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desde el gobierno del duque de Alba hasta la ida de don Juan de Austria! Respecto á reconocerle y admitirle como gobernador á nombre del rey de España, consultáronlo los Estados con el príncipe de Orange, y con su parecer acordaron no recibirle sino á condición de que confirmara con juramento la paz que los Estados, tomando el nombre de S. M., habían hecho en Gante con el príncipe de Orange (8 de noviembre), uno de cuyos artículos era la salida de los españoles y de todas las tropas extranjeras (1). El senado comisionó á Iskio para que hiciera entender esto á don Juan. Desempeñó el enviado su embajada con timidez y con moderación, y volvió enamorado y haciendo elogios de las prendas del real joven. Disgustó esto á algunos senadores, tratáronle mal de palabra, y determinaron despachar con la misma misión á Juan Funk, que también la cumplió con templanza y comedimiento. Tomóse tiempo el príncipe para pensarlo, porque le dolía despedir á los españoles, y lo consultó con sus dos consejeros íntimos Octavio Gonzaga y el secretario Juan de Escobedo. El primero opinó que no era conducente ni decoroso; el segundo fué de contrario parecer, acaso porque conocía mejor la necesidad de la paz, ó los pensamientos que don Juan traía en su mente. Vacilaba el príncipe entre el deseo de la paz y el sentimiento de haber de expulsar á los españoles, y acaso no se apartaba de su ánimo el proyecto de la jornada á Inglaterra.

Por último, con arreglo á las instrucciones que para procurar la paz había recibido del rey, apoderándose los rebeldes de los castillos mientras los nuestros por orden suya tenían ociosas las armas, y atendiendo á que en la pacificación de Gante se consignaba el mantenimiento de la religión católica y la obediencia al monarca español, resolvióse don Juan de Austria, con consentimiento del rey, á firmar la paz de Gante, que se publicó en Bruselas (17 de febrero, 1577), con el nombre de Edicto perpetuo (2). Con esto el príncipe fué llamado por los Estados á Malinas y Lovaina, donde le aclamaron con júbilo gobernador de Flandes. Excusado es ponderar la pena con que cumplirían los veteranos españoles la orden de salir de un país tan regado con su sangre, y en que cada villa, cada lugar, cada colina y cada río recordaba alguna proeza suya. Con dolor y aun con indignación iban entregando las fortalezas que á costa de heroísmo habían conquistado y mantenido. El valeroso Sancho Dávila, aun después de recibir una carta del rey en que le mandaba entregar el castillo de Amberes á quien don Juan de Austria le señalase, encomendó á otro la entrega por no presenciarla. Menester fué para evitar un disgusto y arranque de

(1) Este tratado de paz entre las provincias flamencas y el príncipe de Orange, comprendía veinticinco capítulos. Don Bernardino de Mendoza le copió íntegro en el libro XVI de sus Comentarios.

(2) Constaba este Edicto ó Convenio entre el rey y los Estados de Flandes de 18 capítulos: los principales eran: la confirmación de la paz de Gante; la salida de las tropas españolas, alemanas, italianas y borgoñonas, en el término de veinte días contados desde la notificación que les hiciera el rey; obligación por tanto de los Estados de guardar y amparar la santa fe católica romana y la obediencia á S. M.; renuncia recíproca á toda alianza que contrariara este pacto; perdón general, etc.-Mendoza, Comentarios, lib. XVI.-Vander Hammen, Don Juan de Austria, lib. VI.-Estrada, Guerras, Década I, lib. IX.-Cabrera, lib. XI.

despecho que interviniera y los exhortara el secretario Escobedo, para que aquellos esforzados guerreros dieran sin replicar aquella plaza recién conquistada al mismo conde de Arschot su enemigo, bien que jurando éste guardarla y sostenerla á nombre del rey. Juntas todas las tropas en Maestricht, y hecho el canje de los prisioneros, sin dar más que una parte de paga á los españoles, salieron mustios y enojosos para Italia, conducidos por el conde de Mansfeld, bien que unos se desertaron despechados

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pasándose á servir al rey de Francia, otros derramados después por las estériles montañas de la Liguria para librarlos de la peste de Milán, acabaron sus días tristemente quejándose de la ingratitud con que decían eran tratados.

Bien pronosticaron algunos, que no había de ser estable ni duradera esta paz, comprada por España con tanto sacrificio. Cierto que don Juan. de Austria, por sus bellas prendas, por su carácter afable y benigno, por su semejanza con el emperador su padre tan respetado siempre de los flamencos, por la fama de sus glorias y de sus triunfos por mar y por tierra, se atrajo en el principio con su liberalidad y su indulgencia las voluntades, y aun los plácemes y las felicitaciones de aquellas gentes, después de tantos años de opresión y de guerras. Mas no tardó el de Orange con sus ardides en provocar contra él la animosidad y el encono de los flamencos. Inexorable aquél en su odio á la dominación española, fuerte y

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soberbio con enseñorear las dos provincias marítimas de Holanda y Zelanda, negándose á comprenderlas en el Edicto perpetuo, alegando que la religión protestante que habían abrazado no les permitía acomodarse al artículo del Edicto concerniente á la religión católica romana, y sobre todo no pudiendo sufrir que el gobierno de las provincias estuviese en manos de don Juan de Austria, comenzó por pregonar que no cumplía el Edicto; que no había restituído á las ciudades sus antiguos privilegios; que los tudescos no habían salido de Flandes; que los soldados españoles estaban ocultos en Luxemburgo y en Borgoña; que había establecido una inquisición disimulada peor que la de España; y por último, que el austriaco bajo cierta apariencia y capa de benignidad aspiraba á adormecerlos para mejor esclavizarlos; que no olvidaran que fué él quien denunció á Felipe II el príncipe Carlos como fautor de los flamencos.

Las sugestiones é intrigas del de Orange produjeron tal efecto en los consejeros y diputados de las provincias, de suyo más propensos á creer á su compatriota que á amar á ningún español, que todos se fueron volviendo contra don Juan de Austria, aun los mismos que le habían mostrado más adhesión y á quienes había hecho mercedes. Y no se contentó el de Orange con producir esta mudanza de afectos. En varias ocasiones y por diversos conductos fué avisado el de Austria de las maquinaciones que por obra del de Orange se tramaban contra su persona y aun contra su vida. Considerábase en continuo peligro en Bruselas: las personas que se designaban como cómplices ó ejecutores de la conjuración eran muy capaces de perpetrar cualquier alevosía: llegó á convencerse de la realidad de la traición, y resuelto á tomar un partido, y so pretexto de tener que arreglar en Malinas las cuentas de los tudescos que aun esperaban sus pagas para evacuar los Estados, sobre lo cual se habían suscitado diferencias entre ellos y los veedores, salió disimulada y secretamente de Bruselas, pasó á Malinas, y de allí á Namur, de cuyo castillo se apoderó por medio de una astucia más ingeniosa que correspondiente á su gran nombre (24 de julio, 1577). Así burló á los emisarios que el de Orange había despachado para prenderle. De todo había dado aviso don Juan al rey su hermano por medio del secretario Escobedo, á quien envió á Madrid, quedándose entretanto con Andrés de Prada. Desde Namur escribió á los senadores y diputados de las provincias flamencas, enviándoles algu nos comprobantes de las maquinaciones que contra él había, intimándoles que no volvería á los Estados mientras no rompiesen sus relaciones con el de Orange, y no procediesen contra los ejecutores de sus aleves tramas. Aun propalaban muchos que todos aquellos temores eran falsos pretextos de don Juan para mover la guerra. De todos modos la disposi ción de los ánimos era ya tal, que la renovacion de la guerra se hacía otra vez inevitable.

En tal situación dirigió don Juan de Austria á los antiguos tercios de Flandes, acantonados en Italia, el siguiente tierno llamamiento:

«A los magníficos Señores, amados y amigos míos, los capitanes y offciales y soldados de la mi infantería que salió de los Estados de Flandes. >>Magníficos Señores, amados y amigos míos: el tiempo y la manera del proceder destas gentes ha sacado tan verdaderos vuestros pronósticos,

que ya no queda por cumplir dellos sino los que Dios por su bondad ha reservado. Porque no sólo no han querido gozar ni aprovecharse de las mercedes que les truxe, pero en lugar de agradecerme el trabajo que por su beneficio había pasado, me querían prender, á fin de desechar de sí religión y obediencia. Y aunque desde el principio entendí, como vosotros confirmastes siempre, que tiraban á este blanco, no quise dejar de la mano su dolencia, hasta que la ejecución del trato estuvo muy en víspera. Y entonces me retiré á este castillo, por no ser causa de tan grande ofensa de Dios y deservicio de S. M. Y como los más ciertos testigos de su malicia son sus propias conciencias, hanse alterado de tal manera, que toda la tierra se me ha declarado por enemiga, y los Estados usan de extraordinarias diligencias para apretarme, pensando salir esta vez con su intención. Y si bien por hallarme tan solo y lejos de vosotros, estoy en el trabajo que podéis considerar, y espero de día en día ser sitiado; todavía acordándome que envío por vosotros, y como soldado y compañero vuestro no me podéis faltar, no estimo en nada todos estos nublados. Venid, pues, amigos míos: mirad qun solos os aguardamos yo y las iglesias y monesterios y religiosos y católicos cristianos, que tienen á su enemigo presente y con el cuchillo en la mano. Y no os detenga el interés de lo mucho ó poco que se os dejase de pagar; pues será cosa muy ajena de vuestro valor preferir esto que es niñería á una ocasión donde con servir tanto á Dios y á S. M. podéis acrecentar la suma de vuestras hazañas, ganando perpetuo nombre de defensores de la fe, y obligarme á mí para todo lo que os tocare, mayormente de lo que dejáredes de cobrar allá, no perderéis nada, pues yo tomo á mi cargo la satisfacción dello, y así como tengo por cierto que S. M. tomará este negocio con las veras y en la calidad que le obligan, y en la misma conformidad hará las provisiones, lo podéis vosotros ser que yo os amo como hermano; y las ocasiones que os esperan no consentirán que padezcáis, porque no dudo que acudiréis al nombre y ser de cristianos, españoles y valientes soldados, y buenos vasallos de S. M. y amigos míos, haréis lo que os pido con la liberalidad, resolución y presteza que de vos confío y conviene... No me alargaré á encarecer más este negocio; sólo diré que éste es aquel tiempo que mostrábades desear todos militar conmigo, y que yo quedo muy alegre, y que las cosas han llegado á este extremo de pensar que ahora se me ha de cumplir el deseo que tengo de hallarme con vosotros en alguna empresa, donde satisfaciendo vuestras obligaciones, hagamos algunos servicios señalados á Dios y á S. M. Esta carta pase de mano en mano. N. S. guarde vuestras magníficas personas como deseáis. Del castillo de Anamur, á 15 de agosto de 1577.

>>A los Magníficos Ordenadores. Vuestro amigo, Don Juan.

>>No escribo en particular, porque no sé las compañías ni capitanes que habrán quedado en pie; pero ésta servirá para reformados y no reformados; y á todos ruego vengáis con la menor ropa y bagaje que pudiéredes, que llegados acá, no os faltará de vuestros enemigos.»

Alentó á don Juan, más de lo que ya estaba, la respuesta del rey su hermano aprobando su condueta y la ocupación de Namur; y puesto que

no habían bastado su prudencia y sua á conservar la paz, daba

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orden para que volviesen á Flandes los tercios viejos de españoles que habían ido á Italia, escribía al marqués de Ayamonte, virrey de Milán, y á los virreyes de Nápoles y Sicilia aprestasen los de sus respectivos cargos y los encaminaran á Flandes; que iría también su sobrino el príncipe de Parma Alejandro Farnesio; que despachase embajada á la reina de Inglaterra para que no ayudase á los flamencos ni pública ni secretamente con sus vasallos, porque su paciencia y sufrimiento no podían durar siempre; así como él la enviaba al emperador su sobrino para que no permitiese salir alemanes á sueldo de los Estados flamencos. Entre los Estados y don Juan mediaron muchos escritos y muchas proposiciones, muchas contestaciones y réplicas sobre condiciones de paz, y sobre la forma y manera como había de volver á residir entre ellos y ejercer la gobernación de las provincias. Pero por más que unos y otros aparentaran desearlo, no era ya fácil que convinieran en las condiciones, porque había desaparecido la confianza, y ni de una parte ni de otra se trataba con sinceridad y buena fe. En estas contestaciones ganó don Juan y perdieron los Estados un tiempo precioso, pues si en vez de gastarle en recibir y responder cartas le hubieran empleado en ir sobre Namur, cuando el austriaco se encontraba casi solo, hubieran podido ponerle en grande aprieto, y por lo menos ahuyentarle, ya que no dejarle sin salida. En no obrar así se conocía el aturdimiento y desconcierto en que habían quedado (1).

El de Orange era el que se prevenía y fortificaba en sus provincias, como si no existiese el Edicto perpetuo, y apretaba á los diputados á que se apoderaran de las importantes plazas de Breda y Bois-le-Duc que aun presidiaban los tudescos. Al fin no descansaron sus agentes hasta que le hicieron nombrar Conservador de Brabante, en cuya virtud vino á Bruselas, donde hizo su entrada sin contradicción con numerosa guarnición de arcabuceros. Sin embargo, algunos magnates que no le habían sido nunca adictos, trabajaban por llevar otro gobernador. El conde Lalaing, y aun los mismos orangistas hubieran querido al duque de Alenzón, hermano del rey Enrique III de Francia; pero el de Arschot y otros que querían restaurar la religión católica y mantener cierta sombra de autoridad real, optaron por el archiduque Matías, hermano del emperador Rodulfo, el segundo de la casa de Austria, y sobrino del rey de España. Este partido fué el que prevaleció. Enviaron, pues, á buscarle secretamente á Viena, y él también salió en secreto, de noche y sin conocimiento del César su hermano. Joven de veinte años el archiduque Matías, valiéronse los flamencos de su poca edad y su mucha ambición para imponerle bajo juramento, que él prestó sin dificultad, las condiciones con que había de gobernarlos. Uniéronse con esta ocasión herejes y católicos, formaron liga entre sí para establecer un gobierno popular, afianzar sus libertades y privilegios,

(1) Vander Hammen, Don Juan de Austria, lib. VI.-Estrada, Guerras, Déc. I, libro IX.-Cabrera, Historia, lib. XI.-Este autor inserta muchas de las cartas y contestaciones que mediaron entre don Juan y los Consejos, senado y diputados de Flandes, y trata este período con más extensión que los anteriores. Nos falta ya la luminosa guía de don Bernardino de Mendoza, y cuyos Comentarios no alcanzan sino hasta el

año 1577.

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