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sucesion, murió en Villaviciosa en 1759, siendo proclamado Rey su hermano Cárlos, á la sazon soberano de Nápoles y Sicilia.

No es de mi propósito seguir al gran Carlos III en su sabia administracion del estado, en la cual la historia le debe de justicia grandes encomios. Mas no fué tan afortunado este distinguido monarca en las cuestiones relativas à las relaciones exteriores, si bien presintió muy justa y sabiamente la inmensa utilidad que hubiera reportado la España de una neutralidad armada en la guerra entre ingleses y franceses que empezada en 1756, continuaba con ardor muchos años despues; pero con desviarse de tan segura senda, y con decidirse á tomar parte activa en una contienda en que poco interesada la España, debia seguramente sufrir mil veces mayores perjuicios, que obtener ventaja alguna, y sobre todo comprometer grandemente su porvenir. Pero sea que no fuese posible que Cárlos III tolerase los desacatos cometidos por la Inglaterra contra el pabellon español, sea la necesidad de poner á cubierto de aquella nacion las posesiones españolas de ultramar, sea, en fin, el poco afecto personal que profesaba el Rey á los ingleses; ello es que entró en vias guerreras de las que los intereses españoles obtuvieron escaso beneficio. Cometiendo el mas grave error político posible, firmó desgraciadamente el 15 de agosto de 1761 el famoso tratado conocido con el nombre de pacto de familia, pues las partes contratantes Francia, Nápoles y Turin eran todas de una misma estir

pe; pero en este tratado que debia reportar, y reportó siempre á la España muchas mas complicaciones que ventajas, el mayor inconveniente consistia en deber arrastrar á la España tras de la Francia en todas las eventualidades de choque que con frecuencia debian surgir, y surgieron en efecto entre Inglaterra y Francia sobradas veces, y en las que la España no podia recibir mas beneficio que comprometer sus tesoros y arriesgar á cada instante la seguridad de sus colonias que estaban á menudo por la prepotencia marítima siempre creciente de la Inglaterra, puestas en peligro inminente; al paso que la Francia no tenia medio ninguno de auxiliar á la España para defenderlas.

En todo caso á una monarquía tan poderosa, una vez lanzada en vias de guerra, no le era posible sin rebajarse, dejar de sostenerla por todos medios. Así sucedió en efecto: firmado el pacto de familia, la declaracion de la guerra contra la Inglaterra fué una consecuencia precisa é inmediata, así como una vez declarada, era altamente importante quitar á los ingleses el abrigo que les daba en la península su estrecha alianza con Portugal. Convidóse á este Rey por el de España á formar parte de la alianza, y como se negase, Cárlos III invadió el territorio lusitano con un ejército que puso en grande aprieto aquel reino, el cual ciertamente no habria salido bien de su conflicto si no volara en su auxilio la Inglaterra. Con esta ayuda, la venida del invierno, y la completa devastacion del pais, de donde el ejército español,

dueño de una gran parte del territorio, hubo de retirarse por absoluta falta de subsistencias, se vieron libres los portugueses, y satisfechos los ingleses del éxito de la campaña, en mal hora emprendida por la España, la que no solo sufrió este revés en Portugal, sino que en Ultramar perdia á Cuba y Manila, si bien tomando en desquite la colonia del Sacramento, devolviéndose despues las dos naciones recíprocamente cada cual lo suyo, en virtud del tratado de paz firmado y ratificado en Fontaineblau el 10 de febrero de 1763.

Los sucesos anteriores á la paz de Fontaineblau debieron manifestar al buen juicio y prudencia de Cárlos III, y á la de varios hombres de Estado muy distinguidos, que cuentan los anales de este reinado, singularmente al conde de Floridablanca, quien subió al ministerio algunos años despues de verificada la paz de Fontaineblau, que las verdaderas conveniencias de España se hallaban mas bien promoviendo sus intereses en el interior del reino que en las aventuras guerreras, á que la arrastraban otras potencias, particularmente en las que la habia lanzado, y lanzaria á menudo la rivalidad permanente, y casi nunca interrumpida, de la Inglaterra y la Francia, sobre todo desde que el pacto de familia habia ligado su suerte á la de la nacion vecina. Convencidos de esta verdad los hombres de estado que dirigian los negocios públicos, limitáronse en una larga época á fomentar y promover el bien público en el interior del reino, presenciando como meros espectadores la

gran peripecia política que en el Norte de la Europa se actuaba, invadiendo y partiendo el antiguo reino de Polonia entre la Rusia, Prusia y Austria, alterando en cierto modo por esta particion del territorio polaco el anterior equilibrio europeo.

Ojalá que Cárlos III hubiese conservado tan prudente reserva en otros sucesos que ocurrieron mas tarde, contentándose con sostener en el nuevo mundo la importancia del pabellon español, afianzando con ella la seguridad de sus posesiones ultramarinas, para lo cual tenia sobrados medios. Mas no la guardó por cierto en un asunto importantísimo, y tanto, que puede decirse que él fué la clave del trastorno del mundo, que la revolucion de Francia consumó unos años despues. Hablo del gran suceso de la emancipacion de las antiguas colonias inglesas en el Norte América, convertidas en aquella época, despues de grandes esfuerzos, en paises independientes llamados de la Union Americana, ó Estados Unidos de la América. Ojalá, repito, que Cárlos III hubiese conservado en esta cuestion una neutralidad siempre armada, ostentando su fuerza que tenia muy efectiva, pero sin hacer uso material de ella; mas no lo hizo así, lanzándose en las peligrosas consecuencias de la indiscretísima proteccion dada por la Francia á los insurgentes Estados de la Union, para que triunfasen de su metrópoli. Natural y aun justo era que provocada por tan inmerecida agresion de la Francia, la Inglaterra se mostrase quejosa y resentida, y tomara desquite, persiguiendo y apresando,

sin haber precedido declaracion de guerra, las naves francesas donde quiera que las encontrase. Rotas ya de hecho las hostilidades entre Inglaterra y Francia, esta potencia reclamaba naturalmente la cooperacion de la España al tenor del derecho que la daba el pacto de familia. Uníase ademas la irresistible tentacion de Cárlos III de aprovechar esta coyuntura, que parecia favorable, de reconquistar á Mahon que se hallaba en poder de los ingleses, y lanzarlos de Gibraltar, cuya posesion era en verdad una humillacion permanente para Castilla. Mas no obstante, tal debia ser el convencimiento que el gobierno español tenia de los inconvenientes de un sistema guerrero, que se ofreció mediador entre Inglaterra y Francia. Pero mientras se seguian estas negociaciones, sea el acaloramiento que en la Inglaterra excitaba la guerra de sus colonias ya emancipadas, sea la exaltacion que hubo de causarle la indiscretísima proteccion que las prestara la Francia, los tratos de mediacion fueron inútiles; y las faltas graves y demasías que los ingleses cometieron contra el pabellon español, invadiendo ademas algunas posesiones nuestras de Ultramar, produjeron un rompimiento, y la España mandó retirar de Lóndres á su embajador, y publicar un manifiesto para justificar su conducta.

Aprestáronse fuerzas marítimas combinadas con las de Francia en número de 52 navíos de línea, muchas fragatas, y no pocos buques menores de guerra, decididas ambas naciones á un desembarco

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