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vacion de los hechos, es por lo que vemos hoy á la astrología por ejemplo convertirse en astronomía, á la alquimia en química: ciencias, como tantas otras, realmente dignas del entendimiento humano.

Algo parecido desearíamos para el Arte Militar; y mientras su tiempo llega, no será inoportuna la humilde faena de desbrozar, de barrer, abriendo al estudio anchos caminos y desembocaduras.

Así, por el pronto, nos encontramos desligados de toda traba dogmática, de todo fanatismo de secta, de todo compromiso doctrinario ó rutinario: nos importa aquí muy poco que la guerra sea oficio, arte ó ciencia; nos importa mucho ménos que la estratopedia pertenezca ó no á la estrategia, á la estratonomia ó á la táctica; nos reimos con toda irreverencia del fusil de chispa, de la cruz de las correas y de la derecha en cabeza; contribuiremos á que no retoñen por centésima vez los cadetes, y ménos los oficiales de menor edad; á que concluyan para siempre las excedencias, los grados honorarios, los dualismos, las redenciones: y con todo este cúmulo de blasfemias, para algunos, seguiremos pretendiendo modestamente llevar nuestra piedra á la restauracion del Arte Militar, sin más definicion por ahora ni más filosofía, sino la de que esta locucion comprende cuanto directa ó indirectamente atañe á guerra y á milicia.

Y pretendemos más: con el derecho que da una larga y honrada carrera, con la seguridad en nuestra sana intencion, pretendemos que nuestros escritos, fuera de la ilustracion que puedan llevar al ramo profesional, suban más arriba, á la elevada region de la moral y del sentimiento, contribuyendo á reavivar el espíritu militar, despojado de ciertas frivolidades; á estrechar fuertemente los lazos de la disciplina; á refrenar impaciencias, calmar rencores, amansar soberbias; á crear hábitos de laboriosidad, de obediencia, de respeto, de verdadera subordinacion; á despertar estímulos dormidos; á crear noble compañerismo; á respetar y hacer respetar las leyes; á reverenciar las buenas tradiciones; á acoger todo progreso; á desprender el ánimo de ruines ideas de lucro; á consagrar en el altar de la patria constante y fervoroso culto á la primera deidad militar: al honor.

El Arte Militar, á nuestro juicio y al de todo hombre previsor, tiene más provechoso cultivo en los tiempos de paz que en el calamitoso período en que la guerra, estallando como el rayo, no da lugar más que á la rápida voz de mando, al lacrimoso clamoreo de los pueblos, y de los filántropos que los explotan, y á las combinaciones más ó ménos afortunadas de un egregio capitan.

De que esto es así, por más que asombre, dos pruebas recientes nos da el sesudo pueblo que desciende de los antiguos germanos. Sin dispa

rar un tiro desde la paz de 1815, Prusia arrolla en Sadowa (1866) á un ejército fogueado y repetidamente victorioso. Comprendiendo astuta que aquellos laureles han de producir tarde ó temprano graves acedías en el lado opuesto de Europa, con la agravacion del sentimiento de raza, no se duerme sobre ellos; vuelve á estudiar; reforma, corrige, pule, aumenta, perfecciona, y en Metz y Sedan, nombres que han abierto nueva página en el arte y en la historia militares, recoge el fruto que casi siempre suelen obtener la prevision, la constancia y el patriotismo. Ni este, ni el valor, ni la voluntad, ni el ingenio, ni la riqueza faltaron ciertamente á la nacion vencida: es la misma, la misma que medio siglo antes pisoteó bárbaramente á su vencedora de hoy. Pues ¿por qué ha sido vencida? Para el que gusta de analizar imparcial y anatómicamente un grande acontecimiento histórico, todas las múltiples causas del desastre de Francia pudieran quizá compendiarse en una sola: en su ignorancia militar, crónica, universal, confesada francamente por todos, desde el general hasta el soldado, desde el ministro hasta el alcalde. No fué el espíritu de baladronada el que daba los desaforados gritos "á Berlin" en julio de 1870: era el desconocimiento absoluto, espontáneo, increible, en los altos y en los bajos, en los soldados y en los paisanos, de lo que hoy se entiende, ó debe entenderse, por Arte Militar, en su conjunto, en sus pormenores, en la contínua y perseverante revision y renovacion de sus múltiples y variables elementos.

Un ejemplo militar práctico, concreto. La artillería francesa, desde las guerras napoleónicas, gozaba de justa y merecida fama. El cañon rayado en Solferino la consagró de nuevo. El Austria, escarmentada, presentó en 1866 en los campos de Sadowa una artillería que dió que hacer, y mucho en que pensar, á la prusiana. Esta, al dia siguiente de la victoria, buscó donde podria estar el desnivel; estudió, ensayó, tanteó; mejoró el material; instruyó sin descanso el personal; gastó en ello mucha paciencia, muchísima pólvora; reformó irreverentemente la táctica del viejo Fritz; se preguntó á qué conducia mantener ociosa detras de las columnas, y con el nombre consagrado de "artillería de reserva,” unas piezas que alcanzan más que la vista, y que podian utilizarse ántes que las líneas de tiradores; las llevó, pues, sin miedo, sin escolta á las guerrillas; y los rutinarios franceses, lo mismo en la primera que en la última batalla, se vieron siempre desagradablemente sorprendidos con la granada prusiana, que venia á caer en sus ollas de rancho. Algun general incorregible repetia sentenciosamente el apotegma "Il faut que le soldat mange sa soupe." Y mientras se hacia venir la artillería "de reserva" por la carretera, cabalmente atestada con tropas, furgones y todo género de impe

dimenta, la batalla estaba perdida. Recuérdese que el Emperador vencido, uno de los hombres más inteligentes en esta arma, exclamó, al avistarse prisionero con su vencedor: "la artillería prusiana es la mejor del mundo." Cuatro años habian trascurrido desde Sadowa hasta Sedan. Lo que quiere decir, que si en ciertas cuestiones militares tiene que entrar por indispensable factor el tiempo, en muchas no se necesita más que voluntad, estudio, aplicacion.

En otro órden de ideas, en el que los aficionados á Jomini llaman "política ó filosofía de la guerra," si los hombres de Estado y de guerra franceses hubieran buscado siquiera quien les tradujese los periódicos alemanes ¿cómo habian de soñar en desunir la Alemania del Sur de la del Norte, estableciendo para este objeto descabellado un ejército insuficiente, diseminado, como una línea de aduaneros, desde Sarre-Louis hasta Belfort? Esos hombres ¿no habian leido en el ditirambo, más que historia, de Thiers, todo lo inoportuno, lo ineficaz de aquel antemural ó antepecho llamado Confederacion del Rhin del primer Napoleon? ¿No recordaban el papel que hicieron los fieles aliados sajones en la catástrofe de Leipzig? Pero no: mejor que estudiar historia, ya que no antropología y etnología, es entonar la marsellesa, decidir que "el Rhin es francés," porque así lo dijo en prosa el cardenal Richelieu, ó en su cancion Alfred de Musset, y confiar en que sajones y bávaros renunciarán á ser alemanes, nada más que por la felicidad de ser franceses.

Un sentimiento delicado, que el lector apreciará, veda extender el razonamiento á nuestra propia y romancesca España, que lleva más de cuarenta años devorada por una guerra gangrenosa, con largos períodos de larvado cronicismo y aterradora inflamacion; guerra civil y complicada, que sólo puede alimentarse ya en el fanatismo estúpido, en el provincialismo soberbio, algo tambien por desgracia en el bandolerismo ó baraterismo que hierve incorregible en nuestra sangre africana. Y á pesar de todo parece que se podrá evitar su reproduccion, si en vez de ciertos expedientes empíricos, resabios doctrinarios y combinaciones anodinas, se acude fria y resueltamente á los recursos que proporciona el estudio anterior y la aplicacion actual, el conocimiento en unos y el acatamiento en todos, del Arte Militar, que nunca estuvo reñido con el provecho ni con el sentido comun.

Porque, ya hemos anticipado en otras partes la idea, que nada tiene de atrevida ni paradójica, de que los hombres civiles y políticos llamados á la Gobernacion del Estado, los diputados á Córtes, los periodistas por ejemplo, muchos tambien de los mismos electores y lectores, debian cultivar en globo ciertos estudios militares; adquirir algunas nociones gene

rales y exactas sobre organizacion y defensa nacional; saber siquiera lo que en otros paises acontece; los giros y soluciones que toman en el gabinete y en el parlamento esas profundas y pavorosas cuestiones que estarán perpétuamente á la órden del dia, puesto que siempre serán de vida ó muerte, de ser ó no ser. Confundirlas y enmarañarlas con esas otras de puro cabildeo y pandillaje, en que diariamente se destrozan los partidos, es prueba en unos de insigne mala fé y en otros de incorregible candor ó inadvertencia. Las guerras hoy no se resuelven ya ni se dirigen en el estrecho recinto de un consejo áulico, sino en el ancho salon del parlamento, en el estadio sin barreras de la opinion pública. Todo el mundo, pues, debe saber lo que trae entre manos, so pena de inmediato, inevitable castigo.

Hay que convencerse de una vez de que el tiempo no se ha parado en el siglo XVII, ni mucho menos, como algunos quieren, en el xviii. No parece probable que se repitan aquellos casos de arder guerra furiosa en la frontera de Cataluña y reinar paz octaviana en la de Navarra; ó aquellos sitios aislados y ceremoniosos, como uno de Gibraltar, en que el general español no quiso, á fuer de caballero, entrar por infidencia, sino por asalto por la brecha que ni sabia ni podia abrir. Todo eso pasó.

Para la guerra futura ya no son admisibles confianzas ilimitadas ni delegaciones imprevisoras en los poderes públicos: la hará la nacion entera: el que no ponga su brazo, pondrá su ingenio y su bolsillo: no habrá escondrijos para el dolo, la cobardía ó el egoismo; aún en el caso desgraciadísimo de retoñar la guerra civil, tendria que aplicarse la sabia ley de Solon, que negaba al ciudadano llamado pacífico el derecho de quedarse inocentemente en su casa á pretexto de neutralidad. Sin remontarse tanto, otro Solon suizo, el ilustre general Dufour en. 1847, para combatir á los partidarios del Sonderbund, hizo tomar la carabina á todo el contingente federal, concluyendo así en treinta dias y con treinta bajas una guerra de religion que amenazaba durar treinta años, como la del siglo XVII. Decididamente está ya resuelto que una guerra, sea la que fuere, no es una sala de esgrima á que por diversion asiste el público para aplaudir ó silbar los botonazos, sino un asunto sério, gravísimo que es urgente despachar cuanto ántes. Para ello es forzoso, valiéndose de expresion oficinista, que haya expediente incoado, y que ademas no se paralice por ignorancia ó desidia, sino que siga su tramitacion al dia. En ella, si una gran parte incumbe al elemento militar, casi mayor toca al elemento civil, preponderante, como es natural, en altas cuestiones legislativas. Por eso conviene llamar fuertemente su atencion sobre ciertas "nociones generales" de Arte Militar, latamente definido, para cuyo estudio y solucion no se necesita cursar en academias especiales.

Pongamos un caso. La guerra necesita hombres y dinero: uno y otros tiene que darlos el país. Fijémonos en los primeros No hay legislatura en que la ley de reemplazos, piedra angular de toda organizacion, no sufra discusion, retoque y remiendo. El ministro de la Guerra no puede en buena fórmula parlamentaria descontentar á la mayoría; se repiten un par de discursos casi estereotípicos; se vota el contingente anual, siempre escatimado, y se deja para el año siguiente el nudo intacto. Al carácter nacional, parece que cuadra lo que está aconteciendo: dejar el principio consignado en un artículo cliché de todas las Constituciones, y cada uno luego que se busque la callejuela para eludirlo. Ni soldados, ni dinero. Esto no es serio.

Al aducir estos argumentos, y otros que sobrevendrán en este escrito, ya se entiende que aquí no tratamos de plantear, ni áun de desflorar temerosos problemas político-sociales que el tiempo solamente con su irresistible accion es el encargado de resolver. Lo que pretendemos, y creemos lograr, es poner de relieve la visible relacion que con ellos tiene ese indefinible conjunto de entrelazadas instituciones que nosotros entendemos por Arte Militar. Si hemos tocado incidentalmente y de pasada una de ellas, la del sistema de reemplazos, la que ha de proporcionar la primera materia, el hombre, la que en su dia ha de modificar notablemente las bases en que hoy se asienta la cosa militar y quizá la sociedad misma, es por nuestro probado y útil empeño de generalizar y vulgarizar; pero de ninguna manera por extendernos á consideraciones tambien correlativas: por ejemplo la de convertir al hombre, al ciudadano en soldado; esto es, reclutar, entresacar, adiestrar, educar, instruir, armar, vestir, mantener, y luego guiar, dirigir, usar, emplear, conservar las tropas: actos todos que entran en la vasta esfera del Arte Militar, tanto en la paz como en la guerra.

II.

Pues bien: en el círculo cada dia más extenso de los conocimientos humanos, este Arte Militar ocupa todavía un lugar estrecho y subordinado. En todo catálogo, incluso el de Brunet, 5.a edicion, 1865, el Arte Militar aparece englobado bajo la rúbrica "Matemáticas." Puede ser resabio ó rutina del siglo pasado, en que casi exclusivamente cultivaban aquellas ciencias los artilleros é ingenieros; puede provenir del empeño de todos los autores de sistemas bibliográficos, de no renunciar á séries

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