Imágenes de página
PDF
ePub

en el radio de su modesto círculo. Mas ni la primorosa labor de aquéllos ni la constante y meritoria de los segundos basta á disipar la nube de la preocupación vulgar, el peso de la tradición que oprime sus iniciativas con gravitación incontrastable.

Aunque sólo fuese por el mérito de quebrantar la rutina pseudoclásica, aunque únicamente se apreciara como viril protesta de la necesidad presente, el libro del Sr. Ruano ostentaría título indiscutible al aprecio de los doctos y al aplauso de cuantos sienten como heridas propias los hoy exacerbados males de la patria.

Y no se juzgue tópico de comprometido prologuista lo que es sincera explosión de convicciones arraigadas. Los que lean nuestra Literatura, verán que en el límite de nuestra modestia nos hemos lanzado fuera de la trillada vía y buscado en los reflejos del ideal v en las condiciones del tiempo nueva y progresiva orientación.

Cual si la humanidad se hubiese estacionado en el siglo de Augusto, nuestra poética es el eco de la epistola de Horacio, nuestra retórica servil parafrasis de la preceptiva de Aristóteles.

Todavía pasa como oráculo en las clases aquel infatuado y presuntuoso Hermosilla que, gracias al monopolio otorgado en su favor por el rey absoluto, se constituyó en dictador de nuestras aulas é hinchó las cabezas

de los jóvenes escolares con doctrinas ramplonas, enseñándoles á confundir los dativos con los acusativos, à menospreciar los más geniales poetas de nuestro Parnaso y á cerrar los ojos á la luz ideal del Arte, enredando sus plantas en infecundo matorral de grotescas puerilidades.

No, el mundo no ha detenido su marcha, la pedagogía literaria no debe petrificarse en cánones vetustos y el progreso nos empuja con irresistible llamamiento.

A impulsos de nobilisimo anhelo, el señor Ruano clama contra la exégesis común y proclama la eficacia del que llama método analítico. No se oculta á nuestra imparcialidad lo impropio de la denominación. El análisis no es un método, es un procedimiento. Dirección del espíritu hacia la verdad y exposición del conocimiento adquirido, el método es uno, así como entre dos puntos no puede trazarse más que una recta. El método científico, ó por mejor hablar, el método necesita el análisis y la síntesis, sin que pueda prescindirse de ningún momento dialéctico. ¿Qué serían el análi sis sin la síntesis ni ésta sin aquél? ¿Análisis de qué? ¿Sintesis de qué?

¿Por qué en lugar de método analítico no ha dicho el Sr. Ruano procedimiento intuitivo? Es probable, es casi seguro que su modestia no se ha atrevido à rompre en visière con la nomenclatura vulgar, por más que la claridad de su inteligencia haya columbrado con su

habitual lucidez la profundidad y la extensión del concepto. Prueba de nuestra aseveración es la seguridad con que aplica en esta preciosísima lección de literatura preceptiva, no el análisis, sino la mayéntica; no la experimentación, sino aquella soberana dialéctica platónica en cuyas alas el espíritu se eleva desde la percepción de lo individual á la intuición purísima de las ideas, siendo lo finito como ocasión de lo infinito, abriendo su seno los seres limitados para dejar ver el fondo ideal y divino que constituye el alma de las cosas.

Este es el procedimiento felizmente ensayado por el Sr Ruano, y en verdad que no hay otro compatible con la ciencia, ni se conoce en Ja historia más excelsa pedagogía. Mas si anduvo acertado en la iniciativa, no demuestra el señor Ruano menor instinto pedagógico en la elección de obra para su estudio, honrando al paso la finura exquisita de su gusto literario.

Consuelo, la inmortal creación del poeta andaluz, sobre ser obra por ninguna otra en su género emulada, es composición que por su carácter sintético, por corresponder à esos géneros intermedios del organismo dramático, tan aptos para ascender à las regiones de la idealidad más pura, como capaces de recoger sin desdoro todas las formas de la realidad, se presta con flexibilidad increíble á las necesidades del estudio y permite ampliar los conceptos y generalizar las aplicaciones à la rica

diversidad de matices que encierra la poesía dramática.

Ayala es una de esas figuras que se imponen al tiempo. Los años borrarán esas efíme ras reputaciones, ídolos de un día, erigidos sobre pedestal de gacetillas y cimentados en la sugestión de ditiram bos interesados ó inconscientes: la silueta de Ayala se acentuará por virtualidad propia más cada vez, á medida que los siglos vayan prestando el esmalte de la antigüedad a su mérito positivo, como esas sombras que se agigantan por la distancia, ó cual esos monumentos á que rinde cada cen turia nuevo y espontáneo homenaje.

No hay para qué dibujar una biografía de que todos hemos sido espectadores. Unos desde sus comienzos, otros en el apogeo de su gloria, todos hemos seguido las peripecias de su vida, ligada al movimiento político y lite rario de nuestra accidentada época. Todos sa bemos que nació en pintoresco lugar de la provincia de Sevilla, que en la Universidad de dicha hermosa población comenzó sus estudios y conoció al gran García Gutiérrez... Después, su vida es la historia de España. Lucha viril contra la reacción hipócrita, entusiasino por un ideal, siempre flotando ante los ojos y jamás encarnado en las impurezas de la práctica, desaliento al fin, temor de que la vida individual, ya en su ocaso, no logre disfrutar el soñado paraíso y transacción al cabo con la realidad presente, desmayo, obscurecimien

to del ideal, imposición del medio corruptor y oorrompido, el egoísmo de una vejez anémica y corpór a, consagrada ya sólo á prolongar la existencia y avara del placer material que desdeñó en la noble exaltación de la lucha juvenil. Martos, Castelar, Ayala... colosales inteligencias, generosos corazones, glorias eternas de la patria... La biografía de uno es la biografía de todos.

á

Ayala político, moderado, unionista, revolucionario, sagastino, restaurador y canovista, es un perfil obscuro sin interés para nosotros. Peleó como todo el que tiene conciencia de su valer por el puesto que merecía y que le negaban, ora la envidia, ora el desconocimiento. Ninguno de los partidos à que llevó la hercúlea cooperación de su genio acertó á comprender ni á estimar el tesoro que los azares del empeño colocaban á su disposición. De aqui la vacilación del equilibrio inestable, la contradicción y la inconsecuencia. Hoy decía con su varonil acento á las Cortes de la revolución: Suceda lo que quiera, yo jamás cometeré la ignominia de buscar un refugio entre los escombros de lo caído. Si la restauración se verificase, yo me retiraré á llorar de vergüenza al último rincón de España, y mañana, consun ada la restauración, formaba parte del Gabinete-regencia. No sin gracia dijo un caustico biógrafo: «Para el Sr. Ayala, el último rincón de España debe ser el ministerio de Ultramar.»>

Sólo Cánovas, dotado de amplísima inteli

« AnteriorContinuar »