Imágenes de página
PDF
ePub

rarse en los medios malos ó buenos, con tal que fuesen suficientes á lograrlo. Intereses de dinastía, intereses de territorio, intereses de comercio, todos se ajitaron al rededor de la tumba de Cárlos II, escudándose todos con la elástica idea del equilibrio europeo. Austria como Francia, Inglaterra como los Estados generales, disputando cada cual para sí ventajas peculiares, todos decian que su solo deseo era asegurar el equilibrio. La Francia pretendia mas tarde asegurarle con el pacto de familia, y la Inglaterra en aquel mismo tratado, que despues de nuchos años reemplazó con otro que lo anulaba, veia un grande elemento de desequilibrio. El Austria aspirando á conservar sus derechos de familia, derivados de Felipe el Hermoso, sostenia la valdez de las renuncias de Doña María Ana y de Doña María Teresa como actos útiles y necesarios para conservar el equilibrio, y á la España en ningun perodo le es dado influir en la conservacion del fiel de la balanza que debe reglar el equilibrio europeo ; vedad es que mal aconsejada unas veces, mal servid otras, con marcha dudosa é indecisa pierde su consideracion, pierde su antiguo poder, pierde terriorio, y hasta compromete mas de una vez su independencia.

Tal era la posicion política de la España á la muerte de su último monarca. No halemos de nuestros antiguos estados de Italia, decuya posesion no existia ni memoria, de la misma manera que sucedia con los de Flandes, y con los astos dominios de ultramar que poseia intactos España en 1808,

los cuales habian desaparecido para nosotros; solo tres joyas preciosas nos quedaban, las Baleares, las Filipinas y la Habana, y aun estas eran codiciadas por los extranjeros: parecia pues que la España debia ser ya olvidada por la Europa y abandonada á la insignificancia á que la condenaban sus infortunios; pero no fué así. La época reciente de 1833, época de la muerte del Rey Fernando y subida al trono de su hija Isabel, verificada á la edad de tres años, vino á comprobar que en el suelo español podian todavía agitarse y resolverse grandes cuestiones diplomáticas, si bien esta vez ya no fueron de equilibrio europeo; fuéronlo de naturaleza mas comprometida para la España, fuéronlo de influencia rival entre la Inglaterra y Francia, entre las mismas naciones mas acrecidas de poder y de medios, que cuando se disputaron en este mismo suelo siglo y medio atrás sus intereses recíprocos.

Mas en esta época que voy á recorrer, preséntase un fenómeno singular, preséntase la Inglaterra y la Francia en el principio unidas bajo la enseña de una doctrina política que establece las formas del gobierno representativo como punto de union entre los pueblos que las tenian establecidas, ó aspiraban á establecerlas, y bajo este aspecto, Inglaterra y Francia se asocian á la España de Isabel II, á la que deja abandonada á sí propia, aliada tan solo de estas dos naciones, todo el resto de la Europa sin excluir Roma, interrumpiendo todas sus relaciones políticas con la España, y para caracterizar esta situacion un

tanto anómala, verificase el tratado de la cuadruple alianza.

Los hechos que le precedieron en abril de 1834, demuestran mejor de lo que podria hacerlo ninguna especie de raciocinio, que la rivalidad de influencia entre los dos gobiernos de Inglaterra y Francia en España empezó á germinar el año 34, desenvolviéndose poco a poco en ambos el sentimiento permaá nente y fijo de conseguir un influjo preferente: sentimiento que desde aquella época fué aumentándose de dia en dia en una y otra nacion. Establecido en principio por ambas un respeto teórico á la independencia de la España, en la práctica se advierte el choque continuo en que tuvieron colocada á la Españía, tratando cada cual de adquirir para sí un influjo preferente sobre la otra, habiendo elegido las dos potencias nuestro pais como la arena funesta donde debatir sus conveniencias particulares, contradictorias unas veces, imcompatibles otras, pero siempre agenas á los intereses puramente españoles.

En todo caso una vez establecido entre ellas como principio de accion su rivalidad mutua y permamanente en España, natural era que cada una de estas grandes naciones tomase la posicion respectiva que cada cual creyese mas segura y ventajosa al logro de sus designios; cuestion dinástica, cuestion política, cuestion de principios y formas de gobierno, todas eran útiles para disputar el influjo preferente que cada cual deseaba. Esta lucha de influencia rival de que nuestro pais fué primero teatro

y despues víctima, debióse en gran manera á la política de las grandes potencias continentales, colocándose como expectadoras frias en la guerra de sucesion, inclinándose mas bien hácia D. Carlos, pero sin ampararle tampoco con la suficiente eficacia para darle el triunfo; y no solo se conservaron frias expectadoras en la cuestion de sucesion, sino que vieron semi-impasibles agitarse en nuestro suelo sin ninguna especie de contrapeso, que ellas solas podian ejercer, la lucha de rivalidad constante entre la Inglaterra y Francia. ¿Cómo explicar esta tan singular conducta? Una sola explicacion cabe, si bien no tomaré yo sobre mí la responsabilidad de afirmar su existencia, ¿podria por ventura haber existido el objeto maquiavélico, si se quiere, pero diestro y provechoso, de esperar que de la rivalidad y de la lucha prolongada resultase, mas o menos pronto, un rompimiento definitivo que concluyese para siempre la alianza anglo-francesa? Yo me guardaré bien de afirmarlo, pero en todo caso la prueba era sobrado peligrosa, y los intereses que se creaban á la sombra de una especie de coalicion constitucional del mediodia, podian ser mas tarde para la Europa del Norte de grandes y trascendentales peligros. Un momento hubo sin embargo en que debieron existir en el gabinete ruso impresiones claras y diferentes; y en apoyo de esta verdad transcribiré la célebre nota del conde de Neselrode ministro de relaciones exteriores de Rusia al marqués de Clanricarde embajador de Inglaterra en Petersburgo en 21 de diciembre

de 1838, ó sea 2 de enero de 1839, época notable, pues era antes del convenio de Vergara; su tenor es el siguiente:

El conde de Neselrode ministro de relaciones exteriores de Rusia, al marqués de Claricarde embajador inglés cerca del Emperador. San Petersburgo 21 de diciembre de 1838 2 de enero de 1839).

«El que suscribe ha dado cuenta á S. M. el Emperador de la nota en la cual S. E. el marqués de Clanricarde, embajador extraordinario y ministro plenipotenciarío de S. M. B. se propuso llamar la atencion del gabinete imperial hacia las calamidades de que la España es desgraciadamente teatro. El Emperador ha tomado un interés verdadero en la precitada comunicacion, participando con el gabinete de S. M. B. de la afliccion que todas las potencias de Europa deben experimentar por la situacion actual de la España. Desea tan ardientemente como el gobierno inglés ver poner un término á la guerra sangrienta que hace tantos años cubre la península de ruina y de luto. Mas S. M. I. no puede disimularse que en medio de esta lucha á muerte que desola la España, es imposible hacerla entender palabras de paz, ni esperar un resultado eficaz, sin que se hagan esfuerzos unidos y concertados en comun por todas las grandes potencias. La Rusia no puede esperar nada de cualquiera gestion aislada que ella hiciera sin la cooperacion del Austria y la Prusia, y estas tres cortes no pueden declararse de una manera eficaz respecto á España, sín concertarse previamente con la Inglaterra y la Francia.

Tal es la opinion del Emperador en esta cuestion importante. Si se cree deberse entender para resolverla, no

« AnteriorContinuar »