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menzó a castigar los almagristas, que presos y heridos estaban; ca bien más de ciento y sesenta se recogieron allí, y entregaron las armas a los vecinos que los prendieron. Cometió la causa al licenciado de la Gama, y en pocos días se hicieron cuartos los capitanes Juan Tello, Diego de Hoces, Francisco Peces, Juan Pérez, Juan Diente, Marticote, Basilio, Cárdenas, Pedro de Oñate, maestro de campo, y otros treinta que por brevedad callo. Vaca de Castro desterró también algunos y perdonó los demás. Envió a sus casas casi todos los que con él estaban que tenían repartimiento y cargo. Envió a Pedro de Vergara a poblar los Bracamoros, que había conquistado, y fuese al Cuzco, que lo llaman, porque no les quitasen a don Diego algunos que bien lo querían. Acogióse don Diego con solos cuatro al Cuzco, pensando rehacerse allí. Mas su teniente Rodrigo de Salazar, de Toledo, y Antón Ruiz de Guevara, alcalde, y otros vecinos, lo echaron preso, como lo vieron vencido y solo. Vaca de Castro lo degolló en llegando, ahorcó a Juan Rodríguez Barragán y al alférez Enrique y a otros. Diego Méndez Orgoños se soltó y se fué al inga, que estaba en los Andes, y allá le mataron después los indios. Con la muerte de don Diego quedó tan llano el Perú como antes que su padre y Pizarro descompadrasen, y pudo muy bien Vaca de Castro regir y mandar los españoles. Loaban muchos el ánimo de don Diego, aunque no la intención y desvergonza que tuvo contra el rey, ca siendo tan mozo vengó, a consejo de Juan de Rada, la muerte de su padre, sin querer tomar nada de Pizarro, aunque tuvo necesidad. Supo conservar los amigos y gobernar los pueblos que lo admitieron, aunque usó algún rigor y robos por amor de los soldados. Peleó muy bien y murió cristianamente. Era hijo de india, natural de Panamá, y más virtuoso que suelen ser mestizos, hijos de indias y españoles, y fué el primero que tomó armas y que peleó con

tra su rey. También se maravillaban de la constante amistad que los suyos le tuvieron, ca nunca lo dejaron hasta ser vencidos, por más perdón y mercedes que les daban: tanto puede el amor y bandos una vez tomados. Había muchos soldados que no tenían hacienda ni qué hacer; y porque no causasen algún bullicio como los pasados, y también por conquistar y convertir los indios, envió Vaca de Castro muchos capitanes a diversas partes, como fué a los capitanes Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez, de Madrid, y Nicolás de Heredia, que llevaron mucha gente. Envió a Monroy en socorro de Valdivia, que tenía gran necesidad en el Chili; y también fué a Mullubamba Joan Pérez de Guevara, tierra comenzada a conquistar y rica de minas de oro, y entre los ríos Marañón y de la Plata, o por mejor decir nacen en ella, y crían unos peces del tamaño y hechura de perros, que muerden al hombre. Anda la gente casi desnuda, usan arco, comen carne humana y dicen que cerca de allí, hacia el norte, hay camellos, gallipavos de Méjico y ovejas menores que las del Perú, y amazonas de Orellana. Llamó a Gonzalo Pizarro y dióle licencia que fuese a sus pueblos y repartimiento de los Charcas. Encomendó los indios que vacos estaban, aunque muchos se quejaban por no les alcanzar parte. Hizo muchas ordenanzas en gran utilidad de los indios, los cuales comenzaron a descansar y cultivar la tierra, ca en las guerras civiles pasadas habían sido muy mal tratados, y aun dicen que murieron y mataron millón y medio dellos en ellas, y más de mil españoles. Residió Vaca de Castro en el Cuzco año y medio, y en aquel tiempo se descubrieron riquísimas minas de oro y de plata.

CLI

Visita del Consejo de Indias.

De las revueltas del Perú que contado habemos resultó visita del Consejo de Indias y nuevas leyes para regir aquellas tierras, causadoras de grandes muertes y males, no por ser muy malas, sino por ser rigorosas, como luego diremos. Hizo la visita el doctor Juan de Figueroa, oidor del Consejo y Cámara del Rey. Eran oidores de aquel Consejo el doctor Beltrán, el licenciado Gutiérrez Velázquez, el doctor Juan Bernal de Luco y el licenciado Juan Suárez de Caravajal, obispo de Lugo; fiscal, el licenciado Villalobos; secretario, Juan de Sámano, y presidente, fray García de Loaisa, cardenal y arzobispo de Sevilla. El emperador, vista la información y testigos, quitó de la audiencia al doctor Beltrán y obispo de Lugo. El obispo perseveró en corte, y dende a cuatro o cinco años lo hizo el rey comisario general de la Cruzada. El doctor Beltrán se fué a Nuestra Señora de Gracia, de Medina del Campo, donde tenía casa, y también le perdonó el emperador y le mandó dar su hacienda y salario acostumbrado en su casa; mas la cédula destas mercedes llegó con la muerte. Daba gracias a Dios que lo dejó morir sin negocios, sin juegos ni trapazas. Era agudo y resoluto; tuvo muchos y grandes salarios siendo abogado; dejólos por el Consejo Real, y removiéronle dél. Vile llorar sus desventuras, quejándose de sí mesmo porque dejó la abogacía por la audiencia. Fué muy tahur, y jugaban mucho su mujer e hijos, que lo destruyeron. A toda suerte de hombres está mal el juego, y peor a los que tienen negocios, y negocios de rey y reinos. No faltó quien tachase al cardenal, pensando suceder en la presidencia; mas él era libre, acepto al

emperador y amigo del secretario Francisco de los Cobos, que tenía la masa de los negocios.

CLII

Nuevas leyes y ordenanzas para las Indias.

Sabiendo el emperador las desórdenes del Perú y malos tratamientos que se hacían a los indios, quiso remediarlo todo, como rey justiciero y celoso del servicio de Dios y provecho de los hombres. Mandó al doctor Figueroa tomar sobre juramento los dichos de muchos gobernadores, conquistadores y religiosos que habían estado en Indias, así para saber la calidad de los indios como el tratamiento que se les hacía, y aun porque le decían algunos frailes que no podía hacer la conquista de aquellas partes. Así que buscó personas de ciencia y de consciencia que ordenasen algunas leyes para gobernar las Indías buena y cristianamente; las cuales fueron el cardenal fray García de Loaisa, Sebastián Ramírez, obispo de Cuenca y presidente de Valladolid, que había sido presidente en Santo Domingo y en Méjico; don Juan de Zúñiga, ayo del príncipe don Felipe y comendador mayor de Castilla; el secretario Francisco de los Cobos, comendador mayor de Leon; don García Manrique, conde de Osorno y presidente de Ordenes, que había entendido en negocios de Indias mucho tiempo, en ausencia del cardenal; el doctor Hernando de Guevara y el doctor Juan de Figueroa, que eran de la Cámara, y el licenciado Mercado, oidor del Consejo Real; el doctor Bernal, el licenciado Gutierre Velázquez, el licenciado Salmeron, el doctor Gregorio López, que oidores eran de las Indias, y el doctor Jacobo González de Artiaga, que a la sazón estaba en consejo de Orde

nes. Juntábanse a tratar y disputar con el cardenal, que posaba en casa de Pero González de León, y ordenaron, aunque no con voto de todos, obra de cuarenta leyes, que llamaron ordenanzas, y firmólas el emperador en Barcelona y en 20 de noviembre, año de 1542.

CLIII

La grande alteración que hubo en el Perú por las ordenanzas.

Tan presto como fueron hechas las ordenanzas y nuevas leyes para las Indias, las enviaron los que de allá en corte andaban a muchas partes: isleños a Santo Domingo, mejicanos a Méjico, peruleros al Perú. Donde más se alteraron con ellas fué en el Perú, ca se dió un traslado a cada pueblo; y en muchos repicaron campanas de alboroto, y bramaban leyéndolas. Unos se entristecían, temiendo la ejecución; otros renegaban, y todos maldecían a fray Bartolomé de las Casas (1), que las había procurado. No comían los hombres, lloraban las mujeres y niños, ensoberbescíanse los indios, que no poco temor era. Carteáronse los pueblos para suplicar de aquellas ordenanzas, enviando al emperador un grandísimo presente de oro para los gastos que había hecho en la ida de Argel y guerra de Perpiñán. Escribieron unos a Gonzalo Pizarro y otros a Vaca de Castro, que holgaban de la suplicación, pensando excluir a Blasco Núñez por aquella vía y quedar ellos con el gobierno de la tierra, no digo entrambos juntos, sino cada uno por sí, que también fuera malo, porque hubiera sobre ello grandes revolucio

(1) Tuvo fray Bartolomé de las Casas espíritu evangélico suficiente para oponerse en todo momento a la dureza de los conquistadores. (Nota D.)

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