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y

y antes que se pudiesen revolver hirió y mató hasta ochenta españoles, que los demás huyeron; y tomó los ochenta mil pesos de oro y los cuatrocientos esclavos, con toda la ropa que llevaban. No gozó mucho Pariza el despojo, aunque goza de la fama; ca después lo despojaron a él y a su tierra en diversas veces aquel oro y dos tanto. No pudo ir Pedrarias a vengar la muerte de sus españoles, por enfermedad, y envió a Gaspar de Espinosa, su alcalde mayor, el cual conquistó aquella tierra, descubrió la costa que dije y pobló a Panamá. Es Panamá chico pueblo, mal asentado, mal sano, aunque muy nombrado por el pasaje del Perú y Nicaragua, y porque fué un tiempo chancillería; es cabeza de obispado y lugar de mucho trato. Los aires son buenos cuando son de mar; y cuando de tierra, malos; los buenos de allí son malos en el Nombre de Dios, al contrario. Es la tierra fértil y abundante; tiene oro, hay mucha caza y volatería, y por la costa, perlas, ballenas y lagartos, los cuales no pasan de Tumbez, aunque allí cerca los han muerto de más de cien pies en largo y con muchos guijarros en el buche: si los digeren, gran propriedad y calor es. Visten, hablan y andan en Panamá como en Darién y tierra de Culúa, que llaman Castilla de Oro. Los bailes, ritos y religión son algo diferentes, y parescen mucho a lo de Haití y Cuba. Entallan, pintan y visten a su Tavira, que es el diablo, como le ven y hablan, y aun lo hacen de oro vaciadizo. Son muy dados al juego, a la carnalidad, al hurto y ociosidad. Hay muchos hechiceros y brujos que de noche chupan los niños por el ombligo; hay muchos que no piensan que hay más de nacer y morir, y aquellos tales no se entierran con pan y vino ni con mujeres ni mozos. Los que creen inmortalidad del alma se entierran, si son señores, con oro, armas, plumas; si no lo son, con maíz, vino y mantas. Secan al fuego los cuerpos de los caciques, que es su embalsamar; meten con ellos en las sepulturas algunos de sus criados, para

servirlos en el infierno, y algunas de sus muchas mujeres que los amaban; bailan al enterramiento, cuecen ponzoña y beben della los que han de acompañar al defunto, que a las veces son cincuenta. También se salen muchos a morir al campo, donde los coman aves, tigres y otras animalias. Besan los pies al hijo o sobrino que hereda, estando en la cama, que vale tanto como juramento y coronación. Todo esto ha cesado con la conversión; y viven cristianamente, aunque faltan muchos indios, con las primeras guerras y poca justicia que hubo al principio.

CXCVII

Tararequi, isla de perlas.

Gaspar de Morales fué, año de 15, al golfo de Sant Miguel con ciento y cincuenta españoles, por mandado de Pedrarias, en demanda de la isla Tararequi, que tan abundante de perlas decían ser los de Balboa, e tan cerca la costa. Juntó muchas canoas y gente que le dieron Chiape y Tamuco, amigos de Vasco, y pasó a la isla con sesenta españoles. Salió el señor della a estorbarle la entrada con mucha gente y grita; peleó tres veces, igualmente que los nuestros, y a la cuarta fué desbaratado, y quisiera rehacerse para defender su isla; empero dejó las armas y hizo paz con Morales por consejo y ruego de los indios del golfo, que le dijeron ser invencibles los barbudos, amorosos con los amigos y ásperos con los enemigos, según lo habían mostrado a Ponca, Pocorosa, Cuareca, Chiape, Tumaco y a otros grandes caciques que se tomaron con ellos. Hechas, pues, las amistades, llevó el señor los españoles a su casa, que grande y buena era, dióles bien de comer y una cesta de perlas, que pesaron

ciento y diez marcos. Recibió por ellas algunos espejos, sartales, cascabeles, tijeras, hachas y cosillas de rescate, que las tuvo en más que tenía las perlas. Subiólos a una torrecilla y mostróles otras islas, tierras ricas de perlas y no faltas de oro, diciendo que todas las tenían a su mandar siempre que sus amigos fuesen. Baptizóse, y llamóse Pedrarias por tener el nombre del gobernador, y prometió de dar tributo al emperador, en cuya tutela se ponía, cien marcos de perlas en cada un año; y con tanto, se volvieron al golfo de Sant Miguel, y de allí al Darién. Está Tararequi en cinco grados de la Equinocial a nosotros. Abunda de mantenimientos, de pesca, aves y conejos; de los cuales hay tantos en poblado y despoblado, que a manos los toman. Hay unos árboles olorosos que tiran a especias, por lo cual creyeron estar cerca de allí la Especiería; y así, hubo quien pidiese el descubrimiento della para ir a su costa por allí a buscarla. Había gran pesquería de perlas, y eran las mayores y mejores del Mundo Nuevo. Muchas de las perlas que dió el cacique eran como avellanas, otras como nueces moscadas, y una hubo de veinte y seis quilates, y otra de treinta y uno, hechura de Cermeña, muy oriental y perfectísima, que compró Pedro del Puerto, mercader, a Gaspar de Morales en mil y docientos castellanos; el cual no pudo dormir la noche que la tuvo, de pensamiento y pesar por haber dado tanto dinero por una piedra; y así, la vendió luego el siguiente día a Pedrarias de Avila, para su mujer, doña Isabel de Bobadilla, en lo mesmo que le costó; y después la vendió la Bobadilla a la emperatriz doña Isabel.

CXCVIII

De las perlas.

El cacique Pedrarias hizo pescar perlas a sus nadadores delante los españoles, que se lo rogaron, y que se holgaron de tal pesca. Los que a pescar entraron eran grandes hombres de nadar a somorgujo, y criados toda la vida en aquel oficio. Fueron en barquillas estando mansa la mar, que de otra manera no entran. Echaron una piedra por ancla a cada canoa, atada con bejucos, que son recios y correosos como varas de avellano. Zabulléronse a buscar hostiones con sendas talegas y saquillos, al cuello, y salieron una y muchas veces cargados dellos. Entran cuatro, seis y aun diez estados de agua, porque cuanto mayor es la concha tanto más hondo anda y está; y si alguna vez suben arriba las grandes, es con tormenta, aunque andan de un cabo a otro buscando de comer. Pero hallando su pasto, están quedas hasta que se les acaba o sienten que las buscan. Péganse tanto a las peñas y suelo, y unas con otras, que mucha fuerza es menester para las despegar, y hartas veces no pueden, y otras las dejan, pensando que son piedras. También se ahogan hartos pescándolas, o porque les falta el aliento forcejando por arrancarlas, o porque se les traba y entrica la soguilla, o los desbarrigan y comen peces carniceros que hay, como son los tiburones. Las talegas que meten al cuello son para echar las conchas; las soguillas, para atarse a sí, echándoselas por el lomo con dos cantos asidos dellas por pesga contra la fuerza del agua, que no los levante y mude. Desta manera pescan las perlas en todas las Indias; y porque morían muchos pescándolas con los peligros susodichos, y con los grandes y continuos trabajos, poca comida y

mal tratamiento que tenían, ordenó el emperador una ley, entre las que Blasco Núñez Vela llevó, que pone pena de muerte al que trajere por fuerza indio ninguno libre a pescar perlas, estimando en mucho más la vida de los hombres que no el interés de las perlas, si han de morir por ellas, aunque valen mucho. Ley digna de tal príncipe, y de perpetua memoria. Escriben los antiguos por gran cosa tener una concha cuatro o cinco perlas; pues yo digo que se han tomado en las Indias y Nuevo Mundo, por nuestros españoles, muchas dellas con diez, veinte y treinta perlas, y aun algunas con mas de ciento, empero menudas. Cuando no hay más de una, es mayor y mucho mejor. Dicen que las muchas están como huevos chiquiticos en la madre de las gallinas, y que paren las conchas, lo cual no creo; porque si pariesen, no serían tan grandes, si ya no van preñadas siempre jamás. Bien es verdad que a cierto tiempo del año se tiñe algo la mar en Cubagua, donde más perlas se han pescado, y de allí arguyen que desovan y que les viene su purgación como a mujeres. Las perlas amarillas, azules, verdes y de otros colores que hay, debe ser artificial, aunque puede natura diferenciallas, así como las otras piedras y como a los hombres, que, siendo una mesma carne, son de diversa color. Cuando asan las conchas para comer, dicen que las perlas se tornan negras; y así, entonces no vale cosa el nácar y berrueco, con lo cual suelen muchas veces engañar los bobos y locos. Los indios no las sabían horadar como nosotros, y por eso valían mucho menos aquellas que traían ellos sobre sus personas. La mejor y más preciada hechura y talle de perla es redonda, y no es mala la que paresce pera o bellota, ni desechan la hueca como media avellana, ni la tuerta ni chiquita. E ya todos traen perlas y aljófar, hombres y mujeres, ricos y pobres; pero nunca en provincia del mundo entró tanta perlería como en España; y lo que más es, en poco tiempo. En fin, col

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