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por la carabela. El golpe habia sido terrible. Colon dió algunas órdenes con el objeto de sacar á flote el barco; pero en la confusion que reinaba, gran parte de los marineros, tomando un bote, trataron de salvarse pasándose á la otra carabela, mientras otros, ejecutando lo que les ordenaba Colon, hacian esfuerzos ináuditos, aunque estériles, por sacar del banco de arena el buque. Cuando el jefe y tripulacion de la Niña, supieron por los que se refugiaban á ella, la desgracia de la Santa María, se indignaron contra los habian abandonado al almirante; y lejos de queque rerlos recibir, les obligaron á volver al lado de Colon para ayudarle. Ellos mismos, tomando otro bote, corrieron al sitio del peligro, y se pusieron á trabajar á fin de salvar la carabela. Pero todo era ya inútil. Las fuertes corrientes habian arrastrado mas y mas al buque sobre la arena, enterrando su quilla; y roto el casco por varias partes, y azotado de costado por las olas, quedó inclinado completamente y haciendo agua en abundancia.

Agolados los esfuerzos, y viendo que el mal era irremediable, Colon y todos los que se habian ocupado en salvar la carabela, se refugiaron á la otra, única que les quedaba desde que se alejó la Pinta, cuyo paradero ignoraban.

CAPITULO III.

Nobles sentimientos del cacique Guacanagarí.—Su hospitalidad.—La dignidad de cacique era hereditaria.-Religion de los indios de la isla.-Convida el cacique á Colon á comer.-Calidad de los alimentos.-La felicidad de los isleños era negativa.-Exámen entre la deliciosa vida supuesta por algunos escritores y la real.-Colon conviene con el cacique en dejar en la isla algunos españoles.-Construccion de la fortaleza de la Navidad.-Parte Colon para España.

La situacion de los españoles era de las mas críticas. El barco que acababan de perder, llevaba la mayor parte de las provisiones de boca. Los peligros y el hambre les esperaban en aquellos mares y terrenos desconocidos. No tenian ya mas que un solo bajel, y ese en muy mal estado, para continuar su peligrosa navegacion.

Colon concibió aun la esperanza de salvar los víveres, sin los cuales era imposible continuar los descubrimientos.

El terrible siniestro habia sucedido á legua y media de la poblacion en que habitaba el cacique Guacanagarí. El almirante, acordándose de sus ofrecimientos, envió al pri

mer juez de escuadra, D. Diego Arana, y al despensero del rey, D. Pedro Gutierrez, á que pusiesen en conocimiento del cacique, la desgracia acontecida al acercarse á su puerto para visitarle. Guacanagarí, se manifestó afligido Hospitalidad de por el siniestro; y sin pérdida de tiempo acuGuacanagarí dió con sus hermanos, parientes y vasallos, á

y sus

vasallos.

favorecer á los españoles, marchando en las canoas mas grandes que tenian, con objeto de recoger en ellas á los que se encontrasen en peligro.

Aunque salvajes, poseian aquellos isleños un magnánimo corazon; y en la desgracia de los españoles, se manifestaron tan filántropos y caritativos, como se hubiera podido manifestar el pueblo mas humano de la nacion mas culta de Europa. La actividad desplegada por los indios en aquellos momentos, excedia á toda ponderacion. Merced á ella se descargó con rapidez asombrosa el buque, y el cargamento fué conducido á la orilla con la misma prontitud y con un órden admirable.

Nunca la hospitalidad se ha ejercido con mas espontaneidad que como se ejerció por aquella nacion inculta, pero sensible. Guacanagarí mandó que todos los efectos se depositasen cerca de sus habitaciones, y dispuso que los custodiase una guardia de sus vasallos.

Colon, cautivado del digno proceder del noble cacique y de su gente, consignaba en su diario, con suma justicia, la afabilidad que en todas partes habia encontrado. Al referir á los reyes católicos, la índole pacífica, la docilidad, el buen corazon y la sencillez de aquellos habitantes, dice que «aman á sus prójimos como se aman á sí mismos,» que «siempre son sus palabras humildes y afables,» y que,

«<aunque andan desnudos, son sus modales decorosos y dignos de aprecio.>>

Las atenciones de Guacanagarí para con el almirante y su gente, no tuvieron límite desde aquel momento. Frecuentemente enviaba á sus parientes para que les hiciesen saber que nada les faltaria mientras permaneciesen en la isla. El 26 de Diciembre, pasó el mismo Guacanagarí á visitar á Colon á la carabela la Niña, y le hizo los ofrecimientos mas lisonjeros. Allí le hizo saber que si al principio los habitantes de la isla habian huido al interior al ver llegar las carabelas, fué porque temieron que fuesen los caribes, que con frecuencia saltaban á tierra con arcos J flechas, y solian llevar cautivos á muchos de sus vasallos para comérselos; pero ahora que les conocia, todo cuanto tenia lo ponia á su disposicion. Colon le agradeció el vivo interés que tomaba en su desgracia, y le manifestó, por señas, que nunca olvidaria su generosa hospitalidad.

Mientras el atento cacique y el almirante se manifestaban su aprecio, llegaron en una canoa de otra parte de la isla, algunos indios ofreciendo á los marineros el cambio de algun oro que llevaban, por cuentas de vidrio, cascabeles y campanitas. La oferta fué aceptada, quedando todos los contratantes contentos con su adquisicion, pues cada uno estimaba infinitamente menos lo que daba que lo que recibia.

Algunos marineros se acercaron á Colon, mostrándole el oro que acababan de llevar los indios. La alegría que manifestaban, llamó la atencion de Guacanagarí, y preguntó el motivo que habia para ella. Colon explicó entonces la causa; y el cacique le dió á entender, que aquel metal

existia, en gran abundancia, en unas montañas próximas, donde apenas tenia valor alguno, y que él le ofrecia darle cuanto desease, haciéndolo traer de Cibao, nombre del punto en que se daba.

La noticia fué satisfactoria para Colon, pues así venia á realizarse la idea concebida por él de la riqueza que entrañaba el Nuevo-Mundo, y no podria la envidia decir que la corona habia gastado en llevar á cabo un descubrimiento que solo habia erogado gastos á la corona.

Los indios continuaban llevando, aunque en corta cantidad, oro, que los marineros recibian por insignificantes bagatelas.

do

Nunca se ha visto un comercio hecho con mas satisfaccion y placer por una y otra parte. Cada contratante daba lo á él no le servia, por que lo que anhelaba poseer ardientemente. Los indios al cambiar los pedazos ó granos de oro que en nada apreciaban, porque desconocian la moneda y las artes, por cascabeles y campanillas, cuyo soniᎩ forma les seducia, creian hacer el mas brillante negocio, puesto que lo que recibian de los españoles les servia del mas bello adorno. Los europeos que veian en el oro el precioso renglon por el que se adquieren todos los demas, encontraban en el cambio la satisfaccion mas completa. Lo que no tenia valor en un país, lo tenia en otro; y cada contratante se admiraba de la simplicidad del otro. Queriendo el almirante pagar la visita del cacique, le indicó que iria á verle al pueblo en que residia, cuyo ofrecimiento escuchó Guacanagari con indecible satisfaccion. Realizada la promesa, el generoso cacique salió á su encuentro, Ꭹ le condujo á las mejores habitaciones. El res

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