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atacada su existencia y vulnerado su honor por el primer capitan de la Europa: que compitieron en ella la lealtad y la constancia, el deber y la dignidad, el respeto por su rey, y la conservacion de sus derechos que los diferentes gobiernos que tuvo, hasta que S. M. volvió de Francia en 1814, hicieron cuanto estuvo en su arbitrio para restituir el monarca á su nacion, y que esta, reunida en Cortés, votó que no reconoceria otro que Fernando VII: que si la falta de experiencia y el anhelo del bien hizo que se cayera en el error de publicar una constitucion que no podia ser bien admitida por la generalidad del pais, ni por el rey, habia sin embargo términos hábiles para renunciar á esta ley fundamental, sin desatender los méritos y servicios de los que la votaron, ni sacrificar igualmente á los inocentes que la habian obedecido, como dada por una autoridad legal é incontestable; y que efectivamente se encontró el medio de salvar la dificultad, sustituyendo el rey, por su decreto de 4 de mayo del mismo año (1) la constitucion antigua del reino á la formada en las Cortés de Cadiz, que aun no tenia su sancion.

El decreto de S. M. era demasiado severo, y poco digno de los sacrificios y pruebas de lealtad que le dieron sus súbditos; pero así y todo hubiera producido un gran bien, si lo dispuesto en él se hubiera realizado, y en vez de perseguir á los fie

les patricios, que tanto habian contribuido á salvar los derechos y el honor de la nacion y del rey, se les hubiera atendido y premiado como merecian. Yo no dudo que tal fuera el ánimo de S. M. y que, mejor aconsejado habria llevado á efecto sus promesas y aprovechado las luces y nobles sentimientos de los que le sacaron del cautiverio; mas por desgracia seducido por los satelites de la faccion, y esclavo siempre á su voz, cedió, sin poderlo remediar, á las pérfidas insinuaciones de sugetos, que no consultaban ni el decoro del monarca, ni los intereses del pais, y que cifraban toda su gloria en hacer triunfar el tema de su partido.

Llegado el rey á Madrid, dirigido siempre y aconsejado por la faccion, se llenaron las prisiones y calabozos de hombres beneméritos, cuyo solo crimen era el haber servido bien á su patria y á su soberano se declararon traidores á individuos que eran modelos de fidelidad: se confundieron todas las ideas de moral y de justicia: se confiscaron bienes sin causa: se atacó la propiedad: se atropelló á las personas mas dignas y beneméritas; y para la ejecucion de todo se formó una comision ó tribunal, compuesto de las personas mas notadas por su severidad, y que habian hecho su carrera dando ejemplos de ella en la policía, y en las salas del crimen de los tribunales.

Procedimientos tan injustos como tiránicos no podian menos de descontentar é irritar los ánimos de todos; pero no era bastante faltar á lo prometido y burlarse del santuario de la razon y la justicia, era menester todavía dar mayores pruebas de ferocidad, y para ello se restableció la inquisicion, y se comprometió la suerte de los ciudadanos pacíficos, invalidando y anulando los contratos mas sagrados, como los de ventas de bienes de mayorazgo, y del comun y propios de los pueblos, sin obligacion de devolver el precio que costaron, ni derecho para reclamar las mejoras útiles que habian hecho los compradores; crueldad inaudita, y que tal vez no tiene otro ejemplo en los tiempos modernos, que el repetido en España despues de los años de 1825.

Todo esto, y mucho mas que omito en obsequio de la brevedad y por ser demasiado notorio, fué obra de la faccion fratricida de que hablamos que, teniendo en continua alarma al soberano y haciéndole sospechar de las acciones mas indiferentes y de los sugetos mas pacíficos, le persuadia al mismo tiempo, que no habia otro modo de salvarse que un rigor brutal, y el olvido completo de los derechos y obligaciones que nos unen en la sociedad. Esta faccion miserable dejaba muy atrás el conato de Neron de acabar con el pueblo romano si no tuviera mas que una cabeza, y gozosa de

sus triunfos espiaba sin descanso el asilo doméstico, los desahogos mas naturales, y hasta los gestos y miradas del pacífico habitante, que se daba por contento si podia regar con sus lágrimas el amargo pan que repartia con sus hijos y familia.

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¿Y para qué todos estos sacrificios? Para qué tantas persecuciones, embargos, violencias, rapiñas é injusticias? Para engrosar el patrimonio de la faccion para restablecer órdenes religiosas y conventos sin necesidad: para aumentar las cargas y gastos públicos, al paso que se disminuian los medios de adquirir y de contribuir para diseminar la corrupcion en todas las clases: para tener en continua agitacion al Estado, y con este motivo pedir un cetro de hierro que protegiera los abusos; y en fin para que la ignorancia, los vicios, y el desorden fueran el palladium ó poderoso baluarte en que se estrellaran los mejores deseos y las mas sanas intenciones, y cimentar la violenta y criminal usurpacion de los enemigos de la patria.

Este estado de cosas, tan opuesto á los principios de justicia, como á la marcha regular y constante de los gobiernos del dia, no podia menos de forzar los diques de la paciencia y sufrimiento, y provocar una reaccion, tanto mas perjudicial y temible, cuanto que la nacion carecia de los elementos necesarios para asegurar el suceso, y no era posible reunir en un momento lo que pide generaciones

para su logro. Pero las vejaciones eran tantas, y el desorden habia llegado á tal punto, que la voz sola de un oficial subalterno hizo conmover el vasto edificio de la monarquía desde uno de los pueblos mas miserables de ella, y al nombrar la constitucion del año 12, se le reunieron todos como por encanto; de modo qué, en 8 de marzo de 1820, se vió el rey en la dura necesidad de jurar lo que antes habia rehusado, y luchar con dos facciones que le disputaban su prerogativa, dejándole sin otra accion, que la de ceder alternativamente á los pérfidos designios de la una, ó á los deseos inmoderados de la otra.

Aquí empieza una nueva serie de desgracias, cuya exposicion omitiria con gusto, si no fuera un antecedente indispensable para el debido conocimiento de los sucesos de la Granja en 1852. Reconocida, pues, la constitucion por S. M., se nombró una junta de diez ó doce vocales, con la que deberia consultar los asuntos graves del Estado, mientras no se reunieran las cortés que se convocaron pocos dias despues. Esta junta, llevada del espíritu de la nueva ley, dejó desde luego sin accion al poder ejecutivo, y en el corto tiempo de su duracion indicó bastantemente la marcha que seguirian las cortés convocadas. Lo que pasó en su tiempo, las pretensiones desmedidas de las cortés que le sucedieron, y las funestas conse

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