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mirarlo, la espalda vuelta á la escena que se representa y sepultado en el abismo del mundo inteligible.

En el mas alto punto de grandeza moral espira Sócrates, ya no tenemos á la vista sino su cadáver. Su figura mortal conserva la belleza mientras duran los vestigios del alma que lo animaba, pero paulatinamente la espresion se estingue y desaparece, la figura vuelve a ser entónces vulgar y fea. Ļa espresion de la muerte es horrible ó sublime: lo uno al aspecto de la descomposicion de la materia que el espíritu no retiene ya: lo otro cuando despierta en nosotros la idea de la eternidad.

Considérese la figura del hombre en reposo: es mas bella. que la del animal, y la de este mas que la forma de cualquier objeto inanimado: porque la figura humana, aun sin la presencia de la virtud y del genio, reflecta siempre una naturaleza inteligente y moral: porque la del animal reflecta por lo menos el sentimiento, y ya algo del alma, aunque no el alma toda entera. Si del hombre y del animal se desciende á la naturaleza meramente fisica, se encontrará todavía belleza, mientras que se descubra alguna sombra de inteligencia, ó algun yo no se qué que despierte en nosotros algun pensamiento, algun sentimiento. Se toca un pedazo de materia que no espresa, que no significa nada, la idea de lo bello no se encuentra jamas allí. Pero todo lo que existe está animado: la materia está movida y penetrada por fuerzas que no son materiales, y observa leyes que comprueban una inteligencia presente en todas partes. El mas sutil análisis químico no llega á una naturaleza muerta é inerte, sino organizada á su modo, y no desprovista ni de fuerzas ni de leyes. En las profundidades del abismo, como en las alturas de los cielos, en un grano de arena, como en una montaña gigantesca, está radiante un espíritu inmortal, envuelto en las escorias mas groseras. Contemplemos la naturaleza con los ojos del cuerpo, pero tambien con los del alma; en todas partes nos herirá vivamente una espresion moral, y la forma nos sorprenderá como el símbolo del pensamiento. Hemos dicho que en el hombre lo mismo que en el animal la figura es bella por la espresion; pero cuando nos hallamos en la cima de los Alpes ó á la faz del inmenso océano, cuando asistimos al nacimiento ó al ocaso del sol, al romper la luz ó al esparcirse la noche, estos imponentes cuadros ¡no producen en nosotros un efecto moral? Todos estos grandes espectáculos se nos presentan únícamente por presentarsenos? ¿No los miramos como manifestaciones de un poder, de una inteligencia, de una sabiduría admirable; y por decirlo así, la faz de la naturaleza no es espresiva como la del hombre?

La forma no puede ser una forma únicamente; debe ser la forma de alguna cosa. La belleza fisica es pues el signo de una belleza interior, que es la espiritual ó moral; en ella está el fondo, el principio, la unidad de lo bello.

Todas las bellezas que acabamos de enumerar y de reducir componen lo que se llama lo bello real; pero sobre esta belleza real, el espíritu concibe una belleza de otro órden: la ideal. Lo ideal no reside ni en un individuo ni en una coleccion de ellos. Sin duda la naturaleza ó la esperiencia nos proporciona la ocasion de concebirlo, pero difiere esencialmente de ellas. Para quien una vez lo ha concebido, todas las bellezas naturales, por bellas que sean, no son mas que los simulacros de otra superior que no alcanza á realizar. Espóngaseme una bella accion, yo imaginaré otra mas bella. El mismo Apolo admite mas de una crítica. Lo ideal retrocede sin cesar á medida que se va uno acercando mas á él. Su último término está en lo infinito, esto es, en Dios, ó para decir mejor, el verdadero y absoluto ideal no es mas que el mismo Dios.

Siendo Dios el principio de todas las cosas, debe serlo por esta razon de la belleza perfecta y de todas las bellezas naturales que lo espresan mas ó ménos imperfectamente: es pues el principio de la belleza como autor del mundo físico y como padre del mundo intelectual y moral.

¿No es preciso ser esclavo de los sentidos y de las apariencias para detenerse en los movimientos, en las formas, en los sonidos, en los colores, cuyas combinaciones armoniosas producen la belleza de este mundo visible, y no concebir detras de esta escena magnífica y tan bien arreglada, al ordenador, al geómetra, al artista supremo?

La belleza física sirve de cubierta á la intelectual y á la moral.

La belleza intelectual, este esplendor de lo verdadero, ¿qué principio puede tener sino el indispensable para toda verdad?

La belleza moral encierra dos elementos distintos, igual es aunque diversamente bellos, la justicia y la caridad, el respeto á los hombres, el amor á los mismos hombres. (Véanse las Lecciones 21 y 22 del Curso de Cousin t. 2.o sobre el bien.) El que espresa en sus actos la justicia y la caridad toca á lo mas bello del arte; el hombre de bien, es á su modo, el mas grande de los artistas. ¿Y qué dirémos del que es la sustancia misma de la justicia y la fuente inagotable del amor? ¡Si nuestra naturaleza moral es bella, cuál debe ser la belleza de su autor? Su justicia y su bondad, están en todo, dentro y fuera de nosotros. Su justicia, es el órden moral, que ninguna ley humana produjo, que se conserva y perpetua por su propia fuerza. Descendamos á nosotros mismos, y la conciencia nos dará fé de la justicia divina en la paz y en el contentamiento que acompañan á la virtud, en la turbacion y en las agitaciones, inexorables castigos del vicio y del crímen. ¡Cuántas veces y con que elocuencia siempre nueva, no se ha celebrado el infatigable anhelo de la Divina Providencia; sus beneficios esparcidos don

de quiera, en los mas pequeños como en los mayores fenómenos de la naturaleza, que olvidamos fácilmente, porque estamos tan acostumbrados á ellos, pero que cuando reflexionamos confunden nuestra admiracion y nuestra gratitud, y que proclaman un Dios escelente, lleno de amor por sus criaturas!

Así, pues Dios es el principio de los tres órdenes de belleza que hemos distinguido: la fisica, la intelectual, y la moral.

Tambien se refunden en él las dos grandes formas de lo bello esparcidas en estos tres órdenes; á saber, lo bello, lo sublime. Dios es lo bello por escelencia ¿por qué cual otro objeto satisface mas completamente á todas nuestras facultades á la razon, á la imaginacion, al corazon? A la razon ofrece la idea mas elevada, por encima de la que á nada puede aspirar; á la imaginacion, la contemplacion que mas embelesa; al corazon un objeto soberanamente amable. Es pues perfectamente bello; ¿pero no es tambien sublime bajo otros aspectos? Si se estiende el horizonte del pensamiento es para confundirlo en el abismo de su grandeza. Si el alma se dilata al espectáculo de su bondad; ¿no tiene con que aterrorizarse á la idea de su justicia, que no está ménos patente? Dios es á la verdad dulce y terrible. Al mismo tiempo que es la vida. la luz, el movimiento, la gracia inefable de la naturaleza visible y finita; se llama tambien unidad, y el ser de los seres. Estos tremendos atributos, tan positivos como los primeros ¿no producen en la imaginacion hasta el mas alto grado, lo mismo que en el alma, esa emocion melancólica escitada por lo sublime? Sí; el ser infinito es para nosotros el tipo y el manantial de las dos grandes formas de la belleza; porque es á la vez un enigma impenetrable, y la mas clara solucion que podemos hallar en todos los enigmas. Como seres limitados que somos, no alcanzamos nada de lo que no tiene límites, y sin embargo tampoco no podemos comprender nada sin esto que no tiene límites. Por el ser que poseemos conseguirémos alguna idea del ser infinito de Dios: por la nada que está en nosotros nos perdemos en la esencia divina: y por lo tanto obligados á recurrir á el para esplicarlo todo, y rechazados sobre nosotros mismos bajo el peso de su infinidad, esperimentamos sucesivamente, ó mas bien de una vez, por ese Dios que nos eleva y nos abruma, un sentimiento de atraccion irresistible y de admiracion, por no decir de terror insuperable que él únicamente puede suscitar y apaciguar: porque él únicamente es la unidad de lo sublime y de lo bello.

Así pues el ser absoluto, que es á un mismo tiempo la unidad absoluta y la infinita variedad, Dios es necesariamente la última razon, el último fundamento, el complemento ideal de toda belleza. En esa belleza maravillosa que Diotimo habia entrevisto, y que refiere á Sócrates en el Banquete (Diálogo de Platon.)

"Belleza eterna, no engendrada ni perecedera, exenta de disminucion y aumento, que no es bella en una parte, y fea en otra, bella en tal tiempo tan solo, ó en tal lugar, ó bajo tal relacion, bella por esto y fea por lo demas; belleza que no tiene forma sensible, ni rostro, ni manos, nada de corpóreo, que ni tampoco es tal pensamiento, ó tal ciencia particular; que no existe en ningun otro ser diferente de él mismo, como un animal, ó la tierra, ó el cielo ó cualquier otra cosa: porque es absolutamente idéntico é invariable por sí mismo, y de él participan todas las demas bellezas; de modo sin embargo que el nacimiento ó destruccion de estas, no le produce ni acrecentamiento, ni degradacion, ni la menor variacion."

"Para alcanzar á esta belleza perfecta, se tiene que empezar por las bellezas de aquí abajo, fijos los ojos en la suprema; elevarse sin cesar al pasar, por decirlo así, por todos los grados de la escala, de un solo cuerpo bello á dos, de dos á los demas; de los cuerpos bellos á los sentimientos, hasta que de nocion en nocion se llegue á la que lo es por escelencia, que no tiene otro objeto que lo bello en sí mismo, y que se termina por conocerlo, tal como es en sí."

"O mi querido Sócrates, continuó el estrangero de Mantinea, lo que puede hacer apreciar esta vida, es el espectáculo de la belleza eterna."

MEMORIA

sobre caminos, por D. José Antonio Sar

(FINALIZA.)

TERCERA PARTE.

Pero no basta que ya tengamos caminos, menester es mantenerlos siempre en buen estado; y por eso la Sociedad quiere tambien que se le propongan los

Medios de conservarlos.

Sea el primero entre ellos, el cuidado de su limpieza, prohibiendo á toda clase de personas el arrojar piedras, tierras, basuras; plantar árboles, ó hacer otra cosa cualquiera que impida ó embarace el libre tránsito por los caminos. Sea el segundo, mantener siempre limpios los desaguaderos laterales para que las aguas no se queden estancadas; y si se hallan entre cercas de piedras, será conveniente abrir en ellas de trecho en trecho algunos conductos para que las aguas derramen en los campos vecinos.

Cuando los caminos son estrechos, proponen algunos como tercer medio, que la altura de las cercas no deba pasar de cinco pies, á fin de que no impidan la accion de los rayos solares, ni la libre circulacion del aire. Fundados en estas ideas, opinan tambien que deben prohibirse los árboles contiguos al camino, pues á los motivos espuestos se agrega. que depositándose el agua en sus hojas, quedan goteando por algun tiempo, y mantienen húmedo el terreno. Telford asegura que la quinta parte de los gastos que se hacian en Inglaterra para su reparacion, provenia de esta causa. Mas yo, léjos de asentir á esta opinion, quisiera que se plantasen árboles á los lados de nuestros caminos, para que sirviesen de hermosura, y diesen abrigo á los viageros. Si allá en Inglaterra, cuyo clima lluvioso, y anubla

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