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invadido, y muy especialmente para las tierras del dominio de Su Santidad.

La administración de la guerra se haría con parecer y deliberación de los tres capitanes generales de la liga, dándose por bueno lo que dos de ellos aprobaren.

El general en jefe de las fuerzas de la liga sería el señor don Juan de Austria, y en su ausencia ó imposibilidad el que mandara las galeras del pontífice.

Se reservaba un lugar, por si quisiesen entrar en la confederación, al emperador Maximiliano de Alemania y á los reyes de Francia y Portugal, debiendo el Santo Padre amonestar y exhortar á ello al emperador, al rey de Polonia y á otros reyes y príncipes cristianos.

La partición de todo lo que se conquistare se haría conforme á lo capitulado en la liga de 1537.

Todas las diferencias que pudieran suscitarse entre los confederados se remitirían al juicio de Su Santidad y de sus sucesores.

Ninguna de las partes ni por sí ni por otro medio podría tratar paces, treguas, ni otra concordia con el turco sin conocimiento y anuencia de las demás.

Si alguno faltare á este pacto, incurriría en pena de excomunión mayor latæ sententiæ, y en entredicho eclesiástico sus vasallos, tierras y señoríos, absolviendo el papa á sus súbditos del juramento de obediencia y fidelidad.

Tales fueron las bases de la famosa liga entre la Santa Sede, el rey de España y la república de Venecia contra el sultán de Turquía, y contra los infieles enemigos del nombre cristiano (1).

Mientras esto se trataba en Roma, el sultán había encomendado la

(1) Una copia de estos capítulos, sacada de la Biblioteca del señor duque de Osuna, se ha insertado en el tomo III de la Colección de Documentos inéditos de los señores Navarrete, Baranda y Salvá.

El señor Rosell, que ha escrito recientemente una excelente Memoria sobre el combate naval de Lepanto, Memoria premiada por la Real Academia de la Historia en el certamen de 1853, y cuyo mérito nos complacemos en reconocer, ha incurrido, en este punto, á nuestro juicio, en una grave equivocación. Todo lo que el señor Rosell dice de las dificultades que surgieron para la Liga y de los capítulos que al fin se acordaron, parece referirlo el año 1571, pues nada absolutamente habla de lo estipulado en 1570 (pueden verse los capítulos I y II de la Memoria). Así es que los dos documentos que cita en los apéndices, uno latino, sacado de la Biblioteca de la Academia de la Historia, otro castellano, copiado de la Crónica de Jerónimo Torres y Aguilera, ambos contienen la ratificación que se hizo en mayo de 1571. Pero de ser dos actas distintas y de dos años diferentes las que el señor Rosell creyó una sola, certifican: 1.o las varias veces que en el documento por nosotros citado se nombra el presente año de 1570, y el siguiente de 1571, como el en que había de empezar á observarse la Liga; 2.o la diferente fecha que encabeza ambos documentos: el citado por nosotros comienza: «Jhs.Invocando el nombre y auxilio del omnipotente Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Año de la Natividad de 1570, y el quinto del pontificado de nuestro Santísimo y Beatísimo Padre por la divina Providencia Papa Pío V...»-Y el del señor Rosell empieza: <Ante todas cosas invocando el nombre de Dios omnipotente, Padre, Hijo y Spiritu Sancto, Amen. Año del nacimiento de nuestro Señor Jesuchristo de 1571, y seis del

empresa de Chipre á sus más ardientes promovedores, Mustafá, y Pialí-Baja, éste como general de la armada, aquél como jefe de las fuerzas de tierra, Ciento sesenta galeras, é igual número de embarcaciones, entre fustas, galeotas, mahonas, caramurzalas y barcos de transporte, con más de cincuenta mil hombres de desembarco, fueron enviados por escuadras y con cortos intervalos á aquellos mares, aterrando las poblaciones de la isla con los desmanes que los soldados cometían doquiera que desembarcaban. Después de algunas ventajas y de algunas pérdidas que mutuamente tuvieron las dos armadas enemigas, púsose Mustafá sobre Nicosia, la capital y el centro de la isla, y la plaza mejor fortificada, y lo hizo contra el dictamen de Pialí que opinaba por el sitio de Famagusta. Por creer también más amenazada y en más peligro esta plaza había acudido á ella el gobernador de Nicosia, Astor Baglioni, dejando la defensa de la capital á cargo de Nicolás Dandolo, hombre de escasísima capacidad. No era más perito el conde de Trípoli, Jacobo de Nores, que mandaba la artillería; el conde de Rocas, lugarteniente del gobernador, tampoco tenía más experiencia militar, y los diez mil hombres de la guarnición ni estaban bien armados ni eran gente hecha á las armas. Sentó Mustafá sus reales delante de Nicosia (25 de julio) con cerca de cien mil hombres, de ellos más de cincuenta mil de tropas regulares. Los venecianos habían arrasado cuatro años antes la ciudadela, y convertido la ciudad en una plaza regular, protegida por once bastiones, para cuyas obras habían demolido ochenta iglesias, y el gran convento en que descansaban las cenizas de los reyes de Jerusalén, los Lusignán, los príncipes y princesas de Galilea y de Antioquía, los senescales, almirantes, condestables y chambelanes de Jerusalén y de Chipre, los condes y barones de Tiberiada, Sidón, Cesárea y Nicópolis, con muchos obispos, arzobispos y patriarcas.

No era posible que resistiera á ejército tan numeroso y aguerrido una ciudad, aunque fuerte, por tan inhábiles jefes y por gente tan bisoña defendida. Hicieron no obstante los nicosianos en su desesperación algunos esfuerzos de valor, que llegaron á dar cuidado á Mustafá, hasta el punto de pedir cien hombres de refuerzo á cada galera, y el sitio se prolongó más de siete semanas. Por último el 9 de setiembre, día funestamente mepontificado de nuestro muy Sancto Padre en Christo, por la divina Providencia Pio Papa Quinto...>>

El ilustrado autor de la Memoria, que acaso se dejó guiar por Cabrera, á quien no sabemos cómo pudo escaparse, en su buen talento, el cotejo de estos documentos, quiso dar explicación á éste que á nosotros nos parece error con una idea que no hemos visto en otro, á saber; que no habiendo de tener efecto la Liga hasta el año siguiente (que según él, había de ser el 1572), se estipuló por separado otro convenio para que rigiese en el actual (esto es, en 1571), determinándose, entre otras cosas, que en todo el mes de mayo se hallasen en Otranto ochenta galeras y veinte naves, que deberían unirse con la armada veneciana, no incluyéndose en aquel número las del pontífice, ni las de Saboya y Malta. De consiguiente, tenían que ser las españolas.

Mas no advirtió el señor Rosell, que habiéndose firmado la ratificación de la Liga, según el documento latino, en 25 de mayo, según Torres Aguilera y Vander Hammen en 29 de mayo, era muy difícil y casi imposible del todo, que en el mes de mayo hubieran de estar las ochenta galeras y veinte naves de España en Otranto. Es, pues, indudable para nosotros, que todo esto debe referirse al pacto de Liga hecho en 1570.

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morable para aquella infortunada ciudad, después de batidos á un tiempo cuatro de los principales bastiones, fué entrada por asalto: los habitantes se echaban á los pies de los turcos implorando misericordia, pero los bárbaros no conocían la piedad, á todos los degollaban con rabioso frenesí, y las tropas de la plaza fueron igualmente acuchilladas. El proveedor Nicolás Dandolo pereció de la misma manera, víctima de su ineptitud y su ignorancia. Todos los horrores, todas las crueldades con que los vencedores suelen manchar su triunfo en una ciudad tomada por asalto, los ejecutaron los turcos en la infeliz Nicosia (1).

¿Qué habían hecho entretanto la armada de los turcos y la de los confederados? Pialí había andado cruzando con las galeras del imperio las aguas de Rodas; y el virrey de Argel Uluch-Alí, ó según otros le nombran, Uluch-Aalí, había acudido con sus naves y sus corsarios, y logrado incorporarse á la armada turca después de haber apresado cuatro galeras de Malta. En cuanto á la armada de los cristianos, las flotas de España y de Roma no se reunieron hasta el 31 de agosto á la de Venecia, que había recorrido el Archipiélago, las Cícladas y Candía, procurándose refuerzos de hombres y de vituallas y también saqueando y cometiendo desmanes. En esa tardanza había cabido alguna más culpa al general pontificio Marco Antonio Colonna que al almirante español de Sicilia Juan Andrea Doria, pues al cabo éste había tenido necesidad de dejar provista la Goleta y asegurada la costa de África. Reunidas al fin, con gran contento de los venecianos, las tres escuadras en el puerto de la Suda, celebróse consejo de generales y capitanes (1.° de setiembre) para deliberar á qué punto convendría más se dirigiese toda la armada. Opinaban unos que á libertar á Nicosia; otros proponían acometer alguna de las posesiones otomanas como el mejor medio para distraer á los invasores de Chipre.

Pero Andrea Doria, que había heredado la prudencia y el valor, así como la pericia en las cosas de mar del príncipe su tío, sin oponerse al dictamen de encaminarse á Chipre como la resolución más digna, expuso que sería bien, antes de acometer una empresa arriesgada, reconocer el número, estado, condición y calidad de las fuerzas y bajeles con que con

(1) Tenemos á la vista para la sucinta relación que vamos haciendo de estos sucesos las obras y documentos siguientes: Juan Sagredo, veneciano, Memorie istoriche de Monarchi Ottomani:-Parutta (Paolo), veneciano también, Della guerra di Cipro:— Uberto Foglieta, genovés, De sacro fœdere in Selimum:- Contarini (Juan Pedro), Istoria delle cose successe dal principio della guerra mossa da Selim Ottomano á Venetiani: -Contarini (Gaspard), Del Gobierno de Venecia (en latín):-Daru, francés, Histoire de la republique de Venise:-Graziani, toscano, De Bello Cyprio:-Caraccioli, I Comentarii delle Guerre, etc.:-Hadschi-Chalfa, Historia de las guerras marítimas de los otomanos:- -Hammer, alemán, Historia del imperio otomano, traducción de Dochez, y los documentos de los archivos imperiales y reales, citados por éste:-Brantome, francés, Vida de Juan Andrea Doria:- Vander Hammen, español, Historia de don Juan de Austria:-Herrera, español, Guerra de Cipre y batalla naval de Lepanto:-Torres y Aguilera, español, Chrónica y recopilación de varios sucesos etc.:-Cabrera, españcl, Historia de Felipe II:-Ossorio, espaň 1, Joannis Austriaci Vita:-Manuscritos de la Biblioteca Nacional:- Colección de documentos inéditos:-Manuscritos de la Biblioteca Nacional, de la del Escorial, de la del duque de Osuna, y del Archivo general de Si

mancas.

TOMO X

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taban para ello, y ver si estaban todos tan bien acondicionados como los que el rey don Felipe había puesto á su cargo. Sobradamente penetraron los venecianos á dónde iba dirigida la observación de Doria, mas no pudiendo negarse á hacer la muestra y reconocimiento que deseaba, por más que anduvieron remisos, accedieron al fin á que se verificase, y se halló lo que Doria temía con razón, ó sabía ya acaso, no pudiendo menos de manifestar su admiración de que con naves tan mal aparejadas y tan pobremente dotadas de chusma y de soldados, se hubiera atrevido la república á acometer una empresa de tal magnitud y de tanto peligro. Remedióse el mal en la parte que entonces era posible, y puestas por fin en orden de marcha las tres escuadras (17 de setiembre), navegaron al canal de Rodas, y cuando los vientos las habían obligado á guarecerse al abrigo de Puerto Vati y Calamiti, llególes la infausta nueva de la pérdida de Nicosia, con todos los horrores que los turcos habían ejecutado en muros, casas, defensores y habitantes (1).

Por más que los venecianos procuraran disimular el sentimiento de una catástrofe que exclusivamente se había debido á la negligencia de la Señoría y á la ineptitud de los jefes encargados de la defensa de la ciudad que acababan de perder, el genovés Doria, que ni se alucinaba ni gustaba de que se dejaran alucinar de apariencias, provocó otro consejo general (23 de setiembre) para sondear la opinión de cada uno respecto á la resolución que en caso tan grave se debería adoptar. Proponían unos dirigirse á Negroponto, otros á la Morea, y en discursos y pareceres diversos se consumió el tiempo sin poder venir á conformidad, y se disolvió la junta

(1) He aquí el orden de marcha que llevaba, y la fuerza naval que constituía la armada cristiana de la expedición de Chipre.

Marcos Querini, veneciano, iba de vanguardia con doce galeras.

Marco Antonio Colonna, general de Su Santidad, con otras doce.

Juan Andrea Doria, capitán general de S. M. C., con diez y seis.

Don Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz y virrey de Nápoles, español, con diez y nueve.

Don Juan de Cardona, virrey de Sicilia, español, con diez.

Jerónimo Zanne, general de los venecianos, con treinta.

Sforza Pallavicino, veneciano, capitán general de tierra, con veinticinco.

Jacobo Celsi, proveedor de la armada veneciana, con veinte.

Antonio Canale, id., con diez y nueve.

Santos Trono, veneciano, en la retaguardia, con diez y seis.
Francisco Duodo, id., con doce.

Pedro Trono, id., con catorce naves y galeoncillos.

Total de bajeles venecianos..

De España.

De Su Santidad.

Total general de buques..

148

45

12

205

En esta relación no se cuentan los barcos de transporte. El número de la gente de guerra no pasaba de quince mil hombres: de ellos más de ocho mil eran venecianos; Doria llevaba tres mil españoles y dos mil italianos; los del pontífice no eran más de cuatro mil. Hay que añadir los nobles y aventureros que iban voluntariamente.

sin resolverse nada. Disgustado el general de la armada española con tales disidencias y tal desorden, y alegando no haberse comprometido á permanecer en aquellos mares sino por término de un mes, y tener que atender á las costas de Sicilia, de donde le separaba tan gran distancia, anunció su determinación de retirarse, y fueron menester todos los esfuerzos de los generales de Venecia y del pontífice para que accediera á quedarse hasta terminado el setiembre. Mas como luego el general pontificio se atreviera á preguntarle con cierta presunción y arrogancia propia de su carácter, si mandándoselo él se quedaría, Doria le contestó con entereza, que para ser obedecido necesitaba darle testimonio de la autoridad con que procedía. De unas en otras palabras se fueron acalorando Colonna, Doria y César Dávalos, en términos que el asunto hubiera podido pasar muy adelante sin la prudencia de Juan Andrea, que se retiró é hizo retirar á Dávalos. ¡Tan poca concordia reinaba entre los jefes de la confederación!

No tardó, pues, en verificarse la separación; mas no ya por culpa de Doria, aunque es verdad que la apetecía, sino de los mismos Colonna y Zanne, generales del papa y de la república, que sin comunicárselo á Doria se alejaron de Puerto Tristano con sus armadas, dejándole solo con su flota. Entonces él, considerándose libre, bien que no sin pedir todavía la venia á los otros dos generales, tomó la vuelta de Sicilia (5 de octubre, 1570), donde arribó sin detrimento de su gente ni menoscabo de sus naves. De esta retirada, de que quisieron los generales de Venecia y Roma hacerle un cargo, así como de su conducta en la expedición, se justificó el almirante genovés ante el pontífice y ante todo el mundo (1).

Con la pérdida de Nicosia, y con la desmembración de la armada de España, ni la isla se hallaba en disposición de oponer una gran resistencia á los turcos, ni las escuadras del papa y de Venecia en la de emprender operación alguna importante contra el poder naval de los otomanos. Así es que varias poblaciones de la isla se fueron rindiendo, y si Pialí no dió caza á las dos escuadras de Italia fué porque los vientos le obligaron á retroceder cuando marchaba á Candía, y viendo frustrado su designio y la cruda estación del invierno encima, mudó de propósito y se fué á invernar á Constantinopla. Zanne se trasladó á Corfú, y Colonna dió la vuelta á Roma, donde llegó después de no pocos azares con su pequeña flota lastimosamente deteriorada. Mustafá dejó algunas tropas al mando de Muzaffez-Bajá para guarnecer á Nicosia, y pasó á cercar á Famagusta, enviando á los de la ciudad para intimarles la rendición en lugar de pliego la cabeza de Nicolás Dandolo. Aunque el general de la armada de Venecia logró introducir algún refuerzo en la plaza, las baterías que en una eminencia hizo colocar Mustafá anunciaban su resolución de no abandonar el sitio aun en la inclemencia y rigor del invierno. Aquella fué una

(1) El señor Rosell, en su Memoria sobre el combate naval de Lepanto, ha publicado la justificación de Juan Andrea Doria (Apéndice V), copiada de un Códice de la Biblioteca nacional, E. 52, fol. 387, con lo cual quedan desvanecidos los cargos que en algunas historias italianas se leen contra esta conducta del jefe de la armada auxiliar española.

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