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manga por las barrancas que la cercan e importante para la batalla. Escribió a don Diego, con Idiáquez y Diego de Mercado, que le perdonaría cuantas muertes, robos, agravios e insultos había hecho si entregaba su ejército, y le daría diez mil indios donde los quisiese, y que no procedería contra ninguno de sus amigos y consejeros. Respondió que lo haría si le daba la gobernación del nuevo reino de Toledo y las minas partimientos de indios que su padre tuvo. Andando en demandas y respuestas llegó a Guaraguaci un clérigo, que dijo a don Diego cómo venía de Panamá, y que lo había perdonado el emperador y hecho gobernador del nuevo Toledo; por tanto, que le diese las albricias. Dijo asimesmo que Vaca de Castro tenía pocos españoles, mal armados y descontentos, nuevas que, aunque falsas y no creídas, animaron mucho a sus compañeros. Tomaron también los corredores del campo a un Alonso García, que iba en hábito de indio con cartas del rey y Vaca de Castro para muchos capitanes y caballeros, en que les prometía grandes repartimientos y otras mercedes. Ahorcólo don Diego por el traje y mensaje, y quejóse mucho de Vaca de Castro porque, tratando con él de conciertos, le sobornaba la gente. Fué gran constancia o indinación la del ejército de don Diego, porque ninguno lo desamparó. Escribieron desvergüenzas a los del rey, y que no fiasen de Vaca de Castro ni del cardenal Loaisa, que lo enviaba, pues no traía provisiones del emperador; y si las traía, no valían, por ser hechas contra la ley, pues le hacían gobernador si muriese Pizarro. Don Diego, si le dieran un perdón general firmado del rey, se diera por la renta y gobierno del padre, según dicen; mas, o enojado o confiado, publicó la batalla en presencia de Idiáquez y Mercado. Y prometió a sus soldados las haciendas y mujeres de los contrarios que matasen: palabra de tirano. Movió luego el real y artillería de Vilcas, y fué a ponerse en una loma dos leguas de Guamanga. Vaca

de Castro, que supo su determinación y camino, dejó a Guamanga, por ser áspera para los caballos, que tenía muchos más que don Diego, y púsose en un llano alto, que llamaban Chupas, a 15 de setiembre, año de 1542. Estaban los ejércitos cerquita y los corazones lejos, ca los de don Diego deseaban la batalla y los otros la temían; y así decían que Fernando Pizarro estaba preso porque dió la batalla de las Salinas, y que venía él a castigar los demás. Vaca de Castro los animó a la batalla, y porque peleasen condenó a muerte a don Diego de Almagro y a todos los que le seguían. Firmó la sentencia y pregonóla; y así repartió luego a otro día, con voluntad de todos, los caballos en seis escuadras. Echó delante a Nuño de Castro con cincuenta arcabuceros que trabase una escaramuza, y él subió un gran recuesto a mucho trabajo, donde asentó su artillería Martín de Valencia el capitán. Y si don Diego les defendiera la subida, los desbaratara, según iban desordenados y cansados. No habia entre los ejércitos más de una lomilla, y escaramuzaban ligeramente, hablándose unos a otros. Don Diego estaba en aventajado lugar y orden, si no se mudara. Tenía la infantería en medio, y a los lados los de caballo, y delante la artillería en parte rasa y anchurosa para jugar de hito en los enemigos que le acometiesen. Puso también a su mano derecha a Paulo, inga, con muchos honderos y que llevaban dardos y picas. Vaca de Castro hizo un largo razonamiento a los suyos y se puso en la delantera con la lanza en puño para romper de los primeros, pues así lo quería don Diego. Ellos, respondiendo fiel y animosamente, le rogaron y hicieron que fuese detrás; y así quedó en la retaguardia con treinta de caballo. Puso a la mano derecha los medios caballos con Alonso de Alvarado y con el pendón real, que llevaba Cristóbal de Barrientos, y los otros a la izquierda con Perálvarez y los otros capitanes, y en medio a los peones. Mandó a Nuño de Castro que

anduviese sobresaliente con cincuenta arcabuceros. Era ya muy tarde cuando esto pasaba, y jugaba tan recio la arrtillería de don Diego, que hacía temer a muchos; y un mancebo, por guardarse de ella, se puso tras una gran piedra; dióle la pelota en ella, saltó un pedazo y matóle. Quisiera Vaca de Castro dejar la batalla para otro día, con parescer de algunos capitanes; mas Alonso de Alvarado y Nuño de Castro porfiaron que la diese, aunque peleasen de noche, diciendo que si la dilataba se resfriarían los soldados y se pasarían a don Diego, pensando que de miedo la dejaba, por ser más y mejores los enemigos. Tuvieron otro inconveniente para no pelear, y era que no podían ir derechos sin rescebir mucho daño de los tiros. Francisco de Caravajal y Alonso de Alvarado guiaron el ejército por un vallejo o quebrada que hallaron a la parte iz quierda, por donde subieron a la loma de don Diego sin rescebir golpe de artillería, que se pasaba por alto, y aun dejaron la suya por la subida y porque un tiro della mató cinco personas de las que la llevaban. Don Diego caminó hacia los enemigos con la orden que tenía, por no mostrar flaqueza, que así fué aconsejado de sus capitanes; empero fué contra la de Pero Suárez, sargento mayor, que sabía de guerra más que todos. Y dicen por muy cierto que si quedo estuviera, él venciera esta batalla. Mas vino a ponerse a la punta de la loma, y no pudo aprovecharse de su artillería. Comenzaron los indios de Paulo a descargar sus hondas y varas con mucha grita. Fué a ellos Castro con sus arcabuceros, y retrájolos. Socorrióles Marticote, capitán de arcabucería, y comenzóse la escaramuza. Comenzaron a subir a lo alto y llano los escuadrones de Vaca de Castro al son de sus atambores. Disparó en ellos la artillería y llevó una hilera entera, y los hizo abrir y aun ciar; mas los capitanes los hicieron cerrar y caminar adelante con las espadas desnudas, y por romper fueran rompidos, si Francisco de Caravajal, que

regía las haces, no los detuviera hasta que acabase de tirar la artillería. Mataron en esto los arcabuceros de don Diego a Perálvarez Holguín y derribaron a Gómez de Tordoya, por lo cual, y por el daño que los tiros hacían en la infantería, dió voces Pedro de Vergara, que también herido estaba, a los de caballo que arremetiesen. Sonó la trompeta, y corrieron para los enemigos. Don Diego salió al encuentro con gran furia. Cayeron muchos de cada parte con los primeros golpes de lanza y muchos más con los de espada y hacha. Estuvo en peso buen rato la batalla sin declarar vitoria por ninguna de las partes, aunque los peones de Vaca de Castro habían ganado la artillería y los de don Diego habían muerto muchos contrarios y tenían dos banderas enteras. Anochecía ya y cada uno quería dormir con vitoria; y así peleaban como leones, y mejor hablando como españoles, ca el vencido había de perder la vida, la honra, la hacienda y señorío de la tierra, y el vencedor ganarlo. Vaca de Castro arremetió con sus treinta caballeros al cuerno izquierdo contrario, donde muy enteros y como vencedorcs estaban los enemigos, y trabóse allí como de nuevo otra pelea; mas al fin venció, aunque le mataron al capitán Jiménez, a Mercado de Medina y otros muchos. Don Diego, viendo los suyos de vencida, se metió en los enemigos, porque le matasen peleando, mas ninguno lo hirió, o porque no lo conocieron o porque peleaba animosísimamente. Huyó, en fin, con Diego Méndez, Juan Rodríguez Barragán, Juan de Guzmán y otros tres al Cuzco, y llegó allá en cinco días. Cristóbal de Sosa se nombraba también, y Martin de Bilbao, diciendo: Yo maté a Francisco Pizarro; y así los hicieron pedazos combatiendo. Muchos se salvaron por ser de noche, y hartos por tomar a los caídos de Vaca de Castro las bandas coloradas que por señal llevaban. Los indios, que como los lobos aguardaban la fin de la batalla, mataron a Juan Balsa,

a un comendador de Rodas, su amigo, y muy muchos otros que huyendo iban a otro inga. Murieron trecientos españoles de la parte del rey, y muchos, aunque no tantos, de la otra; así que fué muy carnicera batalla, y pocos capitanes escaparon vivos: tan bien pelearon. Quedaron heridos más de cuatrocientos, y aun muchos dellos se helaron aquella noche: tanto frío hizo.

CL

La justicia que hizo Vaca de Castro en don Diego de Almagro y en otros muchos.

Gran parte de la noche gastó Vaca de Castro en hablar y loar sus capitanes y otros caballeros y hombres principales que a él llegaban a darle la norabuena de la vitoria, y a la verdad ellos merescían ser loados y él ensalzado. Saquearon el real de don Diego, que mucha plata y oro tenía, no sin muertes de los que lo guardaban. No dejaron las armas, con recelo de los enemigos, ca no sabían por entero cuán de veras habían huído. Pasaron frío y hambres, y aun lástima por las voces y gemidos y quejas que los heridos daban sintiéndose morir de hielo y desnudar de los indios, ca los achocaban también algunos con porras que usan, por despojarlos. Corrieron el campo en amaneciendo, curaron los heridos y enterraron los muertos, y aun llevaron a sepultar en Guamanga a Perálvarez Holguín, a Gómez de Tordoya y otros pocos. Arrastraron y descuartizaron el cuerpo de Martín de Bilbao,_que mataron en la batalla, según dije, porque mató a Francisco Pizarro. Otro tanto hicieron por la mesma causa Martín Carrillo, Arbolancha, Hinojeros, Velázquez y otros; en lo cual gastaron todo aquel día, y otro siguiente en ir a Guamanga, donde Vaca de Castro co

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