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ca Pizarro y los más querían que fuese Pedro de Hinojosa, hombre de bien y valiente. Francisco de Caravajal y Guevara, capitán de arcabuceros; Bachicao, que tenía las voluntades de la mayor parte del ejército, y otras principales personas querían que volviese el mesmo Bachicao; así que Pizarro no todas veces hacía lo que quería, sino lo que podía. Habló a Martín de Robles y a Pedro de Puelles, que mal estaban con Caravajal y Bachicao, porque llevaban tras sí los más soldados, para que hiciesen, juntamente con Cepeda, en la consulta, que Bachicao no fuese. Cepeda, teniendo palabra dellos que serían con él, dijo muchas razones por do no cumplía que volviese Bachicao, sino Hinojosa; y así, lo eligieron. Bachicao, que a todo fué presente, calló; Caravajal replicó, pero no prevaleció. Tomó Pedro de Hinojosa la armada para ir a Panamá y pagar buenamente lo que Bachicao tomara y para no dejar juntar un navío con otro en toda aquella costa; ya tenían por cierto, como era, que, siendo señor del mar, señorearía la tierra. Llegando a Buenaventura, prendió a Vela Núñez, que hacía gente para su hermano, y a otros muchos, y cobró un hijo de Gonzalo Pizarro que allí tenían y veinte mil castellanos, con que compraban caballos y armas para el virrey. Antes de llegar a Panamá escribió al cabildo con Rodrigo de Caravajal la intención que llevaba; mas no le creyeron, y Joan de Llanes, Joan Fernández de Rebolledo, Joan Vendrell, catalán; Baltasar Díez, Arias de Acebedo y Muñoz de Avila, vecinos de la ciudad, llamaron a Pedro de Casaos que trajese gente del Nombre de Dios, donde estaba; el cual vino y se puso a la defensa con los que trajo y con los que allí había; y respondieron que, hostigados de Bachicao, no le querían recebir con toda la gente y flota; mas que, dejando los navíos en Taboga, isla, y viniendo con solos cuarenta hombres que bastaban para compañía, lo recibirían y hospedarían en tanto que pagaba los

robos de Bachicao. El, no aceptando tal condición, tomó los navíos del puerto y requirió a los de la ciudad con un fraile que lo acogiesen de paz, pues no venía a les hacer mal, sino bien. Ellos, no fiándose del fraile, pidieron caballeros y hombres honrados con quien tratar el negocio: él les envió a Pablo de Meneses y al mesmo Rodrigo de Caravajal; mas antojándosele que tardaban, caminó para la ciudad, topólos, y como le dijeron que los de Panamá en armas estaban, desembarcó una legua de la ciudad, sacó la gente a tierra, caminó con ella en escuadrón, llevando cerca las barcas con artillería. Pedro de Casaos, Juan de Llanes y otros capitanes sacaron su gente y artillería hacia Hinojosa. Como a vista unos de otros llegaron, se ordenaron todos a la batalla; los de Panamá eran más personas; los de la flota, más arcabuceros y tenían ventaja en el sitio y barcas. Ya los escuadrones querían arremeter, cuando don Pedro de Cabrera y Andrés de Areiza, diciendo: «Paz, paz», fueron a demandar treguas al Hinojosa para entre tanto dar un buen corte en aquel negocio, y concertaron con él que enviase toda la flota y gente a Taboga y entrase con cincuenta compañeros en la ciudad. El lo hizo así, y otro día entró, con placer de todos, y comenzó a entender a lo que iba: envió a Lima presos a Vela Núñez, Rodrigo Mejía, Lerma, Saavedra, que después degolló Pizarro; hacía o decía cosas por donde los soldados de la ciudad se fueron a Taboga. Llanes se le quejó dello; y viendo que todos acostaban al bando de Pizarro, entregó las armas, munición y artillería que tenía al cabildo y al doctor Ribera, juez de residencia, y fuese a Santa Marta con algunos que seguirle quisieron. Estaba entonces en Nicaragua Melchor Verdugo haciendo gente para Blasco Núñez, el cual había tomado dineros y un navío a los de Trujillo, con mandamiento del virrey; e ido allí Hinojosa, por ser contra Pizarro, envió allá a Joan Alonso Palomino con una

nao bien armada de hombres y tiros, para echar a fondo los navíos de Nicaragua si no quisiesen dársele. Palomino fué y tomó los navíos que halló, y volvióse; Verdugo metió en ciertas barcas ochenta españoles y fuése por el desaguadero de la laguna al Nombre de Dios, con propósito de dañar por allí el partido de Pizarro y de Francisco de Caravajal, que mal quería; entró casi sin que lo viesen, cercó y puso fuego a las casas de Hernando Mejía y de su suegro don Pedro de Cabrera, que allí estaban con gente por Hinojosa y Pizarro: ellos huyeron a Panamá, y él se apoderó del lugar y hizo lo que quiso con trecientos soldados que juntó. Quejáronse los vecinos del Nombre de Dios al doctor Ribera de los daños, costa y agravios que Verdugo les hacía en su jurisdicción: él pidió favor a Hinojosa para lo castigar; Hinojosa le dió ciento e cuarenta arcabuceros y se fué con él: tomaron las escuchas de Verdugo, y sabiendo cuán pujante y fuer te estaba, lo requirió el doctor que se fuese de allí, haciendo primero enmienda de los daños y gastos hechos; y como le respondió soberbiamente, arremetieron a ellos arcabuceros de Hinojosa y retrajéronlo a la mar, donde tenía una nao y barcos a tierra pegados, hiriendo y matando. Verdugo, aunque peleó bien con sus trecientos hombres, se metió en la nao e huyó; Hinojosa dejó allí a don Pedro de Cabrera y a Hernán Mejía como antes los tenía, y volvióse a Panamá.

CLXX

Robos y crueldades de Francisco de Caravajal con los del bando del rey.

Lope de Mendoza, enojado porque le habían quitado su repartimiento, empuso a Diego Centeno, de Ciudad-Rodrigo, alcalde de la villa de la Plata, en que

matasen a Francisco de Almendras, teniente de Pizarro, y se alzasen por el rey. Centeno, que muy contento se estaba, vino en ello por no ser notado de traidor y cobarde, ca era valiente hombre, y juntó en su casa secretamente a Lope de Mendoza, Luis de León, Diego de Rivadeneyra, Alonso Pérez de Esquivel, Luis Perdomo, Francisco Negral y otros cuatro o cinco, y díjoles que quería matar a Francisco de Almendras, que había quitado los repartimientos a muchos y muerto a don Gómez de Luna, y alzarse por el rey con aquella villa y tierra. Ellos, loando la determinación, respondieron que le ayudarían; él entonces se fué con Lope de Mendoza, que le había puesto en aquello, a casa del Francisco de Almendras, su vecino y amigo; díjole que había sabido cómo el virrey tenía preso a Gonzalo Pizarro en el Quito; y como se turbó con la nueva, abrazóse con él diciendo: «Sed preso.> Sobrevinieron sus diez compañeros, e degolláronlo, con un criado suyo y con otros que loaran la prisión del virrey; pusieron la justicia y bandera por el emperador, e hicieron capitán general a Diego Centeno, el cual convocó gente de guerra; dióle paga de su hacienda y de la del rey; tomó por maestro de campo a Lope de Mendoza y por sargento a Hernán Núñez de Segura; pregonó guerra contra Pizarro, y caminó para el Cuzco con docientos españoles a caballo y a pie, pensando hacer allí otro tanto; mas como salió a él Alonso de Toro, teniente del Cuzco por Pizarro, con trecientos hombres, dió la vuelta, y como le dejaron por ella los soldados, metióse a las montañas, no osando parar en los Charcas. Alonso de Toro lo siguió, robó los Charcas, puso en la Plata con gente a Alonso de Mendoza, y tornóse al Cuzco, donde ahorcó a Luis Alvarez y degolló a Martín de Candía porque hablaban mal de Pizarro. Diego Centeno, desque lo supo, volvió sobre la Plata, rogó a Alonso de Mendoza que, pues era caballero, siguiese al rey; y como no

lo quiso escuchar, ganó la villa, reformó el pueblo, rehizo el ejército, púsose en campo. Alonso de Mendoza se retiró con treinta hombres casi cien leguas sin perder un hombre. Es Alonso de Mendoza uno de los señalados hombres de guerra que hay en el Perú, con quien ninguna comparación tenía Centeno ni Caravajal. Sabiendo Gonzalo Pizarro la muerte de Francisco de Almendras y alzamiento de Centeno, por carta de Alonso de Toro, que trujo Machín de Vergara, envió del Quito a la Plata, que hay quinientas leguas, a Francisco de Caravajal con gente a castigar a Centeno y a los otros que contra él se habían mostrado. Caravajal fué robando la tierra so color de pagar su gente y los gastos de Pizarro hechos contra Blasco Núñez; ahorcó en Guamanga cuatro españoles sin culpa, y en el Cuzco cinco, entre los cuales fueron Diego de Narváez, Hernando de Aldana y Gregorio Setiel, hombres riquísimos y honrados; tomóles sus repartimientos, diólos a sus soldados y caminó para Centeno, publicando que no le quería hacer mal, sino reducirlo en gracia de Pizarro. Centeno rehusó su vista y habla; dejó en Chaian, donde tenía el real, a Lope de Mendoza con la infantería, y salióle al camino con ciento de caballo; dió sobre Caravajal una noche apellidando al rey, ca pensaba que se le pasarían muchos oyendo aquella voz, entre tanto que decían: «¡Arma, arma!» Empero ninguno se le pasó. Trabó una escaramuza, como fué salido el sol, por el mesmo efeto; mas como los vió tan firmes, tornóse a Chaian, desconfiado de poder guardar la tierra por el rey. Caravajal corrió tras él, desbaratóle y siguióle hasta Arequipa, que hay ochenta leguas; ahorcó en el alcance doce españoles, y los más sin confesión. Diego Centeno, aunque iba huyendo, levantaba la tierra contra Pizarro, diciendo que se guardasen del cruel Caravajal; hizo escrebir a don Martín de Utrera una carta para el Cuzco, en que decía cómo Diego Cente

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