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nes y pilotos del virrey don Antonio el año de 42; y aun dicen algunos que corrieron la costa hasta se poner en cuarenta y cinco grados, y muchos piensan que se junta por allí la tierra con la China, donde han navegado portugueses hasta los mesmos cuarenta grados, y aun más, y puede haber del un cabo al otro, a la cuenta de marineros, mil leguas. Sería bueno para el trato y porte de la especiería si la costa de la Nueva España fuese a juntarse con la China; y por eso se debría costear aquello que falta por saber, aunque fuese a costa de nuestro rey, pues le va en ello muy mucho, y quien lo continuase medraría. Mas no se juntarán, por ser isla Asia, Africa y Europa, según al principio dijimos. Estas sierras nevadas están mil leguas leste-oeste del río de Sant Antón, que descubrió Esteban Gómez, y mil y setecientas del cabo del Labrador, por donde comencé a costear, medir y graduar las Indias. Por cuya distancia se puede conocer cuán grandísima tierra es la Nueva España por hacia el norte. Siendo, pues, aquella tierra_tan grande, y estando ya convertida toda la Nueva España y Nueva Galicia, salieron frailes por muchas partes a predicar y convertir indios aun no conquistados; y fray Marcos de Niza e otro fraile francisco entraron por Culhuacán el año de 38. Fray Marcos solamente, ca enfermó su compañero, siguió con guías y lenguas el camino del sol, por más calor y por no alejarse de la mar, y anduvo en muchos días trecientas leguas de tierra, hasta llegar a Sibola. Volvió diciendo maravillas de siete ciudades de Sibola, y que no tenía cabo aquella tierra, y que cuanto más al poniente se extendía, tanto más poblada y rica de oro, turquesas y ganados de lana era. Fernando Cortés y don Antonio de Mendoza deseaban hacer la entrada y conquista de aquella tierra de Sibola, cada uno por sí y para sí; don Antonio, como virrey de la Nueva España, y Cortés, como capitán general y descubridor de la mar del Sur. Trataron

de juntarse para lo hacer ambos; y no se confiando el uno del otro, riñeron, y Cortés se vino a España, y don Antonio envió allá a Francisco Vázquez de Coronado, natural de Salamanca, con buen ejército de españoles e indios y cuatrocientos caballos. De Méjico a Culhuacán, que hay más de docientas leguas, fueron bien proveídos. De allí a Sibola, que ponen trecientas, pasaron necesidad, y se murieron de hambre por el camino muchos indios y algunos caballos. Toparon con mujeres muy hermosas y desnudas, aunque hay lino por allí. Padescieron gran frío, ca nieva mucho por aquellas sierras. Llegando a Sibola, requirieron a los del pueblo que los rescibiesen de paz, ca no iban a les facer mal, sino muy gran bien y provecho, y que les diesen comida, ca llevaban falta de ella. Ellos respondieron que no querían, pues iban armados y en son de les dar guerra, que tal semblante mostraban; así que combatieron el pueblo los nuestros. Defendiéronlo gran rato ochocientos hombres que dentro estaban. Descalabraron a Francisco Vázquez y a otros muchos españoles, mas al cabo se salieron huyendo. Entraron los nuestros, y nombráronla Granada, por amor al virrey, que es natural de la de España. Es Sibola de hasta docientas casas de tierra y madera tosca, altas cuatro y cinco sobrados, y las puertas como escotillones de nao. Suben a ellas con escaleras de palo, que quitan de noche y en tiempos de guerra. Tiene delante cada casa una cueva, donde, como en estufa, se recogen los inviernos, que son largos y de muchas nieves, aunque no está más de treinta grados y medio de la Equinocial; que si no fuese por las montañas, sería del temple de Sevilla. Las famosas siete ciudades de fray Marcos de Niza, que están en espacio de seis leguas, ternán obra de cuatro mil hombres. Las riquezas de su reino es no tener que comer ni que vestir, durando la nieve siete meses. Hacen con todo eso unas mantillas de pieles de conejos y liebres y de

venados, que algodón muy poco alcanzan. Calzan zapatos de cuero, y de invierno unas como botas hasta las rodillas. Las mujeres van vestidas de metal hasta en pies. Andan ceñidas, trenzan los cabellos y rodéanselos a la cabeza por sobre las orejas. La tierra es arenosa y de poco fruto; creo que por pereza dellos, pues donde siembran lleva maiz, frísoles, calabazas y frutas; y aun se crían en ella gallipavos, que no se hacen en todos cabos.

CCXIII

Quivira.

Viendo la poca gente y muestra de riqueza, dieron los soldados muy pocas gracias a los frailes que con ellos iban y que loaban aquella tierra de Sibola; y por no volver a Méjico sin hacer algo ni las manos vacías, acordaron de pasar adelante, que les decían ser mejor tierra. Así que fueron a Acuco, lugar sobre un fortisimo peñol, y desde allí fué don Garci López de Cárdenas con su compañía de caballos a la mar, y Francisco Vázquez con los demás a Tiguex, que está ribera de un gran río. Allí tuvieron nueva de Axa y Quivira, donde decían que estaba un rey dicho por nombre Tatarrax, barbudo, cano y rico, que ceñía un bracamarte, que rezaba en horas, que adoraba una cruz de oro y una imagen de mujer, señora del cielo. Mucho alegró y sostuvo esta nueva el ejército, aunque algunos la tuvieron por falsa y echadiza de frailes. Determinaron ir allá, con intención de invernar en tierra tan rica como se sonaba. Fuéronse los indios una noche, y amanecieron muertos treinta caballos, que puso temor al ejército. Caminando, quemaron un lugar, y en otro que acometieron les mataron ciertos españoles y hirieron cincuenta caballos, y metieron dentro

los vecinos a Francisco de Ovando, herido o muerto, para comer y sacrificar, a lo que pensaron, o quizá para mejor ver qué hombres eran los españoles, ca no se halló por allí rastro de sacrificio humano. Pusieron cerco los nuestros al lugar; pero no lo pudieron tomar en más de cuarenta y cinco días. Bebían nieve los cercados por falta de agua; y viéndose perdidos, hicieron una hoguera: echaron en ella sus mantas, plumajes, turquesas y cosas preciadas, por que ho las gozasen aquellos extranjeros. Salieron en escuadrón, con los niños y mujeres en medio, para abrir camino por fuerza y salvarse. Mas pocos escaparon de las espadas y caballos y de un río que cerca estaba. Murieron en la pelea siete españoles, y quedaron heridos ochenta, y muchos caballos; porque veáis cuánto vale la determinación en la necesidad. Muchos indios se volvieron al pueblo con la gente menuda, y se defendieron hasta que se les puso fuego. Helóse tanto aquel río estando en treinta y seis grados de la Equinocial, que sufría pasar encima hombres a caballo y caballos con carga. Dura la nieve medio año. Hay en aquella ribera melones, y algodón blanco y colorado, de que hacen muy más anchas mantas que en otras partes de Indias. De Tiguex fueron en cuatro jornadas a Cicuic, lugar pequeño, y a cuatro leguas dél toparon un nuevo género de vacas fieras y bravas, de las cuales mataron el primer día ochenta, que bastecieron el ejército de carne. Fueron de Cicuic a Quivira, que a su cuenta hay casi trecientas leguas, por grandísimos llanos y arenales tan rasos y pelados, que hicieron mojones de boñigas, a falta de piedras y de árboles, para no perderse a la vuelta, ca se les perdieron en aquella llanura tres caballos y un español que se desvió a caza. Todo aquel camino y llanos están llenos de vacas corcovadas como la Serena de ovejas; pero no hay más gente de la que las guardan. Fueron gran remedio para la hambre y falta de pan que llevaban. Cayóles un día

por aquel llano mucha piedra como naranjas, y hubo hartas lágrimas, flaqueza y votos. Llegaron, en fin, a Quivira, y hallaron al Tatarrax que buscaban, hombre ya cano, desnudo y con una joya de cobre al cuello, que era toda su riqueza. Vista por los españoles la burla de tan famosa riqueza, se volvieron a Tiguex sin ver cruz ni rastro de cristiandad, y de allí a Méjico, en fin de marzo del año de 42. Cayó en Tiguex del caballo Francisco Vázquez, y con el golpe salió de sentido y devaneaba, lo cual unos tuvieron por dolor y otros por fingido, ca estaban mal con él porque no poblaba. Está Quivira en cuarenta grados: es tierra templada, de buenas aguas, de muchas yerbas, ciruelas, moras, nueces, melones y uvas, que maduran bien. No hay algodón, y visten cueros de vacas y venados. Vieron por la costa naos que traían arcatraces de oro y plata en las proas, con mercaderías, y pensaron ser del Catayo y China, porque señalaban haber navegado treinta días. Fray Juan de Padilla se quedó en Tiguex con otro fraile francisco, y tornó a Quivira con hasta doce indios de Mechuacán, y con Andrés Docampo, portugués, hortelano de Francisco de Solís. Llevó cabalgaduras y acémilas con provisión; llevó ovejas y gallinas de Castilla, y ornamentos para decir misa. Los de Quivira mataron a los frailes, y escapóse el portugués con algunos mechuacanes, el cual, aunque se libró entonces de la muerte, no se libró de cativerio, porque luego le prendieron. Mas de allí a diez meses que fué esclavo, huyó con dos perros. Santiguaba por el camino con una cruz, a que le ofrecían mucho, y doquiera que llegaba le daban limosna, albergue y de comer. Vino a tierra de Chichimecas, y aportó a Panuco. Cuando llegó a Méjico traía el cabello muy largo y la barba trenzada, y contaba extrañezas de las tierras, ríos y montañas que atravesó. Mucho pesó a don Antonio de Mendoza que se volviesen, porque habíą gastado más de sesenta mil pesos de oro en la

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