Imágenes de página
PDF
ePub

parece mal al paladar ni repugna al estómago, cuando el hambre ejerce su terrible imperio sobre la criatura.

Satisfecha, en parte, la primera necesidad de la vida, los soldados se entregaron al reposo, para continuar al siguiente dia su camino.

El campamento quedó desde aquel instante en el mayor

silencio.

Los centinelas, colocados en los puntos avanzados, permanecian mudos, con la vista fija hacia la campiña por donde pudiera presentarse el enemigo.

Los pocos soldados de caballería, calzada la espuela y armados del todo, dormian junto á los caballos, que estaban con las sillas y las riendas puestas.

A la menor señal, el ejército se encontraria en órden para combatir.

Hernan Cortés, reposando unos instantes y saliendo otros de la cabaña en que se habia alojado para ver si ocurria alguna novedad, esperaba con impaciencia la luz del nuevo dia, lleno de fé en el buen resultado de su atrevida empresa.

69

TOMO II.

CAPITULO XXVI.

Continúa Cortés su marcha.-Se presentan á él los otros dos mensajeros cempoaltecas que envió al senado.-Batalla de Teoatzinco.-Cortés forma despues de ella, su cuartel general en el cerro de Tzompach.

Al brillar la primera luz de la mañana del 2 de Setiembre, el ejército se hallaba dispuesto para partir.

Valiente, á la vez que religioso, preparó sus armas, y <<despues de habernos encomendado á Dios,» dice Bernal Diaz, emprendió su marcha, guardándose constantemente el órden de batalla. Una descubierta de caballería iba á larga distancia del cuerpo de ejército español, y una fuerza auxiliar de cerca de tres mil indios, compuesta de cempoaltecas y de las guarniciones mejicanas del tránsito, formaba la retaguardia.

Los soldados marchaban repitiéndose unos á otros las

instrucciones que Cortés les habia dado respecto del órden que debian observar en el combate, para no ser destrozados por los numerosos ejércitos que sin duda encontrarian. Entendido y observador, les recomendó que no se apartase nadie de sus compañeros, por motivo ninguno; que caminasen unidos y preparados para el combate, como si realmente se hallasen en él; que en el ardor de la pelea conservasen la formacion, y que nunca descargasen á la vez sus armas de fuego, sino alternativamente y cuando el compañero hubiese cargado. La caballería dispuso que marchase de tres en tres, como el medio mejor de que se auxiliasen mútuamente; y para evitar que los indios pudiesen echar mano de las lanzas, como lo habian hecho el dia anterior, les encargó que acometiesen á media rienda, entrando y saliendo por en medio de las filas enemigas, llevando las lanzas con direccion al rostro de los contrarios. Respecto á la energía y valor que debian desplegar, nada tuvo que pedir. En todos habia visto brillar de una manera palpitante ambas cualidades, y hubiera sido ofenderles, recomendarles la decision y el arrojo en las batallas. «Ya bien he entendido-les dije-que en el pelear no tenemos necesidad de avisos, porque he conocido que por bien que yo lo quiera decir, lo hareis muy mas animosamente.» Esto elogio del general produjo en el corazon de sus soldados un vivo entusiasmo, mezclado de satisfaccion, que no lo hubiera alcanzado con la mas elocuente proclama.

El ejército, caminando con las precauciones referidas, por en medio de campos cultivados que á uno y otro lado se extendian, ostentando los ricos frutos de la naturaleza,

llegó á las inmediaciones de dos montes, entre los cuales se descubrian imponentes barrancas. Un pueblecillo, casi escondido entre elevados y verdes magueyales, se encontraba en aquel solitario sitio. Al llegar á él se presentaron á Cortés, cubiertos de sudor y fatigados, los otros dos mensajeros cempoaltecas que habia enviado con la embajada al senado. Refirieron, vertiendo llanto, la perfidia cometida por los tlaxcaltecas, los cuales, faltando al sagrado derecho de gentes, les habian aprisionado con intento de sacrificarles, habiéndose salvado de la muerte por haber logrado huir de la prision en que les tenian encerrados.

Los mensajeros cempoaltecas exageraron su peligro al decir que les habian destinado á sufrir el sacrificio. La relacion de ellos, aunque haya sido admitida como una verdad por ilustrados historiadores, no lo es realmente. La política doble del senado, era precisamente la que garantizaba la vida de los enviados cempoaltecas. Si les hubiera sacrificado, no podia alegar inocencia en el ataque dado por sus ejércitos, pues la sangre de los mensajeros hubiera argüido culpabilidad. Nunca, por otra parte, se habia dado el caso de que los tlaxcaltecas hubiesen faltado á las consideraciones debidas á los embajadores, que las juzgaban sagradas. La aseveracion de los cempoaltecas, además de estar en pugna con la política que en aquel asunto se habian propuesto seguir, y con la conducta respetuosa que siempre observaron con los embajadores, se resiente notablemente de inverosimilitud. No era fácil que unos personajes destinados al sacrificio, encerrados en estrechas prisiones y custodiados por numerosas guardias,

« AnteriorContinuar »