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era obligado, a quinientos y a mil ducados, por que no se amotinasen, ca, según se lo habían escripto, él y ellos venían con propósito de conquistar por sí aquella tierra y hacerle cuanto mal y enojo y afrenta pudiesen; mas Almagro ahorcó al que tal escribió, y sabida la prisión y riqueza de Atabaliba, se fué a Caxamalca y se juntó con Pizarro por haber su mitad, conforme a la capitulación y compañía que tenían hecha, y estuvieron muy amigos y conformes. Envió Pizarro el quinto y relación de todo al emperador con Fernando Pizarro, su hermano; con el cual se vinieron a España muchos soldados ricos de veinte, treinta, cuarenta mil ducados; en fin, trajeron casi todo aquel oro de Atabaliba, e hinchieron la contratación de Sevilla de dinero, y todo el mundo de fama y deseo.

CXVIII

Muerte de Atabaliba.

Urdióse la muerte de Atabaliba por donde menos pensaba, ca Filipillo, lengua, se enamoró y amigó de una de sus mujeres, por casar con ella si él moría. Dijo a Pizarro y a otros que Atabaliba juntaba de secreto gente para matar los cristianos y librarse. Como esto se comenzó a sonruir entre los españoles, comenzaron ellos a creerlo; y unos decían que lo matasen para seguridad de sus vidas y de aquellos reinos; otros, que lo enviasen al emperador y no matasen tan gran príncipe, aunque culpa tuviese. Esto fuera mejor; mas hicieron lo otro, a instancia, según muchos cuentan, de los que Almagro llevó; los cuales pensaban, o se lo decían, que mientras Atabaliba viviese no ternían parte en oro ninguno, hasta hinchir la medida de su rescate. Pizarro, en fin, determinó matarlo, por qui

tarse de cuidado, y pensando que muerto ternían menos que hacer en ganar la tierra. Hízole proceso sobre la muerte de Guaxcar, rey de aquellas tierras, y probósele también que procuraba matar los españoles. Mas esto fué maldad de Filipillo, que declaraba los dichos de los indios que por testigos tomaban como se le antojaba, no habiendo español que lo mirase ni entendiese. Atabaliba negó siempre aquello, diciendo que no cabía en razón tratar él tal cosa, pues no podría salir con ella vivo, por las muchas guardas y prisiones que tenía; amenazó a Filipillo, y rogó que no le creyesen. Cuando la sentencia oyó, se quejó mucho de Francisco Pizarro, que, habiéndole prometido de soltarlo por rescate, lo mataba; rogóle que lo enviase a España y que no ensangrentase sus manos y fama en quien jamás le ofendió y lo había hecho rico. Cuando le llevaban a justiciar pidió el baptismo por consejo de los que lo iban consolando, que otramente vivo lo quemaran; baptizáronlo y ahogáronlo a un palo atado; enterráronle a nuestra usanza entre otros cristianos, con pompa; puso luto Pizarro, e hízole honradas obsequias. No hay que reprehender a los que le mataron, pues el tiempo y sus pecados los castigaron después, ca todos ellos acabaron mal, como en el proceso de su historia veréis. Murió Atabaliba con esfuerzo, y mandó llevar su cuerpo al Quito, donde los reyes, sus antepasados por su madre, estaban. Si de corazón pidió el baptismo, dichoso él, y si no, pagó las muertes que había hecho. Era bien dispuesto, sabio, animoso, franco y muy limpio y bien traído; tuvo muchas mujeres y dejó algunos hijos. Usurpó mucha tierra a su hermano Guaxcar; mas nunca se puso la borla hasta que lo tuvo preso; ni escupía en el suelo, sino en la mano de una señora muy principal, por majestad. Los indios se maravillaron de su temprana muerte, y loaban a Guaxcar por hijo del Sol, acordándose cómo adevinara cuán presto

había de ser muerto Atabaliba, que matarlo mandaba (1).

CXIX

Linaje de Atabaliba.

Los hombres más nobles, ricos y poderosos de todas las tierras que llamamos Perú son los ingas, los cuales siempre andan trasquilados y con grandes cercillos en las orejas, y no los traen colgados, sino engeridos dentro, de tal manera, que se les engrandan, y por esto los llaman los nuestros orejones. Su naturaleza fué de Tiquicaca, que es una laguna en el Collao, cuarenta leguas del Cuzco, la cual quiere decir isla de plomo, ca de muchas isletas que tienen pobladas alguna lleva plomo, que se llama tiqui. Boja ochenta leguas; rescibe diez o doce ríos grandes y muchos arroyos; despídelos por un solo río, empero muy ancho y hondo, que va a parar en otra laguna cuarenta leguas hacia el oriente, donde se sume, no sin admiración de quien la mira. El principal inga que sacó de Tiquicaca los primeros, que los acaudilló, se nombraba Zapalla, que significa solo señor. También dicen algunos indios ancianos que se llamaba Viracocha, que quiere decir grasa del mar, y que trajo su gente por la mar. Zapalla, en conclusión, afirman que pobló y asentó en el Cuzco, de donde comenzaron los ingas a guerrear la comarca, y aun otras tierras muy lejos, y pusieron allí la silla y corte de su imperio. Los que más fama dejaron por sus excelentes hechos fueron Topa, Opangui y Guaynacapa, padre, agüelo y bisagüelo de Atabaliba. Empero, a todos los ingas pasó

(1) Léase PEDRO DE CIEZA DE LEÓN, La Crónica del Perú, en la colección de Viajes clásicos editada por CALPE.

Guaynacapa, que mozo rico suena; el cual, habiendo conquistado el Quito por fuerza de armas, se casó con la señora de aquel reino, y hubo en ella a Atabaliba y a Illescas. Murió en Quito; dejó aquella tierra a Atabaliba, y el imperio y tesoros del Cuzco a Guaxcar. Tuvo, a lo que dicen, doscientos hijos en diversas mujeres, y ochocientas leguas de señorío.

CXX

Corte y riqueza de Guaynacapa

Residían los señores ingas en el Cuzco, cabeza de su imperio. Guaynacapa, empero, continuó mucho su vivienda en el Quito, tierra muy apacible, por haberla él conquistado. Traía siempre consigo muchos orejones, gente de guerra y armada, por guarda y reputación, los cuales andaban con zapatos y plumajes y otras señales de hombres nobles y privilegiados por el arte militar. Servíase de los hijos mayores o herederos de todos los señores de su imperio, que muy muchos eran, y cada uno se vestía a fuer de su tierra, por que todos supiesen de dónde eran; y así había tanta diversidad de trajes y colores, que a maravilla honraban y engrandescían su corte. Tenía también muchos señores grandes y ancianos en su corte para consejo y estado; éstos, aunque traían gran casa y servicio, no eran iguales en los asientos y honras, ca unos precedían a otros; unos andaban en andas, otros en hamacas, y algunos a pie. Unos se sentaban en banquillos altos y grandes, otros en bajos y otros en el suelo. Empero, siempre que cualquiera de todos ellos venía de fuera a la corte, se descalzaba para entrar en el palacio y se cargaba algo a los hombros para hablar con Guaynacapa, que pareciese vasallaje. Llegaban a

él con mucha humildad, y hablábanle teniendo los ojos bajos, por no lo mirar a la cara; tanto acatamiento le tenían. El estaba con mucha gravedad, y respondía en pocas palabras; escupía, cuando en casa estaba, en la mano de una señora, por majestad. Comía con grandísimo aparato y bullicio de gente; todo el servicio de su casa, mesa y cocina era de oro y de plata, y cuando menos de plata y cobre, por más recio. Tenía en su recámara estatuas huecas de oro, que parescían gigantes, y las figuras al propio y tamaño de cuantos animales, aves, árboles y yerbas produce la tierra, y de cuantos peces cría la mar y agua de sus reinos. Tenía asimesmo sogas, costales, cestas y trojes de oro y plata, rimeros de palos de oro que pareciesen leña rajada para quemar; en fin, no había cosa en su tierra que no la tuviese de oro contrahecha, y aun dicen que tenían los ingas un verjel en una isla cerca de la Puna, donde se iban a holgar cuando querían mar, que tenía la hortaliza, las flores y árboles de oro y plata; invención y grandeza hasta entonces nunca vista. Allende de todo esto, tenía infinitísima cantidad de plata y oro por labrar en el Cuzco, que se perdió por la muerte de Guaxcar, ca los indios lo escondieron, viendo que los españoles se lo tomaban y enviaban a España. Muchos lo han buscado después acá y no le hallan: por ventura sería mayor la fama que la cuantía, aunque le llamaban mozo rico, que tal quiere decir Guaynacapa. Todas estas riquezas heredó Guaxcar juntamente con el imperio, y no se habla dél tanto como de Atabaliba, no sin agravio suyo; debe ser porque no vino a poder de nuestros españoles.

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