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diciendo que en aquello los frailes destruian la tierra, y que con aquel favor les daban ocasion y alas para que se levantasen contra ellos y los matasen á todos. Y cuando muy indignados decian esto delante de los mismos frailes, ellos con mucha paciencia (como siempre la tuvieron) y con palabras blandas les respondian: «< Hermanos, si nosotros no defendiésemos á los indios, ya no tendríades quien os sirviese; nosotros les favorecemos y trabajamos que se conserven porque tengais quien os sirva. Y en defenderlos y enseñarlos, á vosotros servimos y vuestras conciencias descargamos. Que cuando os encargástes de ellos fué con obligacion de enseñarlos en la doctrina y vida cristiana, y no teneis otro cuidado sino que os sirvan y os den cuanto tienen, y aun lo que no tienen, aunque se mueran y acaben; pues si los acabásedes, ¿quién os serviria? Y en decir que favoreciéndolos les damos ocasion para que se alcen contra los españoles, no teneis razon, antes es al reves, que el maltratamiento es causa de exasperarlos y indignarlos, y lo podria ser de que como desesperados se alzasen. Y con ver que nosotros los acariciamos y volvemos por ellos, se pacifican y quietan.» Á lo cual replicaban á veces los españoles, diciendo: «No lo haceis por eso, sino que quereis mas á los indios que á nosotros, y á nosotros reprendeis y reñís mas que á los indios.» Los frailes con mucha mas paciencia respondian á esto: «Mirad, señores, que vosotros y nosotros todos somos unos, naturales de un mismo reino y nacion, y por ventura algunos de una misma patria y generacion; ¿pues en qué razon cabe, y quién se puede con razon persuadir ni creer que nosotros contra nuestros naturales hayamos de favorecer á los extraños? Bien sabeis que los frailes siempre os hemos tenido todo amor y voluntad, como á naturales nuestros, y respeto como á mayores y mas poderosos, y que en las necesidades que se os ofrecen, así espirituales como corporales, tanto por tanto con mas prontitud acudimos á vosotros que á los indios, y si á veces os parece que en esto acudimos mas á los indios, tampoco es de maravillar, porque los españoles sois pocos, y teneis otros ministros clérigos que acuden á esto, y los indios son muchos, y no tienen otros ministros sino unos pocos frailes que aprendimos su lengua. Decís que os reprendemos mas que á los indios: ¿cómo puede ser esto? que á ellos no solamente los reprendemos de palabra, mas tambien los azotamos como á muchachos. Y viendo que lo hacemos con caridad y por su provecho, no solo lo llevan en paciencia, mas por ello nos dan las gracias, diciendo que les hacemos mucha merced, y vosotros

no quereis sufrir que os digamos que haceis mal en lo que es muy malo y abominable delante de Dios y de los hombres. Y si os lo decimos, ¿qué nos mueve sino el celo de la salvacion de vuestras ánimas, y evitar que no asoleis estas tierras que Dios tiene pobladas de gente, como se asolaron las islas?» Con todas estas y otras semejantes satisfacciones, y con que los frailes con mucha humildad se iban á meter por sus puertas pidiéndoles limosna por amor de Dios, y llevando á veces en lugar de pan muchas palabras injuriosas, no se satisfacian los pechos de algunos, emponzoñados y enseñoreados de pasion y cobdicia, antes fueron creciendo estas dos cabezas de sierpes en tanto grado, que los frailes por no ser con su presencia ocasion de mayor daño para las almas de aquellos hombres ciegos, ovieron de desamparar el convento de México, consumiendo el Santísimo Sacramento y descomponiendo los altares de la iglesia, y fuéronse al monesterio que tenian en Guaxozingo, cerca de veinte leguas de allí, sin hacer de ello caso ni sentimiento nuestros cristianos viejos. Y si algunos lo sintieron y quisieran ir á detenerlos, no se atreverian por conformarse con Herodes, con cuya turbacion se turbó toda Jerusalem. En Guaxocingo estuvieron los frailes mas de tres meses, hasta que ya por temor ó vergüenza de lo que sonaria en España les enviaron á rogar que volviesen. Y volvieron con todo amor y voluntad, mas no aprovechó su humildad y paciencia, hasta que vino el negocio á parar en lo que se concluyó el capítulo pasado. Escríbese esto sin nombrar los culpados, para que se entienda y sepan los por venir, que si no fué derramada la sangre de los ministros en la fundacion de esta nueva Iglesia, á lo menos fueron bien corridos y perseguidos con infamias y otros trabajos, de los cuales el Señor por su misericordia los libró.

CAPÍTULO LII.

De la crianza y doctrina de las niñas indias, y ejemplos de virtud de algunas

doncellas.

á la

PUES
UES que Dios crió desde el principio del mundo al varon y
hembra, y ambos sexos despues de caidos vino á buscar, curar y re-
dimir, no fuera plena ó perfecta conversion si todo el cuidado de
los ministros se pusiera en sola la instruccion y doctrina de los va-
rones, dejando olvidadas las mujeres. Y por no caer en esta falta

Matth. a

en las indias.

aquellos primeros fundadores de la fe entre estas gentes, el mismo cuidado que tuvieron de los niños dentro de las escuelas, tuvieron Doctrina de mozas tambien de las niñas en que aprendiesen la doctrina cristiana, fuera de la iglesia en los patios. Allí se juntaban, repartidas en corrillos, y salian de la escuela los niños que eran menester, para cada corrillo uno de los que ya sabian la doctrina, y estos la enseñaban, hasta que hubo de ellas quien la supiese, y despues ellas mismas se enseñaban unas á otras. Y esta misma costumbre se ha guardado y conserva hasta el dia de hoy, como adelante por ventura se dirá mas por extenso. Algunos años despues que comenzaron á ser cristianos estos indios, teniendo noticia la cristianísima Emperatriz Doña Isabel, por aviso del obispo Fr. Juan Zumárraga, de la calidad y condicion de esta gente indiana, y cómo sus hijos y hijas en la tierna edad eran tan domésticos y subjetos para ser enseñados en lo que les quisiesen poner, con santo celo de su aprovechamiento mandó venir de Castilla algunas dueñas devotas dadas al recogimiento y ejercicios espirituales, con favores suyos que trajeron, para que repartiéndose por las principales provincias les hiciesen casas honestas y competentes donde pudiesen tener recogidas alguna cantidad de niñas hijas de los indios principales, y allí les enseñasen principalmente buenas costumbres y ejercicios cristianos, y junto con esto los oficios mujeriles que usan las españolas, como es coser y labrar y otros semejantes; que tejer sabíanlo muy bien las mujeres naturales de esta tierra mejor que las de Castilla, porque lo usaban mucho y hacian telas de mil labores y muy vistosas, de que hicieron en aquel tiempo frontales para los altares y casullas y otros ornamentos de la iglesia. Finalmente, púsose por obra lo que la devota Emperatriz mandaba, y hechas las casas recogiéronse las niñas, y aquellas buenas mujeres que les dieron por madres pusieron todo cuidado en doctrinarlas. Mas como ellas (segun su natural) no eran para monjas, y allí no tenian que aprender mas que ser cristianas y saber vivir honestamente en ley de matrimonio, no pudo durar mucho esta manera de clausura, y así duraria poco mas de diez años. En este tiempo muchas que entraron algo grandecillas se casaban, y enseñaban á las de fuera lo que dentro y en el recogimiento habian aprendido; es á saber, la doctrina cristiana y el oficio de Nuestra Señora romano, el cual decian en canto y devotamente en aquellos sus monesterios ó emparedamientos á sus tiempos y horas, como lo usan las monjas y frailes. Y algunas despues de casadas, antes que cargase el cuidado de los hijos, proseguian sus santos ejercicios

Ejemplo de hones

tidad de dos donce

y devociones. Y entre los otros pueblos, particularmente en el de
Guaxozingo quedó esta memoria por algunos dias mientras hubo
copia de estas nuevamente casadas, que tuvieron cerca de sus casas
una devota ermita de Nuestra Señora, donde se juntaban por la
mañana á decir prima de la sagrada Virgen hasta nona, y despues
á su tiempo las vísperas. Y era cosa de ver, oirlas cantar sus sal-
mos, himnos y antífonas, teniendo su hebdomadaria ó semanera y
cantoras que las comenzaban. Al tiempo que estuvieron en clausura
no dejaban de salir algunas á lo que era menester, pero siempre
acompañadas, á veces con sus maestras y á veces con las viejas que
tenian por porteras y guardas de las niñas. Y á lo que salian era
solamente á enseñar á las otras mujeres en los patios de las iglesias
ó á las casas de las señoras, y á muchas convertian á se baptizar, y
ser devotas cristianas y limosneras, y siempre ayudaron á la doc-
trina de las mujeres, y fueron despues las matronas de quien (siendo
Dios servido) se hará particular mencion adelante. De estas mozas
criadas en los monesterios hubo muchos ejemplos de virtud y ho-
nestidad, por donde se conoció no haber sido infructuosa esta buena as
doctrina. En cierto pueblo aconteció que una de estas mozas des-
pues de casada enviudó en breve, y viéndola sin marido, un indio
casado comenzó á requerirla á doquiera que la podia ver, y ella
se defendia varonilmente. Sucedió andando el tiempo la ocasion
que él deseaba, que era verse solo con ella, y encendido en su torpe
deseo quiso hacerle fuerza. Entonces ella, visto el peligro en que
estaba, tomó por remedio encomendarse á Dios y á su Madre san-
tísima, y cobrando un fervor de espíritu, reprendióle diciendo:
«¿Cómo intentas, dí, y procuras de mi tal cosa? ¿Piensas que por
no tener marido que me guarde, has de ofender conmigo á Dios?
Ya
que otra cosa no mirases, sino que ambos somos cofrades de la
cofradía de Nuestra Señora, y en esto la ofenderiamos mucho, y con
razon se enojaria de nosotros, y seriamos indignos de llamarnos co-
frades de Santa María y de tomar sus candelas benditas en nuestras
manos, por esto era mucha razon que tú me dejases. Y en caso que
tú no quieras dejarme por amor de Nuestra Señora, sábete que yo
antes tengo de morir que cometer tal maldad como esa.» Fueron
estas palabras de tanta eficacia, y tanta impresion hicieron en el cora-
zon de aquel indio, y tanto lo compungieron, que luego respondió:
<«<Hermana, tú has ganado mi alma, que estaba perdida y ciega. Tú
has hecho como buena cristiana y sierva de Santa María. Yo te pro-
meto de no intentar más este pecado, y de me confesar y hacer peni-

tencia de él.» En este caso, bien claro parece que concurrió particularmente Dios con el honesto deseo de aquella buena moza, apagando el fuego que el demonio en aquel agresor habia infundido; que de otra manera en tal tiempo y sazon poco aprovecharan palabras devotas. Y porque tambien á otra mozuela (que se iba á recoger al monesterio) ayudó el Señor, dándole fuerzas más que de mujer, contaré aquí el caso como pasó, dejando otros muchos que se pudieran contar. En la ciudad de México una doncella muchacha era muy molestada y requerida de un mancebo. Y como se defendiese de él, despertó el demonio á otro para que intentase con ella la misma maldad que el primero. Y como ella tambien se defendiese del segundo, y ellos se oviesen entendido el uno al otro, concertaron de juntarse de consuno y hacer violencia á la doncella, cumpliendo con ella por fuerza su dañada voluntad. Para lo cual anduvieron siguiéndola y aguardándola un dia tras otro, hasta que una tarde al anochecer saliendo sola á la puerta de su casa, la cogieron sin que pudiese valerse, y la llevaron á una casa yerma, donde el uno de ellos la acometió queriendo aprovecharse de ella. Mas ella, defendiéndose varonilmente, llamó á Dios y á Santa María en su ayuda, de suerte que el pecador no pudo conseguir su deseo. Y llegando el otro compañero á probar ventura, le acaeció lo mismo. Viendo, pues, que cada uno por sí no la podia subjetar, fueron ambos juntos para ella, y tentándola primero por ruegos, como no le hiciesen mella, comenzaron á maltratalla, dándole muchas bofetadas y puñadas, y mesándola cruelmente. Á todo esto ella perseveraba con mas fortaleza en la defension de su honra; y aunque ellos no cesaban de impugnarla, dióle Dios (á quien ella llamaba) tanta fortaleza, y á ellos así los embazó y desmayó, que como la tuviesen toda la noche, nunca contra ella pudieron prevalecer, mas quedó la doncellita ilesa y guardada su integridad. Entonces ella por guardarse con mas seguridad, fuése luego por la mañana á la casa de las niñas recogidas, y contó á la madre lo que le aconteciera con los que le querian robar el tesoro de su virginidad. Y fué recebida en la compañía de las hijas de los señores (aunque ella era pobre) por el buen ejemplo que habia dado, y porque la tenia Dios guardada de su mano.

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