido mucho esta provincia de Santiago de los padres dominicos,
se divide en dos distintas al tiempo que esto escribo. La principal,
que es la de México, entiendo quedará con el nombre de Santiago,
y la otra con título de S. Hipólito, que ahora se está fraguando
este negocio.

CAPÍTULO II.

De los primeros religiosos de la órden del padre S. Augustin que fundaron su religion en esta Nueva España.

Los primeros religiosos de la órden del bienaventurado Doctor de

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Religiosos primeros de S. Augustin en

la Iglesia S. Augustin que vinieron á esta Nueva España, llegaron á la ciudad de México el año de mil y quinientos y treinta y tres. Vino por su superior Fr. Francisco de la Cruz, que ellos llamaron el venerable, por su mucha santidad y virtud. Fué varon de con- la Nueva España. tinua oracion y devocion y fervor de espíritu y de grande humildad. Trajo seis compañeros, á Fr. Augustin de la Coruña, que despues fué obispo de Popayan en Perú, á Fr. Gerónimo Jimenez de San Estéban, que floreció con grande ejemplo y santidad de vida, á Fr. Juan de San Roman, á Fr. Juan de Oseguera, á Fr. Jorge Dávila, á Fr. Alonso de Soria, varon de mucha doctrina y ejemplo. Á este religioso, predicando en la iglesia mayor de México contra la injusticia de hacer esclavos á los indios, lo hicieron echar del púlpito. Estuvieron estos siete padres en el convento de Santo Domingo cuarenta dias, hasta que les prestaron una casa en la calle de Tlacuba, donde estuvieron algunos dias, y despues, con limosnas que por la ciudad recogieron, compraron una casa en el sitio donde ahora están, que por ser lugar bajo (como México está fundado sobre agua) se les ha hundido por veces lo que tenian curiosa y costosamente edificado (cosa de grandísima lástima); mas con todo esto tienen allí muy suntuosa iglesia y monesterio. Los segundos vinieron el año de treinta y cinco, solos seis, y por superior Fr. Nicolás de Ágreda, que era prior en su convento de Pamplona, y por venir á la conversion de infieles dejó el priorato. Los compañeros fueron Fr. Gil del Peso, Fr. Augustin de Balmaseda, Fr. Pedro de Pamplona, Fr. Juan de Aguirre, Fr. Lúcas del Pedroso. Á estos padres halló en Sevilla que ya venian para acá, Fr. Francisco de la Cruz, que iba á España por mas frailes. Y así el año siguiente de treinta y seis trajo el dicho Fr. Francisco de la Cruz once frailes escogidos, que fueron los terceros, es á saber, Fr. Gregorio de Salazar, Fr. Juan Baptista de Moya (que habian sido nombrados para venir con los primeros), Fr. Diego de San Martin, Fr. Juan de Alva, Fr. Antonio de Roa, Fr. Antonio de Aguilar, Fr. Die

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cos augustinos.

go de la Cruz, Fr. Pedro de Pareja, Fr. Juan de Sevilla, Fr. Augustin de Salamanca, Fr. Juan de San Martin, entre los cuales dió muestra de entera perfeccion y santidad el segundo arriba nombrado Varones apestóli Fr. Juan Baptista, que está enterrado en Guayangareo, ciudad de la provincia de Michuacan, fraile humilimo, paupérrimo, abstinentísimo y de extremada caridad para con todos, y finalmente, procediendo por las demas virtudes que hacen á un hombre santo, se le pueden aplicar en grado superlativo respecto de otros que llamamos virtuosos. Digo esto, porque lo conocí y experimenté su santidad. Juntamente con estos religiosos trajo Fr. Francisco de la Cruz, para leer artes y teología, al maestro que despues tomó el nombre de la Veracruz, que viniendo seglar tomó el hábito para novicio en el puerto y ciudad de la Villarica, que por otro nombre llaman la Veracruz, y de allí le quedó el nombre de Fr. Alonso de la Veracruz. El cual por su mucho ejemplo de vida y ciencia en letras, ilustró y amplió mucho su órden en estas partes, y fué mucho tiempo lector de teología y catedrático de prima en la Universidad de México, y provincial de su órden, y ofreciéndole el obispado de Leon y Nicaragua no lo quiso aceptar. En el año de treinta y nueve, Fr. Juan Estacio, viniendo por superior, trajo otros diez frailes en la cuarta barcada, y entre ellos á Fr. Diego de Bertanillo, gran religioso, al cual conocí siendo provincial andar á pié visitando su provincia (que es bien extendida y de tierras fragosas), aunque á la verdad en aquella sazon y tiempo ningun fraile de las tres órdenes andaba á caballo, sino compelido de manifiesta necesidad. Antes en aquellos tiempos (que fueron principio de la conversion de estos naturales) tuvieron ordenado estatuto estos padres, que por ningunos tiempos los religiosos de su órden en esta tierra recibiesen rentas, ni de los que tomasen el hábito de su órden heredasen legítima ni otra cosa por via de herencia. Y así vinieron en mucha pobreza y penitencia, conformándose en todo las tres órdenes, como si fuera una sola, hasta que despues la necesidad y mudanza de los tiempos y experiencia de cosas les hizo mudar parecer. Entre los demas religiosos de esta órden del sagrado Doctor Augustino, en esta su provincia de México, fueron dignos de memoria Fr. Juan de Medina, obispo que fué de Mechuacan, y Fr. Pedro Juarez de Escobar, obispo de Jalisco, verdaderamente santos obispos, y el maestro Fr. Juan Adriano, insigne predicador que con mucha aceptacion sustentó el púlpito de México todo el tiempo de su vida, habiendo sido dos veces provincial de su órden. Y entre

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otros muchos que hubo, tampoco es de olvidar Fr. Estéban de Sa-
lazar, que despues de haber predicado algunos años con la misma
aceptacion y aplauso en esta Nueva España, se volvió á la vieja y
tomó el hábito de la Cartuja. Anda impreso un libro suyo de mu-
cha erudicion (aunque en lengua vulgar), intitulado Discursos de
la Fe.' Tienen los padres augustinos en esta su provincia, que
comprende lo de México y Michuacan, mas de setenta monesterios,
de suntuosos edificios y
ricos ornamentos.

CAPÍTULO III.

De algunos padres clérigos que haciendo vida apostólica predicaron y doctrinaron á los indios en esta Nueva España.

PORQUE esta nueva Iglesia indiana en sus principios fuese arreada con variedad de varones apostólicos, y que de todas las órdenes que entonces aquí se hallaban hubiese tales ministros cuales para la edificacion de los nuevos en la fe convenian, quiso Nuestro Señor Dios poner su espíritu en algunos sacerdotes de la clerecía, para que renunciadas las honras y haberes del mundo, y profesando vida apostólica, se ocupasen en la conversion y ministerio de los indios, confirmando y enseñándoles por obra lo que les predicasen de palabra. Entre estos se señaló con grandes ventajas el canónigo llamado Juan Gonzalez, ejemplo y dechado de toda virtud. Fué este santo varon natural de Valencia de Mombuey, del obispado de Ba- co, varon santo. dajoz, hijo legítimo de Juan Gonzalez y de Isabel García, honrados vecinos de aquel pueblo y de buena vida. Pasó á estas partes mozuelo, por ventura en demanda de un su pariente llamado Ruy Gonzalez, que fué conquistador, en cuya casa estuvo algunos años despues que vino de España, estudiando en México la latinidad, y

1 La obra que menciona el P. Mendieta debe ser la siguiente: « Veynte Discursos sobre el Credo en declaracion de Nuestra sancta Fee Catholica y Doctrina Christiana, muy necessarios a todos los fieles en este tiempo. Compuesto por D. Estevan de Salazar, indigno monge de la Cartuxa de Porta-coli, Doctor Theologo.-Impresso en Alcala de Henares, en casa de Juan Iñiguez de Lequerica, Año de 1595.>> En 4-Tengo esta edicion, que no conoció D. Nicolás Antonio, quien solo cita la primera de Granada, 1577, en 4o, y las de Leon de Francia, 1584, Alcalá, 1591, y Barcelona, mismo año. En esta obra, escrita stilo quidem luculento (dice el mismo bibliotecario español), habla el P. Salazar de algunas cosas de México.

Juan Gonzalez, canónigo de Méxi

despues oyendo el derecho canónico de los primeros catedráticos que hubo en esta tierra. Inclinóse al estado eclesiástico, y en él fué de los prelados de la Iglesia con mucha aceptacion recibido, por ser mancebo á todos amable, y de aspecto, condicion y costumbres como de un ángel. Ordenólo de corona y grados, y de subdiácono y diácono, el primero obispo de Tlascala D. Fr. Julian Garcés, y de misa el de México Fr. Juan Zumárraga. El cual viéndolo al cabo de algunos dias en el pueblo de Ocuituco (que era como su recámara) aprendiendo la lengua de los indios y que ya predicaba en ella, cobróle tanta aficion y devocion, que lo llevó á su casa y lo tuvo en su compañía hasta que le procuró un canonicato en su Iglesia de México, el cual sirvió mientras vivió el obispo y despues algunos pocos años. Mas no hallando en aquel honroso estado el contento que su humilde espíritu pedia, y considerando lo mucho que podia servir á Dios ayudando á sus prójimos en la conversion de los indios, habiendo tanta falta (como entonces habia) de ministros, renunció el canonicato, proponiendo de vivir pobre y apostólicamente sin recurso ni proprio adminículo de hacienda temporal. Viéndolo puesto en este estado de pobreza el virey D. Luis de Velasco, el viejo, rogóle mucho y importunóle que tomase un aposento en su palacio apartado de conversacion, donde se estuviese recogido conforme á su deseo, sin obligacion de le decir misa ni hacer alguna otra cosa mas de estarse en su casa y compañía, y que él lo proveeria de lo necesario para su comer y vestir. Aceptólo el siervo de Dios por dar contento al virey y por hallarse del todo descuidado de su temporal menester; mas no pudiendo allí excusar importunaciones de personas que se le encomendaban, y como su deseo era ayudar á los indios, á cabo de algun tiempo despidióse del virey y fuése al pueblo de Xuchimilco (que era de mucha gente), y allí estuvo algunos años ayudando á los frailes menores en la doctrina de los naturales, como uno de los súbditos de aquel convento. Y deseando aun mas soledad que aquella (por ser Xuchimilco ciudad populosa de indios y acudir allí á esta causa muchos españoles), pasóse á otro pueblo de menos bullicio junto á Tezcuco, llamado Guaxutla (donde yo esto escribo), y con beneplácito del guardian, recogióse en una ermita del apóstol Santiago, visita de este convento, encargándose de confesar, predicar y baptizar á los indios de aquella vecindad. Lo mismo hizo últimamente en otra ermita de la Visitacion de Nuestra Señora, subjeta en la doctrina al convento de S. Francisco de México, donde perseveró muchos años y acabó

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