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CLXXX

Cómo Pizarro desamparaba el Perú.

No hay para qué decir la tristeza y pena que Pizarro y los suyos sintieron sabiendo cómo su armada estaba en poder de Gasca. Quejábanse de la confianza y amistad de Pedro de Hinojosa, arrepintiéndose por no haber enviado con la flota a Bachicao; y aun él decía burlando que la bondad y esfuerzo de Hinojosa tenían de parar en aquello, y que eran buenos los perros que ladraban y no mordían, porque nadie se les llegaba. Todavía mostraban buen corazón, como estaban enseñoreados en la tierra y como no venían por mar contra ellos. Envió Pizarro al Quito por la gente que tenía Pedro de Puelles; a Trujillo, por la de Diego de Mora; al Cuzco, por la de Antonio de Robles; a Arequipa, por la de Lucas Martin; a los Charcas, por la de Joan de Silvera; a Levanto de Chachapoyas, por la de Gómez de Alvarado; a Guanuco, por la de Joan de Saavedra, y a otras partes también. Mandó a Juan de Acosta ir con treinta de caballo a correr la costa, el cual fue hasta Trujillo y lo tomó, que se había rebelado. Empero estaba sin casi gente, ca se había ido a la sierra con Diego de Mora, y si tuviera docientos, fuera allá y lo deshiciera. En Santa prendió cerca de treinta hombres de Aldana, engañando la celada que le tenían puesta, y llevólos a Lima. Dicen algunos que no eran soldados de Aldana, sino marineros que cogían agua. Pizarro se informó dellos particularmente del aparato y ánimo de Gasca. Tornó a enviar al mesmo Acosta con más de docientos sobre Aldana y, sobre Mora. Mas acordó tarde, porque ya Diego de Mora estaba muy pujante y las voluntades muy declaradas de los que llevaba por el rey, y se le huyeron Diego de Soria,

Raodona y otros, y él degolló a Rodrigo Mejía porque se quería ir con otros a Caxamalca. Llamó del camino Pizarro a Joan de Acosta, reforzólo de más gente y enviólo contra Centeno, que, tomando el Cuzco, iba sobre la Plata. Llegó luego al puerto Lorenzo de Aldana con cuatro naos, y causó turbación en la ciudad y novedades entre soldados y amigos de Pizarro, ca envió al capitán Peña con los despachos de Gasca y traslados de las provisiones del emperador. Pizarro quiso sobornar a Aldana con un Fernández, y no pudo. Leyó las cartas, y aconsejóse qué se haría. Halló rebotados a muchos y desfalleció algo, aunque siempre dijo que con diez amigos que le quedasen había de conservarse y conquistar de nuevo el Perú, tanta era su saña o su soberbia. Fuéronsele, con tanto, Alonso Maldonado el rico, Vasco e Joan Pérez de Guevara, Grabiel y Gómez de Rojas, el licenciado Niño, Francisco de Ampuero, Hierónimo Aliaga, de Segovia; Francisco Luis de Alcántara, Martín de Robles, Alonso de Cáceres, Ventura Beltrán, Francisco de Retamoso y otros muchos; pero éstos eran los principales. Entonces cantaba Francisco de Caravajal:

Estos mis cabellicos, madre,

Dos a dos se los lleva el aire.

Estuvo Pizarro en grandísimo afán y desesperación viendo sus amigos por enemigos, unos en el puerto, otros en casa. No sabía de quién confiarse, temiéndose de todos, según maldición de tiranos. No sabía dónde ir, estando en Caxamalca Diego de Mora y Diego Centeno en el Cuzco, y todos los pueblos contra él. Así que, dejando a Lima, se fué a Arequipa, teniendo siempre gran cuidado que ninguno se le huyese. Mas todavía se le huyó el licenciado Caravajal con sus parientes y amigos. Envió por Juan de Acosta para tener copia de gente, el cual se volvió, vista la carta y necesidad de Pizarro, desde Guamanga. Dejáronlo en el

camino Páez de Sotomayor, su maestre de campo, y el capitán Martín de Olmos con buena parte de su compañía; Garci Gutiérrez de Escobar, Gaspar de Toledo y otros muchos, por sonruirse que huía Pizarro. Desta manera desamparó Pizarro a Lima, cabeza del Perú, y llegó en Arequipa con propósito de irse fuera de lo conquistado. Aldana se metió en Lima, e Joan Alonso Palomino y Hernán Mejía se fueron a Jauja para recoger su gente y esperar a Gasca y su ejér cito.

CLXXXI

Vitoria de Pizarro contra Centeno.

Llegado que Joan de Acosta fué a Arequipa, consultó Pizarro lo que hacer debían para guardar las vidas y dineros, ya que la tierra no podían, ca no eran mas de cuatrocientos y ochenta y todos los del Perú eran contra ellos. Determinados, pues, de irse a Chili, donde nunca hubiesen ido españoles, o para conquistar nuevas tierras, o para rehacerse contra Gasca, quisieron abrir camino por do estaba Centeno, que por fuerza tenían de pasar por entre sus contrarios, y también quería Pizarro ponerse en salvo y saber cuántos y cuáles permanecerían con él, y tratar desde allí en concierto con Gasca, según Cepeda le aconsejaba. De Cabaña envió a Francisco de Espinosa con treinta de caballo, por el camino del desaguadero de la laguna de Tiquicaca, que mandase a los indios proveer de comida para que Centeno pensase que iban por allí, y él echó con toda su gente por Orcosuyo, camino más allegado a los Andes. Tomó algunos que andaban desmandados, y un clérigo que venía con respuesta de Centeno para Aldana, y ahorcólos su maestre de campo Caravajal. Tuvo Centeno aviso del intento de

Pizarro por criados de Paulo, inga, que andaba con él, y porque por el capitán Olea, que se pasó por consejo de algunos mancebos, dejó y cortó la puente del Desaguadero, donde muy fuerte y seguro estaba, e fuese a Pucarán del Collao a esperar y dar batalla, creyendo tener la vitoria en la mano y ganar el prez de matar o vencer a Pizarro. Reparó y ordenó allí su gente como tenía de pelear; y por acercarse al enemigo, que estaba en Guarina, cinco leguas de Puracán, y por tomar y tener a su parte la agua, se fué a poner su real a medio el camino, en un llano, aunque en lugar fuerte. Y otro día, que fué de las once mil vírgines, año de 47, repartió mil y docientos y doce hombres que tenía de aquesta manera: hizo dos escuadrones de la caballería, que serían docientos y sesenta; del mayor, que puso al lado derecho, dió cargo a Luis de Ribera, su maestre de campo, y a Alonso de Mendoza y Hierónimo de Villegas; del otro, a Pedro de los Ríos, de Córdoba; Antonio de Ulloa, de Cáceres, y Diego Alvarez, del Almendral. La infantería estuvo junta, y eran capitanes Juan de Silvera, Diego López de Zúñiga, Rodrigo de Pantoja, Francisco de Retamoso y Juan de Vargas, hermano de Garcilaso de la Vega, que estaba con Pizarro. Centeno, que estaba con dolor de costado y sangrado, a lo que dicen, se puso a mirar la batalla con el obispo del Cuzco, fray Joan Solano, encomendando la hueste y la vitoria a Joan de Silvera y a Alonso de Mendoza. Pizarro, que sabía cuán a punto estaban por sus espías, salió de Guarina con cuatrocientos y ochenta españoles. Dió cargo de ochenta de caballo, que solamente tenía, a Cepeda y a Joan de Acosta, aunque Acosta trocó su lugar con Guevara, capitán de arcabuceros, que estaba cojo. De los peones fueron capitanes, sin Joan de Acosta, Diego Guillén, Joan de la Torre y Hernando Bachicao, que huyó al tiempo de arremeter. Estando para encontrarse, huyeron los más de Pizarro que a caballo

estaban. Cepeda y Guevara pusieron entonces obra de veinte arcabuceros entre los caballeros de las primeras hileras, y estuviéronse quedos, e lo mesmo hizo su infantería. Alonso de Mendoza y los de su escuadrón corrieron hacia los caballos de Pizarro y fueron desordenados por los veinte arcabuceros y rompidos por Cepeda. El otro escuadrón acometió los peones; mas como los arcabuceros derribaron a Pedro de los Ríos y a otros que iban delante, dejáronlos y fueron a ayudar a sus compañeros, y todos juntos desbarataron la caballería de Pizarro, no dejando casi hombre de ellos sin matar y herir, o que no se rindiesen. Los de Centeno calaron sus picas algo lejos; aguijaron mucho, con la priesa que les daba un clérigo vizcaíno, pensando vencer así más aína. Descargaron de golpe los arcabuces y sin tiempo, sintiendo tirar a los contrarios; así que al tiempo de la afrenta estaban cansados y medio desordenados. Los de Pizarro jugaron a pie quedo sus arcabuces dos o tres veces, aunque Joan de Acosta se adelantara con treinta dellos por más los desordenar, y lo derribaron a picazos e hirieron malamente. Fué Joan de la Torre a valerle con setenta arcabuceros, y valióle matando a Joan de Silvera con otros muchos. Llegó por otra parte Diego Guillén, y brevemente mataron cuatrocientos contrarios y desbarataron los demás. Visto que sus caballeros eran vencidos, fué a socorrellos Joan de la Torre con muchos arcabuceros. Tiró a bulto, que así se lo aconsejó Caravajal, porque andaban mezclados unos con otros, y a dos cargas los desbarató, aunque mató algunos amigos con los enemigos. Desta manera vencieron los que pensaron ser vencidos, aunque pelearon bien los de Centeno. Murieron ciento de Pizarro, y entre ellos Gómez de León y Pedro de Fuentes, capitanes. Quedaron heridos Cepeda, Acosta, Diego Guillén y otros. Pizarro corriera peligro si Garcilaso no le diera un caballo. Murieron cuatrocientos y cincuenta de Cen

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