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españoles en el Cuzco sin contradición ninguna, y luego comenzaron unos a desentablar las paredes del templo, que de oro y plata eran; otros, a desenterrar las joyas y vasos de oro que con los muertos estaban; otros, a tomar ídolos, que de lo mesmo eran; saquearon también las casas y la fortaleza, que aun tenía mucha plata y oro de lo de Guaynacapa. En fin, hubieron allí y a la redonda más cantidad de oro y plata que con la prisión de Atabaliba habían habido en Caxamalca. Empero, como eran muchos más que no allá, no les cupo a tanto; por lo cual, y por ser segunda vez y sin prisión de rey, no se sonó acá mucho. Tal español hubo que halló, andando en un espeso soto, sepulcro entero de plata, que valía cincuenta mil castellanos; otros los hallaron de menos valor, mas hallaron muchos, ca usaban los ricos hombres de aquellas tierras enterrarse así por el campo a par de algún ídolo. Anduvieron asimismo buscando el tesoro de Guaynacapa y reyes antiguos del Cuzco, que tan afamado era; pero ni entonces ni después se halló. Mas ellos, que con lo habido no se contentaban, fatigaban los indios cavando y trastornando cuanto había, y aun les hicieron hartos malos tratamientos y crueldades porque dijesen dél y mostrasen sepulturas.

CXXIV

Calidades y costumbres del Cuzco.

El Cuzco está más allá de la Equinocial diez y siete grados. Es áspera tierra y de mucho frío y nieves. Tienen casas de adobes de tierra, cubiertas con esparto, que hay mucho por las sierras; las cuales llevan también de suyo nabos y altramuces. Los hombres andan en cabello, mas véndanse las cabezas; visten

camisa de lana y pañicos. Las mujeres traen sotanas sin mangas, que fajan mucho con cintas largas, y mantellinas tellinas sobre los hombros, prendidas con gordos alfileres de plata o cobre, que tienen las cabezas anchas y agudas, con que cortan muchas cosas. Comen cruda la carne y el pescado. Aquí son propiamente los orejones, que se abren y engrandan mucho las orejas, y cuelgan dellas unos sortijones de oro. Casan con cuantas quieren, y aun algunos con sus proprias hermanas; mas los tales son soldados. Castigan de muerte los adulterios; sacan los ojos al ladrón, que me paresce su proprio castigo. Guardan mucha justicia en todo, y aun dicen que los mesmos señores la ejecutan. Heredan los sobrinos, y no los hijos; solamente heredan los ingas a sus padres, como mayorazgos. El que toma la borla ayuna primero. Todos se entierran: los pobres y oficiales, llanamente, aunque les ponen sobre las sepulturas una alabarda o morrión si es soldado, un martillo si platero, y si cazador, un arco y flechas. Para los ingas y señores hacen grandes hoyos o bóveda, que cubren de mantas, donde cuelgan muchas joyas, armas y plumajes; ponen dentro vasos de plata y oro con agua y vino y cosas de comer. Meten también algunas de sus amadas mujeres, pajes y otros criados que los sirvan y acompañen; mas éstos no van en carne, sino en madera. Cúbrenlo todo de tierra, y echan de contino por encima de aquéllos sus vinos. Cuando españoles abrían estas sepulturas y desparcían los huesos, les rogaban los indios que no lo hiciesen, por que juntos estuviesen al resucitar, ca bien creen la resurrección de los cuerpos y la inmortalidad de las almas.

CXXV

La conquista de Quito.

Ruminagui, que con cinco mil hombres huyó de Caxamalca cuando Atabaliba fué preso, caminó derecho al Quito, y alzóse con él, barruntando la muerte de su rey. Hizo muchas cosas como tirano. Mató a Illescas por que no le impidiese su tiranía, yendo por los hijos de Atabaliba, su hermano de padre y madre, y a rogalle mantuviese lealtad y paz y justicia en aquel reino. Desollóle, y hizo del cuero un atambor, que no hacen más los diablos. Desenterraron el cuerpo de Atabaliba dos mil indios de guerra, y lleváronlo al Quito, como él mandara. Ruminagui los recibió en Liribamba muy bien, y con la pompa y cerimonias que a los huesos de tan gran príncipe acostumbran. Hízoles un banquete y borrachera, y matólos, diciendo que por haber dejado matar a su buen rey Atabaliba. Tras esto juntó mucha gente de guerra, y corrió la provincia de Tumebamba. Pizarro escribió a Sebastián de Benalcázar, que por su teniente estaba en Sant Miguel, fuese al Quito a castigar a Ruminagui y remediar a los cañares, que se quejaban y pidían ayuda. Benalcázar se partió luego con docientos peones españoles y ochenta de caballo, y los indios de servicio y carga que le paresció. Acudían al Perú con la fama del oro tantos españoles, que aína se despoblaran Panamá, Nicaragua, Cuauhtemallán, Cartagena y otros pueblos e islas, y a esta jornada fueron de buena gana, porque decían ser el Quito tan rico como el Cuzco, aunque habían de caminar ciento y veinte leguas antes de llegar allá, y pelear con hombres mañosos y esforzados. Ruminagui, que desto aviso tuvo, esperó los españoles a la raya de su tierra con doce mil hombres bien arma

dos a su manera; hizo muchas cavas y albarradas en un mal paso, que guardar propuso: llegaron los españoles allí, acometieron el fuerte los de pie, rodearon los de caballo y pasaron a las espaldas, y en breve espacio de tiempo rompieron el escuadrón y mataron muchos indios. Ellos hirieron muchos españoles y mataron algunos, y tres o cuatro caballos, con cuyas cabezas hicieron alegrías, ca preciaban más degollar un animal de aquéllos, que tanto los perseguía, que diez hombres, y siempre las ponían después donde las viesen cristianos, con muchas flores y ramos, en señal de vitoria. Rehizo su ejército Ruminagui, y probando ventura, dióles batalla en un llano, en la cual le mataron infinitos, ca los caballos pudieron bien correr y revolverse allí. Empero no perdió por eso ánimo, aunque no osó pelear más en batalla ni de cerca. Hincó una noche muchas estacas agudas por arriba en un llano, y dió muestra de batalla para que arremetiesen los caballos y se mancasen. Benalcázar lo supo de las espías que traía, y desvióse de la estacada. Los indios entonces se retiraron primero que llegase y hicieron en otro valle muchos hoyos grandes para que cayesen los caballos, y enramados para que no los viesen. Los españoles pasaron muy lejos dellos, ca fueron avisados, y quisieron pelear, mas no tuvieron lugar. Hicieron luego los indios en el camino mesmo infinitos hoyuelos del tamaño de la pata de caballo, y pusiéronse cerca para que los acometiesen y mancasen los caballos allí. Mas como ni en aquel ni en los otros sus primeros ardides no pudieron engañar los españoles, se fueron al Quito, diciendo que los barbudos eran tan sabios como valientes. Dijo Ruminagui a sus mujeres: <Alegráos, que ya vienen los cristianos, con quien os podréis holgar. Riyéronse algunas, como mujeres, no pensando quizá mal ninguno. El entonces degolló las risueñas, quemó la recámara de Atabaliba con mucha y rica ropa y desamparól a ciudad. Entró en Quito Be

nalcázar con su ejército, sin estorbo; empero no halló la riqueza publicada, que mucho desplugo a todos los españoles. Desenterraron muertos, y ganaron para la costa. Ruminagui, o enojado desto, o arrepentido por no haber quemado a Quito, o por matar los cristianos, trasnochó con su gente y puso fuego a la ciudad por muchos cabos, y sin esperar al día ni a los españoles, se volvió antes que amaneciese.

CXXVI

Lo que acontesció a Pedro de Alvarado en el Perú.

Publicada la riqueza del Perú, negoció Pedro de Alvarado con el emperador una licencia para descubrir y poblar en aquella provincia donde no estuviesen españoles: y habida, envió a Garci Holguín con dos navíos a entender lo que allá pasaba; y como volvió loando la tierra y espantado de las riquezas que con la prisión de Atabaliba todos tenían, y diciendo que también eran muy ricos Cuzco y el Quito, reino cerca de Puerto Viejo, determinóse de ir allá él mismo. Armó en su gobernación, el año de 1535, más de cuatrocientos españoles y cinco naos, en que metió muchos caballos. Tocó en Nicaragua una noche, y tomó por fuerza dos buenos navíos que se aderezaban para llevar gentes, armas y caballos a Pizarro. Los que habían de ir en aquellos navíos holgaron de pasar con él antes que esperar otros; y así tuvo quinientos españoles y muchos caballos. Desembarcó en Puerto Viejo con todos ellos y caminó hacia Quito, preguntando siempre por el camino. Entró en unos llanos de muy espesos montes, donde aína perescieran sus hombres de sed, la cual remediaron acaso, ca toparon unas muy grandes cañas llenas de agua. Mataron la hambre con

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