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modo; de suerte que los cortesanos que habian acudido en tropel hacia el primero, se detuvieron como las oleadas en el pilar de un puente, y refluyeron arremolinados desde el primero al segundo rey.

Enrique III observó el movimiento, y no viendo delante de sí mas que bocas abiertas, ojos asustados y cuerpos empinándose sobre un pié, esclamó:

-¿Qué es esto, señores? ¿Qué sucede? Una larga carcajada fué la respuesta que se oyó.

El rey, poco sufrido por naturaleza, y hallándose principalmente en aquel momento poco dispuesto a la paciencia, comenzaba á fruncir el ceño, cuando San Luc, acercándose á él, le dijo:

-Señor, es Chicot, vuestro bufon, que se ha vestido exactamente como V. M., y que dá á besar su mano á las damas.

Enrique III se echó á reir. Chicot gozaba en la córte del último Valois de una libertad parecida á la que treinta años antes habia tenido Triboulet en la córte del rey Francisco I, y á la que debia tener cuarenta años despues Langely en la córte del rey Luis XIII.

lo cual componia lo que puede llamarse un rostro interesante.

Señor de San Luc, dijo á su marido, preocupada siempre su imaginacion con la misma idea, ¿no me decian que el rey me queria mal? Pues desde que ha llegado no cesa de mirarme y sonreirse.

-No es eso lo que me decíais al volver del banquete, querida Juana, porque sus miradas entonces os infundian miedo.

-Estaria S. M. indispuesto, dijo la jóven, pero ahora....

-Ahora es mucho peor, repuso San Luc, porque el rey se rie con los lábios cerrados; mas quisiera que me enseñase los dientes. Juana, mi pobre amiga, el rey nos prepara alguna traidora sorpresa. ¡Oh! no me mireis con esa espresion de ternura, y aun os suplico que me volvais la espalda. Justamente viene hácia nosotros Maugiron; detenedle, no le solteis, mostráos amable con él.

-¿Sabeis, dijo Juana sonriéndose, que es estraña esa recomendacion, y que si yo`la siguiese al pié de la letra, se podia creer..... -¡Ah! dijo San Luc dando un suspiro, seria una dicha que lo creyesen.

Y volviendo la espalda á su mujer, cuya admiracion habia llegado al colmo, fué á hacer la córte á Chicot, que representaba su papel de rey con un aplomo y una majestad de los mas risibles.

Pero Chicot no era un bufon ordinario. Antes de llamarse Chicot se habia llamado de Chicot. Era un noble breton, que maltratado por el señor de Mayenne, habia buscado auxilio al lado de Enrique III, y que pagaba en verdades, algunas veces crueles, la protec- Entretanto, Enrique bailaba, aprovecháncion que le concedia el sucesor de Cár-dose de la tregua dada á su grandeza, pero los IX. bailando y todo, no perdia de vista á San Luc.

-¡Hola! maese Chicot, dijo Enrique, ¡dos reyes aquí! es demasiado.

-En ese caso déjame hacer el papel del rey á mi gusto, y representa tú el de duque de Anjou; tal vez te tendrán por él, y te dirán cosas, por las cuales sabrás, sì no lo que piensa, al menos lo que hace.

-En efecto, dijo el rey mirando con disgusto alrededor de sí, mi hermano Anjou no ha venido.

Unas veces le llamaba para hacerle alguna observacion agradable, que chistosa ó no, tenia el privilegio de hacer reir á San Luc á carcajadas. Otras le ofrecia su caja de confites y de dulces que éste hallaba deliciosos. En fin, si San Luc desaparecia un instante de la sala en que estaba el rey, para hacer los honores en las demás, Enrique le enviaba á buscar al momento con uno de sus pajes ó de sus oficiales, y San Luc volvia para sonreirse con su amo, que no parecia contento sino cuando volvia á ver.

--Razon mas para que tú le reemplaces.
Está dicho, yo soy Enrique y tú eres Francis-
co; yo voy á sentarme en el trono y tú á bai-le
lar; yo baré por
tí todas las monerías que tie-
nen que hacer los reyes, y tú entretanto te
divertirás un poco. ¡Pobre rey!

El rey miró fijamente á San Luc.
-Tienes razon, Chicot, voy á bailar.
-No hay duda, pensó Brissac, que yo me
habia engañado creyendo irritado al rey con-
tra nosotros. Todo al contrario, lo veo mas
amable que nunca.

De repente, un ruido bastante fuerte para ser notado entre aquel tumulto hirió los oidos de Enrique.

-¡Hola, hola! me parece que oigo la voz de Chicot. ¿Oyes, San Luc? el rey se enfada.

-Sí, señor, dijo San Luc sin notar en la apariencia la alusion del monarca, creo que disputa con alguno.

-Mira lo que es, dijo el rey, y vuelve al

Y corrió á derecha é izquierda felicitando
á todos y principalmente á sí propio, por ha-punto á decírmelo.
ber dado su hija á un hombre que gozaba de
tan gran favor con el rey.

Entretanto San Luc se habia aproximado
á su mujer. La señorita de Brissac no era
una beldad, pero tenia unos ojos negros pre-
ciosos, dientes blancos y lustroso cútis, todo

San Luc se alejó.

En efecto, se oia á Chicot que gritaba con voz gangosa, como hacia el rey en ciertas

ocasiones.

-Y sin embargo, he dado decretos y reglamentos sobre los gastos y el lujo, pero si

estos no bastan, daré mas, daré tantos, que sobrarán, y si no son buenos, por lo menos serán muchos. Por los cuernos de mi primo Belcebú, que es demasiado seis pajes, señor de Bussy.

Y Chicot, inflando los carrillos, encorvando el cuerpo y con el puño en el costado, hacia el papel de rey con mucha propiedad. -¿Qué dice de Bussy? preguntó el rey frunciendo el ceño.

San Luc, que estaba ya de vuelta, iba á responderle, cuando abriéndose la multitud en dos filas, dejó ver seis pajes vestidos de tisú de oro, cubiertos de collares y llevando en el pecho el escudo de armas de su amo, todo de piedras preciosas. Detrás de ellos iba un jóven de buena presencia, altivo, que marchaba con la cabeza erguida, la mirada insolente y el lábio desdeñosamente recogido, y cuyo traje sencillo, de terciopelo negro, contrastaba con los ricos vestidos de sus pajes. -¡Bussy, esclamaban todos, Bussy de Amboise!

Y acudian á ver al jóven que causaba este rumor, y se apartaban para dejarle paso.

Maugiron, Schomberg y Quelus se habian: colocado al lado del rey, como para defenderle.

-¡Calla! dijo el primero aludiendo á la presencia inesperada de Bussy y á la ausencia del duque de Anjou, á cuya casa pertenecia aquel, ¡calla, viene el criado, pero el amo no se presenta!

-Paciencia, respondió Quelus, délante del criado venian otros criados, el amo del criado vendrá tal vez despues del amo de los primeros criados.

-Oye, San Luc, añadió Schomberg, el mas jóven de los validos del rey y uno de los mas valientes, ¿sabes que el señor de Bussy te hace muy poco honor? Mira esa ropilla negra, ¡pardiez! ¿es ese un traje de boda?

-No, dijo Quelus, pero es un traje de entierro.

-¡Ah! murmuró el rey, ¡qué lástima que no sea el suyo, y que no llevara de antemano luto por sí propio!

-Mas á pesar de todo, San Luc, dijo Maugiron, el señor de Anjou no sigue á Bussy. ¿Estarás tambien en desgracia con él?

-Sin embargo, por mas que digas, Quelus, respondió Maugiron, no tengo duda en que sirve al duque de Anjou.

-Entonces, dijo Quelus en tono flemático, el duque de Anjou es mas gran señor que nuestro rey.

Esta observacion era la mas punzante que podia hacerse en presencia de Enrique, el cual siempre habia detestado fraternalmente al duque de Anjou.

Así, aunque no respondió la menor palabra, todos notaron que se puso pálido.

-Vamos, vamos, señores, se atrevió á decir temblando San Luc, un poco de caridad para mis convidados, no destruyais el gozo del dia de mi boda..

Las palabras de San Luc dieron probablemente otra direccion á las ideas de Enrique. -Sí, dijo, no destruyamos la alegría de las bodas de San Luc, señores.

Y pronunció estas palabras mordiéndose el bigote con un aire maligno, que no dejó de notar el pobre recien casado.

-¿Si será Bussy aliado de Brissac? esclamó Schomberg.

-¿Por qué? preguntó Maugiron. _ -Porque San Luc le defiende. ¡Qué diablo! En este pícaro mundo, donde hace uno bastante con defenderse á sí mismo, nadie defiende sino á sus parientes, aliados y amigos.

-Señores, d jo San Luc, el señor de Bussy no es ni mi aliado, ni mi amigo, ni mi pariente; es mi huésped,

Luc.

El rey lanzó una furiosa mirada á San

-Además, se apresuró á decir éste aterrorizado con la mirada del rey; yo no le defiendo en manera alguna.

Bussy se habia acercado gravemente precedido de sus pajes, é iba á saludar al rey, cuando Chicot, ofendido de que no le diese á él la preferencia en aquella muestra de respeto, gritó:

¡Eh! ¡hola! Bussy, Bussy de Amboise, Luis de Clermont, conde de Bussy, ya que es preciso llamarte con todos tus nombres para que conozcas que es á tí á quien hablo, ¿no ves al verdadero Enrique? ¿No distingues al rey del bufon? Ese á quien te diriges es Chicot, mi bufon, el que hace tantas locuras que

Este tambien le llegó á San Luc al co-á veces me muero de risa.

razon.

-¿Por qué habia de seguir á Bussy? replicó Quelus, ¿no os acordais que cuando su majestad hizo al señor de Bussy el honor de preguntarle si queria entrar á su servicio, el señor de Bussy le respondió que siendo de la casa de los príncipes de Clermont no tenia necesidad de entrar al servicio de nadie, y se contentaria pura y simplemente con servirse á sí mismo, seguro de que no habia para él mejor principe en el mundo?

El rey frunció las cejas y se mordió el bi

gote.

Bussy continuó su camino hasta llegar enfrente del rey, é iba á inclinarse delante de él, cuando Enrique le dijo:

-¿No oís, señor de Bussy? Os llaman.

Y volvió la espalda al jóven capitan, en medio de las carcajadas de sus validos.

Bussy se encendió de cólera, pero reprimiendo su primer impulso, fingió tomar por lo sério la observacion del rey, y sin aparentar que habia oido las carcajadas de Quelus, Schomberg y Maugiron ni advertido su insolente sonrisa, se volvió hácia Chicot.

-¡Ah! perdonad, señor, dijo, hay reyes

que tienen tanta semejanza con los bufones, grande que nunca, porque conocia que se ha-
que me perdonareis el haber tomado á vues-laba entre las pasiones ardientes de dos po-
tro bufon por rey.
derosos enemigos, que escogian su casa por
campo de batalla.

-Hem! murmuró Enrique volviéndose, ¿qué dice?

-Nada, señor, dijo San Luc, que durante toda aquella noche parece que habia recibido del cielo la mision de pacificador; nada, absolutamente nada.

Corrió hacia Quelus, que parecia el mas animado de todos, y poniendo la mano sobre el puño de la espada del jóven, le dijo:

En nombre del cielo, amigo, modérate y esperemos.

-No importa, maese Bussy, dijo Chicot, -¡Eh! ¡pardiez! modérate tú tambien, esempinándose sobre la punta del pié como ha-clamó Quelus, el golpe de ese estúpido te al

cia el rey cuando queria darse cierta majes
tad, es imperdonable.

-Señor, replicó Bussy, perdonad, estaba
distraido.

-Con vuestros pajes, añadió Chicot en tono de disgusto. De ese modo os arruinais y además esto es usurpar nuestras prerogativas.

-¿Cómo? dijo Bussy conociendo que si seguia la corriente al bufon, el mal que resulta se seria siempre para el rey. Ruego à vuestra majestad que se esplique, y si efectivamente soy culpable, confesaré con toda humildad mi falta.

-¡Tisú de oro á esos palurdos, dijo Chicot mostrando con el dedo á los pajes, mientras que vos, un noble, un coronel, un Clermont, casi un príncipe, en fin, venís vestido de simple terciopelo negro!

-Señor, contestó Bussy volviéndose hácia los favoritos del rey, cuando vivimos en un tiempo en que los pajes van vestidos como príncipes, creo que los príncipes para distinguirse de ellos, deben vestirse como pajes.

Y devolvió a los jóvenes validos, que llevaban ricos y resplandecientes trajes, la sonrisa impertinente con que le habian saludado

un momento antes.

canza á tí lo mismo que á mí: el que dice algo contra uno de nosotros, lo dice contra todos, y el que dice algo contra todos, ofende al rey.

-Quelus, Quelus, dijo San Luc, piensa en el duque de Anjou, que está detrás de Bussy, que nos espía con tanto mayor cuidado cuanto que está ausente, y que es tanto mas temible cuanto mas invisible se muestra. No me harás el agravio de creer, así me lo figuro, que tengo miedo del criado, sino del amo. -¡Vive Dios! esclamó Quelus, ¿qué podemos temer cuando estamos al servicio del rey de Francia? Si nos arriesgamos por él, el rey de Francia nos defenderá.

¡A tí sí, pero á mí! dijo San Luc en tono lastimero.

-¡Por vida de....! añadió Quelus, ¿por qué diablos te casas sabiendo cuán celoso es el rey en sus amistades?

-¡Bravo! pensó San Luc, aquí todos miran por sí. Procuremos hacer otro tanto, y puesto que quiero vivir tranquilo, al menos durante los quince primeros dias de mi matrimonio, tratemos de captarnos la voluntad del señor de Alenzon.

Hecha esta reflexion, se separó de Quelus y se adelrntó hácia donde estaba el señor de Bussy.

Miró Enrique á sus favoritos que pálidos de furor, parecian no aguardar sino una pala- Despues de su impertinente apóstrofe, bra de su amo para arrojarse sobre Bussy. Bussy habia levantado la cabeza y paseado Quelus, el mas irritado contra él y que le hu-sus miradas por toda la sala, aguzando el biera desafiado sin la prohibicion espresa del oido á fin de escuchar si alguien contestaba rey, tenia la mano en el puño de la espada. con otra insolencia á la que él habia lanzado. -¿Decís eso por mí y por los mios? escla- Pero todas las frentes estaban serenas, todas mó Chicot, que ocupando el lugar del rey, las bocas mudas, porque los unos tenian mierespondia lo que Enrique hubiera debido res-do de aprobar delante del rey y los otros de ponder.

Y el bufon tomó al decir estas palabras una actitud de maton tan exagerada, que la mitad de la sala soltó la carcajada. La otra mitad permaneció séria, por la sencilla razon de que la primera mitad se reia de la se'gunda.

Entretanto tres amigos de Bussy, suponiendo que tal vez habria pendencia, fueron á colocarse á su lado. Eran Carlos Balzac de Entragues, llamado mas comunmente Antraguet, Livarot y Ribeirac.

desaprobar delante de Bussy.

Este, viendo á San Luc acercársele, creyó haber hallado, en fin, lo que buscaba.

-Señor, le dijo Bussy, ¿es á lo que acabo de manifestar, á lo que debo el honor de la conversacion que parece deseais tener conmigo?

-¿A lo que acabais de manifestar? preguntó San Luc en el tono mas amable.. No sé lo que es, nada he oido, os habia visto, y venia solo á tener el placer de saludaros y al mismo tiempo á daros gracias por el honor que haceis á mi casa con vuestra presencia.

San Luc, al ver estos preliminares hostiles, adivinó que Bussy habia ido de parte del Bussy era un hombre superior en todo, duque de Anjou para armar algun escándalo valiente hasta rayar en temerario, pero insó suscitar algun desafío. Su terror fué mastruido, de talento, y de buena sociedad. No

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ignoraba el valor de San Luc y comprendió que anteponia en aquella ocasion el deber de amo de casa á la susceptibilidad de favorito. A cualquier otro le habria repetido su frase, es decir, su provocacion; pero á San Luc se contentó con saludarle políticamente y responder con algunas frases amables á su cumplido.

-¡Oh! joh! dijo Enrique, viendo á San Luc junto á Bussy, parece que mi jóven gallo ha ido á provocar al capitan. Ha hecho bien, pero no quiero que me le maten. Id á ver que es ello, Quelus. No, vos no, porque teneis muy mala cabeza. Id vos, Maugiron.

Maugiron partió como un rayo, pero San Luc, que le espiaba, no le dejó llegar hasta Bussy, y separándose de éste, se acercó donde estaba el rey, llevándose á Maugiron. -¿Qué has dicho á ese fatuo de Bussy? le preguntó el rey.

-¿Yo, señor? —Sí, tú.

-Le he dado las buenas noches. -¡Ah! jah! ¿y nada mas? murmuró el rey. Conoció San Luc que habia dicho un disparate, y repuso:

-Le he dado las buenas noches, añadiendo que mañana por la mañana tendré el honor de ir á darle los buenos dias.

-¡Oh! ¡oh! esclamó Enrique. Ya me lo sospechaba, ¡mala cabeza!

-Pero confío en que V. M. me guardará el secreto, dijo San Luc.

-¡Pardiez! contestó Enrique, no lo digo por incomodarte. Cierto es que si pudieras deshacerme de él, sin que te resultára algun rasguño....

Los validos se dirigieron mútuamente una rápida mirada, que Enrique aparentó no haber notado.

-Porque al fin, continuó el rey, ese tuno es tan insolente....

-Sí, sí, dijo San Luc. Pero tranquilícese vuestra majestad porque tarde o temprano hallará quien le ajuste las cuentas.

-¡Hem! dijo el rey meneando la cabeza de abajo arriba. Tira muy bien la espada. ¿Por qué no le morderá un perro rabioso? Esto nos libraria de él mas cómodamente.

Y miró de reojo á Bussy, que acompaña do de sus tres amigos iba y venia tropezando y dirigiendo chanzas insultantes á los que sabia que eran mas hostiles al duque de Anjou, y por consiguiente mas amigos del rey.

¡Vive Dios! esclamó Chicot, no trateis así á mis nobles servidores, maese Bussy, pues aunque rey, tiraré de la espada ni mas ni menos que si fuese bufon.

.

-¡Mira el tuno! dijo el rey, por mi honor, que no se le escapa nada.

-Castigaré á Chicot, señor, dijo Maugiron, si continúa con semejantes chanzas.

Además no es él quien merece mayor castigo, porque no es él el mas insolente.

Esta vez no admitian interpretacion las palabras del rey. Quelus hizo una seña á O y á Epernon.

-Señores, les dijo llevándoles aparte, tengamos consejo; tú, San Luc, sigue hablando con el rey y acaba de ajustar la paz que parece felizmente empezada.

San Luc se encargó con gusto de este último papel, y se acercó al rey y á Chicot que estaban disputando.

Entretanto Quelus llevó sus cuatro amigos al hueco de una ventana.

-Vamos, dijo Epernon, ¿qué nos quieres? Estaba haciendo la corte á la mujer de Joyeuse, y te advierto que no te perdonaré el haberme distraido, sino es muy interesante lo que tienes que decirnos.

-Quiero deciros, respondió Quelus, que inmediatamente despues del baile me voy de

caza.

-Bueno, dijo O, ¿y á qué clase de caza...?

-A la de jabalí.

-¿Qué idea te ha dado ahora de ir á que te abran el vientre en algun bosque? -No importa, estoy decidido á ir. -¿Solo?

-No, con Maugiron y Schomberg. Cazainos por encargo del rey.

-¡Ah! ya comprendo, dijeron á un tiempo Schomberg y Maugiron.

-El rey quiere que le sirvan mañana una cabeza de jabalí.

-El cuello vuelto á la italiana, añadió Maugiron aludiendo al que llevaba Bussy en oposicion á las gorgueras de los favoritos.

-¡Ah! jah! dijo Epernon, bueno, ya comprendo.

—¿De qué se trata? preguntó 0; yo todavía no he entendido una palabra.

-Mira en derredor de tí, querido.
-Ya miro.

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-¿No ves alguno que se ha reido de tí en tus barbas?

Como no sea Bussy.

-Pues bien, ¿no te parece que ese es un jabalí cuya cabeza seria un buen regalo para el rey?

-Tú crees que el rey.... dijo.

-El es quien la pide, contestó Quelus.. -Pues bien, sea. En marcha, ¿pero cómo cazaremos?

-A espera, es lo mas seguro.

Bussy observó la conferencia, y no dudando que se tratase de él, se aproximó hablando con sus amigos y dando grandes risotadas.

-Mira, Antraguet, mira, Ribeirac, dijo, miradlos allí agrupados, ¡qué espectáculo tan tierno! parecen Euriales y Niso, Damon y Pi-No te enfades, Maugiron; Chicot es no-thias, Castor y... ¿Pero dónde está Polux? ble y muy quisquilloso en punto á honor.

-Polux se casa, por eso Cástor está solo.

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-¿Qué harán ahí? preguntó Bussy mirándoles con insolencia.

-Apostemos, dijo Ribeirac, á que están tratando de componer algun nuevo almidon. -No, señores, dijo Quelus sonriéndose, hablamos de caza.

-¿De veras, señor Cupido? dijo Bussy, hace mucho frio para ir de caza y se os lastimarán las manos.

-Caballero, respondió Maugiron con la misma urbanidad, tenemos guantes de mucho abrigo y ropillas bien forradas.

-¡Ah! eso me tranquiliza, dijo Bussy, ¿y pensais ir de caza muy pronto?

-Esta noche tal vez, dijo Schomberg. -No hay tal vez: esta noche seguramente, añadió Maugiron.

-Voy á decírselo al rey, continuó Bussy; ¿qué diria S. M. si mañana al despertar hallase á sus amigos resfriados?

-No os tomeis esa molestia, dijo Quelus, su majestad no ignora que vamos á caza. -¿De alondras? preguntó Bussy en un tono de los mas impertinentes.

-No señor, dijo Quelus, de jabalíes, queremos absolutamente una cabeza de jabalí. -¿Y el animal? preguntó Antraguet. -Está cercado, dijo Schomberg. -Pero todavía es necesario saber por dónde ha de pasar, objetó Livarot.

-Ya trataremos de informarnos, contestó O. ¿Venís con nosotros, señor de Bussy?

-No, respondió éste, continuando la conversación en el mismo tono, me es imposible. Mañana tengo que estar en casa del señor de Alenzon á fin de recibir al señor de Monsoreau, para quien S. A., como sabeis, ha conseguido el destino de montero mayor.

-¿Y esta noche? preguntó Quelus.

¡Ah! esta noche tampoco puedo, porque tengo una cita en una casa misteriosa del arrabal de San Antonio.

-¡Ah! jah! dijo Epernon, ¿estará la reina Margarita de incógnito en París, señor de Bussy? Porque hemos sabido que habiais heredado á la Mole.

-Sí, pero hace algun tiempo que renuncié á la herencia, y ahora se trata de otra per

sona.

-¿Y esa persona os espera en el arrabal de San Antonio? preguntó 0.

-Justamente: á propósito, voy á pediros un consejo, señor de Quelus.

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la torre del rincon; seguiria el muelle hasta el Grand Chatelet, y por la calle de Tixeranderie, llegaria al arrabal de San Antonio. Una vez al estremo de la calle de San Antonio, si pasais el palacio de Tournelles sin ningun accidente, es probable que llegueis sano y salvo á la casa misteriosa de que nos habeis hablado.

-Gracias por el itinerario, señor de Quelus, dijo Bussy. Decís la barca del Pre-aux-Clercs, la torre del rincon, el muelle hasta el Grand Chatelet, la calle de Tixeranderie, y la calle de San Antonio. No me apartaré una línea de este camino, tenedlo por seguro.

Y saludando á los cinco amigos se retiró diciendo en voz alta á Balzac de Antragues: -Está visto, Antragues, que no se puede hacer nada con esta gente, vámonos.

Liverot y Ribeirac se echaron á reir, siguiendo á Bussy y á Antragues, que se alejaron, no sin volver muchas veces la cabeza.

Los favoritos permanecieron impasibles, parecian decididos á no comprender nada.

Al disponerse Bussy para atravesar el último salon, donde se hallaba la señora de San Luc, que no perdia de vista á su marido, éste la hizo una seña, mostrándola con la vista el favorito del duque de Anjou, que iba ya á salir. Juana comprendió con la perspicacia propia esclusivamente de las mujeres, lo que queria decir su marido, y adelantándose hacia el señor de Bussy le cerró el paso diciéndole:

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-La fiera no será difícil de seguir, dejando tales huellas tras sí; esperemos, pues, en el ángulo del palacio de Tournelles, cerca de la puerta de San Antonio y frente al palacio de San Pablo.

-¿Cada uno con lacayo? preguntó Epernon. —No, no, dijo Quelus, vamos solos, nadie mas que nosotros debe saber nuestro secreto. Yo le aborrezco, pero me avergonzaria de que garrote de un lacayo le tocase, es demasiado noble para eso.

-Decid. Aunque no soy abogado, me pre-el cio de no darlos malos, sobre todo á mis amigos.

-Dicen que las calles de París son poco seguras, el arrabal de San Antonio es un barrio que está bastante aislado. ¿Qué camino me aconsejais que tome?

-¿Saldremos los seis á la vez? preguntó Maugiron.

-Los cinco y no los seis, dijo San Luc. -¡Ah! es verdad, habíamos olvidado tu matrimonio y te tratábamos todavía como

-May sencillo, dijo Quelus, como el bate-soltero, contestó Schomberg, lero del Louvre pasará toda la noche esperán donos, yo, en vuestro lugar, tomaria la barca del Pre-aux-Clercs, y me haria conducir hasta

-En efecto, añadió O, no debemos separar al pobre San Luc de su mujer la primera noche de sus bodas.

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