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DE LO BELLO Y DEL ARTE.

POR VICTOR COUSIN.

2.°

Habiendo ya estudiado lo bello en nosotros mismos, en las facultades que lo perciben y lo aprecian, la razon, el sentimiento, la imaginacion, el gusto; llegamos, segun el órden que nos prefija el método, á esta segunda cuestion. ¿Qué es lo bello en los objetos? El estudio de lo bello seria imperfecto, si no coronásemos estos rápidos análisis con el de lo bello en sí mismo, en sus caracteres, en sus especies, en su principio.

La historia de la Filosofía nos presenta unas teorías sobre la naturaleza de lo bello; ni pretendemos enumerarlas ni discutirlas todas; señalarémos las mas importantes: si queremos conocer una refutacion sencilla y notable escrita hace dos mil años de las falsas teorías de la belleza, podemos leer el Hippias de Platon. El Phedro contiene el cuadro descubierto de la teoría propia de Platon; pero en el Banquete y principalmente en el discurso de Diotimo, debe buscarse el pensamiento platónico, en la completa esplanacion, y revestido de toda la belleza del lenguaje humano,

Hay alguna de estas teorías, bien groseras por cierto, que define lo bello, lo que complace á los sentidos, lo que le proporciona una impresion agradable. No nos detengamos en esta opinion, que queda ya suficientemente refutada al haber demostrado lo imposible de reducir la idea de lo bello á la sensacion de lo agradable.

Un empirismo algo mas refinado pone lo útil en lugar de lo agradable, esto es, cámbia la forma del mismo principio. Lo bello pues no se reduce al objeto que nos procura en aquel momento una sensacion agradable, pero pasagera, si es el que por su naturaleza nos procura muchas veces esta sensacion ó que puede proporcionárnoslas frecuentemente. No es menester un gran esfuerzo de observacion ni de raciocinio para con

vencerse de que la utilidad no tiene nada que ver con la belleza. Lo útil no es siempre bello, ni lo bello es siempre útil; y lo que es á la vez útil y bello, no es esto último por la parte en que está su utilidad. Una palanca, una polea son ciertamente cosas muy útiles, sin embargo, á nadie le ha ocurrido decir que son cosas hermosas. Si descubrimos un vaso antiguo, admirablemente trabajado, esclamamos al punto que es bello, sin detenernos en averiguar para que ha de servirnos. En fin, la simetría y el órden son bellos, y al mismo tiempo útiles, ya porque facilitan mas espacio, ya porque los objetos colocados simétricamente se encuentran mas fácilmente cuando se buscan; pero no por esto consideramos bellos este órden, esta simetría; porque sin pensar en ello percibimos al instante su belleza, y no conocemos su utilidad sino por una reflexion posterior. Sucede todavía que admiramos la belleza de un objeto, sin que adivinemos el uso que hayamos nunca de hacer de él, aunque ciertamente lo tenga. Lo útil pues, léjos de ser el fundamento de lo bello, es cosa ciertamente muy diversa,

Una teoría célebre y bien antigua, establece lo bello en la perfecta conveniencia de los medios, con respecto á su fin. Aquí lo bello no es ya lo útil, es lo conveniente. Distingamos estas dos ideas. Una máquina produce escelentes efectos, economía de tiempo, de trabajo &c. es pues útil. Si examino ademas su construccion, y hallo que cada pieza está en su lugar y que todas están hábilmente dispuestas para el resultado que deben dar; sin detenerme en la utilidad de este resultado, como los medios están tan acomodados para su fin, juzgo que hay en ella conveniencia. Ya nos acercamos á la idea de lo bello, pues no consideramos lo que es útil, sino lo que existe como debe existir. Sin embargo aun no hemos llegado al verdadero carácter de la belleza; pues que efectivamente hay objetos muy bien acomodados para su fin y que no llamamos bellos. Una silla sin adorno ni elegancia, con tal de que sea sólida, que todas sus piezas encajen bien, que se pueda uno sentar con toda seguridad, que se esté con comodidad, y hasta con gusto en semejante asiento, puede ofrecer el ejemplo de la mas perfecta conveniencia de los medios con el fin, sin que nadie crea que semejante mueble es bello. Hay no obstante esta diferencia entre la conveniencia y la utilidad, que un objeto para ser bello no necesita ser útil; pero que no tiene belleza si carece de conveniencia si hay desacuerdo entre el fin y los medios.

Se ha creido encontrar la belleza en la proporcion, y por cierto que esta es una de las condiciones de la belleza; pero no es mas que una de ellas. En verdad que un objeto mal proporcionado no puede ser bello. Existe en todos los objetos bellos, por mas remotos que estén de las formas geométricas, una especie de geometría viva. Pero pregunto, ¿es la proporcion la

que domina en ese árbol elevado, de ramas tan flexibles y graciosas, de un follage tan frondoso y matizado? ¿Qué constituye la belleza de una tempestad, la de una grande imágen, la de un verso por sí solo, ó de una oda sublime? No es, lo sé muy bien, la infraccion de la regla y de la ley, pero tampoco es esta ley y esta regla; y aun muchas veces lo que mas nos llama la atencion desde luego es una aparente irregularidad. Seria absurdo pretender que lo que nos hace admirar todas estas cosas y muchas otras, es lo mismo que nos hace admirar una figura geométrica; esto es, la exacta correspondencia de las partes.

Lo que se ha dicho de la proporcion se entiende lo mismo del órden, que es una cosa algo ménos matemática que la proporcion, pero que no esplica tampoco mucho mas, lo que hay de libre, de variado, de irregular en ciertas bellezas.

Todas esas teorías que concentran la belleza, en el órden, en la armonía, en la proporcion, no son en el fondo nada mas que una misma, que sobre todo descubre en la belleza la unidad. Y seguramente la unidad es bella; es una parte considerable de la belleza, pero no la constituye enteramente.

La mas verdadera teoría de lo bello es la que lo compone de dos elementos contrarios é igualmente necesarios, la unidad y la variedad. Obsérvese una bella flor; sin duda la unidad, el órden, la proporcion, la simetría tambien se encuentran en ella, porque sin tales cualidades no habria allí razon, y todas las cosas están hechas con una maravillosa razon; pero al mismo tiempo ¡qué diversidad! ¡qué matices en el color! ¡Qué riquezas en sus mas ligeras partes! En las mismas matemáticas lo que es bello no es un principio abstracto, es este principio, engendrando una larga serie de consecuencias. No hay belleza sin vida, y la vida es el movimiento, es la diversidad.

La unidad y la variedad se aplican á todas las clases de belleza. Recorramos rápidamente todas estas clases.

Lo primero, hablando con propiedad, hay objetos bellos, y objetos sublimes. Un objeto bello, ya lo hemos visto, es una cosa acabada, circunscripta, limitada, que abrazan fácilmente todas nuestras facultades, porque todas sus diferentes partes están sujetas á una exacta medida. Un objeto sublime es el que por formas no desproporcionadas, en sí mismas, pero ménos determinadas y mas dificiles de penetrar, despierta en nosotros la idea de lo infinito.

Hé aquí pues dos especies de belleza; pero la realidad es inagotable, y para cada grado de realidad hay una belleza.

En los objetos sensibles, los colores, los sonidos, las figuras, los movimientos son capaces de producir la idea y el sentimiento de lo bello: todas estas bellezas se clasifican en ese órden, que con razon ó sin ella, se llaman fisicas.

Si del mundo de los sentidos nos elevamos al del entendi

miento, al de la verdad, al de la ciencia, encontrarémos en él bellezas mas graves, pero no ménos efectivas, que han sido denominadas intelectuales.

En fin, si eonsideramos el mundo moral y sus leyes, las ideas de la libertad, de a virtud, del sacrificio de sí mismo; ya unas veces la austera justificacion de Arístides, ya otras el heroismo de Leonidas, los prodigios de la caridad y del patriotismo, se presenta á la verdad un tercer órden de bellezas, que sobrepujan á las de los otros dos, y que se llaman morales.

No olvidemos tampoco el aplicar á todas estas bellezas la distincion de lo bello y de lo sublime. Hay pues belleza y sublime á la vez en la naturaleza, en las ideas, en los sentimientos, en las acciones. ¡Qué variedad casi infinita en la belleza!!.,.

Despues de haber enumerado todas estas diferencias ¿no pudiéramos reducirlas? Son incontestables ¿però en tal diversidad no existe unidad? ¿No hay una belleza superior de que todas las demas no son mas que reflejos, matices, grados, ó degradaciones? Preciso es resolver esta cuestion sin lo que la teoría de lo bello no es mas que un laberinto sin salida; se aplica el mismo nombre á cosas las mas diversas, sin conocer la unidad real que autoriza á esta unidad de nombre.

O las diversidades que hemos señalado en la belleza son tales que es imposible descubrir su relacion, ó estas diversidades son principalmente aparentes, y tienen su armonía y su unidad ocultas.

¡Se pretende que esta unidad es una quimera? Entónces la belleza moral y la belleza intelectual son estrañas las unas á las otras. ¿Qué es lo que constituiria al artista? Rodeado de bellezas diferentes debe componer una obra que tenga unidad; porque tal es la ley reconocida del arte, Pero si esta unidad es facticia, si no existen en la naturaleza sino bellezas esencialmente desemejantes, el arte nos engaña, y miente. Esplíquese pues entonces como la mentira es la ley del arte.

No separo ni la distincion de lo bello y de lo sublime, ni las otras distinciones que acabo de indicar; pero es menester reunirlas despues que las hemos distinguido. Estas distinciones y estas reuniones no son contradictorias: la verdad, la belleza misma lo exigen, pues tienen por ley principal la unidad, lo mismo que la variedad. Todo es uno, y todo es diverso. Hemos distinguido la belleza en tres grandes clases: la fisica, la intelectual, la moral: llegó el momento de juntar estas tres especies de belleza; y en mi entender, se resuelven todas en una misma y única belleza, en la moral, entendiendo por esta, con la moral propiamente dicha, toda belleza espiritual.

Probemos esta opinion con los hechos.

Coloquémosnos delante de esa estatua de Apolo que se lla ma de Belvédere, y observemos lo que mas escita nuestra aten

cion en esta obra modelo de las artes. Winkelmann que no era un metafísico, sino un docto anticuario, un hombre de gusto sin sistema, nos ha formado un análisis célebre de este Apolo: es curioso estudiarlo. Lo que hace notar principalmente Winkelmann, es el carácter de divinidad, grabado en la juventud inmortal esparcida por todo este bello cuerpo; en su estatura algo superior á la humana, en su actitud magestuosa, en aquel movimiento imperioso, en el conjunto y en los pormenores d'e toda la fisonomía. Su frente ciertamente es la de un Dios, en ella reina una paz inalterable: mas abajo se presenta un tanto la humanidad, pues conviene mucho esta para interesar en la obra del arte. En esa mirada satisfecha, en la especie de viva respiracion de su nariz, en la elevacion de su labio inferior, se advierte á la vez un enojo desdeñoso, el orgullo de la victoria, y el corto esfuerzo que le habia costado. Pésese bien cada palabra de Winkelmann; cada una de ellas espresa una impresion moral: el tono del docto anticuario se eleva sucesivamente hasta el entusiasmo; su análisis se transforma en un himno á la belleza espiritual, y la consecuencia que se saca, aunque el autor no la deduce sistemáticamente, es que la verdadera belleza de la admirable estatua reside particularmente en la espresion de la belleza moral. Winkelmann ha descripto dos veces este Apolo, la primera de un modo técnico, la segunda á grandes rasgos; véase Su historia del arte entre los antiguos. Tomo 1o, libro 4.0, capítulo 3.o y libro 6: capítulo 6. edicion de Paris 1803; tres volúmenes en 8.o

En lugar de una estatua observemos al hombre real y vivo. Veamos á ese hombre que impelido por los motivos mas poderosos para sacrificar su deber á su fortuna, despues de una lucha heróica, triunfa del interes, y sacrifica la fortuna á la virtud: mirémosle en el momento en que acaba de tomar esta resolucion magnánima: su figura nos parece hermosa, porque manifiesta la belleza de su alma. Acaso en cualquier otra ocasion el aspecto de este hombre es comun, hasta trivial; aquí, iluminado y como transfigurado por el alma, se ha ennoblecido, ha adquirido un carácter imponente de belleza. Por esto la fisonomía natural de Sócrates contrasta notablemente con el tipo de la belleza griega; pero sobre ese lienzo maravilloso vemos á Sócrates en su lecho de muerte en el momento de beber la cicuta, hablando con sus discípulos de la inmortalidad del alma, y su rostro nos parece sublime. Para tener idea de este contraste léase la última parte del Banquete discurso de Alcibiades. El cuadro de que aquí se trata es el de David, que me parece algun tanto inferior á su reputacion, porque admite en él el género teatral. Ademas de la figura de Sócrates es imposible no admirar en este mismo cuadro la de Platon, escuchando á su maestro en cierto modo en el fondo de su alma sin

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