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CAPÍTULO LIII.

Del cuidado y ansia con que los indios procuraron tener frailes en sus pueblos, y edificarles con brevedad sus monesterios.

UNA de las notables cosas que sucedieron en la conversion de estos indios de la Nueva España, fué la devocion grande y deseo que mostraron de tener frailes de S. Francisco de asiento en sus pueblos para que los doctrinasen y predicasen y ayudasen á ser buenos cristianos. Y por alcanzar esto, que (como ellos dicen) deseaba mucho su corazon, no habia trabajo ni fatiga ni otro interese que se les pusiese por delante. Luego como abrieron los ojos y entendieron las cosas de nuestra santa fe, comenzaron á entender en esta su pretension, importunando sobre ello al que era prelado, y poniendo por medianeros las personas que entendian ser parte para lo alcanzar, mayormente cuando los frailes se ayuntaban en sus capitulos; entonces era tanto el concurso de gente de los pueblos que pedian religiosos, que los capitulares no sabian qué hacerse con ellos, porque no podian cumplir sino con muy pocos, conforme á los que eran enviados y venian de España para entender en esta obra, porque acá muy poquitos eran los que tomaban el hábito de la órden. Y estos se habian de ir criando y instruyendo por largo tiempo en las cosas de la religion. De suerte que si de nuevo tomaban monesterio en dos ó tres partes, dejaban de tomarlo en otras veinte ó treinta que lo pedian, quedando los indios de aquellos pueblos muy desconsolados y tristes, y los religiosos no menos en ver su tristeza, especialmente por ser algunos de ellos de lejos, y haber venido todos ellos con sus presentillos de aves, pan y frutas de muchas maneras, miel y pescado y las demas cosas que se hacian en sus tierras, con que se sustentaban los frailes del capítulo, que no era menester buscar quien hiciese la costa. Los que llevaban frailes, iban que no cabian de gozo, y adelantábase el que mas podia para dar la nueva y ganar las albricias de los vecinos de su pueblo. Y cuando sabian que ya venian sus frailes (porque para ello tenian puestas espías ó atalayas) salian á recebirlos, barridos los caminos y llenos de muchas flores, música y bailes de gran regocijo. Si no tenian edificado el monesterio, no tardaban en hacerlo de la forma y traza que les querian dar. Y era cosa maravillosa la brevedad con

Diligencias que los indios ponian para tener frailes en

sus pueblos.

1530. 1540.

para

que lo acababan, siendo de cal y canto, que apenas tardaban medio
año, y algunos se prevenian teniéndolo ya hecho y derecho para
cuando los frailes llegasen. A los que quedaban sin frailes (ya que
mas no podian) consolábanlos de palabra, diciendo que seria el
Señor servido de enviar obreros á esta su viña, y entonces se les
daria el recado que deseaban, y en el entretanto no dejarian de vi-
sitarlos á menudo y socorrerlos en todas sus necesidades espiritua-
les, como siempre lo habian hecho. Mas como los pueblos eran
tantos y los frailes venian de tarde en tarde, y no muchos, no los
podian proveer á todos, como ellos deseaban. Indios hubo que acu-
dieron á los capítulos mas de quince ó veinte veces con una increi-
ble perseverancia por alcanzar á tener frailes; porque en lo que ellos
mucho desean y pretenden, son incansables. En esta necesidad tan
grande y falta de ministros, no se descuidaban los de acá en escre-
bir á España á los prelados generales de la órden, y al rey y á su
consejo de Indias, pidiendo la ayuda que habian menester. Y oyendo
acá decir, cómo muchos, así de la misma órden como de fuera de
ella, persuadian y estorbaban á los buenos frailes
que se movian
venir, que no viniesen, afligíanse en grandísima manera, y clama-
ban á Dios, suplicándole volviese por su obra y por su nueva
Iglesia y planta que se iba edificando y cultivando en estas regiones.
Y aunque les llegaba al alma carecer de un fraile de los que acá tra-
bajaban (puesto que fuese por un poco de tiempo, cuánto mas ha-
biendo de tardar tanto, y no sabiendo lo que de él sucederia por la
mucha distancia que hay dende aquí á España, y tantos peligros de
mar y tierra), con todo eso enviaban de cuando en cuando algun
religioso que solicitase la venida de frailes en España, y siempre
nuestros reyes católicos, siendo informados de la falta que habia,
acudian con muchas veras al cumplimiento de este menester, escri-
biendo á los prelados convidasen á este apostolado á sus frailes, y
entre ellos escogiesen los mas idóneos, y cuando habian de embar-
carse mandábanlos proveer con mucha largueza del matalotaje y de
lo demas que les era necesario. En tiempo de la mayor necesidad
(que fué entre los años de treinta y cuarenta), teniendo noticia de
esta falta de ministros el buen Emperador D. Cárlos, de perpetua
memoria, pidió y alcanzó un breve del Pontífice Paulo tercio, en que
mandaba al general de los frailes menores de observancia, que diese
ciento y veinte frailes para esta Nueva España, y los recogió de di-
versas provincias Fr. Jacobo de Testera, que siendo custodio fué
al capítulo general de Niza, y entre ellos trajo frailes muy doctos

que de

y muy principales, que ilustraron esta provincia y las demas
ella se fundaron. Empero, antes que este socorro llegase fué muy
grande la penuria que pasaron, y cosa de lástima lo que se sintió
entre los indios, porque ovieron de descomponer algunas guardia-
nías de pueblos principales, entendiendo los indios que les quitaban
los frailes. Y porque se vea el sentimiento que de esto hicieron, á
diferencia del poco que hubo en México cuando los frailes desam-
pararon el monesterio (como arriba se dijo), contaré lo que pasó
en algunas partes.

CAPÍTULO LIV.

Del sentimiento que hicieron los indios de Guatitlan, entendiendo les querian quitar los frailes que les habian dado.

1538.

EN un capítulo que los frailes menores celebraron en México, año de mil y quinientos y treinta y ocho por el mes de Mayo, pareció convenir por la falta que habia de frailes, que algunos monesterios cercanos á otros, no fuesen conventos sino como vicarías subjetas á otros conventos, y de allí los proveyesen los guardianes de frailes. que los tuviesen á cargo y enseñasen, con aquella subjecion de ser visitados y regidos por los guardianes de los conventos. Esto así ordenado, sonó de otra manera en los oidos de los indios, es á saber, que los dejaban sin frailes, y que se los quitaban del todo. Y como se leyó la tabla del capítulo (que siempre la están esperando los indios, y los principales tienen puestos mensajeros como postas á trechos para saber á quién les dan por guardian é por predicador en su lengua), y como en algunas casas no se nombraron frailes señalados, dejándolas para que de otras se proveyesen, fué una de ellas Guatitlan, pueblo grande y de mucha autoridad en aquellos tiempos, que dista quitarles los frailes. cuatro leguas de México. Como fué la nueva al señor y principales. de que no les daban frailes, en un punto se congregó la mayor parte del pueblo, y fueron clamando y llorando al monesterio, de que los religiosos que estaban en casa ya recogidos se maravillaron, no sabiendo la causa de su alteracion y sentimiento, porque aun de lo proveido por el capítulo y en la tabla estaban ignorantes, que habia pocas horas que se habia leido en México aquella tarde, víspera de la Ascension del Señor, y esto era poco despues de haber anochecido. Sabido por los frailes porqué hacian aquel llanto, consolá

Sentimiento de los de Guatitlan por

ronlos lo mejor que pudieron, diciéndoles que se sosegasen y se fuesen á reposar, que por ventura los habian engañado. Salidos del monesterio, muchos de ellos no pudieron reposar, sino que fueron á amanecer á México, y derechos á la presencia del provincial, hablándole con tanta angustia, que el provincial no pudo tener las lágrimas, y dijéronle las palabras de los discípulos de S. Martin á su maestro: «¿Porqué, padre, nos quieres dejar? ¿O á quién nos dejas encomendados tan desconsolados? ¿No somos vuestros hijos, que nos habeis baptizado y enseñado? Ya sabes cuán flacos somos, si no hay quien nos hable y esfuerce y guie en lo que hemos de hacer para servir á Dios y salvar nuestras ánimas. No nos dejes, padre, por amor de Dios. » Y añadieron mas: «¿Los enfermos quién los confesará? Cada dia se morirán por ahí sin aparejo. ¿Quién baptizará tantos niños como cada dia nacen? Y las preñadas tambien ¿quién las confesará? ¿Qué haremos de nuestros hijos chiquitos que se crian y enseñan en la casa de Dios? ¿Quién mirará por ellos y por los cantores de la iglesia? ¿Quién nos dirá los dias que son de ayunos, y las fiestas de guardar? Las grandes fiestas y pascuas que soliamos celebrar con tanto regocijo y alegría, ahora se nos tornarán en lloro y tristeza. ¡Oh cuán sola quedará nuestra iglesia y pueblo sin nuestros padres, y nosotros andaremos como huérfanos sin algun consuelo!» Y decian más: «¿Cómo, y el Santísimo Sacramento que nos guarda y abriga, habíadesnoslo de quitar? ¿En lugar de aprovechar y ir adelante, habiamos de volver atras, y quedar como gente sin Dios, como cuando no éramos cristianos?» Con estas y otras palabras que decian para quebrantar los corazones de piedra, estaba el provincial pasmado que no sabia qué les responder, sino llorar con ellos sin poder resistir las lágrimas, ni poder hablar, y así los consoló con brevedad, enviando con ellos dos frailes, el uno de ellos el mismo que habian tenido por guardian, porque mejor se consolase aquel pueblo. Saliéron los á recebir por cuasi todo el camino que hay de Guatitlan á México, como si fuera Jesucristo en persona, con ramos y flores y cantos, limpiando los caminos, y apartando las piedras, llorando y sollozando de placer. Llegados al pueblo y entrando en la iglesia los que pudieron caber, quísoles aquel padre hablar y consolar; pero dichas cuatro ó cinco palabras, comenzaron todos á llorar, que no se podian contener de dar voces y clamores, de suerte que la plática no pudo pasar adelante. Y porque era ya tarde, los dejó y metióse en casa. Y los porteros queriendo cerrar las puertas, no los podian echar de

la iglesia; mas ya que se fueron, no se descuidaron de poner guardas toda la noche, porque la presa que tenian no se les fuese. Otro dia de mañana (que era la fiesta de la Ascension del Señor) predicóles aquel religioso, y no faltó llanto en el sermon, el cual acabado, hizo la procesion por el patio, que lo tenian bien ataviado, y despues de dicha la misa no se quiso salir mucha gente de la iglesia ni del patio, ni tuvieron cuenta con ir á comer, porque bien sabian que aquellos dos religiosos no habian venido para residir allí, sino para volverse. Despues de medio dia juntáronse los principales, así del pueblo como de la provincia, y hablaron con el religioso una larga y lastimosa plática. Y aunque él les decia que no los dejaban, que siempre tendrian religiosos que les ayudasen y consolasen, no se satisfacian ni dejaban de llorar. Y dijeronle con humildad las palabras siguientes: «Mira, padre, bien sabemos y vemos que tú no has de estar aquí, pues te mandan ir á otra casa; pero queremos te detener hasta que vengan otros padres que tengan cargo de nosotros: por eso perdónanos. » El religioso les dijo que mirasen lo que hacian, porque él tenia mandato de su prelado para irse otro dia de mañana, y que aquel mandato era como si un ángel se lo mandara de parte de Dios. Y que si ellos se lo estorbaban, era ir contra la voluntad de Dios, que por ello los castigaria. Ellos todavía rogaban que los perdonase, y que escribiese en su favor para que les diesen otros frailes. Estando en estas pláticas trajeron algunos enfermos, y llegaron otros sanos para que los confesase, y entre ellos una mujer llorando le rogaba la confesase, pues en la cuaresma habia venido y por la mucha gente que habia no se pudo confesar, y que no habia comido carne ni la comeria hasta haberse confesado. El religioso los confesó y consoló á todos, y en esto se pasó el dia, y á la noche tornaron á poner guardas. Otro dia, viérnes, queriéndose partir con su compañero, como salieron al patio, comenzaron con lágrimas y clamores á rogarle que no se fuese, y que no los dejase huérfanos sin padre. Y como ya quisiesen salir del patio para comenzar su camino, cercáronlos tanta gente de hombres, mujeres y niños, que no los dejaron pasar adelante, con tantos lloros clamores que al cielo llegaban, poniendo á Dios por testigo de que en esto no pretendian sino lo que era de su servicio y bien de sus ánimas, que oirlo era grandísima compasion. Oviéronse de volver los religiosos al convento, visto lo que pasaba, y llamando al señor y principales del pueblo, rogáronles que mandasen á aquella gente que los dejasen ir donde la obediencia les mandaba. Mas ellos se excusaban di

y

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