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la sierra, que nevada estaba. Contradijeron aquel paso algunos capitanes, especialmente Lope Martín, dando razones cómo era mejor pasar el río más arriba. Fueron a verlo Pedro de Valdivia, Diego de Mora, Grabiel de Rojas y Francisco Hernández Aldana; y como dijeron ser mejor, hiciéronlo. Lope Martín, que guardaba la ribera y criznejas, como supo que llegaba el campo, echó las maromas sin que se lo mandasen. E ya que atadas tenía tres dellas a la otra parte, cargaron los indios y velas de Pizarro y cortaron o quemaion las dos sin mucha contradicción; y avisaron dello a Pizarro, llevándole treinta cabezas de españoles que habían muerto, según dicen. Gasca y todos recibieron gran pesar con tal nueva. Aguijaron con la infantería para remediar aquel error, y en llegando hizo Gasca pasar en balsas a los capitanes de arcabuceros, y luego piqueros y algunos caballos. Hartos pasaron a nado por sí y en sus caballos. Como iban pasando iban atando criznejas; y como nadie los estorbaba, hicieron la puente aquella noche y el día siguiente, por la cual pasó después a salvo todo el resto del ejército. Muchos pasaron a gatas aquella noche por las criznejas: tanta gana lo tenían, o tanta prisa Gasca les daba; y fué maravilla no caer, que hacía escuro, aunque la escuridad les valía para no desvanecer mirando el agua. Era muy agra la ribera por ambas partes, y mucha la prisa de pasar; y así, cayeron algunos rempujándose unos a otros, de los cuales se ahogaron hartos que no sabían ni podían nadar con la gran corriente del río; y también se ahogaron muchos caballos, que todo fué gran pérdida para tal tiempo. Mas pasar fué vencer. No se puede decir el alegría que todos tenían en haber ganado el río, muralla de los enemigos, y en no ver gente de Pizarro por allí. Fué don Joan de Sandoval a reconocer un gran cerro que a vista era y áspero de subir; y como vacío estaba, ocupáronlo a la hora Hinojosa y Valdivia con buen golpe de gente;

donde, si Joan de Acosta, que venía con cincuenta de caballo arcabuceros, llegara mas aína y trajera mayor compañía, los pudiera fácilmente deshacer, según iban cansados de subir legua y media de cuesta. Mas como trajese pocos, tornó por más, y entretanto casi pasaron todos y doce piezas de artillería, y se pusieron en lo alto del cerro.

CLXXXV

La batalla de Xaquixaguana, donde fué preso Gonzalo Pizarro.

Pizarro, entendiendo que Gasca venía a pasar el río de Apurima por Cotabamba, salió del Cuzco. Andaba en la ciudad días había la fama de la pujanza y venida de Gasca con gran ejército, y desmandábanse muchos en hablar. Y doña María Calderón, mujer de Hierónimo de Villegas, dijo que tarde o temprano se habían de acabar los tiranos. Fué allá Caravajal y dióle un garrote, y ahogóla estando en la cama, por lo cual chitaron todos. Salió, pues, Pizarro con mil españoles y más, de los cuales los docientos llevaban caballos, y los quinientos y cincuenta, arcabuces. Mas no tenian confianza de todos, por ser los cuatrocientos de aquellos de Centeno; y así, tenía mucha guarda en que no se le fuesen, y alanceaba a los que se iban. Envió Pizarro dos clérigos, uno tras otro, a requerir a Gasca por escripto que le mostrase si tenía provisión del emperador en que le mandase dejar la gobernación; porque mostrándosela originalmente, él estaba presto de la obedecer y dejar el cargo y aun la tierra; pero si no la mostrase, que protestaba darle batalla, y que fuese a su culpa y no a la suya. Gasca prendió los clérigos, avisado que sobornaban a Hinojosa y otros, y respondió que se diese, enviándole perdón para él y para todos sus secuaces, y diciéndole cuánta honra

ganado habría en hacer al emperador revocar las ordenanzas, si servidor y en gracia quedaba de su majestad, como solía, e cuánta obligación le ternían todos dándose sin batalla, unos por quedar perdonados, otros por quedar ricos, otros por quedar vivos, ca peleando suelen morir. Mas era predicar en el desierto, por su gran obstinación y de los que le aconsejaban, ca, o estaban como desesperados, o se tenían por invencibles; y a la verdad, ellos estaban en muy fuerte sitio y tenían gran servicio de indios y comida. Asentara Pizarro su real donde por un cabo lo cercaba una gran barranca, por otro una peña tajada, que no se podía subir a pie ni a caballo. La entrada era angosta, fuerte y artillada; de suerte que no podía ser tomado por fuerza, ni menos por hambre, ca tenía cierta, como dije, la comida con los indios. Salió Pizarro fuera entonces y dió una pavonada en gentil ordenanza, disparando sus tiros y arcabuces, y aun escaramuzaron los unos corredores con los otros y se deshonraban. Los nuestros decían: ¡traidores, desleales, crueles!»; y ellos: <jesclavos, abatidos, pobres, irregulares!»; porque Gasca y los obispos y frailes predicadores batallaban. Empero no se conocían con la mucha niebla que hizo aquella tarde. Gasca y otros querían excusar batalla, por no matar ni morir, y pensaban que todos o los más de Pizarro se les pasarían; y así le sería forzado darse. Mas entrando aquella noche en consejo acordaron de darla, porque no tenían buen recado de agua ni pan ni leña, helando mucho, y porque no se pasasen de los suyos a Pizarro, que de todas aquellas cosas tenía gran abundancia. Así que todos estuvieron armados y en vela toda la noche y sin parar las tiendas, e con el gran frío se les cayeron a muchos las lanzas de las manos. Quiso Joan de Acosta ir con seiscientos hombres encamisados aquella noche, que fué domingo, a desbaratar a Gasca, teniendo por averiguado que lo desbaratara según el frío y miedo de los

suyos. Mas Pizarro se lo estorbó, diciendo: Joan, pues lo tenemos ganado, no lo queráis aventurar>; que fué soberbia o ceguera para perderse. Cuando el alba vino, comenzaron a sonar los atambores y trompetas de Gasca: «arma, arma, cabalga, cabalga, que los enemigos vienen. Iban ciertos de Pizarro con arcabuces subiendo el cerro arriba. Saliéronles al encuentro Joan Alonso Palomino y Hernando Mejía con sus trecientos arcabuceros, y escaramuzando con ellos les hicieron volver a su puesto. Enviaron Valdivia y Alvarado por el artillería; bajó luego todo el ejército al llano del valle de Xaquixaguana, por detrás de aquella mesma cuesta, y tan agra bajada tuvieron, que llevaban los caballos de rienda; y como abajaban, se ponían en hilera con sus banderas, según Diego de Villavicencio, de Jerez de la Frontera, sargento mayor, disponía. Hiciéronse dos escuadrones de la infantería, cuyos capitanes eran el licenciado Ramírez, don Baltasar de Castilla, Pablo de Meneses, Diego de Urbina, Gómez de Solís, don Fernando de Cárdenas, Cristóbal Mosquera, Hierónimo de Aliaga, Francisco de Olmos, Miguel de la Serna, Martín de Robles, Gómez de Arias y otros. Hiciéronse otros dos batallones de la caballería, que tomaron en medio de los peones. Del que iba al lado izquierdo eran capitanes Sebastián de Benalcázar, Rodrigo de Salazar, Diego de Mora, Joan de Saavedra y Francisco Hernández de Aldana. Del que iba al derecho con el pendón real, que llevaba el licenciado Caravajal, eran don Pedro de Cabrera, Gómez de Alvarado, Alonso Mercadillo, el oidor Cianca y Pedro de Hinojosa, que de todos era general. Iban también por aquel cabo, algo apartados y delanteros, Alonso de Mendoza y Diego Centeno por sobresalientes para las necesidades. Gasca y los obispos y frailes bajaron con Pardabe tras la artillería que llevaban Grabiel de Rojas, Alvarado, Valdivia, con Mejía y Palomino; los cuales dos capitanes se pusie

ron por mangas de la batalla con cada ciento y cincuenta arcabuceros; Hernando Mejía y Pardabe a la diestra, por hacia el río, y a la siniestra, por hacia la montaña, Joan Alonso Palomino. Ordenadas, pues, las haces como dicho es para la batalla, caminó Hinojosa paso a paso hasta poner el ejército a tiro de arcabuz del enemigo, en un bajo donde no lo podía coger el artillería contraria. Pizarro dijo a Cepeda que ordenase la batalla. Cepeda, que deseaba pasarse a Gasca sin que le matasen, vió ser entonces su hora, y dándole a entender cómo no era bueno aquel lugar, por jugar de lleno en él la artillería de Gasca, pasó la barranca como que a tomar otro asiento bajo, donde no les dañase la artillería, y en viéndose allá puso las piernas a su caballo para irse a Gasca. Cayó luego, como iba alterado y medroso, en un aguacero, y si no le sacaran unos negros que enviara delante, lo alancearan los de Pizarro, que le seguían. Desmayaron mucho en el real de Pizarro con la ida de Cepeda, y con que tras él se fueron Garcilaso de la Vega y otros principales. Gasca abrazó y besó en el carrillo a Cepeda, aunque lo llevaba encenagado, teniendo por vencido a Pizarro con su falta, ca, según pareció, Cepeda le hubo avisado con fray Antonio de Castro, prior de Santo Domingo, en Arequipa, que si Pizarro no quisiese concierto ninguno, él se pasaría al servicio del emperador a tiempo que le deshiciese. Pesóle mucho a Pizarro la ida de los unos y el desmayo de los otros, mas con buen esfuerzo se estaba quedo. Pizarro, viendo los enemigos cerca, envió muchos arcabuceros a picarlos; puso los indios, que muchos eran, en una ladera; dió cargo del artillería a Pedro de Soria; ordenó dos haces de su gente: una de los peones, que encomendó a Francisco de Caravajal, cuyos capitanes eran Joan Vélez de Guevara, Francisco Maldonado, Joan de la Torre, Sebastián de Vergara y Diego Guillén; otra de los caballeros, que quiso él regir, de

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