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que así tomaban dejadas del padre, no era para ser legítimas, sino para mancebas. Y usáronlo como principales y personas poderosas, que no tenian quien les fuese á la mano, y no fueron muchos los que de estos se hallaron; y estos, venidos á la fe, fueron apartados, porque aquel uso no fué costumbre sino abuso. Cerca de las suegras, aunque se inquirió en todo lo de México y Tezcuco, no se halló tal cosa; mas solamente en la provincia de Michoacan (que era otro reino distinto por sí) se dijo era costumbre de casar con la suegra. Y tambien que si uno casaba con mujer mayor en dias, y la tal tenia hija de otro marido (por contentar al que entonces tenia, y porque no la desechase por vieja) le daba la propia hija, y así tenia á madre y hija; mas no se juzgaba lo uno ni lo otro por lícito ni honesto, sino por cosa vergonzosa, y que ponia admiracion y escándalo. Otra dificultad hubo harto reñida y ventilada, y fué que como algunos casaron en haz de la santa madre Iglesia con la segunda mujer, por no acordarse cuando se casaban cuál fué la primera, despues se vino á averiguar y saber que fué otra, y no la con quien casaron. Era, pues, la dubda, si habian de dejar la segunda con quien casaron y tomar la primera, ó quedarse con la segunda con quien ya estaban casados. Esta segunda parte tenian algunos, diciendo que ya que estaba hecho, era mejor dejarlos así, porque seria escándalo apartar á los que ya estaban casados, con otras razones que por su opinion alegaban. Otros tuvieron lo contrario, diciendo que antes se ha de permitir que suceda escándalo, que dejar la verdad de la vida. Y que sabiéndose cuál era la primera mujer, era cierta cosa ser aquella la legítima, y viviendo aquella, otra cualquiera habia de ser manceba. Y esta verdad fué la que prevaleció, y así á los tales los apartaban de la segunda y los hacian volver á la primera. De estas dificultades hubo tantas en los matrimonios de los indios, que excedieron el número de los casos que todos los doctores teólogos y canonistas escribieron, con que los ministros de esta nueva Iglesia anduvieron bien afligidos y congojados, especialmente desde el año de mil y quinientos y treinta hasta el de cuarenta. Y los clandestinos por su parte les dieron harto en que entender, hasta que se publicó en esta tierra el sacro concilio tridentino, que fué el año de mil y quinientos y sesenta y cinco.

CAPÍTULO XLIX.

De la gran devocion y reverencia que los indios cobraron y tienen á la santa Cruz del Señor, y cosas maravillosas que cerca de ella acaecieron.

DEL sacramento de la extremauncion no hay que decir, mas de

que á los principios en muchos años no se dió á los indios por ha-
ber pocos ministros, y estos estar tan ocupados que aun no basta-
ban
para administrar á tanta gente los sacramentos que son de ne-
cesidad para la salvacion del alma. Despues que hubo copia de
sacerdotes para cumplir con todo, se les dió á entender más de pro-
pósito la eficacia y virtud de este sacramento, y poco a poco comen-
á
zaron á pedirlo algunos, y cada dia ha ido en mas augmento, de suerte
que ahora lo piden y reciben muchos, aunque no todos: unos por
estar tan derramados y lejos de las iglesias, y otros por descuido, ó
por no tener quien vaya á pedirlo á la iglesia; mas finalmente, se da á
todos los que lo piden. En la provincia de Michoacan lo reciben to-
dos, así por ser poca la gente, como por tener tal concierto, que todos
ellos, desde el menor hasta el mayor, van á curarse y á morir en el
hospital, adonde reciben todos los sacramentos. Fuera de aquella
provincia, en todas las demas no se pudo ni puede acabar con los
indios que entren en el hospital á curarse, si no es algun pobre que
no tiene quien mire por él. Los demas, más quieren morir en sus
casas, que alcanzar salud en el hospital, lo cual no se puede reme-
diar. Tras esta materia de los sacramentos, parece que viene á pelo
decir algo de la mucha devocion que los indios desde el principio
de su conversion tomaron á la imágen ó figura de la santa Cruz, en
que nuestro Señor Jesucristo quiso morir para nos redemir. El orí-
gen de esta devocion seria la continua predicacion y doctrina que
aquellos sus primeros maestros les daban de la muerte y pasion del
Hijo de Dios en el madero de la cruz, y el ejemplo que por obra
les enseñaban con su vida, que toda era cruz y penitencia. Y en
especial viéndolos poner muchas veces en la oracion en cruz, en casa
y por los caminos, y que en las necesidades y trabajos que se ofrecian
(como era en tiempo de pestilencias ó faltas de agua), se iban dis-
ciplinando hasta algun humilladero, donde estaba levantada la cruz,
y allí alcanzaron hartas veces lo que á Nuestro Señor pedian. Y de-
mas de esto siempre persuadieron á los indios, que para librarse de

Cruz venerada con devocion de los in

dios.

las asechanzas y molestias de los demonios (que por haberlos dejado procurarian de los inquietar y atemorizar) levantasen cruces por las encrucijadas de las calles y de los caminos. Y ellos lo tomaron tan de

gana, que levantaron muchas en los mogotes de los cerros y en otras muchas partes, y cada uno de ellos querria tener una cruz frontero de su casa. Á lo menos tiénenlas dentro con otras imágines, porque por maravilla hay indio que deje de tener su oratorio cual puede; y algunos tan adornados, que con decencia se podria celebrar en ellos misa. Muchos usan traer una cruz al cuello, y en la cuaresma por su devocion se cargan de una cruz bien pesada, y van con ella á alguna ermita ó iglesia harto lejos del pueblo donde moran. Yo los he visto ir mas de media legua, y en la Semana Santa es cosa de ver los crucifijos y cruces que sacan; y las que tienen por las calles y caminos, tienen mucho cuidado de enramarlas, en especial los dias de fiesta, y adornarlas con sartas de rosas y flores. Finalmente, en todo lo que ellos pueden y se les ofrece, muestran la devocion que tienen á la santa cruz, porque han experimentado su virtud en muchos peligros de que por ella se han librado, siendo perseguidos de sus enemigos los demonios. Han tambien acaecido cosas maravillosas en esta tierra en algunas cruces que se han levantado. En los indios viejos de Tlaxcala quedó memoria de una cruz, la primera que se levantó en el mismo lugar, donde los señores de aquella ciudad recibieron al capitan D. Fernando Cortés y á su gente, que es una de las cuatro cabeceras, llamada Tizatlan. Dicen que ellos no supieron de dónde vino, ni quién la hizo, mas de que la noche siguiente despues que llegaron allí los españoles, á la media noche hallaron levantada una cruz de altura de tres brazas, bien labrada, y que Cortés fué el primero que la vió, y por la mañana mandó que la quitasen de su lugar y la tendiesen en el suelo, y mandó á los dos señores mas principales, que eran Maxixcazin y Xicotenga, que ellos la levantasen y pusiesen donde habia de estar. Y asió Maxixcazin del cabo de ella, y Xicotenga del medio, y Cortés de la cabeza, y así la pusieron en su lugar, donde estuvo muchos años, hasta que consumida se puso otra. Al tiempo que se levantó aquella cruz primera, dicen que el sacerdote mas principal de los ídolos, que tenia á su cargo el templo mayor (que era como catedral) donde estaba su principal dios que llamaban Camaxtli, temiendo que aquellos hombres recien venidos se lo tomarian (como habia oido que lo hacian en otras partes), la misma noche que acullá se puso la cruz, mandó poner mucha gente de guarda por su órden para que

diesen aviso con muchos fuegos. Fué este á la media noche á poner encienso, y á hacer sus cerimonias al ídolo, el cual guardaban por todas cuatro partes. Y súbitamente vino sobre ellos una gran claridad á manera de relámpago que los turbó á todos. Y á los que estaban de cara al oriente les pareció vino de allá la claridad, y á los que al occidente que de aquella parte, y así de las otras dos partidas, de manera que pareció que venia de todas cuatro partes del mundo. Maravillados todos de esto, el sacerdote tornó á orar y incensar. Y la misma claridad y resplandor vieron los que estaban junto á la cruz. Y otro sacerdote de otro templo que estaba un tiro de arcabuz de allí, donde ahora está una iglesia de S. Buenaventura, vió entonces salir del templo de Tizatlan (donde se puso la cruz) al demonio que allí era adorado, llamado Macuiltonal, en una forma espantosa, que le pareció tiraba algo á puerco, y se fué corriendo por la ladera de una cuesta que la nombran Moyotepeque, y en lo alto desapareció. Dicen más, que los señores se juntaron despues con los sacerdotes para tractar de aquella gran claridad y resplandor que todos ellos vieron, y qué cosa seria. Y entre otros juicios y pláticas que sobre esto pasaron, concluyeron que aquella claridad que de todas cuatro partes del mundo pareció venir, significaba la paz universal que se habia de seguir de allí adelante, y que sus ritos y religion del todo cesarian, y llegaria la fama de los nuevamente venidos á todas partes, y se cumpliria lo que tanto tiempo habia que esperaban. Y decian: «Ya hemos venido al tlatzompan, que es la fin del mundo, y estos que han venido son los que han de permanecer: no hay que esperar otra cosa, pues se cumple lo que nos dejaron dicho nuestros pasados.» Á esta cruz (como no le sabian el nombre) llamaron ellos Tonaca cuauitl, que quiere decir, «madero que da el sustento de nuestra vida; » porque por voluntad de Dios (que lo puso en sus corazones) entendieron que aquella señal era cosa grande, y la comenzaron á tener en mucha reverencia, tanto que despues todos los señores principales la pusieron en los patios de sus casas en muy encaladas peañas y cercos, y la adornaban, como queda dicho, con muchas buenas y olorosas yerbas, rosas y flores, y allí hacian oracion á los principios, cuando aun no tenian otras imágines ni oratorios, y allí se disciplinaban con la gente de sus casas. Tambien fué cosa notable lo que en aquellos tiempos acaeció en Cholula (que era el santuario de toda la tierra, como otra Roma), donde por grandeza habian levantado hecho á manos un cerrejon tan grande, que en trescientos años no lo pudieran edificar muchos milla

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res de hombres, y hoy en dia está en pié la mayor parte de él. En-
cima de este cerro ó monte tenian un templo del demonio que los
frailes derrocaron, y en su lugar pusieron una bien alta cruz. El
enemigo, de rabia de que le destruyeron aquel su templo donde tenia
su cierta ganancia, ó permitiéndoselo Dios, ó por voluntad de ese
mismo Dios, que no queria estuviese su cruz por entonces en aquel
lugar, por lo que despues pareció, fulminó un rayo que
hizo peda-
zos la cruz. Quebrada aquella, pusieron otra, y cayó otro rayo que
asimismo la hizo pedazos. Pusieron la tercera, y acaeció lo mismo,
y esto fué el año de mil y quinientos y treinta y cinco. Los reli-
giosos espantados de esto y en parte avergonzados por la indevo-
cion que entre los indios se podia seguir á la cruz del Señor, acor-
daron de cavar hasta tres buenos estados, y hallaron algunos ídolos
enterrados y otras cosas ofrecidas al demonio, de que se holgaron
mucho, porque no se echase la culpa de los rayos á la cruz. Y aun-
que entendieron no ser aquello cosa fresca sino de años atras, afren-
taron con ello á los indios, diciéndoles que porque se descubriesen
aquellas sus idolatrias, permitió Dios que cayesen aquellos rayos.
Finalmente, puesta otra cruz, permaneció, hasta que este año pa-
sado de noventa y cuatro se edificó en aquel lugar una ermita de
nuestra Señora de los Remedios, que con particular devocion es
muy frecuentada de los indios.

CAPÍTULO L.

De las grandes persecuciones que los primeros religiosos padecieron por parte
de sus hermanos los españoles.

POR llevar á hecho lo tocante al ministerio de los sacramentos, dejé para este lugar lo que respecto del tiempo fué primero, y antes que otras cosas de las referidas. Mas no viene fuera de sazon, acabando de hablar de la cruz del Señor, tratar consecutivamente de la cruz que á imitacion suya y por su amor tomaron sobre sus hombros estos benditos religiosos de quien vamos hablando, verdaderos discípulos suyos, llevando en paciencia las persecuciones y contradicciones que en este ministerio se les ofrecieron. No eran pequeños trabajos los ordinarios de su cuotidiana ocupacion (como de lo escripto arriba parece), en aprender lenguas extrañas, en predicar, enseñar, baptizar, confesar, casar, y en conferir muchas dificultades

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