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á su hijo primogénito D. Enrique, primer príncipe de Asturias.

Débil, enfermizo, de pocos años el nuevo monarca que por sus achaques habia de merecer á la historia el sobrenombre de Doliente; viose supeditado á un consejo de regencia, compuesto de turbulentos magnates; olvidado en el alcázar, viviendo en la mayor estrechez en tanto que los regentes consumian su patrimonio en contínuas fiestas y banquetes; hubo de apelar, segun dicen las crónicas, á vender sus propias ropas para subsistir; creciendo en años y contemplando mas de cerca la inmensa orgía en que se encontraba el reino, un destello de vigor pudo recabarse de su apocada naturaleza, y sorprendiendo, acompañado de algunos amigos fieles, uno de aquellos báquicos festines, con que en su detrimento se reunian todos los grandes, castigó de golpe toda su osadía intimándoles con la muerte, si prontamente no le rendian obediencia. Sobrecogidos de espanto los orgullosos nobles, le entregaron las riendas del gobierno, aun cuando no habia entrado en su mayor edad, y á varios de ellos se les conminó la órden de que pasaran á sus tierras, con lo que pudo el monarca tomar algun respiro para atender á las cosas de Castilla, que estaban harto descuidadas y en el mayor embrollo y confusion.

Entre las diversas cláusulas del testamento otorgado por D. Juan I se consignaba la siguiente: «otrosí en razon del conde D. Alfonso mandamos á los nuestros testamentarios, que ellos, en uno con los dichos tutores é regidores, ordenen é fagan de todo, aquello que entendieren que se debe facer con razon é con derecho, porque la nuestra ánima sea desembargada; lo cual todo cometemos é dejamos en su alvedrío é buena discrecion.....» valido de esta escritura y en la turbulenta minoría de D. Enrique III; halló medio el conde D. Alfonso, que de las prisiones de Almonací, habia sido trasladado al castillo de Monterey, de congraciarse con el arzobispo de Santiago, rival del de Toledo y partidario del rey: sea esta amistad, ó lo que es mas probable, la proteccion de su hermano el duque de Benavente, señor de los

mas poderosos de Castilla, es lo cierto que en el año de 1391 se la restituyó la libertad por mandamiento de los gobernadores, entregándole poco despues todos sus estados, y siendo admitido en el de 1392 por influjo de su hermana la reina de Navarra como co-regente del reino, señalándole de dotacion un cuento de maravedises: una vez perdonada su pasada rebeldía, gozaba la completa confianza del monarca, cuya mano besará al salir de la prision ¡con harta doblez é ingratitud habia de portarse el siempre rebelde conde.

CAPITULO IX.

Nuevos planes del conde de Gijon.-Vuelve á sus antiguos estados. Se apodera de Oviedo.-Alboroto en la ciudad.-Enrique III el Doliente en Oviedo.-Cerco de Gijon.-Defensores de la plaza.-Nuevos medios de defensa.-Rómpense las hostilidades.-Combate y quema de dos barcas.-Toma del castillo de San Martin.-El rey y el conde nombran árbitro de sus diferencias al rey de Francia.-Levántase el sitio.-El rey de Francia declara al conde aleve y traidor.-La condesa doña Isabel rehusa entregar á Gijon.-Alborótanse los gijoneses.-Nuevo sitio. -El general Pedro Menendez Valdés comienza á batir la plaza. -Curiosos episodios.-Hechos de armas.-La plaza capitula por hambre.-Incendio de Gijon llevado á cabo por la condesa antes de su partida.-Entrada de las tropas reales.-Es arrasado cuanto habia podido resistir sítio é incendio.-Fin de la impor-" tancia histórica de Gijon y su completa ruina.

Dado á sus antiguas mañas el conde D. Alfonso, en breve tramó multitud de intrigas con sus hermanos el duque de Benavente y la reina de Navarra, todas en detrimento de la autoridad real; apoderóse igualmente por entonces del castillo de Paredes de Nava, pertenencia del conde D. Pedro; requirióle el monarca que se lo entregase y si creia le asistia derecho le hiciera valer en el término de 60 dias

ante los jueces correspondientes; rehusando tan justa demanda y sin presentarse en la córte, tomó el conde la vuelta de Asturias, acompañado de multitud de nobles descontentos y de aventureros.

Como habia tenido parte en la gobernacion del reino, y se ignoraban sus nuevos designios fué bien recibido en la capital, donde se presentó como leal servidor del monarca: con estas palabras consiguió calmar el recelo de sus habitantes, y con gran precaucion y poco ruido. fué paulatinamente reemplazando los alcaides de las torres, por otros de su confianza: entraban en la ciudad todos los dias gentes. de Castilla reclutadas por su órden, y así que hubo contado buen golpe de ellas, demostró cuales eran sus verdaderas intenciones apoderándose de Oviedo sin la menor dificultad; que la poca defensa, la habia inutilizado con sus artimañas, y la mayor parte de los caballeros asturianos, se encontraban en el servicio del rey, harto comprometido con las guerras y liga que le movían los grandes: no obstante pasado el primer momento de sorpresa, y aprovechándose de la ocasion en que D. Alfonso habia enviado á Gijon, una gran parte de sus tropas, alborotáronse los ciudadanos acudiendo en tropel à la fortaleza en demanda de su persona, que huyendo de tan justa ira se habia refugiado en aquel sitio: armados como iban los ovetenses, sin que hubiera tenido tiempo á cerrarles las puertas, mal rato pasaron D. Alfonso y los suyos; que les fué forzoso huir por un estrecho postigo, saliendo al campo por diversos sitios, sufriendo en el transcurso una lluvia de pedradas, en que tomaron parte hasta mujeres y niños, de que resultaron muchos heridos y algunos muertos, tomando los que se vieron salvos y con el conde á la cabeza, el camino de Gijon, donde entraron antes de finalizar el dia.

Enojado el nuevo rey D. Enrique, de la doblez con que pagaba su perdon el conde D. Alfonso resolvió castigar tanta osadía, y aprovechando un momento de calma en el encrespado mar en que se revolvía Castilla vino á Asturias en el año de 1394. acompañado de un ejército compuesto segun Ayala, de cuatrocientos hombres de armas, dos mil escuderos

y ballesteros «é non levavan sinon muy pocas cabalgaduras, por cuanto la tierra es muy fragosa, é de poca cebada» avivando su marcha la noticia de las grandes fortificaciones que el conde hacía en Gijon, con la ayuda de su hermano el duque de Benavente. En la Catedral de Leon, despues de oida la misa celebrada por el obispo, desheredó solemnemente á D. Alfonso de todos sus estados, por rebelde, á su padre y á él (1). A su llegada á Oviedo, dias despues del famoso alboroto, abiertas todas las puertas, salieron á recibirle los fieles de la ciudad, presentándole tres cabezas de los que habian muerto, y dirigiéndole las siguientes palabras: Muy noble é poderoso señor: El concejo de Oviedo envía á besar vuestras manos, è facer saber á la vuesa merced, en como se tuvo por afrentado por haber acogido al mal conde D. Alfonso; pero que fuera con engaño, é cautela, é por ende en sabiendo que andaba fuera del bueso servicio le habian echado de la ciudad, é que

(1) El rey despues que llegó á Valladolid estuvo allí ocho dias é sopo como el conde D. Alfonso su tio non quería venir á el; antes se apercibía cuanto podia así en bastecer á Gijon, é otros castillos que tenia, como en se apercibir en la ciudad de Oviedo, é en otros lugares del rey é acordo de ir para allá. E de allí envió el rey á la costa de la mar que armasen navios y viniesen sobre Gijon.»>

«Estando el rey en la ciudad de Leon llegaron los mensageros de D. Alfonso que le dijeron de su parte que no venía á su presencia hasta que tuviera 25 años y que por temor á los privados que gobernaban el reino, que por su parte no queria mas que las heredades que le dejó D. Enrique y que así siempre sería en su servicio y le daría rehenes; tambien dijeron los mensajeros que el conde D. Alfonso tenia compañas suyas en la ciudad de Oviedo y bastecia la villa de Gijon, é el castillo de Sant Martin, é otros que habia en Asturias. E el rey despues que vió que en ninguna manera el conde de Alfonso queria venir á el llegó un dia á la iglesia de Santa María de Regla; é hizo decir misa al obispo en el altar mayor é allí dixo «que por cuanto al rey D. Juan le habia sido traidor y á el tambien le tirava todas las tierras é bienes que habia en el Regno, é los confiscaba para la su corona, segun el rey D. Juan lo habia fecho é lo dejára ordenado,» así lo juró en manos del obispo de Leon sobre la cruz y los Santos Evangelios. >>

Crónica de Pero Lopez de Ayala.

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