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negocio, Gonzalo Pizarro no dejaba entrar al obispo ni aun le quiso escuchar después de haber entrado, antes trató que lo proveyesen de gobernador, y envió por veinte piezas de artillería a Guamanga, y aderezó muchas cosas de guerra. Blasco Núñez, que supo la ruin intención de Pizarro, que comenzaba la gente a temer, hizo llamamiento de gente e juntó cerca de mil hombres, ca luego acudieron a él los almagristas y muchos pueblos, especial los setentrionales a la ciudad de Los Reyes, y ordenó ejército y paga con gana de muchos, y con parecer de los oidores y oficiales del rey, que firmaron la guerra en el libro del acuerdo; hizo general a Vela Núñez, su hermano; alférez del pendón, a Francisco Luis de Alcántara; capitanes de caballo, a don Alonso de Montemayor y a Diego Cueto, su cuñado, y capitanes de peones, a Pablo de Meneses y a Martín de Robles y a Gonzalo Díez; maestro de campo, a Diego de Urbina, que tenía muchos arcabuceros, y a otros, ca tenía docientos caballos y otros tantos arcabuces, y la ciudad fortalecida para defensa. Dió grandes pagas y socorros a los soldados y gente, en que gastó los quintos y oro del rey que Vaca de Castro tenía para enviar a España, y aun tomó prestados buenos dineros de mercaderes para el ejército. Llegaron en esto allí Alonso de Cáceres y Jerónimo de la Serna en dos naos, de Arequipa. El Serna venía del Cuzco, enviado por Gaspar Rodríguez a decir a Blasco Núñez lo que aliá pasaba y a pedirle un mandamiento para matar o prender a Gonzalo Pizarro, ca se ofrecían a ello el Rodríguez con ayuda de sus amigos; y de camino persuadió al Cáceres que se viniese al virrey con aquellas dos naos, y no a Pizarro, como quería. Blasco Núñez holgó con su venida; mas pesóle de que Pizarro tuviese tantas armas y artillería e la gente tan favorable. Suspendió las ordenanzas por dos años y hasta que otra cosa el emperador mandase; aunque se dijo luego el protesto

que hizo y asentó en el libro del acuerdo cómo la suspensión era por fuerza, y que ejecutaría las ordenanzas en apaciguando la tierra: cosa de odio para todos. Dió mandamiento, y pregonólo, para que pudiesen matar a Pizarro y a los otros que traía, y prometió al que los matase sus repartimientos y hacienda, cosa que indignó mucho a los del Cuzco y que no agradó a todos los de Lima, y aun dió luego algunos repartimientos de los que se habían pasado a Pizarro. Decía públicamente que todos eran traidores sino los de Chili; y decía a éste que era traidor aquél, y a aquél, que éste, y que los había de castigar a todos. Tuvo mandado que matasen a Diego de Urbina y a Martín de Robles, cuando a su casa viniesen, si señalaba con el dedo; mas como el Robles le habló sabrosamente, que era gracioso y avisado, no hizo la señal, y así no murieron; empero díjoles a ellos mismos el concierto, como no sabía tener secreto, por lo cual ellos y aun otros no osaban dormir en

sus casas.

CLIX

La muerte del fator Guillén Juárez de Carvajal.

Temiendo Blasco Núñez el suceso de los negocios por la gente de Gonzalo Pizarro, envió a muchas partes por españoles; como decir a Hernando de Alvarado a Trujillo y a Villegas a Guanuco. Vinieron muchos de diversos pueblos, y entre ellos Gonzalo Díez de Pinera con hartos del Quito, y Pedro de Puelles, de Guanuco, do era corregidor; los cuales, aunque traían poderes de sus pueblos para negociar con el virrey, se pasaron a Pizarro; el Puelles con quince amigos, en que fueron Francisco de Espinosa, de Valladolid, y el Serna, que lo llamara Gonzalo Díez con su

compañía, yendo tras Puelles con Vela Núñez. De los Chachapoyas también se fué al Cuzco entonces Gómez de Solís, de Cáceres, con Diego Bonifaz, Villalobos y otros veinte hombres escogidos. Desconfió con esto Blasco Núñez de dar ni ganar batalla y tapió las calles de Lima, dejando troneras y traveses, a guisa de hombre cercado, por do acabó de desanimar a los suyos y a los vecinos, y no le tuvieron por tan esforzado como decían. Trujo antes e a vueltas de esto Luis García, de San Mamés, que por corregidor estaba en Jauja, unas cartas en cifra del licenciado Benito de Caravajal al fator Guillén Juárez, su hermano; el virrey sospechó mal de la cifra, ca no estaba bien con el fator, y mostró las cartas a los oidores, preguntando si lo podría matar; dijeron que no, sin saber primero lo que contenían, y para saberlo enviaron por él. Vino el fator; no se demudó por lo que dijeron, aunque fueron palabras recias, y leyó las cartas, notando el licenciado Juan Alvarez. La suma de la cifra era la gente, armas y intención que traía Pizarro, quién y cuáles estaban mal con él, y que luego se vernía él a servir al señor virrey, en pudiendo descabullirse, como el mismo fator se lo mandaba. Envió luego por el abecedario, y concertó con lo que leyera; y así vino a Lima el licenciado Caravajal dos o tres días después que Blasco Núñez fué preso, sin saber la muerte del fator. Dende a ciertos días que Gonzalo Díez huyera, se fueron a Pizarro Jerónimo de Caravajal y Escovedo, sobrinos del fator, con Diego de Caravajal, el Galán, vecino de Plasencia, que posaban en casa del mismo fator y que también fueron causa de su muerte. Fuéronse también con ellos don Baltasar de Castilla, hijo del conde de la Gomera; Pedro Caravajal y Rojas, de Antequera; Gaspar Mejía, de Mérida; Pero Martín, de Sicilia; Rodrigo de Salazar, el Corcovado, toledano, y otros veinte buenos soldados que hacían falta en el ejército. Hubo muy gran enojo e ira el virrey con la ida de és

tos, y mayormente porque se fueron de casa del fator y con sus sobrinos. Envió tras ellos al capitán don Alonso de Montemayor con cincuenta de caballo, al cual prendieron los huídos por malicia de sus compañeros. Envió a llamar al fator aquella misma noche, domingo, a 14 de diciembre, y viniendo, díjole: «Señor, ¿qué traición es ésta, pecador de mi?» O según otros: En mal hora vengas, traidor.» Respondió el fator: Yo soy tan buen criado y servidor del rey como vuestra señoría»; y otras cosas. El virrey, que tenía cólera, replicó: <Traiciones y bellaquerías son enviar vuestros sobrinos con tanta gente de bien a Pizarro y escribir aquello en el tambo, y no dar mula a Baltasar de Loaisa en que llevase mis despachos al Cuzco, y justificar vuestro hermano el licenciado la causa de Gonzalo Pizarro.» Tras esto, como replicaba el fator en disculpa de aquellas cosas, dióle dos puñaladas con una daga, voceando: «Mátenle, mátenle.» Llegaron sus criados y acabaronle, aunque algunos otros le echaban ropa ropa encima para que no le matasen. Mandó echarlo por los corredores abajo, y unos negros le sacaron por los pies arrastrando. Alonso de Castro, teniente de alguacil mayor por Vela Núñez, lo hizo llevar a enterrar en un repostero. De esta manera lo contaban Lorenzo Mejía de Figueroa, Lorenzo de Estopiñán, Rivadeneyra y otros caballeros que se hallaron presentes a todo lo susodicho, aunque Blasco Núñez juraba que no le hirió ni quisiera que muriera. Causó mucho bullicio la muerte del fator, que tan principal persona era en aquellas partes, y tanto miedo, que se ausentaban de noche los vecinos de Lima de sus proprias casas; y aun el mismo Blasco Núñez dijo a los oidores y otros muchos cómo aquella muerte lo había de acabar, conociendo el yerro que había hecho.

CLX

La prisión del virrey Blasco Núñez Vela.

Murmuraban en Lima reciamente la muerte del fator, diciendo que otro día mataría el virrey a quien se le antojase, y deseaban a Pizarro. Blasco Núñez sentía mucho esto, y por no estar donde tan mal le querían, cuando viniese, propuso de irse a Trujillo con toda la Audiencia y la Contaduría del rey; y para llevar las mujeres y hacienda armó dos o tres naos, y hizo capitán de ellas a Jerónimo de Zurbano, vizcaíno, y aun para guardar la costa; que decían cómo armaba Pizarro dos navíos en Arequipa para señorear la mar. Metió en aquella naos al licenciado Vaca de Castro y a los hijos del marqués Francisco Pizarro, con don Antonio de Ribera, de Soria, que los tenía en cargo, juntamente con su mujer doña Inés, y encomendó la guarda de todos ellos a Diego Alvarez Cueto. Habló a los oidores tres días después de muerto el fator, persuadiéndoles la ida de Trujillo con llevar sus mujeres y todo el oro y fierro que había; que llevar las mujeres de los oidores y vecinos de Los Reyes era para obligallos a seguirle, y el oro y plata, para sustentar el ejército, y el fierro, para que no lo hubiese Pizarro, que tenía falta de ello para herraduras y para arcabuces. Contradijéronle los oidores, diciendo que ni debían ni podían salir de aquella ciudad de Los Reyes, por cuanto les mandaba el emperador en las ordenanzas residir allí, y por no mostrar temor a Gonzalo Pizarro, que aun estaba setenta leguas de ellos y no se sabía que viniese a prenderlos, y por no desanimar a los vecinos y a los que allí estaban para servir y seguir al rey. Por estas razones y otras que le dijeron les prometió de no irse; pero en saliendo ellos de su casa, do tenían au

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