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várias provincias del Archipiélago,--nada obligaba á los empleados del ramo á estudiar los montes en los montes mismos, y habida cuenta de las dificultades de las salidas, de la absoluta carencia de personal, de los grandes gastos que ocasionaban las excursiones, indemnizadas mezquina é insuficientemente, no es de extrañar que pasáran años que la Administracion forestal adelantára un paso en el conocimiento de la riqueza confiada á sus cuidados, lo cual era motivo de descrédito, suministrando con ello una arma de oposicion á los interesados en utilizar como bienes propios lo que era del dominio del Estado. Y esto solo hubiera quizás bastado para ahogar en sus primeros tiempos el naciente servicio del ramo si el Gobierno, atendiendo al fin á estas consideraciones, no hubiera dictado el Reglamento que asienta sobre la segura base del conocimiento de los bosques la Administracion forestal del Archipiélago.

He indicado ya los estudios fundamentales de los planes de aprovechamiento. Tienen éstos un doble carácter, puramente estadístico-forestal y botánico-forestal. El último, muy subordinado en la Península por el prévio conocimiento de las especies arbóreas que el Ingeniero posee desde los primeros años de su carrera, sobresale en Filipinas y adquiere un lugar preferente, pues el Ingeniero entra en aquellos bosques refiriendo trabajosamente á formas típicas que, si ha hecho un estudio especial de botánica, recuerda haber visto en las obras descriptivas de las floras asiáticas y oceánicas los individuos que gigantescos se levantan á su vista medio oculto el tronco bajo las lianas que lo abrazan adornándolo con sus vistosas flo

res, las orchideas con las suyas de fantásticas formas y brillantes colores, los helechos de caprichosamente recortadas frondas y envuelto su follaje entre las hojas de cien trepadoras, que confunden frecuentemente al observador llevándole á los más groseros errores en la observacion de la especie. Recuerdo aún conmovido la extraña impresion que por primera vez sentí al penetrar en una selva tropical. Acostumbrado á recorrer los montes de Europa siempre hallándome entre conocidos y antiguos conocidos, dejando el roble para encontrar el pino y el pino por la sombra del haya, me impuso un temor respetuoso la prodigiosa variedad de formas arbóreas que en su mayoría ni siquiera á tipos de familias sabía referir. Las Verbenáceas, humildes hierbas ó, á lo más, menguadas matas en Europa, aparecian ante mi vista con formas gigantes en árboles más corpulentos que el secular roble. Las Rubiáceas, cuyo tipo es en nuestro país tan pequeño, daban su contingente á aquel ejército de colosos, así como las Dipterocarpeas, las Gutíferas, las Artocarpeas y otras muchas familias de las cuales no tiene el Ingeniero más conocimiento que el que hayan podido darle algunos ejemplares de jardin ó estufa, que solo débil recuerdo son de las extrañas y exhuberantes plantas de los trópicos. El estudio fitográfico se presenta, pues, como una necesidad de primer órden al Ingeniero, y las dificultades que ofrece son no pocas, pero tiene forzosamente que hacerlo, cueste lo que cueste, si quiere aplicar el caudal de conocimientos que constituyen su carrera.

Yaciendo en tal oscuridad la flora forestal del Archipiélago, ¿qué mucho que se antan diversas las opiniones acer

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ca de su riqueza leñosa entre la mayor parte de los que han descrito las islas, habiéndolas recorrido? Otros hay que han escrito bastante sobre ellas sin conocer más que los alrededores de Manila, y hablan siempre del inmenso, del inagotable tesoro de maderas preciosas que sus bosques encierran. Tales asertos pecan de notoria exageracion; el capital leñoso ni es inmenso ni, por desgracia, inagotable, las maderas preciosas van siendo raras en muchas, en muchísimas localidades donde abundaban pocos años há, sin que se vea en ellas repoblado de la misma especie que las pueda sustituir. En la grandiosidad del mundo tropical va todo aprisa, y si la mano, muchas veces imprevisora, del hombre, guiada solo por un interes de momento, rompe la armonía de la naturaleza destruyendo sin crear, encuentra á la vuelta de algunos años baletes y otros árboles de rápido crecimiento y madera de escaso valor, donde cortó bétis, dungon y molaves que le dieran excelentes materiales para sus barcos y sus casas.

Con anterioridad al establecimiento de la Inspeccion, en 1862, se dictó ya una Real órden llamando la atencion del Gobernador superior civil acerca de la escasez de maderas en algunos puntos de Mindoro, de donde sacaba ántes la Marina las más estimadas para construccion naval, incitándole á tomar medidas enérgicas que impidieran la destruccion de aquellos montes. El mal habia llegado, en efecto, á su colmo; en todas partes se entresacaban de los montes del Estado las especies que convenian á los especuladores, quienes considerándolas como propias, no pedian permiso para los aprovechamientos á las autoridades, resultando que éstas no tenian otro conoci

miento que las quejas de los pueblos, que veian su ruina cercana, temiendo la destruccion de los montes de donde sacaban maderas para sus viviendas y leñas para sus hogares. Los trabajos de la Inspeccion hasta el año de 1867 dieron menguados resultados por causas cuyo exámen estaria aquí fuera de lugar; desde esta época fueron más fructuosos los esfuerzos del personal que, con un celo superior á todo encomio, velaba por los intereses del Estado y de los pueblos; se obtuvo el acotamiento de los montes públicos y empezaron á sujetarse á reglamentacion los aprovechamientos. Sometidos los maderistas á las condiciones que se les imponian en las concesiones de cortas, una de las cuales era satisfacer al Tesoro público el valor de los árboles que apeaban, tasados al tenor de los tipos de la tarifa que acompañaba á cada licencia, empezaron á acostumbrarse á ver en los montes una propiedad del Estado y fué en disminucion la tala, circunscribiéndose la explotacion á puntos más concretos, y haciéndola con mayor inteligencia y esmero. No solo á la corta de maderas debe atribuirse el deplorable estado á que habian llegado los bosques situados en puntos accesibles para la fácil extraccion de aquéllas; una parte, y no la menor, en esta obra destructora, tuvieron los cainges ó quemas del arbolado hechas con objeto de utilizar el suelo así fertilizado para obtener un par de cosechas de arroz, abandonándolo despues al invasor cogon, de fácil propagacion y difícil exterminio.

La mayor parte de los ántes magníficos montes de Cebú ha sido destruida por estas quemas análogas á los Kumaris de los malabares y á los Toungya de los birma

nes (1), de cuyos fatales efectos he oido quejarse amargamente á muchos agricultores de aquella isla. Y hasta en los alrededores del casi desierto puerto de Dumanquilas en Mindanao eran las humaredas de los cainges lo único que nos anunciaba haber en sus cercanías poblacion.

En todas las islas del Sur se pierden así considerables cantidades de buenas maderas que aprovecharian para la construccion, las rancherías de moros varian su asiento, siendo la primera operacion quemar el monte en el sitio que han elegido para fijar sus cultivos un par de años, y los indios aborigenes, huyendo siempre de su contacto, son como sus precursores llevando los incendios al interior. Este asunto reclama un interes preferente por parte de las autoridades locales, cuyo celo deberia excitar la superior, como repetidas veces se ha permitido aconsejárselo la Inspeccion.

Apuntadas las causas de destruccion que han pesado sobre los montes de Filipinas sumiéndolos en un estado, que se ha visto inspiró serios y fundados temores á las autoridades, examinemos ahora si una administracion facultativa forestal puede evitarlas y funcionar en aquel país, de condiciones tan distintas á los de Europa, con ventajas para el Estado sin que su sostenimiento sea gravoso al harto agobiado tesoro de Filipinas. Esta cuestion,

(1) Pueden verse algunos interesantes detalles acerca de sus resultados para la agricultura y los montes, en el excelente artículo de J. Clavé publicado en el número de la Revue des deux mondes correspondiente al 15 de Abril de 1867 (tomo LXVIII).

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