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teno, con los capitanes Luis de Ribera, Joan de Silvera, Pedro de los Ríos, Diego López de Zúñiga, Joan de Vargas y Francisco Negral. Huyó Diego Centeno, sin esperar al obispo, y todos los que quisieron, ca no siguieron el alcance los vencedores, tan deshechos quedaron.

CLXXXII

En lo que Pizarro entendió tras esta vitoria.

Otro día después de la vitoria envió Pizarro a Joan de la Torre con treinta arcabuceros de caballo al Cuzco tras los vencidos, y a Diego de Caravajal el Galán con otros tantos a Arequipa, y a Dionisio de Bobadilla con otros treinta a los Charcas, para recoger la gente y tener los caminos; y él, tomando el despojo, caminó para el Cuzco por el Desaguadero con todo el ejército. Mas primero hizo matar al capitán Olea porque se pasó a Centeno. Justiciaron también otros cuatro o cinco, y Francisco de Caravajal se alabó haber muerto por su contentamiento, el día de la batalla, cien hombres, y entre ellos un fraile de misa; crueldad suya propia, si ya no lo decía por gloria de la vitoria, que se atribuía el vencimiento a sí; todo es de creer, pues era batalla civil y peleaban unos hermanos contra otros. En Pucarán hubieron enojo Pizarro y Cepeda sobre tratar del concierto con Gasca, diciendo Cepeda ser entonces tiempo y trayéndole a la memoria que se lo había prometido en Arequipa. Pizarro, siguiendo el parecer de otros y su fortuna, dijo que no convenía, porque tratando en ello se lo ternían a flaqueza y se le irían los que allí tenía, y le faltarían los muchos amigos que con Gasca estaban. Garcilaso de la Vega con algunos fueron del parecer de Cepeda En Juli, lugar del rey, mataron a Bachicao, y Francisco.

de Caravajal se fué a Arequipa por el camino de la mar, entendiendo que huyera por allí Diego Centeno, y para traer las mujeres al Cuzco, por que no avisasen con indios a sus maridos que andaban con Gasca, e por que se viniesen ellos a ellas. Entró Pizarro en el Cuzco con gran admiración del pueblo; ahorcó a Herrezuelo, al licenciado Martel, a Joan Vázquez y otros, con acuerdo de sus letrados. Puso mucha guarda en todo, y aun quiso enviar a Joan de Acosta con docientos de caballo, arcabuceros, a dar en Gasca, publicando que iban todos contra él, para que no se le fuese nadie. Hizo muchos arcabuceros y seis piezas de artillería, muchas armas de fierro y muchas picas. En fin, él atendió más a labrar armas que a ganar voluntades. Trajo Caravajal las mujeres de Arequipa y otros muchos, y todo el oro, plata y piedras que pudo sacar, ca tan amigo era de robar como de matar; y así dicen que despojó toda aquella tierra sin que Pizarro hablase. Mas el lobo y la vulpeja todos eran de una conseja.

CLXXXIII

Lo que hizo Gasca en llegando al Perú.

Gasca se partió de Panamá mucho después que Aldana, con todos los navíos y hombres que pudo; y por ser verano, tiempo contrario para navegar de allí a Tumbez, tuvo ruin navegación y fué a Gorgona contra la gran corriente de la mar. En fin, llegó a Tumbez con mucho trabajo, aunque con buenas nuevas, porque supiera en el camino cómo ciertos soldados de Blasco Núñez habían tomado a Puerto Viejo, matando al capitán Morales, que Bachicao allí dejó, y prendiendo a Lope de Ayala, teniente de Pizarro; y cómo estaban por el rey Francisco de Olmos en Guayaquil

y Rodrigo de Salazar, el corcovado, de Toledo, en Quito. Luego, pues, que llegó, tuvo mensajeros de Diego de Mora, Joan Porcel, Joan de Saavedra y Gómez de Alvarado, que con mucha gente estaban en Caxamalca, de la cual era maestre de campo Joan González. El les respondió loando mucho su fidelidad y ánimo. Supo también la pujanza de Centeno y la huída de Pizarro, de que holgó infinito, creyendo estar el juego entablado de suerte que no le podría perder. Escribió a Centeno que no diese batalla hasta juntarse con él. Aderezó las armas y arcabuces, que venían tomados y perdidos. Envió a don Joan de Sandoval a recoger en Sant Miguel los que de Pizarro y otros cabos acudían. Llamó a Mercadillo que trajese la gente de Bracamoros, y a otros capitanes, a cuyo mandado y fama vinieron muchos de muchas partes, Sebastián de Benalcázar, Francisco de Olmos, Rodrigo de Salazar y otros capitanes. Viendo, pues, que todos venían y estaban por el emperador, envió Gasca un mensajero a la Nueva España, que no enviase el virrey a don Francisco, su hijo, con los seiscientos hombres que a punto tenía, pues no eran menester. No vino por esto don Francisco de Mendoza, mas vino Gómez Arias y el oidor Ramírez con los de Nicaragua y Cuauhtemallan. Así que de Tumbez fué Gasca a Trujillo con parte de los que tenía, y envió los demás a Caxamalca por la sierra con el adelantado Pascual de Andagoya y Pedro de Hinojosa, su general, para llevar los que allí estaban a Jauja, donde se juntaron todos, por ser tierra proveída de mantenimientos. Pasaron gran trabajo los unos y los otros con las nieves y sierras, hasta llegar allí. Llegó primero él; y como supo el vencimiento y perdición de Centeno, recelóse algo y envió al mariscal Alonso de Alvarado a Los Reyes por los españoles que Aldana tenía, con dineros emprestados para socorrer y pagar los soldados. Recorrió las armas, aderezó los arcabuces y tiros,

hizo pelotas y pólvora, coseletes, picas, lanzas jinetas y de armas con una solicitud admirable. Envió a correr y espiar el camino del Cuzco a Alonso Mercadillo, y tras él a Lope Martín, portugués, que se adelantó y fué a tierra de Andagoalas, e dió de noche sobre cierta gente de Pizarro que había venido por bastimentos y por los caciques. Peleó y venciólos, aunque eran muchos más; ahorcó algunos, y trajo hartos que informaron a Gasca del estado, ánimo y pensamientos de Gonzalo Pizarro; y por su información envió allá a Mercadillo y a Palomino con sus arcabuceros que ocupasen y defendiesen aquel valle de Andagoalas, que por ser proveído era importante para la guerra. Llegaron en aquella sazón Alonso de Mendoza, Hierónimo de Villegas, Antonio de Ulloa y otros que se habían escapado de la de Guarina, con el obispo del Cuzco, y dende a poco Hinojosa y Andagoya con toda la gente de Caxamalca, y luego Alvarado con la de Los Reyes. Así que Gasca, como tuvo junta toda la gente, nombró capitanes a los que ya lo eran, general a Hinojosa, maestro de campo al mariscal Alvarado, alférez del estandarte real al licenciado Benito Juárez de Caravajal, y dió la artillería a Grabiel de Rojas. Pagó a muchos soldados, que descontentos andaban y aun solevantados con la gran vitoria de Pizarro, que lo tenían por invencible en el Perú y por señor de todo él. Y porque había novedades ahorcaron al capitán Pedro de Bustinca y otros noveleros y pizarristas. Pasaron alarde más de dos mil españoles, harto lucida gente. Algunos desminuyen y otros acrecientan este número. Había quinientos caballos y novecientos y cincuenta arcabuceros, y muchos coseletes y arneses. De Jauja fueron a Guamanga, donde comenzaron a sentir falta de vituallas; y en Bilcas repartió la comida el oidor Cianca. Llegados en Andagoalas, comieron mejor; mas como el maíz era verde, adoleció la cuarta parte del ejército, y entonces se conoció el pro

y

vecho del hespital que Gasca ordenara. Llovió tanto sin descampar, treinta noches y días que allí estuvieron, que se pudrían las tiendas de campo y se hinchaban y tollían los hombres con la humedad y frío. Llegaron allí Diego Centeno y Pedro de Valdivia, que venía de Chili a pedir gente de socorro; con los cuales se holgó Gasca y todo el campo, y corrieron cañas y sortija de placer. Hizo Gasca a Valdivia coronel de la infantería. Estaban todos ganosos de pelear, y Gasca de concluir la guerra; y así caminaron a buscar los enemigos en comenzando las aguas de avadar.

CLXXXIV

Cómo Gasca pasó el río Apurima sin contraste.

Partió Gasca de Andagoalas por marzo, y pasó la puente de Abancay con increíble alegría de todo su ejército. Llevaba buen concierto y consejo de guerra, y mucha reputación con los obispos del Perú, y grandes espías, que dijeron cómo los enemigos habían quebrado las puentes de Apurima, que a veinte leguas está del Cuzco. Llegó, pues, al río y mandó traer madera y rama para hacer puentes, lo cual trajeron los indios con presteza y voluntad, aunque lloviendo. Era el río trecientos pies de ancho, y no bastaban vigas; era hondo, y no había manera de hincar postes; y por eso hicieron muchas criznejas de vergaza, que son unas largas y gordas maromas como sogas de anoria, las cuales atravesadas sirven de puente. Parecióles que sería bien, para encobrir su intención, comenzar tres puentes: una en el camino real; otra en Cotabamba, doce leguas el río arriba; otra más arriba, en ciertos pueblos de don Pedro Puertocarrero. Fueron a Cotabamba para pasar por allí, y cegaron algunos en

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