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rey

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terminaban disensiones y causas privadas : que estos concilios se agregó despues la nobleza, y últimamente el pueblo en mas o menos número, llamándolos córtes en lugar del primer nombre que llevaban, y brazos del Estado á las distintas clases de que se componian : que el convocaba uno, dos ó mas brazos á su arbitrio, ó segun la naturaleza de los asuntos que trataba de consultar: que las córtes de Castilla jamas tuvieron la iniciativa, ni otro derecho que el de conformarse ó no á lo que el rey les proponia, y pedir al monarca pusiese remedio á los males y abusos que se notaban : que las cortes de Aragon variaban esencialmente en sus atribuciones, y tenian facultades superiores á las de Castilla, pero que se ignoran muchos de sus principios constitutivos, y no se puede justificar una gran parte de sus procedimientos, que se dirigian á usurpar con violencia las funciones del poder ejecutivo y privarle de la existencia legal que tenia por la constitucion misma del Estado; y que habiéndose reunido las dos coronas de Castilla y Aragon, se hacia preciso que las instituciones de la una se acomodaran á las de la otra ó que ambas pereciesen, como sucedió ya desde el reinado de Carlos V.

Todas las córtes celebradas despues de este reinado no han sido mas que una pura ficcion ó simulacro para cohonestar ó sancionar algunos actos

arbitrarios, y simulacro por simulacro, debe uno atenerse al último de ellos, porque á lo menos tiene á su favor la presuncion legal, y es mas conforme á los usos, costumbres y leyes del pais. Alegar la pueril objecion de no ser válido por falta de formalidades, es lo mismo que decir que un difun

to no carece de vitalidad mientras conserva los vestidos que llevaba antes de perder su existencia. Las constituciones de Aragon y Castilla desaparecieron luego que la fuerza las hizo callar, ó las empleó únicamente para salvar las apariencias y justificar sus procedimientos: consiguientemente los actos legislativos que pueden y deben considerarse libres y obligatorios, son los que precedieron á la fatal época de Carlos V, en que acabó la representacion nacional.

La España descansaba en esta persuasion, y aunque los enemigos del rey y del pais habian trabajado constantemente por inquietarla desde que se publicó el decreto mencionado sobre la sucesion á la corona, y á pesar de sus esfuerzos repetidos para que el infante Don Carlos sofocara los estímulos de su conciencia y cediese á las instancias de la faccion, no hubo sin embargo la menor novedad hasta que á mediados de setiembre de 1832 se vió atacado repentinamente S. M. en el sitio de San Ildefonso de un accidente que hizo temer por sus dias. La reina, su augusta esposa y

toda la corte, sobresaltados con suceso tan imprevisto, no pensaron mas por de pronto que en auxiliar al enfermo y sacarlo de la triste situacion en que se hallaba. Permaneció este por algunas horas sin dar cuenta de su persona, y en una postracion tal que se dudaba de su existencia. Los primeros partes que se dieron á Madrid del estado de la salud del rey eran alarmantes y pusieron en consternacion á todo el mundo, sin que por ello se alterase en lo mas mínimo la tranquilidad pública; mas el gobierno con una justa prevision hizo que el ministro de la guerra se trasladase á la capital, y revestido de las facultades necesarias cuidara de mantener el orden hasta salir de la crísis espantosa que amenazaba.

Vuelto en si S. M. y concebidas algunas esperanzas de vida, se trató ya de tomar disposiciones para que el reino no sufriera detrimento en el caso desgraciado de sucumbir al grave mal que le aquejaba, y la faccion, que no perdia jamas de vista el objeto de sus maniobras, trató de aprovechar circunstancias tan favorables, y desembarazarse de una vez de lo que mas se oponia á sus miras, que era el nuevo decreto de sucesion. Contaba para ello con la poderosa influencia de la minoría del ministerio, con la opinion bien pronunciada de toda la diplomacia extrangera, y con la piedad de los eclesiásticos que prestaban á S. M. los auxilios espirituales.

No fué menester un grande esfuerzo para concebir el plan de ataque con elementos tan favorables, que eran tanto mas eficaces, cuanto que la debilidad del enfermo y el sobresalto y pesar de su augusta esposa no podian oponer la menor resistencia. Efectivamente se aprovecharon todos estos medios, se recordó á S. M. la instabilidad de la vida, la estrecha cuenta que tenia que dar á Dios de sus acciones, las funestas consecuencias del decreto de sucesion, el voto contrario del consejo de ministros, de prelados, cuerpos y personas sensatas de la nacion, y la oposicion uniforme que encontraria la ejecucion de la medida en el cuerpo diplomático extrangero. Se exhortó á la reina, su esposa, para que contribuyera al buen éxito de la empresa, conjurándola por amor del rey y de la nacion á que renunciara é hiciera renunciar á su esposo el propósito de alterar la ley de Felipe V, ponderando los desastres y trastornos que de lo contrario se seguirian, y tratando de persuadirla, que tanto ella como sus hijos serian mas felices con el patrimonio que el rey les dejara y el reconocimiento de la nacion, que con todo lo que se pudiera prometer de una autoridad contraria á los votos del pueblo, y disputada por el que se consideraba con mas derecho á su goce. Al mismo tiempo se habia concertado, que el ministro de Estado, agente principal y director de todos estos

manejos, tuviera pronto y redactado el decreto revocatorio de la nueva ley de sucesion, y que se hallara próximo al cuarto de S. M. para que lo suscribiera, caso de que el ataque produjese los buenos efectos que se esperaban ; y así fué que movido el corazon de los reyes con las exhortaciones piadosas de los barones apostólicos que auxiliaban al en. fermo, no bien manifestaron su conformidad á lo que se les proponia, cuando se presentó el ministro de Estado con su decreto de revocacion para que el rey lo firmara, exigiendo previamente el allanamiento de su augusta esposa á fin de obviar toda dificultad ó reparo en lo sucesivo.

El triunfo merecia la pena de publicarse, y los campeones que lo habian obtenido deseaban sin duda alguna recibir el premio de su trabajo y darse la importancia de ser autores de tanto bien; pero como las circunstancias eran críticas, y pudiera interpretarse de sorpresa lo que ellos intentaban hacer pasar como un acto espontáneo y bien meditado de parte de S. M., no le dieron por entonces publicidad, ni querian que la nacion lo entendiese, mientras no preparaban los ánimos y aseguraban el golpe, pues aunque S. M. estaba algo mas aliviado, no habia salido del riesgo, y todavia se desesperaba de su vida.

Temiendo, los autores del proyecto la muerte de S. M., ó que restablecido de su accidente set

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