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1987 y 1992. Arcabuces de ruedas y de cañones rayados. - 1955. Petrinal de ruedas.-1961. Arcabuz de cañón octógono con incrustaciones de nácar y marfil. – 1988 y 1984. Pistolas de ruedas con ricas incrustaciones. -1957. Arcabuz de mecha y de ruedas con incrustaciones, de Madrid. - 1972, 1977 y 1946. Llaves para armar las ruedas de los arcabuces.

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contra los sitiadores. Esto entorpeció algún tiempo las operaciones del cerco. Pero noticioso Alejandro de que el de Leicester se acercaba en persona á la plaza, también él voló en socorro de los suyos: su presencia animó como siempre á capitanes y soldados, si bien un súbito sobresalto se apoderó de todos al verle caer con su caballo al golpe de una pelota disparada de la plaza, en el acto de recorrer las baterías y examinar las obras. El susto se trocó en loca alegría cuando le vieron levantarse sano y salvo al lado del caballo muerto. Comenzaron luego los asaltos, no sin gran resistencia de los de dentro y sin gran daño de los asaltadores. Pero de repente el gobernador de la plaza, barón de Hemert, cayó de tal manera de ánimo que se decidió á rendirla (7 de junio, 1586), cuando aun tenía en ella veintisiete gruesos cañones, más de cien barriles de pólvora y víveres para seis mil hombres por un año. La cobardía del gobernador ahorró más esfuerzos á Alejandro, que se apresuró á guarnecer á Grave de alemanes y españoles mezclados. El miserable que así entregó la plaza pagó su pusilanimidad con la cabeza, siendo degollado con otros dos oficiales por orden de Leicester.

A la rendición de Grave siguió la de Venlóo, en la provincia de Güeldres, no obstante el genio bélico de los naturales, los esfuerzos heroicos de sus valerosas mujeres, y la vigilancia del activo y denodado Martín Schenck, tan celebrado por los historiadores contemporáneos. En Venlóo se condujo Farnesio con aquella galante generosidad de que había dado ya tantas pruebas. No sólo supo contener á los soldados hambrientos de botín y ansiosos de saqueo, sino que á la esposa y á la hermana de Schenck que allí se hallaban las trató con la mayor cortesía, y les dió su misma carroza para que salieran de la ciudad y se trasladaran al punto que ellas eligiesen (1).

Más galante todavía con el elector católico de Colonia, Ernesto, hijo del duque de Baviera, á quien el conde de Meurs y los reformistas holandeses habían ocupado algunas de sus ciudades del Rhin, accediendo Alejandro á las repetidas instancias con que el elector había reclamado su auxilio, marchó allá con su ejército. La ciudad de Nuis, la Novesia de nuestros historiadores, que Carlos el Temerario no pudo en otro tiempo conquistar en el espacio de un año con sesenta mil hombres, cayó en pocas semanas en poder de Alejandro Farnesio, con la lástima de no haber podido evitar que los soldados, en un arrebato de ira y de venganza por las pérdidas y padecimientos que les había costado, la entregaran al incendio y fueran todos sus edificios reducidos á cenizas, á excepción de los templos en que se habían refugiado las mujeres, y que el de Parma logró hacer respetar (agosto, 1586). Levantando de allí el campo, movióse á poner sitio á Rhinberg, otra de las ciudades usurpadas por los rebeldes al elector. Pero en tanto que él se hallaba ocupado en esta campaña, el general inglés conde de Leicester había cercado á Zutphen, que gobernaba y presidiaba con españoles Bautista Tassis. A socorrer esta plaza, falta de mantenimientos, envió Alejandro delante al marqués del Vasto. Tuvo éste muy reñidos y sangrientos reencuentros con los de Leicester, en que su

(1) Bentivoglio, p. II, lib. VI. - Estrada, Déc. II, lib. VII.

frió no poco descalabro, bien que costando á los ingleses la pérdida para ellos lamentable de sir Philipo Sidney, sobrino del general, y que tenía fama de ser el hombre más completo y el caballero más cumplido de Inglaterra. Estaban en el campo inglés el coronel Norris, Mauricio de Nassau, hijo del príncipe de Orange, que hacía sus primeros ensayos de campaña y el aprendizaje de la milicia en que había de ser después tan famo30, un hijo de don Antonio de Portugal, prior de Crato, desechado de aquel trono, y otros muchos personajes de las primeras familias de Inglaterra, de Irlanda, de Escocia y de Flandes. Mas no tardó en aparecerse Alejandro Farnesio: ó delante ó á su lado parecía que marchaba siempre la victoria; logra introducir en Zutphen multitud de carros de vituallas y provisiones; parte luego al encuentro de un cuerpo de alemanes que venía en auxilio de los confederados, y se maneja con ellos de modo que los hace volverse á su tierra; regresa á Zutphen, la deja bien abastecida, encomienda la plaza y las vecinas fortalezas á buenos defensores, y no temiendo que Leicester apriete mucho el sitio en el invierno, da la vuelta á Bruselas.

Muy arrepentidos estaban ya los flamencos de haberse puesto en manos de Leicester y de haberle dado la supremacía del gobierno. Mal general y peor gobernador, en la guerra nada adelantaban, y en el gobierno habían perdido mucho. Creyeron haber hallado un libertador, y encontraron un tirano que violaba sus leyes fundamentales, hollaba sus derechos, destruía su comercio, malgastaba su hacienda, y no cumplía nada de lo pactado con su soberana. Injusto en la distribución de cargos, inconsiderado con los naturales del país que le había ensalzado, orgulloso con la nobleza y despótico con el pueblo, significábanle los flamencos con su disgusto, pero no se atrevían á romper abiertamente con él, porque, á no someterse otra vez á la obediencia del rey de España, necesitaban de la protección de la Inglaterra. Aunque intentó justificar su conducta, los he chos hablaban contra él; y en sus palabras de no dar motivo de queja en lo sucesivo no creía nadie. Recordaban los flamencos el desleal comportamiento del de Alenzón, y á vista del proceder del de Leicester, lamentábanse de que con pasar del francés al inglés no habían hecho sino transmitir la soberanía de uno á otro tirano. Llamado al fin por Isabel á su reino con motivo de la junta que había convocado para tratar del proceso de la desgraciada reina de Escocia María Stuard, despidióse de los estados de Flandes reunidos en la Haya, prometiendo dar brevemente la vuelta. Tratóse de designar á quién había de encomendarse el ejercicio de su autoridad el tiempo que su ausencia durase, y á instancias de la asamblea accedió á que gobernara las provincias el Consejo de Estado, como en las vacantes de los gobernadores españoles. Con lo cual partió á Inglaterra, no sin hacer antes una declaración de que se reservaba el gobierno supremo de las provincias, con cuya acción acabó de enajenarse las voluntades de los flamencos, que quedaron alegres de que se fuese, y temerosos de que volviera (1).

(1) Camden, Anales: 1586.- Hardwicke, Memorias. - Estrada, Guerras, Déc. II, libro VIII

Alejandro Farnesio, ya duque propietario de Parma y de Plasencia por muerte de su padre Octavio, pidió permiso al rey don Felipe para retirarse á Italia á cuidar de sus estados y de sus hijos. No le dió el rey ni podía darle su venia en tales circunstancias, y el duque prosiguió en Flandes. A poco de haber partido el de Leicester á Inglaterra, entregaron Ricardo Yorck y William Stanley á los españoles las fortalezas vecinas á Zutphen que aquél les había dejado encomendadas. Acabó este golpe de indignar á los flamencos contra el desatentado gobierno del inglés, y en la asamblea general de los estados (6 de febrero, 1587) confirieron el poder de gobernador y capitán general á Mauricio de Nassau, bien que declarando, declaración ni comprensible ni satisfactoria, que no era su ánimo despojar al de Leicester de la autoridad soberana de que le habían investido. La reina Isabel, combatida y fatigada de una parte por las quejas y graves acusaciones que diariamente le dirigían los flamencos contra su favorito, de otra por los esfuerzos que hacían el de Leicester y sus partidarios para persuadirle que era una conjuración de aquellos magnates, que ni sabían gobernarse á sí mismos ni sufrían que los gobernara otro, determinóse á enviar á Flandes al lord Buckhurst, uno de sus más prudentes consejeros, para que averiguase lo que hubiera de verdad en tan opuestos informes. El regio comisario se convenció de que eran sobradamente fundadas las quejas de las provincias, y sobrado ciertos los agravios que habían recibido del conde, y así se lo manifestó con lealtad á su reina. Pero en el corazón de Isabel prevaleció sobre la justicia y la verdad el amor del favorito, y descargó sobre el lord la indignación que merecía el de Leicester, y decretó su prisión, y trató al leal informante como hubiera debido tratar al verdadero criminal.

Habría Alejandro aprovechádose más de las disidencias entre flamencos é ingleses, si las provincias que él dominaba se hubieran hallado menos castigadas del hambre y de la epidemia, dos plagas que además de la guerra, las estaban consumiendo. Así con todo, propúsose conquistar á Ostende y la Esclusa, las únicas ciudades importantes de la provincia de Flandes que le faltaba reducir. Envió primeramente á Altapenne y al marqués del Vasto con un cuerpo de tropas á la Esclusa, así llamada por serlo de los cinco puertos que tiene la provincias de Flandes; plaza que por su singular posición era tenida y mirada como inconquistable. Apresuráronse no obstante á socorrerla el príncipe Mauricio y el conde de Holak, mas sin desalentarse por eso procedió el de Parma á poner en derredor su campo (mayo, 1587). No referiremos nosotros los pormenores de este laboriosísimo sitio (que el lector puede ver en las historias de estas famosas guerras), del cual dijo Alejandro al rey que le había costado más trabajo que otro alguno, lo que se nos antojara increible después del maravilloso asedio de Amberes, si de ello no certificara autoridad tan incontestable. Tales y tan grandes fueron las obras que en agua y en tierra hubo que construir, los fuertes y reductos que hubo que defender y expugnar, la resistencia que hubo que vencer, los combates que fué necesario sus

tentar.

Durante este sitio envió otra vez la reina de Inglaterra al de Leicester con nuevos refuerzos de tropas. Reunidos en Flesinga el general inglés y

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