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no había muerto a Francisco de Caravajal, y que iba sobre ellos. Alonso de Toro creyó la carta, por ser vecino de aquella ciudad el don Martín, y huyó dende con los más que pudo; pero luego tornó, sabida la verdad, y ahorcó a Martín de Salas, que alzó banderas por el rey, y a Martín Manzano, Hernando Díez, Martín Fernández, Baptista el Galán y Sotomayor, y otros que mostrado se habían contra Pizarro. De que Centeno tan perseguido se vió de Caravajal y con no más de cincuenta compañeros, envió los quince con Diego de Rivadeneyra por un navío en que salvarse; mas no le dió tanto vagar su enemigo; y como se vido perdido y casi en las manos de Caravajal, lloró con sus treinta compañeros la desventura del tiempo; abrazć los, y rogándoles que se guardasen del tirano, se partió dellos y se fué a esconder con un su criado y con Luis de Ribera a unos lugares de indios que tenía Cornejo, vecino de Arequipa: cada uno echó por do mejor le pareció, temiendo morir presto a cuchillo o hambre. Lope de Mendoza se fué con doce o quince dellos a unos pueblos suyos; juntó hasta cuarenta españoles; y queriendo meterse con ellos en los Andes, que son asperísimas sierras, supo de Nicolás de Heredia, que venía con ciento y cuarenta hombres, de la entrada que hicieron Diego de Rojas y Felipe Gutiérrez el río de la Plata abajo en tiempo de Vaca de Castro, y juntóse con él, y entrambos se hicieron fuertes y a una contra los pizarristas. Caravajal fué con sus cuatrocientos soldados en sabiéndolo, y púsose a vista como en cerco. Lope de Mendoza, confiando en muchos caballos que tenía, dejó el lugar fuerte, por ser áspero o porque no le cercasen y tomasen por hambre, y asentó real en un llano. Caravajal con un ardid que hizo se metió en la fortaleza, escarnesciendo la ignorancia de los enemigos. Lope de Mendoza, queriendo enmendar aquel error, con osadía acometió la fortaleza luego aquella noche con los

peones por una puerta, y Heredia por otra con los caballos: los de pie entraron gentilmente y pelearon matando y muriendo; los de caballo no atinaron a la puerta con la gran oscuridad de la noche, y convinoles retirar y huir. Caravajal fué herido de arcabuz en una nalga malamente; mas ni lo dijo ni se quejó hasta vencer y echar fuera los enemigos: curóse y corrió tras ellos; alcanzólos a cinco leguas, orillas de un gran rio; y como estaban cansados y adormidos, desbaratólos fácilmente; prendió muchos, ahorcó hartos y degolló al Lope de Mendoza y a Nicolás de Heredia; despojó los Charcas, saqueó la Plata, ahorcando y descuartizando en ella nueve o diez españoles de Lope de Mendoza que halló allí; fué a Arequipa, robóla y ahorcó otros cuatro; caminó luego al Cuzco y ahorcó otros tantos. Hacía tantas crueldades y bellaquerías, que nadie osaba contradecirle ni parecer delante.

CLXXI

La batalla en que murió Blasco Núñez Vela.

Después de lanzado el virrey y despachados Hinojosa a Panamá y Caravajal contra Centeno, se estuvo Gonzalo Pizarro en Quito festejando damas y cazando, y aun dijeron que matara un español por gozar de su mujer; y Francisco de Caravajal le dijo, a la que se partía, que se hiciese y llamase rey si quería bien librar, o porque siempre fué deste consejo, o por soldar la quiebra de no acabar al virrey en Caxas; tomó aviso de lo que Blasco Núñez hacía en Popayán, y procuró de engañarlo, y engañólo desta manera: tomó los caminos para que nadie pasase a él sino por su mano; publicó que se volvía a Lima, y por que lo creyesen en Popayán hizo a unas mujeres de Quito escrebir a

sus maridos, que allá estaban, cómo era vuelto. Esto negoció Puelles, que por ausencia de Caravajal era maestre de campo. Lo mesmo escribió una espía del virrey, que tomaron por dádivas y por miedo. Blasco Núñez creyó, por las muchas cartas, que Pizarro era vuelto a lo de Centeno, considerando la razón que había para no dejar la riqueza y grandeza del Perú en aquellas alteraciones por guardar la frontera de Quito. Había llegado Blasco Núñez a Popayán muy destrozado, y aun en el camino se comiera ciertas yeguas por hambre. Maldijo la hora que al Perú viniera y los hombres que halló en él, tan corajudos y desleales. Quería vengar su saña, y no tenía posibilidad; sintía mucho la prisión de su hermano Vela Núñez y pérdida de los veinte mil castellanos que Hinojosa tomara. No confiaba de todos los que tenía; pero no perdía esperanza de prevalecer en el Perú, entrando en Quito y después en Trujillo; y así como creyó que Pizarro se había tornado a Los Reyes aderezó para entrar al Quito con hasta cuatrocientos españoles, que bastaban para trecientos que había allá, según decían; y por mucho que algunos se lo contradijeron, no quiso otra mayor certidumbre, ca el tiempo descubre los secretos. Estaba Joan Marqués en un su lugarejo con ciertos soldados, veinte y cuatro leguas de Quito; espiaba con sus indios a Blasco Núñez y avisaba a Pizarro cada día. Nunca Blasco Núñez supo de Pizarro, que fué grandísimo descuido, hasta Otavalo, nueve leguas de Quito, o más cerca, que se lo dijo Andrés Gómez, espía. Pizarro, dejando a Quito, se fué a poner real cuatro leguas de la ciudad, a par del río Guailabamba, en lugar fortísimo, por seguridad y por impedir o vencer allí al enemigo. Blasco Núñez entendió el intento, reconoció el sitio, hizo muestra de subir, mandando bajar al río alguna gente; encendió muchos fuegos para desmentir los enemigos, y fuése a prima noche por lugares asperísimos y sin camino;

anduvo toda la noche con gran diligencia, y a mediodía entró en Quito, que sin guarnición estaba. Informado de la gente y fortaleza de Pizarro, temió él y su ejército. Aconsejábanle el adelantado Sebastián de Benalcázar, el oidor Juan Alvarez y otros que se entregase a Pizarro con ciertos buenos partidos. Blasco Núñez, respondiendo que más quería morir, y animando a los soldados, fué contra Pizarro con más ánimo que prudencia, ca si en Quito se fortificara se defendiera, a lo que dicen; pero él no quería que le cercasen, por no ser preso y muerto, sino pelear en campo, por salvarse si vencido fuese; ordenó desta manera su gente: puso todos los peones en un escuadrón, dejando algunos arcabuceros sobresalientes, que trabasen la escaramuza y encomendólos a Juan Cabrera, su maestre de campo, y a los capitanes Sancho Sánchez de Avila, Francisco Hernández de Cáceres, Pedro de Heredia, Rodrigo Núñez de Bonilla, tesorero. Hizo de los caballos dos escuadrones: el mayor y mejor tomó él, y dió el otro a Cepeda, de Plasencia, y a Benalcázar y a Bazán. Pizarro siguió aquella mesma orden, porque la reconoció primero. Tenía setecientos españoles; los docientos eran arcabuceros y los ciento y cuarenta de caballo; puso a la mano izquierda delante a Guevara con sus arcabuceros y luego los piqueros, tras quien iba el licenciado Cepeda, Gómez de Alvarado y Martín de Robles, con hasta ciento de caballo, los más principales de la hueste. Llevaron la mano derecha Juan de Acosta, con arcabuces, y tras él los piqueros, y al cabo el licenciado Caravajal, Diego de Urbina, Pedro de Puelles, que capitaneaban cada trece o cada quince de caballo. Cubrió Pizarro por esta forma la caballería con las picas, que fué ardid, y estúvose quedo. Blasco Núñez, que traía cólera, comenzó la pelea. Jugaron sus arcabuces los pizarristas y mataron muchos contrarios, y entrellos a Juan de Cabrera, a Sancho Sánchez y al capitán Cepeda. Des

GÓMARA: HIStoria de las INDIAS.-T. II.

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atinaron con esto los de caballo, y juntáronse todos con el virrey, y juntos arremetieron al escuadrón del licenciado Caravajal, y rompiéronlo, derribando algunos; y Blasco Núñez derrocó a Alonso de Montalvo, zamorano. Viendo esto, arremetió a ellos el escuadrón de Cepeda por detras de su infantería, y como los tomó de través, fácilmente los desbarató. Huyeron, viéndose perdidos; siguiéronlos Cepeda, Alvarado y Robles, y no se les fué hombre dellos, si no fueron Iñigo Cardo y un Castellanos; mas después trajeron de Pasto al Castellanos y lo ahorcaron, y al Iñigo Cardo mató el licenciado Polo en los Charcas. Húbose Pizarro con los vencidos piadosamente; no mató sino a Pedro de Heredia, Pero Bello, Pero Antón, Iñigo Cardo, que lo dejaron por el virrey; fué también fama que dieron yerbas al oidor Juan Alvarez, con que murió. Desterró a cuantos pensaba que le serían contrarios, por no matarlos, como algunos se lo aconsejaron; y después se arrepintió. Soltó a los demás, y ayudó con armas y dineros a muchos, como fué Sebastián de Benalcázar, para volver a su gobernación de Popayán, no mirando a lo que había hecho contra su hermano Francisco Pizarro, que se le alzó; así que ni la batalla ni la vitoria fué cruel, ni murieron mas de cinco o seis de los de Pizarro. Hernando de Torres, vecino de Arequipa, encontró y derrocó a Blasco Núñez, y aun en el alcance, según algunos, sin conocerlo, ca llevaba una camisa india sobre las armas. Llególe a confesar Herrera, confesor de Pizarro, como lo vió caido; preguntóle quién era, que tampoco lo conocía; díjole Blasco Núñez: «No os va en eso nada; haced vuestro oficio. Temíase alguna crueldad. El caballo en que peleó tenía catorce clavos en cada herradura, por do pensaron muchos que quisiera huir viéndose desbaratado. Un soldado que fuera suyo lo conoció y lo dijo a Pedro de Puelles, y Puelles al licenciado Caravajal, para que se vengase. Caravajal mandó a un

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