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CAPÍTULO XVI.

Sale Cortés de Cozumel para Tabasco.-Toma Cortés la ciudad, despues de un fuerte combate.-Terrible batalla con los indios.-Son vencidos.-Paz celebrada entre los caciques y Cortés.-Abrazan los tabasqueños el catolicismo y se declaran vasallos del rey de España.-Se celebra la fiesta del domingo de Ramos.

1519.

El dia 4 de Marzo de 1519 se hizo á la vela Marzo 4. la flota, dejando en los hospitalarios indios de Cozumel gratos recuerdos y excelentes amigos. Los buques iban lo mas próximo que les era posible á la costa de Yucatan, marchando todos en concierto y en la mejor disposicion. Doblado el cabo de Catoche y llevando un viento bonancible, se cruzó en breve tiempo la hermosa bahía de Campeche, abundante en las preciadas maderas de tinte, articulo importante de comercio para la Europa; llegaron á la vista de Pontonchan, donde Cortés hubiera deseado saltar para castigar la recepcion hostil que hicieron á Fran

cisco Hernandez de Córdoba, y contrariado en su intento porque se indicaban vientos contrarios, llegaron el dia 12 al rio de Grijalva ó de Tabasco, donde los españoles habian sido antes amistosamente recibidos por sus habitantes. Aunque el objeto principal de Hernan Cortés era visitar el territorio azteca, no por esto creyó que debia dejar sin reconocer los puntos principales de la costa de Yucatan, y se propuso conocer la notable ciudad de Tabasco, con cuyos hospitalarios habitantes habia hecho Grijalva algunos cambios lucrativos de abalorios por piezas de oro de diversas figuras.

Sabiendo Hernan Cortés, por el piloto Alaminos, que conocia perfectamente el rio, que no podian entrar en él sino barcos de poca cala, dispuso que los buques mayores quedasen en la mar y solo entrasen las embarcaciones pequeñas. Obedecida la disposicion, se empezó á subir el rio, venciendo la corriente, y marchando en la manera misma que se hizo cuando lo visitó Grijalva. Por delante de las ligeras embarcaciones iban los botes llenos de soldados y de marineros, ansiosos de cambiar sus cuentas de vidrio por apreciables adornos de oro, como lo habian hecho en el viaje anterior. El sitio á que se dirigian, subiendo por el pintoresco rio, era la Punta de los Palmares, donde en el viaje hecho con Grijalva desembarcaron, y desde el cual solo habia media legua de camino hasta la ciudad de Tabasco. Nadie esperaba hostilidades, sino buen recibimiento; nadie combates, sino productivo comercio á cambio de abalorios. Cuando acariciando las lisonjeras esperanzas de productivos cambios marchaban subiendo el rio, notaron, con sorpresa, ocultos entre los frondosos árboles

manglares que se levantaban lozanos en la pintoresca ribera, millares de indios guerreros, provistos de arcos, y flechas, fijando sus iracundas miradas en los expedicionarios. La actitud hostil con que se presentaban los habitantes de Tabasco, parapetados, por decirlo así, detrás de la impenetrable arboleda y casi cubiertos por los arbustos y altas yerbas que crecian sobre aquel terreno exuberante, sorpendió á Cortés, que iba en la conviccion de ser bien recibido.

Cauto y previsor, aunque valiente y esforzado, ordenó que los botes Ꭹ barcos fuesen unidos, y que los soldados marchasen prevenidos; pero sin hacer ningun ademan ofensivo contra los indios, sino de paz y de amistad. A medida que se avanzaba en la subida del rio, era mayor el número de guerreros que se descubria al través de algunos claros que presentaba la espesa enramada que, como una impenetrable red, cubria la ribera. Cortés no dudó ya de que los habitantes del país estaban resueltos á impedirle saltar á tierra. Pronto se descubrió un gran cuerpo de ejército, de mas de doce mil guerreros, que ocupaba un vasto terreno enfrente de la poblacion.

No habia sido ni el odio ni el rencor hácia los españoles, el que habia puesto las armas en las manos de aquellos pueblos. Amigos se habian manifestado de los castellanos cuando éstos se despidieron de ellos en el viaje con Grijalva. La actitud hostil con que se presentaban, reconocia un orígen de amor propio. El cacique de Potonchan, orgulloso de haber obligado á reembarcarse á Córdoba, les echó en cara el que hubiesen acogido con benevolencia á los extranjeros, diciéndoles que, si tenian valor, debian en lo sucesivo,

TOMO II.

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manifestarlo, combatiendo contra ellos y no entregándose á comerciar con los hombres de otra raza. Los tabasqueños anhelaban desde entonces, para patentizar á los de Potonchan que les sobraba valor y arrojo, que se presentasen los castellanos. La llegada de Cortés les llenó de regocijo, pues les proporcionaba la ocasion de combatir denodadamente. Cortés llegó con los botes y bajeles á un sitio ya escampado, donde se hallaba un numeroso cuerpo de guerreros. Deseando tranquilizar á los habitantes y establecer relaciones pacíficas con ellos, ordenó á Gerónimo de Aguilar, que poseia perfectamente la lengua maya, que manifestase á los principales indios que á poca distancia estaban, las pacíficas miras con que se llegaba á la tierra; el deseo íntimo de continuar en las amistosas relaciones antiguas, y que les permitiesen desembarcar como á leales amigos. La contestacion fué blandir sus armas y provocarles con palabras ofensivas á la lucha. En vano trató Aguilar de disuadirles, ofreciéndoles no molestarles en lo mas minimo. Sus palabras iban á perderse en los gritos y provocaciones de guerra que la multitud lanzaba.

Hernan Cortés, aunque disgustado por la altaneria de las contestaciones, creyó conveniente manifestarse tranquilo, para darles lugar á que, pasado el primer instante de furor, admitiesen las proposiciones pacificas hechas por medio del intérprete. Como la tarde estaba ya al terminar, Cortés se propuso pasar la noche en aquel sitio, sin saltar en tierra, reservando, para el siguiente dia, el obrar de la manera que juzgase conveniente. Aunque deseando la paz, se preparó á la guerra, y dispuso, durante la noche, lo necesario para emprender el combate.

A la primera luz de la aurora dijo misa el padre Olmedo, que iba en la expedicion, y despues de haberla oido todos devotamente, se puso la gente en actitud de combatir. Hernan Cortés mandó al capitan Alonso de Ávila que, con cien soldados, entre ellos diez ballesteros, se dirigiese al pueblo por un sendero estrecho, que algunos de los que habian hecho el viaje anterior conocian, y que, al escuchar los tiros, penetrase en la poblacion por un lado, mientras él entraba por el otro.

Mientras Alonso de Ávila caminaba al sitio designado, Cortés, con los demás capitanes y soldados, avanzaba en sus bajeles y botes, preparado á la lucha, pero manifestando en su marcha pacifica el deseo de la paz. De repente, se presentaron en la orilla del rio millares de guerreros indios, mientras otro gran número se dejó ver, en inmensas canoas, lanzando espantosos alaridos de guerra. Cortés mandó hacer alto, y ordenó que nadie disparase un tíro sobre los contrarios. Queria agotar todos los recursos de la persuasion, antes de romper, de su parte, las hostilidades. Volvió, por lo mismo, á suplicarles, por medio de Aguilar, que no hiciesen armas contra los españoles, manifestándoles que su mision era pacifica; pero no recibió por respuesta mas que nuevas provocaciones y el sonido horrible producido por los caracoles que eran sus instrumentos bélicos. Cortés se convenció de que no le quedaba mas remedio que combatir; pero queriendo salvar su responsabilidad, patentizando que él no habia sido el que provocó la lucha, les hizo otro requerimiento ante el escribano del rey D. Diego Godoy, que iba en la armada, sirviendo de intérprete Aguilar. Se les dijo que permitiesen que se sal

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