Imágenes de página
PDF
ePub

sus muchos servicios y por haber allanado aquella tierra, castigando por justicia a quien la revolviera. A la partida rogó a su hermano Francisco que no se fiase de almagrista ninguno, mayormente de los que fueron con él al Chile, porque los había él hallado muy constantes en el amor del muerto, y avisólo que no los dejase juntar, porque le matarían, ca el sabía cómo en estando juntos cinco dellos trataban de lo matar. Despidióse con tanto, vino a España y a la corte con gran fausto y riqueza; mas no se tardó mucho que lo llevaron de Valladolid a la Mota de Medina del Campo, de donde aún no ha salido.

CXLIII

La entrada que Gonzalo Pizarro hizo a la tierra de la Canela.

Entre las otras cosas que Fernando Pizarro tenia de negociar con el emperador era la gobernación del Quito para Gonzalo, su hermano, y con tal confianza hizo Francisco Pizarro gobernador de aquella provincia al susodicho Gonzalo Pizarro. El cual para ir allá y a la tierra que llamaban de la Canela armó docientos españoles, y a caballo los ciento, y gastó en su persona y compañeros bien cincuenta mil castellanos de oro, aunque los más prestó. Tuvo en el camino algunos rencuentros con indios de guerra. Llegó al Quito, reformó algunas cosas del gobierno, proveyó su ejército de indios de carga y servicio y de otras muchas cosas necesarias a su jornada y partióse en demanda de la Canela, dejando en Quito por su teniente a Pedro de Puelles, con docientos y más españoles, con ciento y cincuenta caballos, con cuatro mil indios y tres mil ovejas y puercos. Caminó hasta Quijos, que es al norte de Quito y la postrera tierra que Guayna

capa (1) señoreó. Saliéronle allí muchos indios como de guerra, mas luego desaparescieron. Estando en aquel lugar tembló la tierra terriblemente y se hundieron más de sesenta casas y se abrió la tierra por muchas partes. Hubo tantos truenos y relámpagos, y cayó tanta agua y rayos, que se maravillaron. Pasó luego unas sierras, donde muchos de sus indios se quedaron helados, y aun, allende del frío, tuvieron hambre. Apresuró el paso hasta Cumaco, lugar puesto a las faldas de un volcán, y bien proveído. Allí estuvo dos meses, que un solo día no dejó de llover, y ansí se les pudrieron los vestidos. En Cumaco y su comarca, que cae bajo o cerca de la Equinocial, hay la canela que buscaban. El árbol es grande y tiene la hoja como de laurel, y unos capullos como de bellotas de alcornoque. Las hojas, tallos, corteza, raíces y fruta son de sabor de canela, mas los capullos es lo mejor. Hay montes de aquestos árboles, y crían muchos en heredades para vender la especería, que muy gran trato es por allí. Andan los hombres en carnes, y atan lo suyo con cuerdas que ciñen al cuerpo; las mujeres traen solamente pañicos. De Cumaco fueron a Coca, donde reposaron cincuenta días y tuvieron amistad con el señor. Siguieron la corriente del río que por pasa y que muy caudaloso es. Anduvieron cincuenta leguas sin hallar puente ni paso; mas vieron cómo el río hacía un salto de docientos estados con tanto ruido, que ensordecía, cosa de admiración para los nuestros. Hallaron una canal de peña tajada, no más ancha que veinte pies, por do entraba el río, la cual, a su parescer, era honda otros docientos estados. Los españoles hicieron una puente sobre aquella canal y pasaron a la otra parte, que les decían ser mejor tierra, aunque algo se lo defendieron los de allí; fueron a

allí

(1) O sea el Inca Huayna Ccapac, que en 1480 sucedió a su padre Tupac Yupanqui. (Nota D.)

Guema, tierra pobre y hambrienta, comiendo frutas, yerbas y unos como sarmientos, que sabían a ajos. Llegaron, en fin, a tierra de gente de razón, que comían pan y vestían algodón; mas tan lloviosa, que no tenían lugar de enjugar la ropa. Por lo cual, y por las ciénagas y mal camino, hicieron un bergantín, que la necesidad los hizo maestros. La brea fué resina; la estopa, camisas viejas y algodón, y de las herraduras de los caballos muertos y comidos labraron la clavazón, y a tanto llegaron, que comieron los perros. Metió Gonzalo Pizarro en el bergantín el oro, joyas, vestidos y otras cosillas de rescate, y diólo a Francisco de Orellana en cargo, con ciertas canoas en que llevase los enfermos y algunos sanos para buscar provisión. Caminaron docientas leguas, según les paresció, Orellana por agua y Pizarro por la ribera, abriendo camino en muchas partes a fuerza de manos y fierro. Pasaba de una ribera a otra por mejorar camino; mas siempre paraba el bergantín do él hacia su rancho. Como en tanta tierra no hallase comida ni riqueza ninguna de aquellas del Cuzco, Collado, Jauja y Pachacama, renegaban los suyos. Preguntó si había el río abajo algún pueblo abastado, donde reposar y comer pudiesen. Dijéronle que a diez soles había una buena tierra, y dieron por señal que se juntaba en ella otro gran río con aquél. Con esto envió a Orellana que le trajese comida de allí, o le esperase a la junta de los ríos; mas ni volvió ni esperó, sino fuese, como en otra parte se dijo, el río abajo, y él caminó sin parar y con gran trabajo, hambre y peligro de ahogarse en ríos que topó. Cuando llegó al puesto y no halló el bergantín en que llevaba su esperanza y hacienda, cuidaron él y todos perder el seso, ca no tenían pies ni salud para ir adelante, y temían el camino y montañas pasadas, donde habían muerto cincuenta españoles y muchos indios. Dieron finalmente la vuelta para Quito, tomando a la ventura otro camino, el cual, aunque be

llaco, no fué tan malo como el que llevaron. Tardaron en ir y volver año y medio. Caminaron cuatrocientas leguas. Tuvieron gran trabajo con las continuas lluvias. No hallaron sal en las más tierras que anduvieron. No volvieron cien españoles, de docientos y más que fueron. No volvió indio ninguno de cuantos llevaron, ni caballo, que todos se los comieron, y aun estuvieron por comerse los españoles que se morían, ca se usa en aquel río. Cuando llegaron donde había españoles, besaban la tierra. Entraron en Quito desnudos y llagadas las espaldas y pies, por que viesen cuáles venían, aunque los más traían cueras, caperuzas y abarcas de venado. Venían tan flacos y desfigurados, que no se conoscían; y tan estragados los estómagos del poco comer, que les hacía mal lo mucho y aun lo razonable.

CXLIV

La muerte de Francisco Pizarro

Vuelto que fué Francisco Pizarro a Los Reyes, procuró hacer su amigo a don Diego de Almagro; mas él no quería, ni aun mostró serlo, porque de suyo y por consejo de Juan de Rada, a quien el padre le encomendara cuando murió, estaba puesto en tomar venganza dél, matándole. Pizarro le quitó los indios, por que no tuviese qué dar de comer a los de Chile que se llegaban, pensando necesitarlo por allí a que viniese a su casa y estorbar la junta y monipodio que contra él podían hacer. El y ellos se indignaron mucho más por esto, y traían, aunque a escondidas, cuantas armas podían a casa de don Diego. Avisaron dello a Pizarro; mas él no hizo caso, diciendo que harta mala ventura tenía sin buscar más. Ataron una noche tres sogas de la picota, y pusiéronlas una en derecho de

que

casa de Pizarro, otra del teniente y doctor Juan Velázquez y otra del secretario Antonio Picado; mas ningún castigo ni pesquisa por ello se hizo, que dió mucha osadía a los almagristas, y así vinieron de docientas y más leguas muchos a tratar con don Diego la muerte de Pizarro; que a río vuelto, ganancia de pescadores. No querían matarle, aunque determinados estaban, hasta ver primero respuesta de Diego de Almagro, que, como dije, había ido a España a acusar a los Pizarros; mas apresuráronse a ello con la nueva iba el licenciado Vaca de Castro, y con que les decían que Pizarro los quería matar; lo cual, si verdad no era, fué malicia de algunos que, deseando la muerte de Pizarro, tiraban la piedra y escondían la mano. Tornaron a decir a Pizarro cómo sin duda ninguna le querían matar, que se guardase. El respondió que las cabezas de aquellos guardarían la suya, y que no quería traer guarda, porque no dijese Vaca de Castro que se armaba contra él. Fué Juan de Rada con cuatro compañeros a casa de Pizarro a descobrir lo que allá pasaba. Preguntóle por qué quería matar a don Diego y a sus criados. Juró Pizarro que tal no quería ni pensaba; mas antes ellos lo querían matar a él, según muchos le certificaban, y para eso compraban armas. Rada respondió que no era mucho que comprasen ellos corazas, pues él compraba lanzas. Atrevida y determinada respuesta y gran descuido y desprecio del Pizarro, que oyendo aquello y sabiendo lo otro no lo prendía. Pidióle Rada licencia para irse don Diego de aquella tierra con sus criados y amigos. Pizarro, que no entendía la disimulación, cogió unas naranjas, ca se paseaba en el jardín, y dióselas, diciendo que eran de las primeras de aquella tierra, y si tenía necesidad, que la remediaría. Con tanto Rada se despidió y se fué a contar esta plática a los conjurados, que juntos estaban, los cuales determinaron de matar a Pizarro estando en misa el día de Sant Juan. Uno de los

« AnteriorContinuar »