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LA ESTADISTICA Y SUS FUNCIONES

COMO LAZO DE UNION

ENTRE LOS INDIVIDUOS Y ENTRE LOS PUEBLOS

Muchos son, indudablemente, los ideales y aspiraciones que la humanidad persigue en su marcha ascendente hacia el amor y ha cia la luz. Más ¡cuántos no se tornan en utópicos al tratar de realizarse prácticamente, por los conflictos inevitables de las necesidades particulares entre sí, ó de las mismas necesidades con las públicas! Y cuántos, igualmente, no son ahogados en su cuna, porque la profunda desigualdad de evolución entre los diversos pueblos del mundo, apenas si permite la lenta substitución de un estatuto de libertad y de justicia, por convenciones voluntarias recíprocas, en lugar de la independencia absoluta y antagónica de las na ciones!

¿De que sirven, en efecto, para el mejoramiento humano, los estudios de la ciencia y los talentos civiles, las pindáricas odas triunfales del poeta ó los holocaustos de amor del filántropo, si repentinamente pueden ahogarse los cantos y las voces; si los soñadores

pueden, como los sombríos personajes de Mauricio Maeterlinck,como aquella Sor Igraine, dar con la frente en la puerta de hierro,cuando la solidaridad social es débil ó se rompe al contacto de los conflictos violentos entre los miembros de una misma agrupación, ó entre los diversos pueblos de la tierra, que debieran reunirse en una gran ciudad ideal?.. Ah ¡cuán acertado el orador de Roma, Ciceron, el del candente verbo y de un alado espíritu,al lanzar su grito enérgico de la oración pro Murena: sí, en verdad que como él dijo, «á la menor alarma, todas nuestras artes pacíficas se hunden en el silenoio, como palomas que huyen de las águilas y se refugian en el sombrío hueco de la roca!

Afortunadamente, sin embargo, la ley de nuestra naturaleza implica una tendencia á mejorar el estado de cosas existente en el curso de los tiempos y en la extensión del espacio; y por lo mismo, enmedio de caídas y de obstáculos, de retrocesos ó regresiones, y de dísolución ó disgregación de vínculos, la suerte de los hombres actuales ha llegado á ser algo muy distinto de la que cupo á nuestros miserables antepasados. Aquellas luchas heroicas, que lo más sublime que podían inspirar al poeta, consistía en un rugido de odio, verdaderamente feroz, como el que pone Homero en los ardientes labios de Aquiles: «no tengo otro deseo en el corazón que la matanza, la sangre, el gemido de los guerreros; y que en la vida real nos presentan los cuadros sangrientos, no digo en épocas remotas, sino en épocas civiles relativamente, de un exterminio total de hombres, mujeres, niños, y hasta bestias, como el que efectuara Roma triunfando del samnita; ó de aquella matanza de un millón y cien mil judíos, ordenada por el virtuoso, por el humanitario y recto Tito!......... jesas luchas heroicas, digo, casi nos parecen legendarias, acostumbrados como estamos á los conflictos modernos, que surgiendo entre naciones á veces colosales, y no estableciéndose prác1 ticamente sino entre un grupo muy pequeño, comparado con el to tal de la población, es decir, entre los cuerpos armados que contienden, respetan siempre á los demás ciudadanos, y aun entre los mismos beligerantes, nunca van hasta olvidar los principios, huma

nitarios en cuanto cabe, del derecho internacional aceptado para el caso de guerra. De este modo, á la vez que por la integración creciente de los hombres en una sociedad muy grande, se evitan los confiictos entre los pueblos que se unen por el pacto; también por la disminución de los contendientes, se reduce al número de las víctimas; llegándose así, por este doble motivo que aumenta diariamente su intensidad, á la lenta y constante desaparición de una cans tidad considerable de causas de «rebarbarización,› que como dice Spencer, deshacen continuamente la obra de la civilización. (1)»

Y no es menor fortuna tampoco, que si hoy no se evitan del todo las contiendas violentas interiores, porque persisten en las leyes todavía desigualdades injustas, como las que existen entre los esposos, entre los hijos legítimos y naturales, entre los obreros y los patrones, etc., etc., y que dan lugar á lo que se ha llamado <los privilegios de derecho;» lo mismo que si la identidad creciente de la morfología de las naciones, establece entre ellas una constante con currencia económica; por una parte se perfeccionan día á día las le yes internas de los Estados, y por otra, aquella misma identidad, hoy productora de antagonismos, conducirá al fin á un equilibrio, inevitable entre iguales, y que ya se revela á menudo por los acuer dos ocasionales que tienen la forma de «uniones ó de "congresos" entre las "potencias;" que serán permanentes á fuerza de ser fre cuentes; y que sin hacer nulas las diferencias ni producir la sumi sión de pueblo alguno, reprimirán enérgicamente los instintos agre. sivos, determinarán un eficaz cuidado, atento al bien público co mún, y substituirán en lugar de la violencia armada, la contienda civil del razonamiento lógico.

Por supuesto, que ese ideal de harmonía entre los intereses privados, públicos é internacionales, sólo es realizable mediante la adecuada aplicación de medios que favorezcan el cumplimiento, pleno y sin obstáculo, de las leyes que rigen el fenómero social de

(1) Homero: La Iliada, cap. XIX.-Tito Livio: IX, 14 y 15-Para la hazaña de Tito, v. Joseph Ebreo: Antiq Judoeor, cap. XVII.-Spencer: Les Inst, Prof.

et. Ind.>

"agrupación." Por una parte, debemos procurar que cese, ó que vaya cesando poco á poco, ese paradójico estado en que vivimos, yustaponiendo, como observa el sabio Spencer, tanto en la vida privada como en la pública de individuos y de naciones, la religión del odio y la religión del amor. Y por otra parte, es indispensable mantener en lo que existen, y aumentar y desarrollar en lo que fal· tan, los vínculos é intereses comunes, económicos políticos, morales ó científicos, confundidos en una misma empresa, en un mismo sistema de gobierno ó en una misma labor diplomática.

Mr. Franklin Giddings, eminente y original sociólogo neoyorkino, explica el fenómeno de la simpatía humana y la evolución de la razón que, si en un principio integraron unidades esencialmente étnicas, como la familia ó la horda, tienden ahora á unir las clases y las razas en "una humanidad espiritual;" por la expansión libre y creciente de lo que él ha llamado "la conciencia de especie." (1) Y en verdad que aunque esto sea un poco vago y un poco indetermi. nado, da una idea mny exacta, ó á lo menos, muy aproximada de la suprema ley de asociación; supuesto que únicamente nos unimos noya como las tribus primitivasó los rebaños de ovejas,con aquellos que son de nuestra misma "especie" etnográfica ó zoológica; pero sí, seguramente, con aquellos que piensan y sienten como nosotros, ó con aquellos que tienen intereses confundidos con los nuestro, ó que pueden darnos su ayuda para formar éstos, conservarlos ó aumentarlos. ¿Quién no recuerda cómo se hizo de sus amigos; cómo antró en relaciones comerciales con un socio; ó cómo fundó su hos gar y su familia? Y tal cosa, que informa la evolución diaria de nuestra vida, ha sido, en un grado mucho más alto naturalmente, la ley determinante de la agrupación del hombre en tribus, en ciudades, en pueblos ó en naciones tan enormes como los gigantescos agregados de algunos Estados modernos; y será el factor eficaz que conduzca á la gran asociación pacífica de la humanidad entera sobre todo nuestro globo!

(1) Principies dé Sociologie, Ed Giard, specialiter p p. 16 y sigtes, y 329 y sigtes.

Esa tendencia á la unión, se ha explicado de muy diversas maneras por los diversos sabios que en la ciencia social se han ocupa do. Ya se apela al factor étnico que determinaría en grado ascendente la asociación zoogénica, la etnogénica ó la demogénica, como Gobineau, ó como el mismo Giddings en cierto sentido; ya á la adap tación biológica como Spencer, ó á una psíquica y moral como Vac caro; ya á la imitación, como Tarde y su escuela; ó ya en fin, al medio físico y geográfico, como el profesor Ratzel, que dice muy espiritualmente que «el hombre es un pedazo del globo.» Pero en todo caso, es un hecho inconcuso, evidente y reconocido en general por tales sabios, el de que solamente puede haber agrupación, ahí donde hay un vínculo ó un factor común.

La evolución social, como en general la cósmica, de que aquella sólo es un caso particular, no implica, como pretenden impugna dores suyos que la han calumniado, ó defensores que, interpretándola mal, han dado origen á las calumnias; no implica, digo, una tendencia fatal é inevitable al mejoramiento: la regresión y la desaparición de seres y de pueblos, son demasiado visibles para dejar de conocérseles. Pero en cambio, lo que sí es fatal é inevitable, es la eliminación de formas inferiores é imperfectas, por la apari ción, casual muy á menudo, de otras más perfectas y superiores, que por esto mismo, son más aptas para prolongar su vida en el tiempo, y para adquirir á la vez en el espacio una diferenciación creciente, una heterogeneidad cada vez mayor. Así es que la tarea del sabio, del moralista, del sociólogo ó del político, consiste sobre todo en mantener, ó en procurar que aparezcan si no existen aún, los medios de producir una progresiva identidad psíquica, política y económica entre los hombres y entre los pueblos; así como una confusión cada vez mayor de sus intereses materiales, intelectuales ó morales; y la difusión más amplia y extensa que se pueda, de un mismo ideal artístico, científico ó literario, de una misma condición política y social. Sólo de este modo, será factible la unión y progresará la solidaridad, es decir, los dos factores esenciales de la vida, sobretodo de la vida superior á que aspiramos constantemente in.

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