Imágenes de página
PDF
ePub

en Amberes, expuso con enérgica osadía que en la situación á que habían llegado las cosas era menester, ó someterse al rey de España y sufrir el dominio de los españoles, ó sacudir de una vez su yugo y emanciparse abiertamente de España, y llamar un soberano de otra parte que rigiera los Estados. Pareció á todos al punto temeraria la proposición, y escandalosa á algunos, en especial al clero y parte católica; mas como predominaran en las provincias rebeldes los protestantes, no tardaron en adherirse á lo que al principio les parecía un arranque de temeridad desesperada. Tratóse ya de la persona á quien se había de entregar el cetro de aquellos Estados, y aunque no faltaba quien se inclinara á la reina de Inglaterra, como fautora declarada de la reforma, prevaleció el partido que con empeño fomentaba el príncipe de Orange, y por el voto general fué preferido y proclamado el duque de Alenzón y de Anjou Francisco de Valois, hermano del rey de Francia, que á la circunstancia de vecino y de Liberta dor que ya se nombraba de Flandes, unía la de poder encargarse personalmente del gobierno y de la guerra de las provincias. Obraba en esto además el de Orange por su particular interés. En Francia tenía su principado de Orange, francesa era su esposa, parientes y amigos tenía en Francia, y prometíase del de Alenzón quedar por lo menos señor de sus provincias de Holanda y de Zelanda, cuando no lo fuese con el tiempo de todos los Países Bajos.

Declaróse al fin solemnemente en Amberes en junta general de los estados, que por cuanto el rey Felipe de España no había guardado á los flamencos los privilegios jurados, quedaba privado de la soberanía de Flandes; y que las provincias, libres por esto de la fe y obediencia que le debían, nombraban en su lugar á Francisco de Valois, duque de Alenzón y de Anjou. Felipe II por su parte, noticioso de los manejos del de Orange, había hecho pregonar un edicto, declarándole traidor, y ofreciendo veinticinco mil escudos de premio al que le presentara muerto ó vivo (1).

(1) Este edicto hace prorrumpir al historiador inglés Watson en furiosas invectivas contra Felipe II, diciendo entre otras cosas: «Desde el funesto tiempo del triunvirato de Roma el mandar matar ni asesinar era casi inaudito, empero muy conforme al natural sombrío, vengativo y cobarde de Felipe II. Pudiera el príncipe (el de Orange) usar de represalias, y valerse del mismo medio para vengarse; pero prefirió hacer que se conociese la falsedad de las imputaciones que se le hacían... en una Apología de su conducta que dirigió á los estados generales, y de que envió copias á todas las cortes de Europa.» Hist. de Felipe II, lib. XVII.

Permitimos al historiador protestante ser tan apasionado como quiera del príncipe de Orange, su correligionario, pero no hasta el punto de faltar á la imparcialidad histó rica, y de escribir contra el testimonio de los hechos. Nosotros somos los primeros á condenar ciertos actos de la política tenebrosa de Felipe II: condenamos el poner á talla las cabezas, y mucho más la participación ó conocimiento que tuviera en los asesinatos, aun en los que se procuró revestir de ciertas formas jurídicas, como indignos de un monarca, y más de un monarca cristiano. Pero los condenamos con la misma severidad en sus enemigos; y querer representar al de Orange como inocente de este crimen, es una muestra de parcialidad que contradice la evidencia de los hechos. En nuestro capítulo XV hablamos del plan que hubo para asesinar á don Luis de Requeséns, y en el XVI indicamos los que se formaron para asesinar á don Juan de Austria, planes á que por cierto, según anunciaba nuestro embajador en Londres, no era del

--

El archiduque Matías, á cuyos ojos pasaban aquellas cosas, renunció en aquella misma junta el gobierno nominal que por espacio de cuatro años había tenido, y á los pocos meses se retiró á Alemania, quedando muchos temerosos de haber provocado la indignación del emperador su hermano con dar la soberanía de los Estados á un príncipe de fuera de la casa de Austria. Publicóse en la Haya por pregón que Felipe II de España había perdido el dominio de las provincias confederadas; se derribaron sus retratos. se abatieron sus armas y sus banderas, se rompieron los sellos, se prohibió acuñar moneda con su busto, y se juró en todos los pueblos al nuevo soberano.

No habían estado entretanto ociosas las armas. El príncipe Alejandro se había apoderado de Courtray y varias otras poblaciones, así como Malinas había vuelto á caer en poder de los rebeldes. El general hugonote La Noue había hecho prisioneros á los hermanos conde de Egmont y de Selles, y poco después La Noue cayó prisionero de Bouvais, el general de los walones. En Frisia hubo muchos y muy reñidos encuentros: Breda había sido entregada al de Parma por los soldados de la guarnición, y el príncipe Alejandro bloqueaba á Cambray (1581).

En Plesis-les-Tours encontró al duque de Alenzón la embajada que fué á llevarle el acta de su elección en la asamblea de los estados, y él la aceptó con las condiciones que se le imponía). Mas ó menos amplias ó limitadas sus atribuciones, comenzaba una nueva situación para los Países Bajos y una nueva complicación en las relaciones políticas de los Estados de Europa. Muchos nobles franceses se alistaron voluntariamente en las banderas de Alenzón, que juntando un ejército de doce mil infantes y cuatro mil caballos pasó á socorrer á Cambray, bloqueada y apretada por el duque de Parma, el cual tuvo que retirarse, no sin llevarse prisionero al vizconde de Turena. Con mucha alegría fué recibido el de Alenzón por los de Cambray, aunque mucho desanimaron luego al ver reemplazar las armas del imperio por las de Francia y poner en el Castillo guarnición francesa en lugar de la walona. Rindiósele también sin gran resistencia Chateau-Cambresis, plaza célebre por el primer tratado de paz entre Felipe II y la Francia, Excitábanle el de Orange y las provincias á que se internara en Flandes, mas él respondió que siendo su gente voluntaria y alistada

todo ajena la reina misma de Inglaterra. El temor de uno de estos proyectos de asesinato fué el que obligó á don Juan de Austria á huir de Bruselas y refugiarse en Namur. En este mismo capítulo hemos visto la trama que había urdida para matar á traición al duque de Parma, y de intento hemos citado un historiador no español. A todos estos planes nadie cree que fuese extraño el de Orange, como intenta persuadir Watson. Sea menos apasionado, y convenga con nosotros en que por desgracia se correspondían unos á otros en esta materia, y no sabemos quién habría podido arrojar la piedra con manos más puras y con corazón más limpio.

Es de advertir que Watson sigue constantemente al historiador flamenco y protestante Van Meteren, de quien dice Adriano Van Meerbeck, que ha hallado en su historia «tantas falsedades, tantas blasfemias y tantas calumnias contra la Iglesia y contra los soberanos legítimos de los Países Bajos, que le han dado horror.» El mismo Everardo Van Reyd, con ser celoso protestante, no pudo dejar de echar en cara á Metere Au credulidad, sus adulaciones y su falta de sinceridad.

sólo para libertar á Cambray, tenía que regresar á Francia, de donde no tardaría en volver con mayor ejército, y que pensaba interesar al rey su hermano y á la reina de Inglaterra en favor de los flamencos y contra el rey de España.

Indicamos que el nombramiento de Alenzón complicaba las relaciones entre los soberanos de Europa, y era así en efecto. Al rey de Francia le convenía tener alejado de la corte á su turbulento hermano, y le convenía también por suscitar embarazos á Felipe II en Portugal, é interesábale proteger aunque fuese en secreto, en Flandes á su hermano, en Portugal al pretendiente don Antonio, así como el rey de España favorecía también en secreto la liga de los católicos de Francia formada por el duque de Guisa. Por eso el prior de Crato fiaba tanto en los auxilios de Francia. Mas como el monarca francés, indolente y débil, gastadas sus rentas y revuelto su reino, no se hallara en disposición de romper abiertamente con el español, así él como las reinas su madre y esposa se apresuraban á enviar embajadas al duque de Parma para persuadirle de que no habían tenido la menor parte ni en el nombramiento, ni en la jornada del de Alenzón. Harto conocía Felipe II los artificios del rey y de las reinas francesas, mas los negocios de Portugal le obligaban á usar del mismo artificio con Enrique de Francia, sin romper con él, pero trabajando con disimulo y preparándose para cuando viera oportunidad.

Fiaba el de Alenzón con el eficaz apoyo de la reina Isabel de Inglate rra, cuya mano él había solicitado, y ella le había prometido. Pasó, pues, á aquel reino con grandes esperanzas de matrimonio y auxilios Recibióle Isabel muy afectuosamente; llegaron á extenderse las capitulaciones matrimoniales, y aun se la vió sacar un anillo de su dedo y ponerle en el del duque, lo cual se interpretó por signo y prenda infalible de enlace. Pero aquella reina, que, como decía nuestro embajador don Bernardino de Mendoza, cada año era esposa, pero casada nunca, no volvió á hablar de casamiento por entonces, y á los tres meses de permanencia en Londres vióse con general sorpresa al de Alenzón darse á la vela para Flandes con una armada inglesa, pero soltero Abordó el duque á Flesinga (10 de febrero, 1582), de donde pasó á Middelburg, y de allí á Amberes.

Mientras Alenzón había andado así negociando, el coronel español Francisco Verdugo recogía laureles en la Frisia, y el duque de Parma á costa de hechos heroicos llevaba á cabo el célebre sitio y rendición de Tournay. Célebre decimos, porque lo fué, por circunstancias muy notables, el sitio y la conquista de aquella fuertísima ciudad flamenca, situada sobre el Escalda. Por tan fuerte la tenía el de Orange, que cuando supo el asedio puesto por el de Parma, dijo sonriéndose: No es Tournay comida para walones. Era el asilo de todos los protestantes y de todos los enemi gos de la dominación española. Hallábase ausente su gobernador el príncipe de Espinoy, señor de aquella tierra, y se encargó de hacer y dirigir su defensa la princesa su esposa, Philipa Cristina de Lalain. El valor, la intrepidez, la serenidad y la inteligencia de aquella ilustre dama en el cerco de Tournay nos recuerda iguales prendas é igual conducta de una ilustre dama española en una situación parecida la de doña María Pacheco en la defensa de Toledo. Sobre ser la que inflamaba con sus medidas.

con su voz, con su energía y con su ejemplo á los defensores de Tournay, aquella valerosa princesa peleaba como el guerrero más esforzado y robusto en los puntos de mayor peligro, y en un combate que heroicamente sostuvo salió herida en un brazo. Si alguno había en el campo real que pudiera igualarla en decisión y en brío, era el duque de Parma, que dirigía las operaciones del cerco como general, trabajaba en las trincheras y fosos como un operario, y peleaba como simple soldado en las brechas, no haciendo cuenta de lo que tantas veces le había recomendado el rey su tío

[merged small][graphic][subsumed][subsumed][merged small][merged small][ocr errors][ocr errors][subsumed][ocr errors][ocr errors][graphic][subsumed][merged small]

que no expusiera tanto su persona. En una ocasión la bala de un cañón enemigo derribó la caseta en que se albergaba el Farnesio con algunos capitanes de su confianza, quedando todos sepultados bajo los materiales de piedra, tierra y madera. Llorábanle ya los soldados por muerto, pero al remover los escombros apareció gritando: «Estoy vivo con el favor de Dios, y viviré, pese á los enemigos.» Estaba no obstante bañado en sangre, herido en el hombro y la cabeza, pero convaleció por fortuna.

En uno de los asaltos que mandó dar el general español hubo gran mortandad de capitanes y gente noble de una y otra parte, y el de Parma tuvo que retroceder por el valor con que le rechazó la princesa. Sin embargo, como el de Orange diera más esperanzas que verdaderos socorros á los sitiados, y el de Alenzón se limitara á animarlos desde Inglaterra, su situación se iba haciendo crítica é insostenible, mientras el campo de Farnesio se iba engrosando con gente alemana, y se esperaban otra vez

las tropas de Borgoña y los tercios de España; que después del nombramiento de Alenzón los walones habían reconocido la necesidad de que volvieran las milicias extranjeras, no obstante la condición del tratado de Arrás. Por último, reducidos al más extremado apuro, los de dentro consintieron en capitular, aunque con repugnancia de la princesa, é hiciéronlo con ventajosas condiciones, como la de salir con armas, bagajes y banderas desplegadas, y la de poder gozar de sus bienes fuera del país los que no quisieran vivir en el catolicismo. Cuando salió la princesa, la saludó el ejército español con respeto, admirado de su varonil arrojo, y la acató más como á vencedora que como á vencida. En cuanto al de Parma, por primera vez le honró el ejército con nuevo título, gritando: Viva y venza el serenísimo príncipe, el valerosísimo general. El triunfo de Tournay fué digno del vencedor de Maestricht (1).

Tal era el estado de las cosas cuando llegó de Inglaterra el duque de Alenzón. Su entrada en Amberes fué espléndida y pomposa; su acompa ñamiento brillante y magnífico; cuantas demostraciones públicas de regocijo y de entusiasmo puede hacer un pueblo para festejar al más amado de los soberanos, tantas hizo la ciudad de Amberes para recibir al príncipe francés. Después de prestado el recíproco juramento, continuaron aquellos días los parabienes y plácemes de las provincias. Pero todo aquel júbilo se trocó súbitamente en luto y desconsuelo. Al mes de su entrada celebraba el nuevo soberano el aniversario de su natalicio (18 de marzo, 1582). Al levantarse el príncipe de Orange de un banquete que había dado á varios nobles en solemnidad del día, un hombre se le acercó y le entregó un memorial, y mientras le leía, aquel hombre le disparó un pistoletazo, cuya bala le atravesó ambas mejillas y le arrancó algunos dientes, cayendo el príncipe sin habla y bañado en sangre. El asesino fué instantáneamente cercado, y acribillado su cuerpo con las espadas y alabardas. Túvose al pronto por muerto al de Orange, y un grito de indignación se levantó con la mayor rapidez y se extendió hasta por los más remotos ángulos de la ciudad: era precisamente la población que había tenido siempre más delirio por el de Orange, y llorábanle todos como si fuese el padre de cada uno. Difundióse el rumor de que los autores del asesinato habían sido los franceses por dejar á su príncipe más amplia y libre autoridad, y el pueblo se encaminó furioso con armas y hachas encendidas al palacio de Alenzón, cuya vida hubiera corrido gravísimo riesgo, si por fortuna suya, vuelto en sí el de Orange y noticioso del peligro, no hubiera escrito un billete en que declaraba que ni Alenzón ni los franceses habían tenido culpa alguna, con lo cual se aplacó el tumulto.

En efecto, el perpetrador del criminal atentado era un joven español, natural de Vizcaya, llamado Juan de Jáuregui, según unos papeles que

(1) Estrada, Guerras, Déc. II. lib. IV.—Bentivoglio, lib. II.

La princesa de Espinoy era sobrina del conde de Horn, el que fué degollado por el duque de Alba, y conservaba tal odio á la dominación española, que cuando entrego la ciudad á su hermano Lalain, que militaba en el opuesto campo, le dijo con ceñudo rostro: «Si hubiera yo previsto que las cosas habían de llegar á este trance, hubiera puesto fuego por sus cuatro ángulos á la ciudad, hubiera ardido Tournay, y me hubiera arrojado sobre las llamas.>>

« AnteriorContinuar »