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del país de Cleves sobre el mismo Mosa, diéronles una gran batalla, tan hábilmente dirigida por Sancho Dávila, don Bernardino de Mendoza y el italiano Juan Bautista del Monte, y tan bizarramente sostenida por sus soldados, que les mataron más de dos mil quinientos infantes y quinien

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tos jinetes, sin contar los muchísimos que se ahogaron en los pantanos, balsas y lagunas, llegando apenas á mil los que pudieron salvarse (1).

Lo importante de esta victoria de los españoles fué haber muerto los tres generales del ejército enemigo, el duque Palatino, Luis de Nassau y su hermano Enrique (14 de abril, 1574). Cogiéronse más de treinta ban deras, con todo el bagaje y dinero. Despachó el comendador á Juan Osorio de Ulloa para que viniese á España á traer al rey la nueva de tan

(1) Yo mismo ví (dice don Bernardino de Mendoza), caminando con un escuadrón, más de seiscientos hombres dentro de un pantano, con el agua á la cinta, de suerte que no se salvarían mil hombres.» Comentarios, lib. XI.

glorioso triunfo, que fué una buena compensación de la pérdida de Middelburg y del desastre de la armada en las aguas de Bergen.

Por desgracia se malogró el fruto que hubiera podido recogerse de tan gran victoria, á causa de haberse amotinado los viejos tercios de los soldados españoles en reclamación de los atrasos de sus pagas. Esta era la diferencia entre los soldados de otras naciones y los de España: que aquéllos tenían por costumbre pedir tumultuariamente las pagas é insu

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rreccionarse al tiempo de ir á la pelea, los nuestros después de haber pe leado y vencido. Esta sedición militar fué una de las más graves que hubo, y al mismo tiempo de las más ordenadas. Cuando Sancho Dávila les arengó exhortándolos á la subordinación y á la disciplina, le contestaron entre otras cosas: ¿Pensáis que ha de ser lícito pedir cada día las vidas de los soldados, y que los soldados no han de poder pedir una vez al mes el sustento para sus vidas? Y al quererles predicar un religioso je suíta, le atajaron el discurso diciendo: Si antes nos dais el dinero de contado, después oiremos muy atentos vuestro sermón: que de buenas pala bras estamos ya cansados: que si pudiera ponerse en una balanza la sangre que hemos vertido por el rey, y en otra la plata que el rey nos debe, de cierto había de pesar más aquella que ésta. Ellos nombraron su

cabo, que llamaban el Electo, según costumbre; establecieron su forma de gobierno militar, y se dirigieron á Amberes, donde no de mala gana les permitió entrar la guarnición española del castillo, que también se rebeló intentando echar de él al gobernador y su teniente, bien que aquél contestó con firmeza que no saldría del castillo con vida. Los tumultuados de fuera, después de haber desalojado de la plaza las compañías walonas, pregonaron un bando á nombre del Electo, y plantaron una horca para colgar de ella á todo el que se desmandara á cometer hurto ó rapiña, lo cual ejecutaron con dos delincuentes, y no volvieron á cometerse crímenes de este género.

Ellos además erigieron un altar y juraron sobre él la obediencia á su Electo, y no ceder hasta que les fuese pagado el último maravedí; y en este sentido dirigieron al comendador un mensaje fuerte y enérgico, amenazando con que de no pagarles arbitrarían cómo cobrarse ellos mismos. Requeséns, que necesitaba de aquellas tropas y reconocía la justicia de la reclamación, por más lamentable y por más reprensible que fuese la forma, dióles su palabra de pagarles, y bien acreditó su deseo de cumplirla en el hecho de haber empeñado para ello su vajilla y recámara; pero era tal la estrechez y el ahogo de las arcas reales, que transcurrió cerca de mes y medio antes de acabarles de pagar, y otro tanto duró la sedición (1).

De todos modos, esta ocurrencia fué un embarazo grande que se interpuso, con harto dolor de Requeséns, para entorpecer el progreso de las armas españolas en los Países-Bajos y para frustrar las consecuencias, que sin duda hubieran sido grandes, de la victoria de Moock. A pesar de todo, y en tanto que podía disponer de los amotinados, no dejó el comendador mayor de activar la guerra cuanto las circunstancias lo permitían, dirigiéndola esta vez á Holanda para donde mandó volver á Francisco Valdés con la gente que de allí había sacado, con el encargo de continuar é ir estrechando el sitio de Leyden, comenzado ya en tiempo del duque de Alba, y punto en que se habían fortificado los rebeldes. Ordenó igualmente al gobernador de Harlem que acudiese allí con su caballería por otro lado. y las mismas órdenes expidió á los demás caudillos. Dos eran los objetos que en esto se proponía Requeséns: el primero, divertir por aquella parte á los rebeldes para impedir que entraran en Brabante, donde no podía oponérseles mientras no acabara de pagar á los españoles sublevados y pudiera disponer de ellos: el segundo, entretener las fuerzas enemigas en Holanda, para dar lugar que viniese la armada que de orden de Su Majestad se aparejaba en Santander con destino á los Países-Bajos, á cargo de Pedro Meléndez de Avilés, adelantado de la Florida (2), la cual, unida á los navíos que aun se conservaban en Holanda y Zelanda, había de darles superioridad en aquellos mares, con lo cual solo se podría acabar la guerra

(1) Mendoza, Comentarios, lib. XII. - Estrada, Guerras, Dec. I, lib. VIII.

(2) En el Archivo de Simancas, Estado, leg. 156, hemos visto un mazo de papeles relativos á los aprestos de esta armada, con cartas de Meléndez, del conde de Olivares. de don Diego Hurtado y otras personas, que podrían servir bien para una historia par

ticular.

No favoreció en verdad la fortuna al sucesor del duque de Alba en Flandes. Es cierto que al fin acabó de pagar á costa de sacrificios á los tercios españoles amotinados en Amberes, y que pudo enviarlos á Holanda bajo la dirección de Chiapino Vitelli, y que así este jefe como Francisco Valdés, Mr. de Liques, Luis Gaytan, Rodrigo de Toledo, Gonzalo de Bracamonte, Julián Romero y otros caudillos, fueron apoderándose de varias islas, villas y lugares holandeses, y construyendo fuertes á las márgenes de los lagos, canales y ríos, hasta el número de más de sesenta, y hasta un cuarto de legua de Leyden, estrechando el sitio de esta ciudad y dándose la mano unos á otros. Mas por otra parte, la muerte de Pedro Meléndez, el almirante de la armada de Santander, ocurrida á esta sazón, fué causa de que aquélla se detuviese y de que acabara de perderse el resto de los navíos que el rey de España tenía en Flandes, y que habían de haber obrado en combinación con la armada de Castilla. Y fué, que habién dose alejado de Amberes los navíos españoles por temor de que los tomaran los amotinados, dieron sobre ellos los de Orange, y los apresaron todos sin dejar uno, por un descuido de que con dificultad pudo justificarse el vice-almirante (1) De modo. que en los pocos meses que llevaba Requeséns de gobernador y capitán general de los Países-Bajos, tuvo la desgracia de perder cuantas naves tenía en aquellos Estados la España.

Faltaba ver el resultado del famoso sitio de Leyden, que tan memorable había de hacerse en la historia por las singularísimas circunstancias que luego veremos.

La imparcialidad histórica nos obliga á cumplir antes con un deber enojoso, á saber, el de revelar los reprobados y abominables medios que en este tiempo estaban empleando los enemigos de España para deshacerse del comendador mayor de Castilla, y los de la misma índole que á su vez empleaban el comendador y la corte de España para deshacerse del príncipe de Orange. Según se ve por los documentos oficiales que se conservan en nuestros archivos, unos y otros procuraban valerse de asesinos pagados para quitar la vida alevosamente y á traición, así al gobernador español de Flandes como al jefe de los rebeldes flamencos. Este criminal arbitrio, de que acaso no tuvieron noticia los historiadores que nos han precedido, pues nada hablan de él, parece haber sido intentado primero por los enemigos de la dominación española en Flandes. Con fecha 30 de marzo (1574) escribía el embajador Antonio de Guarax desde Londres al comendador mayor Requeséns, avisándole que había partido de allí un Tomás Bac, irlandés, que en los Países-Bajos se nombraba Mos de la Chausse, el cual había recibido varias veces dinero de la reina de Inglaterra, y de quien se tenían noticias y vehementísimos indicios de que iba con la misión aleve y el malvado designio de asesinarle (2).

(1) Es muy extraño que el jesuíta Estrada, escribiendo de propósito de las Guerras de Flandes, no nos diga una sola palabra ni de esta segunda catástrofe, ni de la armada de Santander, ni de la multitud de fuertes que construyeron nuestros caudillos para estrechar y aislar la ciudad de Leyden. Afortunadamente llena bien don Bernardino de Mendoza este vacío, como otros muchos que dejó el historiador religioso.

(2) De aquí ha partido (decía Guarax) uno nombrado el capitán Tomás, irlandés,

Pero también los nuestros intentaban lo mismo con el de Orange, según se ve por el siguiente fragmento de una carta del comendador mayor á Gabriel de Zayas, secretario de Felipe II (9 de abril, 1574): «De hacer matar al príncipe de Orange, si Dios no lo hace, no tengo esperanza; que tres meses ha que no ha vuelto el inglés que me la había dado. No sé si ha sucedido desgracia, ó si era trato doble; que no hallo hombre de quien pueda fiar que emprenda esto, por mucho que prometa. No sé si ellos hallarán los que buscan para acabarme á mí; y beso los pies á S. M. por el cuidado que v. md. me escribe que tiene de que yo guarde mi vida, en la cual iría muy poco si no estuviese lo de aquí á mi cargo; y envío á vuestra merced dos avisos que un mismo día tuve de Inglaterra, el uno de Guarax y el otro de un inglés de los que aquí se entretienen, que dijo habérsele enviado una dama de la misma reina, que dice es católica, por donde verá v. md. la obligación que yo tengo á la reina; y de Alemania ha días que tuve avisos que hacían la misma diligencia, pareciéndoles que el más corto camino para acabar lo de aquí, era acabar al que estuviese encargado de ello, y yo me puedo guardar mal, no conviniendo mostrar que se teme esto, y habiendo de dar siempre audiencias públicas, y salir fuera á misa y á otras cosas, y en campaña; y un arcabuzazo pasa muy bien entre alabarderos y archeros, que es la guarda que yo tengo; pero confío en Dios que él me guardará, y así me da esto mucho menos cuidado que las otras cosas públicas de estos Estados (1).»

Confesamos haber sentido el mayor disgusto al ver que el rey Felipe II no solamente sabía y autorizaba semejantes planes, sino que los alentaba y promovía, y que hemos visto con amargura escrito de su letra y puño al margen de esta carta lo siguiente: «Todavía scrivid de mi parte

que por otro nombre se llama ahí Mos de la Chausse; habla buen francés, y está aposentado en esta villa en un mesón que se dice del Yelmo dorado.-Partió de ahí á los 13 de este para Alemania, y llegó aquí á los 18, y le dieron en corte cien libras en soberanos, y el mismo día los trocó por angelotes. Partióse á los 19 para ahí. Otra vez que vino de ahí aquí le dió la reina otras cien libras. Esto sé de persona que ha estado en su compañía, y esta tal me ha dicho que por alguna murmuración que ha oído en el aposento de un grande á quien el capitán Tomás se llegaba de que algunos enviaban á matar á V. E. (á quien Dios guarde), sospecha la dicha persona que el dicho Tomás es partido para ahí con este propósito tan malo; y más atendió que decían por palabras generales, que si antes que el rey de España viniese ó enviase sus grandes fuerzas contra el de Orange muriese el gobernador de Flandes, que sería necesario á la reina recibir de mano del d'Oranges á Zelanda, pues hallándose él y su hermano Ludovico tan prósperos y armados, no podrían dejar de enseñorearse de todos los Estados, por lo mucho que Anvers y otros pueblos desean recibirlos, y del todo echar los españoles de la tierra. Y esto me certifica que oyó á personas de estimación, y que tiene gran sospecha de que procuran tan malos deseos por mano del dicho Tomás ó de otro. Teniéndosele oído á sus tratos, podrá descubrirse por indicios algo de su presentación, que no puede ser sino mala. Llámase acá Tomás Bac. Es hombre de mediana estatura, de 35 á 40 años, no flaco, y de barba algo roja; conocido por malo, etc... etc.>>

Esta carta la vió el rey don Felipe, y puso al margen de su mano: «Escribid al comendador mayor que procure de haber á éste, y hacer dél lo que será justo hacer, muy justo.» Archivo de Simancas, Estado, Flandes, leg. núm. 557.

(1) Archivo de Simancas, Negociado de Estado, leg. núm. 557, fol. 128.

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